Sábado, 5 de diciembre

Era sábado, pero las investigaciones no atendían a horarios.

El inspector Fielder le había prometido a su esposa que la acompañaría a la ciudad para hacer un par de compras navideñas. Sin embargo, habían vuelto a llamarlo para que acudiera al lugar de los hechos, donde Carla Roberts había perdido la vida de un modo tan horrible, y de inmediato había sabido que su mujer volvería a sentirse decepcionada. En esa investigación, cada hora que pasaba era importante. Los labios apretados con los que su esposa había reaccionado cuando él le había pedido que fuera comprensiva no presagiaban nada bueno: el fin de semana sería difícil. Al menos tendrían un motivo para hablarse. Aunque no fuera para bien.

Sus colaboradores habían registrado a fondo la vivienda en la que Carla Roberts había sido asesinada. Habían interrogado a los vecinos, habían dejado números de teléfono por si a alguien le venía algo a la memoria más adelante. No habían sacado gran cosa, de hecho no habían conseguido nada. Nadie conocía a Carla personalmente. Los que se acordaban de ella la describieron como una mujer tranquila y muy reservada con la que difícilmente se habían encontrado alguna vez por la escalera, que saludaba de forma amable y que a la vez se mostraba manifiestamente tímida en el trato personal.

—Creo que casi nunca salía de casa —dijo un hombre del sexto piso—, que vivía cohibida y ensimismada. Completamente aislada, si quiere que le diga la verdad. No parecía interesarle nada.

Fielder se preguntó si lo que la había convertido en víctima había sido precisamente el hecho de que viviera aislada, lo que no solo le habría puesto las cosas más fáciles al asesino, sino que además le habría ofrecido una ventaja una vez empezaran las pesquisas policiales. Quien conociera mínimamente la manera de vivir de Carla Roberts podía haber dado por supuesto que no encontrarían su cadáver enseguida, sino que tardarían un tiempo antes de echarla de menos. Eso suponía una ventaja inestimable para un asesino: cada día que pasara antes de que se pusiera en marcha el mecanismo policial iría a su favor. Y contra los intereses de la policía.

Igual que el miércoles anterior en el salón de la hija de Carla Roberts, Fielder pensó que el asesino no debía de tener nada en concreto contra la víctima, sino más bien un problema con las mujeres en general. Simplemente buscaba a aquellas que se lo ponían más fácil.

Y esa posibilidad era, en cierto modo, la peor de todas. Porque en caso de no existir ninguna conexión personal entre Carla y su asesino, daba igual el tiempo que pasara. Buscar al asesino sería como dar palos de ciego en la niebla.

Solo tenía un punto al que agarrarse: parecía bastante evidente que ella había dejado entrar al asesino en el apartamento. Ese era el único indicio que había dejado, mínimo rayo de esperanza.

La sargento Christy McMarrow se acercó a Fielder en cuanto este hubo aparcado y salido del coche. A él le gustaba lo comprometida que era: para esa mujer el trabajo constituía una prioridad absoluta en la vida. Christy estaba día y noche al pie del cañón. Era ambiciosa y apasionada. Se dedicaba en cuerpo y alma al trabajo.

Además, la encontraba enormemente atractiva, a pesar de que sabía que no tenía que pensar en esos términos.

—Nos ha llamado el conserje del edificio, señor —dijo ella—. Y creo que debería usted hablar con él personalmente.

El conserje, un tipo bajo, regordete y de rostro colorado, los esperaba delante del portal del edificio al borde de la hiperventilación. Fielder ya lo conocía. Justo después de que Keira Jones le hubiera mencionado lo del ascensor, había acudido a interrogarlo al respecto. Según él, no era posible que el ascensor subiera hasta un piso sin que alguien lo hubiera llamado con el botón correspondiente. Si Carla Roberts había observado que el ascensor subía hasta su planta con una frecuencia fuera de lo común, tenía que ser porque alguien lo había llamado desde allí.

O porque alguien había subido en él hasta allí. Sin salir de él, además. De hecho, a Fielder eso le pareció muy extraño.

—He descubierto algo raro en la puerta, inspector —le informó el conserje nada más verlo. Señaló hacia la puerta de cristal que permitía entrar en el edificio—. Y no comprendo cómo no me había dado cuenta mucho antes. Por el motivo que sea… bueno, en todo momento puede abrirse con solo empujarla. Las primeras veces pensé que habría sido una negligencia, que algún vecino no habría cerrado bien la puerta. Pero hoy he pensado… puede que no sea un simple descuido. Por eso los he llamado.

—Ha hecho bien —le aseguró Fielder mientras examinaba la puerta. Pensó en lo que Keira Jones le había contado: que a menudo encontraba la puerta de entrada al edificio abierta cuando acudía a visitar a su madre.

—¿Cómo se le ha ocurrido que podría ser algo más que un descuido? —preguntó el inspector.

El conserje pareció inquietarse de repente.

—Porque he estado pensando en ello. Quiero decir que… cuando sucede algo tan horrible como esto, uno no para de preguntarse cosas y… Bueno, de repente se me ha ocurrido que no podía ser. Lo de la puerta. Tiene un resorte y cada vez que alguien la abre de un empujón y cruza el umbral, la puerta se cierra de golpe. Siempre. Hay que ir con mucho cuidado para evitar que se cierre. ¿Comprende? Y luego he pensado, qué tonto he sido. La puerta no se cerraba bien, era como si cada vez que la cruzaba alguien la dejaran apoyada con cuidado para que no se cerrara del todo. ¿Y por qué tendrían que hacerlo? ¡Sería absurdo!

—Cierto —dijo Fielder—. Entonces, ¿ese mecanismo del resorte está estropeado?

El conserje asintió.

—Sí. La puerta se cierra tan lentamente que al final el cerrojo no acaba de bloquearse.

—¿Desde cuándo está así? O mejor dicho, ¿cuándo se ha dado cuenta de ello?

—No hace mucho. Tal vez… ¿cuatro semanas?

Fielder se volvió hacia Christy.

—Uno de nuestros técnicos debe investigar a qué se debe ese defecto, si no es más que una cuestión de desgaste o si ha sido algo intencionado.

—De acuerdo.

—Pongamos que alguien manipuló la puerta del edificio. Habría podido entrar y salir sin problemas. Y podría haber vigilado a Carla Roberts. Podría haberla atormentado un poco, subiendo con el ascensor hasta su piso de vez en cuando. Y en algún momento podría haberse acercado a su puerta, podría haber llamado al timbre y ella lo habría dejado entrar… ¿Lo habría hecho? ¿Le habría abierto la puerta a alguien tan a la ligera? ¿Sobre todo teniendo en cuenta lo sola que vivía ahí arriba?

—Podría ser que se hubiera topado con el asesino alguna que otra vez por el edificio —dijo Christy— sin sospechar que se había colado solo para merodear por allí. Tal vez creyó que se trataba de un vecino como ella. Sería más probable que le abriera la puerta a alguien si creía que vivía en el mismo edificio, ¿no? Aunque en un bloque como este, en el que los vecinos apenas se conocen es una imprudencia, por supuesto.

Fielder asintió con aire distraído. Quedaban demasiadas preguntas abiertas: todavía no habían conseguido localizar al ex marido de Carla Roberts. Y en caso de que realmente estuviera en el extranjero desde hacía años, posiblemente en la otra punta del planeta, la búsqueda resultaría especialmente difícil. Claro que en ese caso era muy probable que tampoco tuviera nada que ver con la muerte de su ex mujer.

Y lo mismo respecto a la investigación de la amante que el ex marido tenía por aquel entonces, que hasta el momento había sido en vano. Habían aclarado su identidad, pero desde hacía unos años ya no vivía en la última dirección conocida. Fielder supuso que debía de haberse marchado al extranjero junto al ex marido de la víctima.

Fielder se frotó la cara con un gesto de agotamiento.

—Tenemos que intentar descubrir algo acerca de la vida privada de Carla Roberts. No puede ser que no charlara con nadie en absoluto, que no fuera al cine con alguien de vez en cuando. ¿Ha descubierto algo?

—Todavía no —tuvo que admitir Christy—. La hija sabe tan poco acerca de la vida de su madre que tampoco nos ha servido de nada. Hemos encontrado una agenda de direcciones de la fallecida. Hay un par de nombres anotados que tengo que comprobar. Según la hija, se trata de empleados de la droguería en la que la víctima había trabajado. Tal vez eso nos permita avanzar en algún sentido.

—Inténtelo —dijo Fielder.

Por algún motivo, el inspector no tenía muchas esperanzas. Compañeros de trabajo de Carla, de un empleo que dejó hace años. ¿Qué podía esperar de ello?

Sin embargo, se abstuvo de expresar esa falta de expectativas.

No quería que el caso pareciera todavía más complicado y que su mejor colaboradora se desmotivara.