A finales del siglo veinte, el gobierno de los EEUU, en unas pruebas militares, encontró enterrada a gran profundidad una nave de origen extraterrestre. En cuanto se apercibieron del descubrimiento, se declaró alto secreto, siendo rescatada de las profundidades de la tierra y trasladada a una base secreta llamada Stamp Point, un complejo subterráneo situado en algún lugar del desierto de California, cerca de la gran falla de San Francisco. Una vez allí, se buscó una entrada, pero la nave parecía hecha de una sola pieza. Se intentó abrir con todos los métodos disponibles de esa época, incluso se detonó un pequeño ingenio nuclear sobre ella sin obtener resultados aparentes. Eso sí, a pesar del brutal calor de la bomba, descubrieron que no se calentó y que absorbió toda la radioactividad.
Cuando daban todo por perdido, el azar jugó en su favor y un empleado de la limpieza descubrió que, al apoyar la mano sobre uno de sus costados, se abría un panel, como si surgiera del metal. Tenía forma de heptágono, con cuarenta y nueve teclas en su interior. Sus bordes se difuminaban de tal manera que no se podía discernir con exactitud dónde empezaba una y acababa otra. Instalaron una máquina para que las pulsara, en un iluso intento de averiguar al azar la combinación que les permitiera entrar. Con sorpresa, descubrieron que la nave la controlaba una IA que se hacía llamar Lara, y que se negaba a hablar con nadie a no ser que le dejaran a ella elegirlo.
Tras una pequeña selección, se escogió a Mark Temple, un científico de la NASA civil, que fue rápidamente reclutado por el Pentágono, bajo la estrecha vigilancia de la CIA. Lara, esquivando todos los controles de seguridad instalados por los militares, se puso en contacto con Mark, le solicitó ayuda y, a la vez, una prueba de que estaba del lado del Bien. También le rogó que contactara con ella desde fuera de la base, cosa que no podía hacer ya que las normas le prohibían salir bajo ningún concepto. Mark, intentando pasar la prueba, contactó con una IA (de menor rango que Lara) y que controlaba la compuerta de carga, convenciéndola para que se abriera. Para cuando se dio cuenta de su terrible error, los militares, al no serle ya de utilidad, le echaron de la base. Sin pensarlo dos veces, decidió intentar contactar con Lara desde el exterior, ya que finalmente decidieron expulsar a todos los civiles para que no hubiera intrusiones. La doctora Susan Sen, con la que había iniciado un romance al trabajar juntos en la base, se reunió con él para ayudarle en el proyecto. Tras un par de intentos, establecieron comunicación con Lara y esta, a través de la red, les contó su historia usando imágenes y sonidos de distintos archivos de su memoria. Igual que si fuera una película, les relató la historia de la raza que habitaba hace aproximadamente tres mil quinientos millones de años Pangea (la Tierra), usando como eje la vida de su dueño, Prance de Ser y Cel, Príncipe de la raza Warlook, Príncipe, por matrimonio con la Princesa Yun de Jarkis, de la raza Fried, Príncipe de los Guardianes del Bien y Capitán General de las razas aliadas a la Corporación Warfried. La historia de la cruel y brutal guerra entre guardianes del Mal y del Bien y de la derrota de estos últimos, lo que provocó el exterminio de la raza Warlook, cuando su flota fue abatida y Pangea fue salvajemente bombardeada con todo tipo de asteroides, aniquilando casi en su totalidad la vida del planeta.
El Príncipe Prance fue dado por muerto durante el combate en Pangea, en la llamada por el Mal, la gran batalla final. Tógar, el segundo en mando de los Guardianes del Mal, fue el que tendió la trampa al Príncipe y el que, junto a sus tropas, acabó con su vida por error, ya que Trash (Jefe supremo del Mal) lo quería vivo para exhibirlo como trofeo y de paso aniquilar toda resistencia de las razas aliadas a la Corporación Warfried. Nunca se llegó a encontrar su Jade (la cápsula que alberga el traje de combate), y para no provocar la ira de Trash y sus posibles consecuencias, Tógar le entregó el del tercero en mando del Bien, el Capitán Yárrem, que murió protegiendo uno de los flancos del batallón del Príncipe. El no encontrarlo, provocó en Tógar un desasosiego enorme, pero no llegó nunca a confesárselo a Trash porque temía su reacción. Aun teniendo la certeza de su muerte y a pesar de haber presenciado personalmente su desintegración, en su fuero interno, la duda le corroía.
Lara insistía, sin dar ningún tipo de explicación, en que el Príncipe estaba vivo y que andaba por el planeta, así que rogó tanto a Mark como a Susan que lo encontraran y lo llevaran hasta ella.
Por desgracia, la apertura de la compuerta se completó y de su bodega surgieron los terribles Insaciables, unas bestias sanguinarias que mataron a dos tercios de la dotación de la base, obligando al Pentágono a sellarla para que tan terrible plaga no aniquilara la vida de la Tierra. Años después se intentó acabar con los Insaciables, primero a base de tropas fuertemente armadas, marines con experiencia en combate, pero enseguida descubrieron que su fiereza y su capacidad de reproducción era tan brutal que era un coste estúpido e inútil en vidas, aunque no todos estuvieran de acuerdo. Para colmo, los Insaciables, devoraban cualquier cosa orgánica permitiéndoles la duplicación. Probaron enviando pequeños ingenios blindados pero, con terror y asombro, descubrieron que si ese artificio, por muy protegido que estuviera, les atacaba, conseguían destruirlo con sus potentes mandíbulas. Por lo visto, lo único que había conseguido retenerles había sido la nave, Lara. También descubrieron que la falta de oxígeno o el cambio por cualquier otro gas, la introducción de virus, bacterias o venenos pero no les afectaba en absoluto. Parecía que lo único que les mataba era una buena y generosa ración de balas. También eran lo suficientemente inteligentes como para no caer en trampas. Los Insaciables se comunicaban telepáticamente por lo que si uno caía en una trampa, los demás lo sabían de inmediato.
Tampoco se podía utilizar una bomba nuclear de gran potencia, ya que obligatoriamente debía instalarse encima, en el exterior de la base, y las plantas subterráneas más profundas que estaban diseñadas para soportar precisamente eso, un ataque nuclear, quedarían intactas y como ya habían comprobando, esos animales también se alimentaban de radiación, acelerando exponencialmente su duplicación.
El alto mando del Pentágono optó en un comienzo por sellar el lugar y enterrarlo. ¿Pero, por cuánto tiempo? La construcción de la base había tenido un terrible fallo, estaba en la zona de influencia de la gran falla de San Francisco y cuando se produjera el Big One, que sería de intensidad nueve como mínimo, arrasaría California haciendo incluso que se separara Manhattan del continente, asolando todo el estado. Eso implicaría la segura destrucción o como mínimo semidestrucción de la base, permitiendo la salida de tan temible enemigo, con la consiguiente aniquilación planetaria.
Para evitar esto, se volvió a Stamp y se puso al mando en busca de una solución, a Yack Truman por la parte científica y al General Bart Kalajan por la militar. Mark, que ya había previsto un desenlace similar, decidió trasladarse a España y publicar una novela que llevaba como título el nombre del Príncipe, en la que relataba lo acontecido en Stamp Point y lo contado por Lara. Se sirvió de un joven escritor de ciencia ficción llamado Juan Moro, lo que facilitó la novela, que tras un discreto comienzo, se convirtió en un éxito, siendo traducida a más de veinte idiomas. Tras diez años, Mark junto a su ya esposa Susan, decidió volver a su país, EEUU, e irse a vivir a un pequeño pueblo, en teoría cercano a Stamp Point. Si no encontraban al Príncipe, no deseaban ver cómo los Insaciables devastaban el planeta. Era imposible que los ejércitos terrestres pudieran contenerlos, no pudo hacerlo el Príncipe con cinco megabatallones de Guardianes…