El que albergaba a Olanta no difería en mucho de cualquier otro sistema deshabitado. Veintidós planetas. Ocho, con vida. Tres, catalogados aptos para albergar vida humana, entre ellos, Olanta. Considerado como planeta virgen pobremente explorado. Probablemente, ni habían bajado, ya que los radiofaros de salvamento se instalaban sin personal humano. La propia nave se autosituaba y los robots la reconvertían en un radio-faro-localizador.
Estaban orbitando Olanta, cuando interceptaron una transmisión abierta entre dos cruceros del Mal que comentaban que había desaparecido un micro crucero, el Calántor y que estuvieran alerta por si lo localizaban.
Intentaron comunicar con el radio-faro-localizador, pero no hubo respuesta. Minos ya lo había previsto. El viejo cabezota siempre tenía el sistema de recepción apagado. No le interesaba nada de lo que ocurría en el exterior. Tendrían que ir hasta allí.
—Bien, Minos. ¿Dónde descenderemos con la nave? —preguntó el Capitán.
—Hemos de buscar un lugar donde no haya selva. Una zona despejada y próxima al radio-faro-localizador.
Encontraron una ubicada a veinte kilómetros. Minos estaba realmente preocupado.
—Tranquilo Minos, iremos armados con todo lo que tenemos. ¿Tan terrible es ese lugar? —le preguntó Briet.
—Mucho más de lo que podáis imaginaros. Aterrizaremos con el escudo activado y no lo desactivaremos hasta que volvamos a irnos, porque si no, a nuestra vuelta, la nave habrá sido invadida y destruida por la vegetación. No imagináis lo rápido que crecen aquí esas malditas plantas.
—Está bien. Aterricemos —le ordenó el Capitán.
La reentrada en la atmósfera de Olanta fue algo más brusca de lo habitual pero dentro de los parámetros estándar. Aún así, a pesar de su experiencia, a todos les dio un vuelco en el estómago. La pradera en que aterrizaron no era muy grande, apenas de ocho kilómetros cuadrados. En ella sólo crecía hierba, no se veía ni un arbusto, ni un pequeño árbol, parecía un campo cuidado. La concentración de O2 y CO2 era superior a lo normal, así que se pusieron filtros en el interior de los orificios nasales para que pudieran respirar con normalidad. Los ocho se agruparon junto a la compuerta de carga, rodeando la cámara que habían instalado sobre una plataforma electromagnética, de forma que flotara a un cuarto de metro sobre el suelo y no les costara ningún esfuerzo desplazarla. Sobre la cámara habían anclado varios acumuladores de energía que utilizarían para recargar los fusiles láser y dos juegos más de repuesto. También gran cantidad de agua, la iban a necesitar. Habían acordado que Briet no les acompañaría más allá de la pradera y que permanecería en la nave. Si a Minos le ocurría algo, Briet era el único realmente cualificado para sustituirle aparte del Capitán Tart.
—¿Todos listos? ¿Sí? Bien, Minos, ¿alguna recomendación de última hora? —preguntó el Capitán.
—No comáis nada por apetitoso que parezca. No respiréis por la boca. No os separéis del grupo. Y sobre todo si podéis evitarlo, no toquéis nada. Yo iré en cabeza y todos obedeceréis mis órdenes —dijo tenso mirando de reojo al Capitán.
—Tranquilo Minos, fuera estarás al mando. Eres el que conoce el terreno. Revisad las armas por última vez —les ordenó, pensando que esa selva no podía ser tan peligrosa.
Cuando terminaron de hacerlo, abrieron la compuerta de carga. De inmediato les llegó el aire filtrado por el escudo. Era rico, limpio y ardiente. Minos se había empeñado en que portaran los trajes de prospección, en ese punto fue inflexible sólo cedió en el casco ya que con él se habrían cocido dentro. La temperatura media de la selva era de cincuenta grados con un noventa y siete por ciento de humedad.
En cuanto bajaron de la nave dando un pequeño saltito y pisaron la hierba, comprendieron porqué no crecía nada más en la pradera. La hierba se notaba dura, cortante y muy tupida. Eran como cuchillas y gracias al traje, porque si por algún casual hubieran bajado descalzos, las afiladas hierbas les habrían desollado los pies. A cada paso notaban cómo sufrían arañazos en las metálicas botas. No habían recorrido la mitad de la distancia que les separaba de la selva, cuando de la espesura surgió una esfera azul oscuro que parecía flotar un par de metros más alto que sus cabezas. Minos le apuntó con su fusil láser y de un solo disparo la abatió.
—No parecía peligrosa —dijo Turín.
—Ya… aquí casi nada lo parece.
De inmediato de entre la vegetación surgieron medio centenar de esferas. Algunas se abalanzaron sobre el caído. El resto se dirigió hacia ellos. Minos empezó a disparar indiscriminadamente.
—¿A qué esperáis? ¡Abatidlos!
El Capitán fue el primero en imitarlo, seguido por el resto. Pronto, de la espesura, surgieron cientos de esas esferas que de inmediato avanzaron en su busca. En pocos minutos se vieron rodeados. Las esferas, cuando estaban cerca sacaban por todas partes unas afiladísimas púas que constituían un verdadero peligro.
—¡Que no os arañen con ninguna púa, están envenenadas! —gritó Minos. En quince minutos terminó todo. La periferia a su posición estaba sembrada de esferas reventadas. La hierba de inmediato empezó a moverse lentamente, cortando los cadáveres en trocitos cada vez más pequeños. Pronto desaparecerían bajo las afiladas hojas. Si mediar palabra colocaron los fusiles en los soportes de carga y cogieron el segundo juego.
—Ahora entiendo tu obsesión por el perfecto estado de los cargadores y acumuladores de energía —dijo Kork, con un nudo en la garganta.
—Bien, aquí me despido. Vuelvo a la nave. Tened cuidado —dijo Briet pensando que tal vez no les volvería a ver.
—Te llamaremos cuando lleguemos al radio-faro-localizador. Por lo visto esa selva produce tal cantidad de interferencias, que sin algo tan potente como el R-F-L no se puede establecer comunicación.
Cuando llegaron al límite de la espesura, Turin cogió del soporte una pequeña caja negra terminada en tres puntas que formaban un triángulo perfecto.
—Ten cuidado con eso —le rogó Kork.
—No seas pelma. Soy una perforadora. Creo que podré manejar una segadora láser.
—Lo digo por los incendios.
—¿Con un noventa y siete por ciento de humedad? De un momento a otro nos caerá una tromba —auguró Fialto.
Zanjado el tema, Turín se puso junto a Minos y apuntó a la espesura en la dirección que le indicó. De la boca de la caja brotaron varios lásers que barrieron en cuadrícula una amplia zona, dejando un profundo pasillo de unos cinco metros de ancho. Los árboles y vegetación quedaron troceados en pequeños cubos. Todo quedó humeante, pero no se produjo ningún fuego, la humedad era demasiado alta. Sin mediar palabra avanzaron por el sendero recién abierto. Cuando llegaron al final, Turin volvió a activar la segadora, abriendo otro pasillo de cien metros. Cuando reemprendieron la marcha Fialto miró hacia atrás y observó con asombro que el comienzo del camino empezaba a cerrarse. Alcoryn y Alryok también lo vieron y le hicieron un gesto para que siguiera. Durante dos horas no pararon. Finalmente el terrible calor les obligó a detenerse para descansar e hidratarse. Instalaron unas pequeñas segadoras láser a ras de suelo con un alcance de nueve metros cuadrados de forma que no pudiera crecer nada mientras estuvieran parados. Habían sido diseñadas para detectar la presencia de los trajes de forma que no pudieran dañarlos.
Al cabo de un rato Fialto volvió a mirar hacia atrás. El sendero se cerraba a ojos vista. Llamó a los demás que poco a poco se le fueron acercando. Presenciaron una pelea salvaje por la supervivencia en el hueco creado. Las plantas crecían rápidamente surgiendo de entre los restos troceados, nutriéndose de ellos. Algunas intentaban cubrir a sus competidores con las hojas, estrangularlos con sus zarcillos o simplemente aplastarlos. En medio del camino, destacó el rapidísimo crecimiento de una enorme seta blanca con rayas azules que parecía que iba a bloquear el paso pero entonces, empezó a surgir debajo de ella otra de color rojo brillante, que crecía bastante más lento, pero que desarrolló un fruto verde fosforescente que acabó cayendo a los pies de la seta, pudriéndose casi en el acto, desprendiendo un gas que marchitó a la seta blanca en cuestión de segundos. Era increíble, no podían salir de su asombro. Minos se giró para mirar la cámara cuando vio que Turín se había acercado al límite, para coger una extraña fruta y le acababa de pegar un mordisco.
—¡¡¡NOOOO!!!!
—¡Puag! —dijo escupiendo—. Sabe a rayos —confirmó y volvió a escupir. Minos se acercó a ella con el rostro desencajado.
—¿Has tragado algo?
—No-no —balbuceó un poco alarmada.
—¿Ni un trocito?
—No, creo que no. Su sabor era asqueroso.
—¿Te sientes bien? —preguntó preocupado.
—Minos, no era más que una fruta y antes la he escaneado. Sus componentes eran inocuos.
—¡Aquí nada es inocuo…! Si te empiezas a sentir mal nos avisas.
—¡Claro! —dijo sonriendo dándole una fuerte palmada en la espalda. Minos avanzó y cuando vio la cara de sus compañeros se volvió rápidamente. Turín se había quedado como helada con la misma sonrisa socarrona. Luego se puso blanquísima y calló como un fardo. Había muerto antes de tocar el suelo. Con gran tristeza la enterraron allí mismo. El Capitán Tart les fue mirando uno a uno.
—A partir de ahora obedeceréis con fe ciega a Minos. Os juro que como a alguien se le ocurra desobedecerle en lo más mínimo, seré yo quien acabe con él —les amenazó realmente dolido.
Alcoryn sustituyó a Turín y prosiguieron. Llevaban recorridos dos kilómetros cuando Minos ordenó que se detuvieran. Al fondo se movía algo. Alryok avanzó hasta ponerse a su altura apuntando con su fusil a la espesura. El Capitán Tart se quedó junto a la cámara protegiéndola en el lado derecho, Fialto en el izquierdo y Kork en la retaguardia mirando en dirección contraria. Kork vio algo que también se movía a su derecha. De pronto, de entre la espesura, se oyó un fuerte ruido seguido por varios más, como si varios proyectiles dentro de la vorágine vegetal fueran lanzados con gran fuerza por los aires atravesando la cúpula vegetal, produciendo un fuerte silbido ascendente.
—¡Por los cuernos de un blut! ¿Qué ha sido eso? —preguntó Alcoryn desde su posición.
—No lo sé. Ha sido dentro de…
En ese instante se oyó un silbido descendente proveniente de las alturas. Todos miraron hacia arriba aunque prácticamente la totalidad del cielo era invisible por la masa vegetal. En medio del pasillo a algo más de diez metros de donde se hallaba Kork, que sujetaba con fuerza su fusil atento a los acontecimientos, cayó algo parecido a una calabaza que reventó en mil pedazos sembrando todo lo que estaba a un metro a su alrededor. Los trozos arraigaron de inmediato y empezaron a germinar. Otra más cayó a tan sólo ocho metros, las siguientes a poco más de cuatro metros y otra a tan sólo un escaso metro y medio, obligando a Kork a pegar un gran salto hacia su derecha para evitar la«metralla». La siguiente le hizo retroceder aún más y la siguiente le dejó junto a lindero del camino. Cayeron tres o cuatro más, algo más alejadas, y el bombardeo cesó.
—¡Por las tripas mal olientes del poto más sucio de la galaxia! Ni en una guerra… —comenzó a decir Kork.
Justo en el momento en el que se iba a poner en marcha para volver a su posición original oyó el ruido.
—¡Cuidado! —le gritó Fialto que se había dado la vuelta viendo el peligro.
Dos docenas de largas lianas o zarcillos que parecían tener vida propia se le enroscaron por todas partes, inmovilizándolo y elevándolo a varios metros del suelo.
—¡UAAAAAAA!
—¡Disparad! ¡Maldita sea, disparad contra la espesura! ¡Contra la planta que los controla! —gritó el Capitán Tart a la vez que corría hacia él disparando contra todas las plantas.
Todos le imitaron provocando el caos en la zona, consiguiendo finalmente que le soltara y cayera. Le quitaron los zarcillos, ya cortados, que aún se movían y que le envolvían, descubriendo que tenía roto el cuello. Le había clavado varias espinas, una le perforaba la garganta y la aorta. En otras circunstancias se habrían admirado de que la armadura estuviese abollada y arañada allí donde los zarcillos habían apretado. Esa planta tenía una fuerza inimaginable. —¿De verdad vale la pena que muramos todos en este asqueroso planeta?— preguntó Alryok.
Sin mediar palabra su hermano se acercó, le agarró con la mano libre del fusil, del borde del traje, bajo el cuello y lo atrajo hacia sí, mirándolo duramente.
—¡Sí que vale la pena! Incluso que muramos todos, si él vive. Es una esperanza, no sólo para nosotros sino para todos los sistemas esclavizados. ¡Para toda la galaxia! Él es más importante que tú, que yo o que cualquiera. No hay nadie más importante. ¿Te ha quedado claro?
—Sí… sí. Lo que ocurre… es que no quiero morir en este planeta, no así —dijo avergonzado.
—Yo tampoco, pero lo haré por él y espero que tú también —dijo dando por terminada la conversación. Lo enterraron en el sendero y sin mediar palabra siguieron. Cuando Fialto miró hacia atrás vio que de la tumba surgían voraces plantas en busca de luz. Una hora después se vieron obligados a hacer otra parada, el sendero estaba flanqueado por plantas con zarcillos idénticos al que mató a Kork.
—¿Cuánto calculáis que tienen de alcance esos malditos zarcillos? —preguntó el Capitán Tart.
—Varios metros, por lo menos de lado a lado del camino —dijo Alcoryn.
Todos estaban de acuerdo.
—Ampliaremos la anchura del sendero al triple. No vamos a arriesgarnos —dijo. Mientras, Fialto cubría la retaguardia, mirando con asombro cómo desaparecía el sendero a ojos vista. En menos de media hora, no quedaría ni rastro. A unos seis metros empezó a surgir una preciosa flor blanca, con rayas rojas, azules, verdes y amarillas en sus pétalos. Creció rápidamente hasta tener casi el tamaño de una mesa para cuatro personas. En su centro, se podía observar un círculo relleno de bolitas esféricas de todos los colores. Fialto se puso de puntillas para poder verla mejor. Estaba fascinado con la vida vegetal del lugar. De pronto las bolitas multicolores empezaron a vibrar y a desprender un polvillo que se elevaba en el aire y que cuando se cruzaba con uno de los escasos rayos de luz que llegaban hasta el suelo, mostraba un arco iris de vivos colores. Los miraba extasiado. Nunca había visto algo tan bello.
La vibración se hizo más fuerte y las bolitas empezaron a saltar con gran fuerza en todas direcciones. Instintivamente se protegió el rostro con el brazo que no portaba el fusil, siendo golpeado por una de las bolas en el antebrazo, estallando como una pequeña bomba regando el lugar con un polvillo de su mismo color, naranja fosforescente.
Alryok se había girado en el momento justo en el que su amigo era alcanzado. Fialto bajó el brazo y lo sacudió ayudándose del otro para librarse del polvillo que parecía que se desintegraba. De inmediato notó el dolor, llegó le sujetó los brazos para que no se tocara la cara y se infectara más del ya escaso polvillo, casi ya no quedaba, porque desaparecía rápidamente. El polvillo en realidad se componía de esporas que empezaron a germinar con virulencia en su pómulo. Minos, al oír su grito, corrió junto a los demás ayudando a inmovilizarlo.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó el Capitán Tart.
Minos, sin responder, sacó un puñal láser que tenía anclado en su tobillo.
—¡Sujetadle! ¡Con todas vuestra fuerzas! —ordenó siendo obedecido en el acto.
Sin pensarlo dos veces, le clavó el puñal láser en el pómulo cauterizando y destruyendo las esporas. Los gritos de dolor se oyeron en la selva a varios kilómetros a la redonda. Luego, obviamente inconsciente, le depositaron encima de la cámara de hibernación donde le suministraron unos sedantes.
—¿Vivirá? —preguntó Alryok.
—No lo creo —respondió Minos, sincero.
—Sigamos. No nos detendremos más, cada vez que lo hacemos somos atacados —dijo el Capitán.
Media hora después Alryok se acercó para ver cómo evolucionaba su amigo. Con horror comprobó que eso se había introducido en su sangre y su cabeza estaba de color naranja fosforescente.
—Capitán…
—Lo sé. Ya le he visto. Casi no tiene constantes vitales. He conectado las lecturas de su soporte de vida al mío —dijo callándose, al ver que Minos se acercaba.
—Hemos de dejarle aquí —dijo sin tapujos.
—¡Estás loco si crees que voy a abandonarlo! —arremetió indignado Alryok.
—En cuanto se muera, lo que queda de su sistema inmunológico dejará de atacar a las esporas y esa será la señal para que se desarrollen a toda velocidad. No sabemos qué ocurrirá, pero intuyo que estallará en mil pedazos y sembrará toda la zona de su alrededor. Si nos alcanza, estaremos perdidos. Lo vamos a dejar aquí, ahora —aseveró Minos mirando de reojo al Capitán.
—Tiene razón… —comenzó a decir Alcoryn que se había acercado mientras discutían.
—¡Ni hablar! —espetó empecinado.
Minos le cogió con fuerza del brazo y le acercó a Fialto. Luego levantó con cuidado un párpado. El ojo había desaparecido y había sido sustituido por una docena de pequeñas bolitas de colores.
—Fialto está muerto, eso se lo ha comido. En cuanto muera, eso saldrá en todas direcciones… bájalo —ordenó inflexible.
Sin mediar palabra y con el rostro sembrado de lágrimas, lo bajó ayudado por su hermano. De inmediato reanudaron la marcha. Ninguno miró hacia atrás. Minos siguió junto Alcoryn que segaba la selva con el rostro tenso, tanto, que se podía oír cómo le chirriaban los dientes.
Ya estaban cerca, a menos de una hora cuando se oyó un extraño ruido, un «clak-clak» que sonaba metálico. Luego atronó algo que parecía un disparo y se notó cómo la vegetación crujía. El siguiente clak-clak sonó más lejos y los crujidos muy amortiguados.
—¿Creéis que hay alguien en la selva? —preguntó Alryok.
—No, no lo creo —dijo Minos tenso.
—Voy a abrir un nuevo tramo —informó Minos. Ahora era él el que llevaba la segadora selvática.
—Adelante —ordenó el Capitán.
No oyeron más claks mientras avanzaban, pero cuando estaban en medio del tramo, se percataron de que la selva se había vuelto silenciosa, absolutamente silenciosa. Nada parecía moverse o incluso crecer. Alertas, agarraron con fuerza sus fusiles. Un gran árbol de fondo semisegado cayó sobre el sendero, con un ruido seco. Fue entonces cuando se oyó un fuerte CLAK-CLAK y, algo, a unos cinco metros a su derecha, dentro de la espesura, atravesó los troncos de los árboles y vegetación.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó el Capitán Tart.
—No he podido verlo, ha pasado a toda velocidad —dijo Alcoryn.
El siguiente clak-clak se oyó en retaguardia y «eso» cruzó el sendero perpendicularmente. El Capitán Tart se dirigió hacia la zona por donde había pasado, se acercó atento y con extremada prudencia al límite del sendero y vio con asombro que fuera lo que fuera había atravesado limpiamente un tronco de más de cuatro metros de diámetro.
—¿Qué ocurre? —preguntó gritando Alcoryn.
Su grito hizo que los clak-clak sonaran por todas partes.
—¡Al suelo! —gritó Minos a la vez que se multiplicaban los clak-clak.
Todos obedecieron excepto Alcoryn que corrió hacia la cámara de hibernación cuando esas cosas empezaban a surcar por todas partes. Llegó hasta el panel de control del soporte electromagnético y activó el escudo defensivo que protegería a la plataforma y a la cámara, justo cuando iba a ser alcanzada por una de esas cosas. Al ser repelida, rebotó en él e impactó en su pecho, desplazándolo un par de metros, hasta que cayó de espaldas. Al instante, el lugar se convirtió en una dantesca zona de guerra, donde los «disparos» provenían de todas partes.
Estaban aterrados y se pegaron al suelo todo lo que pudieron. Una de las cosas que rebotaron en el escudo cayó junto al Capitán Tart, se trataba de algo cónico, con estrías cortantes y una afiladísima punta. Su apariencia era de madera pero de serlo, durísima, porque atravesaba los árboles como si fueran de mantequilla y eso sin mencionar la fuerza con la que eran lanzados. La «guerra» duró más de media hora, por suerte las barredoras de control estaban instaladas bajo el soporte electromagnético y quedaron protegidas de forma que mantuvieron a raya a la vegetación del suelo, claro que eso les obligaba a levantar un par de centímetros la cara de la triturada vegetación para que los láser no se la cortaran porque sólo identificaban al traje.
—No os mováis —ordenó Minos.
—¡Mi hermano está herido! —exclamó Alryok preocupado. No había podido acercarse a él, sin correr el riesgo de ser alcanzado también.
—Oíd, quiero que todos gritéis a pleno pulmón, a máxima potencia cuando os lo ordene. Está claro que esas cosas se activan por el ruido —dedujo Minos.
Obedecieron y tan sólo se activaron media docena más.
—Ya podemos levantarnos —dijo Minos.
Parecía que hubieran pasado un huracán y después un gigante que lo hubiera pisoteado todo. Absolutamente todos los troncos estaban perforados, más agujereados que un colador. Alryok corrió junto a su hermano ignorando la hecatombe de alrededor. Se arrodilló junto a él y le sujetó la cabeza. En medio de su pecho se podía observar un sangrante agujero. No había uno de salida, eso significaba que el cono aún estaba dentro.
—¡Hough!
—¿Cómo está? —preguntó Minos a la vez que se arrodillaba junto a ellos.
—Alryok —dijo con voz trémula.
—Sí, estoy aquí —respondió con voz temblorosa.
—Estás…
—Estoy bien, tranquilo —le interrumpió tratando de sonar sereno—. Tienes que… prometérmelo…
—Lo que quieras. El Capitán Tart miró su nivel de vida. El cono, habiendo encontrado un medio ideal de desarrollo, crecía en su interior a toda velocidad.
—Lo protegerás… le ayudarás… y te pondrás a su disposición…
—Pe…
—No, hermanito, no… No ha sido… culpa suya, el culpable es el Mal. No… estaríamos… aquí si no existieran. Ódiales… a ellos, no… a él… ¡Júramelo!…Jú…ra…me…loooohhhh…!
—¡Te lo juro! Mi vida, antes de que le ocurra nada… ¿Alcoryn? —preguntó con la voz quebrada y con los ojos llenos de lágrimas, cuando su hermano daba el último estertor.
El sordo silencio de la selva pareció hacer reaccionar a Alryok.
—Y… también te juro que combatiré al Mal con todo mi ser… junto a él —dijo entre dientes lleno de dolor, llorando.
—Le daremos una buena sepultura —dijo el Capitán Tart apoyando la mano sobre su hombro.
Alryok cerró los ojos de su hermano levantándose lentamente. Luego les miró tristemente a ambos.
—No. No debemos perder tanto tiempo. Los tres sabemos que es demasiado peligroso. No podemos quedarnos quietos.
—¿Estás seguro? —insistió Minos.
—En menos de media hora estará totalmente cubierto. Debemos seguir. Sería lo que él querría.
Minos, al llegar al final del sendero miró el posicionador y vio que estaban a tan sólo medio kilómetro de su meta. Fue entonces cuando tuvieron que detenerse de nuevo, del fondo del sendero brotaba un fuerte gorgoteo. Minos se encontraba en el centro, el Capitán a su derecha a la altura de la cámara y Alryok a su izquierda, tras ella. Cogieron sus fusiles y se prepararon para lo peor.
Sin previo aviso, del fondo surgió un gordo, lento y fofo vegetal que blandía unas colgantes ramas, y que fue a parar justo en el centro del sendero. Su bamboleante tallo-tronco estaba plagado de verrugas de un feo color marrón oscuro. Era tan deforme y ridículo que si no llegan a estar en esa terrible selva se habrían partido de risa. La «planta» avanzó hacia ellos. Minos sin pensarlo dos veces, disparó con su fusil en varios puntos de su tallo-tronco, surgiendo de cada impacto un chorro verde blanquecino que le habrían regado de no ser por la rápida actuación del Capitán que saltó sobre él, derribándole y apartándole de la trayectoria. En el choque, perdió su fusil que cayó sobre el líquido. De inmediato el metal acusó el efecto de la corrosión. Todo lo que había sido regado con savia se desintegraba, incluido el suelo. En cuanto se levantaron y apartaron, una segunda ráfaga, esta vez de Alryok, acabó con la planta.
—¡Mierda! —exclamó Minos—. No me lo puedo creer, ácido como savia.
—¿Estás bien? —preguntó alarmado Alryok.
—Nos ha salpicado un poco pero no ha atravesado los trajes —dijo el Capitán irguiéndose mirando a Minos que confirmaba sus palabras.
—¿Seguro que…
—Sí, Alryok, las lecturas indican que estamos bien y que el ácido no ha atravesado el traje. Además ya ha cesado, el contacto con el aire lo ha debido de dejar inactivo. Sigamos —ordenó serio el Capitán.
Por fin llegó el último disparo de la barredora. Ante ellos apareció el radio-faro-localizador que a pesar de estar oxidado y algo abandonado les pareció un palacio. Y lo que era aún mejor, funcionaba. Un área de doscientos metros a su alrededor estaba despejada de vegetación, apareciendo la tierra absolutamente yerma. Un escudo de media esfera de defensa lo rodeaba.
Mientras avanzaban Alryok observó que el Capitán cojeaba y se lo hizo notar.
—Me he torcido un poco el tobillo al empujar a Minos, no es nada. Sigamos.
Cuando llegaron al límite del escudo, este les permitió el paso nada más identificarles como humanos. A mitad de camino, el Capitán se detuvo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Minos.
—¿Dónde está? ¿No debería haber salido ya a recibirnos? El radio-faro-localizador parece estar en perfectas condiciones. Tiene que haberle avisado.
—Sabe que estamos aquí. No saldrá. Es un viejo cabezota.
Cuando llegaron a la puerta de acceso se identificaron. No se abrió.
—Permitidme. No digáis nada. ¡Yanos! Soy yo, Minos. ¡Abre!
Tras unos segundos el panel exterior se activó pero sólo el sistema de audio.
—Te dije que no volvieras. Si te has vuelto a estrellar en este lugar es que eres muy idiota por acercarte lo suficiente.
—No me he estrellado. He venido con unos amigos.
—Gracias por la visita. Ahora… ¡Fuera! —graznó.
—Te traigo… lo único que querrías ver.
—No hay nada que puedas traerme de ahí fuera que pueda interesarme —replicó amargado.
—Yanos, me conoces. Convivimos seis meses hasta que me rescataron. Nunca le hablé a nadie de ti. Por eso sigues aquí. Si te digo que te traigo algo que te interesa, no miento.
—Lo único que se me ocurre es que me traigas la cabeza de uno de esos perros del Mal.
—Algo mil millones de veces mejor —replicó emocionado.
Tras unos interminables segundos, la puerta se abrió, apareciendo ante ellos un anciano de pelo blanco y ralo, plagado de arrugas, y de ojillos penetrantes que les inspeccionó de arriba abajo antes de hacerse a un lado para que pasaran.
El radio-faro-localizador era amplio, construido para poder acoger y albergar a un centenar de náufragos con holgura. Depositaron la cámara en medio de la entrada ante la atenta y suspicaz mirada del anciano.
—Bien, ¿qué es lo que quieres en realidad? —preguntó Yanos.
—Ayuda… para deshibernarlo —dijo señalando la cámara.
—Eso lo podrías hacer en cualquier planeta.
—Tal vez encontráramos alguien con tu experiencia tras mucho buscar pero el riesgo sería inaceptable. El panel de control está averiado y no creo que haya nadie que pueda… repararlo o entenderlo, si exceptuamos al Mal.
—Déjate de estupideces, lo sustituís, ¡y en paz!
—No se puede sustituir. Hay que hacerlo manualmente.
—Entonces vuestro amigo está muerto. Para tener una mínima oportunidad de sobrevivir a algo así, habría que portar un Traje de Guardián.
—Exacto, eso es lo que porta.
—¡Estáis locos si creéis que voy a ayudar a uno de esos miserables a no ser que sea a morir!
—Yanos, ya sé que estás enfadado por esta invasión de tu intimidad, pero creo que antes de seguir despotricando deberías echar un ojo a la cámara.
El anciano murmurando pestes entre dientes, se acercó al destrozado panel. No pudo evitar un estremecimiento general. Rápidamente se acercó a la parte superior poniéndose de puntillas para poder mirar a través de la tapa transparente.
—¡No puede ser! ¡Es un truco! —exclamó desconcertado.
—No lo es. ¿Podrás deshibernarlo? —preguntó esperanzado.
—¿Dónde lo habéis encontrado?
—En un asteroide que por lo visto era una de sus pequeñas bases. ¿Podrás hacerlo? —insistió.
—Lo primero es bajarle a mi laboratorio. Allí tengo todo lo necesario para intentarlo.
Alryok se acercó amenazante al anciano.
—Nada de «lo intentaré». Ha de conseguirlo, mi hermano y mis amigos han muerto para traerlo hasta aquí. Mas le vale no cagarla —dijo, blandiendo el enguantando puño ante su cara.
—Basta, Alcoryn. Él también es consciente de que una oportunidad como ésta, sólo se presenta una vez en la vida —dijo el Capitán, acercándose a su amigo.
—¿Qué le ocurre en la pierna? —preguntó el anciano suspicaz.
—Me he torcido un tobillo.
—Soy viejo pero no estoy ciego. Esa bota está salpicada de ácido. ¿La ha perforado, verdad?
—¿Y si ha sido así? —respondió haciendo que sus amigos le miraran asustados.
—¿Era uno de eso gordos ridículos?
—Sí. ¿Cuánto me queda? —preguntó a bocajarro.
—¿Hasta dónde nota el entumecimiento?
—Sólo el pie. ¿Se puede hacer algo?
—No. Y respondiendo a su primera pregunta le diré que le quedan unas sesenta horas estándar.
—¿Y si le cortamos la pierna? —preguntó Alryok.
—Ese ácido es venenoso. Está en la corriente sanguínea. Irá paralizándole por el punto por el que ha penetrado hasta que llegue a una zona vital como el corazón.
—¿Y si lo hibernamos?
—No he visto que trajerais otra cámara. Aquí no tengo ninguna y esta no estará libre, imaginando que pudiera volver a hacerla funcionar, hasta dentro de por lo menos una semana.
—No importa… si él vive, realmente no importará. Ahora bajémosle —dijo el Capitán con aplomo.
El laboratorio situado en el subsuelo ocupaba el doble de espacio que el radio-faro-localizador. Lo había ampliado y convertido en un lugar para la investigación botánica. Yanos, con gran prudencia y sumo cuidado, desmontó lo que quedaba del panel principal. Cuando terminó siguió con la carcasa de la cámara, pieza a pieza hasta que pareció que el Guardián estaba descansando sobre un amasijo de extraños circuitos, placas y tubos. El centro lo ocupaba un módulo de energía pura de casi un metro de largo, por eso aún conservaba energía. Todo el proceso de desarmarla le llevó más de doce horas. Los tres se sentían inútiles observando cómo el viejo trabajaba sin parar, no pudiendo hacer nada para ayudarle.
—¿Cómo lo ve? —le preguntó el Capitán cuando vio que se detenía. Ahora estaba sentado todo el rato por que su pierna estaba inservible, el veneno la había paralizado en su totalidad.
—Por lo que he visto de la cámara sólo hay una forma de hacerlo con alguna seguridad, centrándonos en su cabeza para que no sufra daños y en los órganos vitales. El resto, su Traje lo regenerará o reparará en poco tiempo. Ahora durmamos. Esto habrá que hacerlo con los cinco sentidos.
—Antes nos gustaría usar su sistema de comunicación para llamar a mi segundo, Briet. Estará preocupado por la falta de noticias.
—Si hace eso, el Mal sabrá que hay alguien aquí.
—¿Hay alguna forma de que podamos avisarle?
—No. Tendrá que ser paciente y esperar.
Cada hora que pasaba, el Capitán Tart se encontraba más inmovilizado. El veneno, por suerte indoloro, avanzaba lenta pero inexorablemente. Yanos se rindió ante la evidencia y tuvo que pedir la ayuda de Minos y Alryok. Tardaron dieciocho horas estándar de trabajo ininterrumpido para localizar los sistemas de control de la cabeza. Todavía no habían conseguido aislarla del sistema principal y ya se sentían agotados. El Capitán sufría más, por no poder ayudarles, que por el avance del veneno. Finalmente, decidieron que descansar y dormir unas horas. Cuando despertaron el Capitán Tart había muerto.
—Era un hombre realmente bueno y valiente. Se merece una tumba en condiciones —dijo Yanos, cerrándole los ojos.
—Me gustaría que le enterráramos en el campo de influencia del escudo. No quiero que se lo coman las plantas —dijo Minos.
—Me parece bien pero tendrá que esperar. Lo primero es nuestro durmiente. Guardaremos el cuerpo en uno de los sistemas de refrigeración de la maquinaria. Las bajas temperaturas lo congelarán en minutos.
Tres días tardaron en aislar la cabeza junto a parte del torso y tan sólo con una seguridad del noventa por ciento. El resto del cuerpo trataron de prepararlo lo mejor posible. Habían acoplado varios estabilizadores de vida y algunos soportes vitales que Yanos utilizaba para el estudio de sus infraestructuras de vegetación simulada.
—Ya he acoplado todos los módulos de energía de reserva y repuesto que tenía y todos están perfectamente interconectados con el de la cámara —dijo Alryok.
—Para regenerarse, le hará falta toda la energía que podamos proporcionarle —dijo.
Sin ceremonias, Yanos miró a ambos y tecleó las órdenes de activación de todos los aparatos reconectados a la cámara y luego desconectó el sistema de deshibernación sacando el panel principal. En el acto se notó el cambio. El Guardián se estremeció. Como el casco estaba activado no podían ver su rostro… si todo iba bien o sufría. Un espasmo le recorrió de arriba abajo. Levantó el brazo derecho, golpeando lo que creían que era plasticristal pero que en realidad era una variedad de M7, tan fino que era transparente. Por supuesto estaba protegido por un escudo de baja intensidad.
Permaneció quieto un par de segundos, gimió y con un rápido movimiento de ese brazo, golpeó algo dentro de la cámara que hizo que desapareciera la tapa transparente. La rapidez de su acción les hizo retroceder un poco asustados.
—¿Dónde estoy? —le oyeron preguntar.
—A salvo. No se mueva. Hemos tenido que deshibernarlo manualmente.
—Su rango —preguntó a bocajarro con un tinte de dolor en su voz.
—Mi nombre es Yanos y no tengo rango.
—¿Dónde están mis hombres?
—No había nadie más, las otras tres cámaras estaban vacías.
—No me sacaréis ninguna información, malditos. Podéis seguir infligiéndome todo el dolor que querías —dijo sin un atisbo de miedo, aunque sí con una gran tensión provocada por el indudable dolor que sentía.
—No… no pertenecemos al Mal. Somos mineros —dijo Alryok.
—¿Dónde estoy? —prosiguió con cansancio.
—En Olanta. Un planeta que no está bajo el control del Mal.
—¿Cómo he llegado hasta aquí? —susurró con voz agotada.
—Estábamos haciendo prospecciones mineras y nos topamos con un asteroide en el que estaba usted, en un sitio llamado Péljam —dijo Minos.
—Hablaremos más tarde. Tiene que recuperarse. Ahora descanse —le ordenó Yanos.
Decidieron cuidarle por turnos. El Guardián llevaba más de cuarenta horas durmiendo o inconsciente (del cómo no podían estar seguros, ya que sus constantes vitales eran extrañas). Era el turno de Alryok. Había estado cuscuseando por el laboratorio y llegado a la conclusión de que Yanos había hecho una excelente investigación de los vegetales de la zona. En los informes vio y reconoció a muchas de las plantas que les habían atacado y a otras muchas que no lo hicieron aunque se cruzaron con ellas.
Se acercó a mirar cómo estaba el convaleciente y sin previo aviso el casco se replegó, desapareciendo tras su nuca. Su pelo blanco, no canoso, sino blanco, surgió a la vez que desapareció el casco de su cabeza. Alryok se quedó de piedra, sin poder dejar de observarle. De pronto abrió los ojos y con una rapidez inusitada le agarró del brazo, tirando e incorporándose. Clavó en él sus ojos, de un azul tan claro que parecía que tuviera cataratas. Alryok se quedó sin respiración y si le hubiera sido posible habría detenido su corazón que para que no hiciera ruido. Al no decirle nada, sacó fuerzas de la flaqueza y se dirigió a él de la única forma que conocía.
—Mi nombre es Alryok, mi amo y señor —alcanzó a decir con un hilo de voz.
—¿Amo? Yo no soy… amo de nadie. Anyel, Capitán Anyel, puedes llamarme. Tengo que hablar con el Príncipe.
—No… no conozco a ese Príncipe.
—¿Qué no… ¿De qué potos de sistema eres? —preguntó apretándole aún con más fuerza el brazo, sin apartar ni un segundo la mirada.
—Del sistema Poutanarta —respondió asustado.
—No lo conozco y eso sí que es raro. ¿Dónde está la base más cercana o sistema más cercano controlado por el Bien?
—El Bien… no existe. Usted es el primero que hemos visto… —dijo angustiado.
Las palabras de Alryok fueron como un mazazo para él. Le soltó dejándose caer de nuevo en la cámara, quedando, esta vez sin duda, inconsciente. Alryok aprovechó para salir corriendo y avisar a los demás.
OLANTA.
OB DEL CAPITÁN ANYEL.
Cuando volví a despertarme, descubrí tres cabezas que me observaban con admiración, devoción, sumisión, respeto y sobre todo, esperanza.
—Soy Yanos. ¿Cómo se encuentra? —preguntó el más anciano.
—No puedo mover el brazo izquierdo, ni las piernas, pero el OB me indica que en setenta y dos horas estaré a plenamente recuperado, Venerable.
—¿El OB es eso que lleva en el brazo izquierdo? —preguntó Minos.
—Sí. Lo primero es agradecerles que me rescataran. ¿De verdad que no existen Guardianes del Bien? ¿No conocen al Príncipe Prance de Ser y Cel? ¿No conocen Pangea? —pregunté con un deje de angustia.
—Soy muy viejo, cerca de doscientos períodos, y siempre he oído que ustedes eran meras leyendas… hasta hoy —respondió con los ojos brillantes. Casi parecía que iba a llorar.
—¿Qué dicen las leyendas?
—Casi nada. Que existieron una vez y que los Amos les exterminaron. El Mal se ha encargado de borrar todo vestigio de su existencia. Si se pilla a alguien hablando de los Guardianes del Bien, es ejecutado en el acto.
—¿Esos Amos? ¿No serán Trash y Tógar? —especulé con desprecio.
—Sí. Aunque es la primera vez que oigo a alguien pronunciar sus nombres sin el título de Amos.
—No entiendo qué es lo que ha ocurrido pero lo único que sé es que debo ir a Pangea cuanto antes. Si hay alguna explicación, estará allí.
—Tendrá que esperar a recuperarse. Después, nuestra nave y nuestras vidas estarán a su servicio —se apresuró a decir Alryok.
—Se lo agradezco. Ahora explíquenme todo lo que sepan sobre el Mal, sus tropas, fortalezas, naves, sistemas…
—Eso va a ser largo —dijo Minos.
OLANTA.
OB DEL CAPITÁN ANYEL.
20 HORAS PARA RESTABLECIMIENTO COMPLETO.
Minos miraba preocupado a Yanos que permanecía impertérrito. Acababan de enterrar en el área de influencia al Capitán Tart permitiéndome asimilar todo lo que me habían contado.
—¿Estáis seguro de que es una buena idea? —me preguntó Alryok.
—Sí, amigos, ya es hora —y diciendo esto me incorporé, poniéndome en pie y dando un par de pasos con un deje de torpeza. Con cuidado me agaché y desconecté un pequeño acumulador de energía pura, del sistema de la cámara y, usando la propia terminal del aparato, lo conecté sobre el Traje, sosteniéndolo bajo el brazo derecho.
—Si notáis que algo no va bien decidlo de inmediato —me rogó Yanos serio.
—Así lo haré, Venerable. Ahora llevadme ante la IA que controla este lugar.
Tuvimos que subir dos planas, afortunadamente, fui ayudado en todo momento por Minos y Alryok.
—Hot, quiero que respondas a la preguntas del Capitán Anyel —le ordenó Yanos.
—Sí, Yanos —respondió con una voz varonil y tosca.
—¿Tienes en tus bases de datos ubicaciones de sistemas solares?
—Claro, soy un radio-faro-localizador. Me actualizo anualmente —respondió con un tono tan digno, que no pude evitar que me hiciera sonreír.
—Bien Hot, vamos a intentar localizar un planeta.
—Todos los sistemas conocidos están en mi base de datos con sus planetas, planetoides y lunas —presumió.
—Su nombre es Pangea.
—No existe ningún planeta con ese nombre.
—¿Sigue llamándose Sidómel el sistema dónde me encontrasteis?
—Sí, no creo que nadie se atreviera a cambiarlo —dijo Minos.
—Por lo que deduzco de tus palabras, sigue estando infectado de Insaciables.
—Al menos, todos sus planetas habitables —dijo Alryok—. Ni el Mal se atreve a aterrizar en ninguno de ellos —continuó.
—Al igual que los otros cuatro sistemas infectados —añadió Minos.
—¿Cuatro más? Cuando fuimos atacados en Péljam sólo eran tres, Bortarat, Gincónter y Asongarts.
—Esos tres sistemas existen —intervino la IA.
—¿Cuál es el quinto?
—Tashar.
—No lo conozco. Posicióname los cinco tridimensionalmente en la pantalla.
El asombro que debió denotar mi rostro no debió tener parangón en ese lado de la galaxia, porque todos me miraron muy preocupados.
—¿Pero cuánto tiempo he pasado hibernado? —pregunté incrédulo, más para mí que para obtener una respuesta de mis rescatadores.
—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Yanos tenso.
—Los cuatro sistemas que conozco no están ni remotamente donde yo los recordaba… han tenido que pasar miles de años.
—Ese OB que portáis es una especie de computadora, ¿verdad? —preguntó Yanos.
—Sí, así es.
—Úselo para suministrar los datos que tenga de los sistemas de aquella época a Hot, de manera que los derive hasta la posición actual, así sabremos el tiempo aproximado que ha pasado hibernado.
—Es una excelente idea.
Tras teclear una serie de órdenes, el OB proyectó tridimensionalmente los cuatro sistemas. Hot superpuso mis datos a los suyos e hizo una derivación, estimando que había pasado más de tres mil millones de años.
—Aquí estaba Pangea —le dije tras volver a teclear unas órdenes en el OB
—Tashar —dijo escueta.
—¿Pangea fue arrasada con Insaciables? ¡No lo puedo creer! ¡Tengo que ir! —medio grité.
—Iremos, aunque está lejos y el Mal nos buscará por todas partes en cuanto la Asociación minera les alerte, eso si no lo ha hecho ya. Pero no… aterrizaremos, ¿verdad? Si está infestada de Insaciables…
—Si está infestada, será inútil bajar —reconocí apenado.
—Lo primero será conseguir atravesar esa selva sin perder la vida en el intento —apuntó Minos.
—¿Encontrasteis algo en las otras cámaras?
—Ya lo habíamos olvidado, eran unos cristales verdes sin ningún valor aparente —dijo Alryok.
—¿Sin val… Eso son Jades, las fundas de los Trajes de Guardián… de mis desaparecidos compañeros. ¿Dónde están? —pregunté preocupado.
—Abajo, guardados en el soporte electromagnético de su cámara.
—Hicisteis bien en traerlos. Bajemos.
OLANTA.
OB DEL CAPITÁN ANYEL.
19 HORAS PARA RESTABLECIMIENTO TOTAL.
Minos se acercó al soporte electromagnético y pulsó el panel de control que se deslizó a un lado dejando al descubierto un pequeño hueco que albergaba los Jades. Los cogí con cuidado, cariño y sobre todo, dolor por mis amigos caídos. Antes de que dijera nada Yanos se me adelantó.
—Yo no soy un Guardián, si no un científico y muy viejo, por cierto.
—Lo sé, he visto todo lo que tiene aquí y si no me equivoco sólo ha arañado la punta del iceberg. Esta selva debe ser un ecosistema de riquísima variedad.
—Así es. Hay para decenas de siglos de investigación. Por desgracia, no me quedan muchos años de vida.
—Hay una solución aunque contravenga las reglas, es lo mínimo que puedo hacer para agradecérselo, Venerable, y estoy convencido de que el Príncipe lo aprobaría. Use el Jade y luego me lo devuelve. Yo le explicaré cómo rechazar el honor de portar el Traje.
—¿Y qué conseguiré con eso? —preguntó extrañado.
—La inmortalidad, ser joven para siempre —expliqué sonriente. Yanos abrió muchísimo los ojos. Sin duda estaba sopesando los pros y los contras.
—Piénselo bien. Sí, será joven pero estará solo en este lugar y si el Mal le descubre, de inmediato comprenderá que ha usado un Jade y…
—Entiendo el peligro. ¿Cómo dejaría de ser inmortal?
—La inmortalidad es permanente. Sólo la muerte le librará de ella.
—No me cogerán vivo. Lo juro por la memoria de mi extinto pueblo. ¿Qué es lo que quiere a cambio? Porque por su mirada deduzco que busca algo a cambio.
—Tal vez nada, tal vez no vuelva nunca; pero si lo hago, quiero su trabajo, sus informes, sus ideas.
—Acepto, es un buen trato. Algo que me estaba corroyendo estos últimos años es que mi trabajo se perdiera o cayera en malas o ignorantes manos.
—Bien amigos, Minos, Alryok… ¿Queréis ser Guardianes?
—Sí, Capitán Anyel —respondió Minos.
—Sin duda, el Mal debe ser aniquilado —añadió Alryok con los ojos iluminados.
—Está bien. Coged cada uno un Jade, usted también, Venerable. Luego apoyad con cuidado los extremos en el centro de las palmas de las manos. Una cosa más antes de proceder. ¿No tendréis hijos, verdad? —pregunté irónico[9].
NAVE MINERA CAMINOS.
SITUACIÓN: 100 MILLONES DE KILÓMETROS DE LA ESTRELLA DE PANGEA.
ARCHIVO DEL OB DEL CAPITÁN ANYEL.
Sonreía de oreja a oreja. Briet permanecía a mi lado tras los asientos de Minos y Alryok que se encargaban de pilotar y de las trasmisiones respectivamente. Briet quedó muy apenado por la muerte de sus amigos, pero el Traje y la esperanza de un futuro mejor le aliviaron en parte.
—Para ser un sistema infectado de Insaciables estamos recibiendo una ingente cantidad de señales —dije alegre.
—Sí, Capitán. Desde luego no está infectado, pero esos no son Guardianes del Bien ni nada parecido. Esos terrestres están bastante… locos. ¿Ha visto las imágenes que se envían matándose entre ellos? ¿Y eso que llaman películas o videojuegos? —preguntó incrédulo Alryok, ante tanta estupidez y barbarie.
—Desde luego parece una raza un tanto… peculiar. Lo bueno es que eso significa que el Mal no anda por ahí, si no, ya había reclutado a la mitad de esos tarados. Además, también implica que Pangea no está infestada lo cual me hace albergar alguna esperanza.
—Sí, pero no hay lunas escudo, sólo hay una y no se parece a ninguna de las de las imágenes que nos mostró, sólo coincide en tamaño con la llamada Lain sen.
—Iremos primero allí.
LAIN SEN.
SALA CENTRAL DE SEGURIDAD.
ARCHIVO DE SEGURIDAD.
El Príncipe permanecía en medio de la sala observando cómo, poco a poco, los sistemas principales eran revisados y reparados. Ya habían deshibernado a mil Guardianes. El proceso era lento puesto que había que revisar y comprobar el perfecto funcionamiento de las cámaras, antes de proceder a la deshibernación. Si se produjese un fallo durante el proceso automático, el Guardián moriría en el acto.
—Mi Príncipe, ¡una nave se acerca!
—¡Maldita sea! ¿De qué tipo?
—Parece un carguero o algo así. No podemos estar seguros, los sistemas de rastreo no funcionan más que superficialmente y sin ninguna fiabilidad.
—Vamos, que también podía ser un crucero de combate —insinuó mordaz.
—Podría, pero me arriesgaría a afirmar que no lo es. Su trayectoria, tamaño y forma…
—No estamos para arriesgarnos. ¿Está en la línea de fuego del cañón Jarkamte?
—No, mi Príncipe. Ya he dado la orden de que se dirija hacia una trayectoria de intercepción, pero si la nave se dirige hacia otro lado, estará fuera de alcance. Eso, si mantiene una trayectoria de navegación estándar, porque si decide efectuar maniobras de evasión, no podremos alcanzarla. No con tantas toberas inoperantes.
—Un solo cañón y un solo disparo. Si fallamos tendremos a toda la flota del Mal aquí antes de que podamos darnos cuenta. Seamos prudentes. Silencio total. No quiero ni una comunicación. Dejemos que se acerquen.
—Viene directa hacia nosotros y nos usan para no poder ser captados desde Pangea, eso si los terrestres fueran capaces de hacerlo, claro.
—¿Cree que se están ocultando de los terrestres? ¿Por qué? —preguntó al aire.
—El Jefe de equipo Jarkante, Mark Temple, me informa de que las gemelas y sus hombres estarán en posición en cinco minutos, preparados para abrir fuego.
—Que estén atentos a mis órdenes, presiento algo…
NAVE MINERA CAMINOS.
SITUACIÓN: ÁREA DE INFLUENCIA DE LA LUNA ESCUDO LAIN SEN.
ARCHIVO DEL OB DEL CAPITÁN ANYEL.
Miré a Briet tratando de inspirarle confianza y afirmé con la cabeza.
—¿Y si el Mal está dentro?
—No seamos pesimistas, no tendría ningún sentido que se escondieran de los terrestres. Pero si tienes razón… se acabaron nuestras aventuras —dije solemne.
LAIN SEN.
SALA CENTRAL DE SEGURIDAD. ARCHIVO DE SEGURIDAD.
La IA de transmisiones se activó e iluminó.
—¡Una trasmisión, mi señor! —exclamó el Guardián a cargo de la IA Hasta que todo fuera revisado, la Capitana Zuzan había asignado un Guardián a cada IA de alto rango.
—Escuchémosla —ordenó el Príncipe.
—Solicitud de aproximación, código de acceso ¨¨*[*t0H#” —dijo la IA con voz tranquila.
—¡No es posible! —exclamó el Príncipe.
—Tiene que ser una trampa —susurró la Capitana Zuzan con la misma cara de incredulidad.
—Abrid un canal, quiero verle —ordenó el Príncipe, serio.
La pantalla principal parpadeó un poco pero se activó apareciendo en su centro un Guardián, pero… ¿Del Bien o del Mal? Con las IA inoperativas no podían acceder a la base de datos de Guardianes del Bien…
—¡Identifíquese! —le espetó el Príncipe.
—Mi nombre es Briet. Segundo al mando en esta nave, la Caminos. ¿Y usted?
—En este momento hay un cañón Jarkamte activado a máxima potencia apuntándole, así que más le vale que obedezca mis órdenes si no quiere que le desintegre. ¡Quiero ver a su Capitán… YA!
—Ese mal genio lo conozco bien —dijo una alegre voz que sonó detrás del Guardián.
Sin más, el Capitán Anyel, sonriendo de oreja a oreja, sustituyó al Guardián Briet.
—¡MI SEÑOR! ¡SABÍA QUE NO PODÍAIS ESTAR MUERTO! —exclamó, sin poder contener la emoción.
—¡ANYEL! —gritó sorprendido.
Todos los Guardianes presentes empezaron a murmurar excitados.
—Bien, mi Señor. ¿Me va a permitir aterrizar en Lain o prefiere que vuelva dentro de otros tres mil millones de años? —le preguntó, con esa picaresca que le caracterizaba y que consiguió que todos sonrieran.
LAIN SEN.
APOSENTOS DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.
ARCHIVO DE LA IA CASAM.
El Príncipe, tras ponerse al día con el Capitán Anyel, recibió a los tres salvadores de su amigo que llegaron acompañados por la Capitana Zuzan.
Estaban realmente cohibidos y en cuanto le vieron hincaron la rodilla y el puño en el suelo, en señal de respeto, tal y como les había indicado.
—No, Guardianes, no. Desde este momento los tres estáis exentos de la reverencia. Nunca podré agradeceros lo suficiente el haber rescatado a mi más antiguo y valioso amigo.
—Nuestra vida está a su servicio —dijeron a coro, poniéndose en pie.
—De momento sois los únicos que conocen cómo funciona actualmente el Mal, cómo se mueven sus cruceros y cuales son los protocolos para esquivarles.
—Esas amables palabras son excesivamente elogiosas, mi Príncipe —dijo Briet.
—No Guardianes, no lo son. Tengo una misión para vosotros —dijo mirando de reojo a Anyel, viendo cómo se sorprendía.
—Como puede observar, mi Señor, le escuchamos atentamente —dijo Alryok.
—Y con ansiedad por llevarla a cabo —añadió Minos.
—Es una misión peligrosa, muy peligrosa y de imprevisibles resultados. Y, anticipándome a su pregunta, el Capitán Anyel no irá, en su lugar les acompañarán cinco ingenieros.
—¿En qué nave iremos? —preguntó Minos.
—En la misma que han venido, la nave minera Caminos, aunque por supuesto la modificaremos, algo de armamento, escudos mejores y sobre todo, sistemas de detección regidos por una IA en condiciones. Minos, tú serás el piloto.
—Guardián Alryok.
—¿Sí?, mi Príncipe.
—A cargo de comunicaciones y sistemas de rastreo.
—Guardián Briet.
—¿Sí?, mi Príncipe.
—Sé que es un novato como Guardián, y que todavía no sabe manejar el OB, pero tiene experiencia en naves como la Caminos.
—Siempre como segundo de…
—Eso ya lo sé. A partir de hoy será el Capitán de la Caminos. En ella estará al mando hasta que lleguen a su destino, entonces lo tomará el Jefe de Ingenieros, que aprovechará el viaje para iniciar su instrucción en el manejo del Traje.
—Gracias por la gran confianza que deposita en mí —respondió.
—Los detalles de la misión, crucial he de añadir, se los dará la Capitana Zuzan.
LAIN SEN.
PLANTA JARKAMTE.
OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.
—Bien, ya me explicarás qué hacemos aquí. Sabes que debería ir con ellos, es una misión para alguien con mi experiencia —dijo el Capitán Anyel preocupado.
—Sí, tienes razón. Pero te necesito para otra. Sólo tú podrás encontrarla —dije esperando su reacción.
—¿Quieres que busque la Gran Dama? —preguntó extrañado.
—No, me temo que todavía no vamos a dar ese paso.
—Entonces no entiendo qué puede ser tan importante como para que me envíes a mí.
—Sin un método para acabar con los Insaciables seguimos indefensos —dije, dándole una pista.
—Ya me dirás cómo. ¡Un momento! ¿No querrás que traiga aquí algunos de esos bichos? ¡Estarás loco si los traes!
—No, no estoy tan loco. Y menos con Pangea tan cerca. Siempre te he tratado de inculcar que hay que pensar antes de hablar. Piensa, amigo, piensa.
—¿Qué crees que estoy… ¿Quieres que vaya a…
—¡Por fin! —ironicé—. Tú eres de los pocos que conocía su emplazamiento y no tengo ninguna duda de que recibieron las mismas órdenes que Lara, Lain Sen, la Gran Dama y el resto de nuestros complejos. Es difícil que el Mal los haya localizado, no conocían su existencia.
—Tiene sentido. Espero que tus expectativas con Briet sean correctas. Nunca ha estado al mando, fue el Capitán Tart quién encabezó el rescate.
—Tengo uno de mis pálpitos. Sabes que no suelo equivocarme en estos asuntos.
—Eso no puedo negarlo. ¿Y en qué nave iré?
—Quiero que te lleves a Lara —dije escueto, sorprendiéndole.
—Eso te dejará sin vía de escape y llegado el caso, en manos del Mal.
—No tenemos ninguna más. Ya he dado órdenes para que se construya una. Saquearemos los maltrechos almacenes de repuestos y desmontaremos lo que necesitemos de las plantas que por el momento no vamos a utilizar. Pero tardaremos y no es tiempo lo que nos sobra.
—Entonces deberías pedir ayuda a los terrestres.
—Los terrestres, los conozco bien, querrían algo a cambio. No están preparados.
—Igual, por una vez en tu vida, podrías ser menos guerrero y más diplomático. Usa tu mano izquierda y ponles entre la espada y la pared.
—¿A todos los países y facciones? —pregunté sorprendido.
—¿Por qué no? Eso debería ser algo sencillo para ti. ¿No has sido capaz de volver de la muerte? —peguntó irónico.
NAVE CAMINOS.
VACÍO DE HARIN.
OB DEL CAPITÁN BRIET.
Nada. Allí no había nada. Todos los rastreos daban negativo. El Jefe de Ingenieros Nator me miraba sin reproche y contra todo pronóstico, con confianza. No lo entendía, estaba fracasando.
—No se me ocurre nada más —dije.
—Capitán Briet. Están ahí, por alguna parte y usted va a encontrarlos.
—¿Cómo puede estar tan seguro de que están ahí? ¿Cómo puede tener esa confianza ciega en mí? Casi no me conoce.
—Por dos razones. La primera es que el Príncipe dijo que estaban ahí y la segunda porque le puso al mando, lo que significa que le considera capaz de encontrarlos.
—Veo que…
—¿Ocurre algo? —preguntó al ver la expresión de mi rostro.
—Llame a los hombres. Quiero a todo el mundo en el puente de mando.
NAVE LARA.
OB DEL CAPITÁN ANYEL.
No lo puedo creer. ¡Ahí está! Parece intacta. ¡Y en perfecto estado! ¡Imposible! Dejemos eso para más tarde. Ahora viene lo más difícil, convencer al sistema de seguridad para que me deje entrar y no me ataque.
PANGEA.
SEDE DE LAS NACIONES UNIDAS.
OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.
El revuelo era general. Todos los dirigentes protestaban y gesticulaban. Había previsto que iba a ocurrir, de ahí que decidiera permanecer en silencio hasta que se calmaran. Y eso que en ese momento todo el planeta nos estaba viendo.
El Presidente Francés se puso en pie furioso y consiguió tomar la palabra.
—Le escucho —dije mirándole tranquilo.
—¿Me escucha? ¡Usted nos dio su palabra de que no interferiría! —me acusó.
—Y no lo he hecho.
—¿Qué no? Nos acaba de decir que quiere que todos los ejércitos del planeta y todos nuestros recursos se pongan a su disposición.
—Veo que lo ha entendido bien —respondí sonriente.
—¡No vamos a someternos a su dictadura! —gritó el Canciller Alemán.
—De acuerdo, entonces me iré y dejaré que combatan solos.
—¿Qué quiere decir? —preguntó el Presidente Americano.
—Que el Mal viene hacia aquí y que necesito metales para preparar la defensa, a sus policías para que controlen a la población y a sus soldados para que llegado el caso, nos ayuden, aunque sin Trajes poco podrán hacer. Y no, sus armas nucleares lo único que conseguirán es arrasar el planeta y machacar a su población.
—¡Pero moriremos con valor y no se quedarán con el planeta! —apostilló el ministro Japonés.
—Muy honorable y estúpido. La población sufrirá las consecuencias y cuando estimen oportuno limpiarán en unos pocos meses el planeta de radiación. Les recuerdo que cualquier Guardián puede alimentarse de radiación y nuestras naves y escudos también. Y adelantándome, sus armas biológicas tampoco nos afectan. Soy su única oportunidad de sobrevivir.
—¿Y si se va? No tendrán motivos para hacernos nada. Ni siquiera sabrán que ha estado aquí, entre nosotros —propuso el dirigente Italiano.
—Ya. Disculpe pero… ¿Es usted demasiado inocente o rematadamente idiota? ¡Cómo que no sabrán que he estado aquí! ¡En cuanto lleguen tendrán cola entre su población para ponerse a su servicio y contarles todo lo que crean que pueda hacer que el Mal les admita!
—Nuestra gente… —comenzó el presidente Griego.
—¡Cállese! Miren sus cárceles, sus ciudades, sus pueblos. Robos, violaciones, pederastia, proxenetismo, terrorismo, guerras, mafias, hambre, sed, esclavos, niños soldados, drogas, raptos, todo tipo de tráficos sin escrúpulos… ¿Quiere que siga? Cualquiera de esos se uniría al Mal sin pensarlo dos veces. El silencio era absoluto. Sabían que los tenía entre la espada y la pared. Pero lo peor de todo era que la población de todo el planeta lo estaba viendo, así que no podrían distorsionarlo.
—Ahora, me iré y volveré dentro de dos días. Y espero una respuesta unánime de ustedes. ¡He dicho unánime! Si un solo país no acepta, me marcharé con mis tropas y reorganizaré mis ejércitos en otro sistema.
—Tengo una pregunta —dijo el Presidente de Corea del Sur.
—Le escucho.
—¿Por qué vienen?
—No lo sé. Pero vienen. Si me dan la oportunidad se lo preguntaré cuando lleguen —dije irónico.
—¿Cómo podemos saber que es cierto que vienen? —preguntó el representante Israelí.
—No pueden. Lo único que tienen es mi palabra. Ahora si no hay más preguntas, me voy —dije, empezando a moverme.
—¡Un momento! —pidió el Presidente Ruso.
—Le escucho…
—Le creo. Y contraviniendo la opinión de mis consejeros, mi país se pone bajo su mando. Pero le aviso que no permitiré que nos estruje, mi pueblo también tiene necesidades.
—Soy un Guardián del Bien. Nosotros no estrujamos. Aceptaré lo que su pueblo pueda darnos. Pero deben colaborar como una unidad, dejando aparte sus diferencias, colaborar como una nación, la Nación Terrestre —dije enfatizando la última frase.
El Presidente Americano se puso en pie como un resorte.
—Mi nación también acepta su mandato, siempre que siga manteniendo su independencia.
—Ustedes seguirán teniendo el control.
—¡La tecnología y fábricas de mi país estarán a su servicio! —exclamó enardecido el primer ministro Japonés.
Poco a poco, uno tras otro, todos los países aceptaron ponerse bajo mi mando en la defensa de Pangea.
OB DEL CAPITÁN ANYEL.
El sistema de defensa ha reconocido a Lara y le ha permitido aterrizar en la plataforma de la entrada. Un primer escaneo realizado por los rastreadores no han detectado vida orgánica… en activo. Claro que eso no significa nada podría estar infestada de Insaciables inactivos.
Cogí el fusil láser ubicado en mi espalda, entre las dos espadas láser y sobre el manojo de flechas de M7 y apunté a la gigantesca puerta principal transmitiéndole la orden de apertura usando como mediador el OB y utilizando la voz. Las puertas se abrieron con normalidad. El interior y la esclusa de aislamiento al exterior que servían para que el aire de la base no se escapara, estaban en perfecto estado. Penetré y el sistema me identificó en el acto cerrando la puerta. El espacio se llenó de aire respirable por lo cual desactivé el casco, entonces la segunda puerta se abrió. Ante mis asombrados ojos apareció en medio de la entrada… ¡Shopbi[10]!
—Hola, Capitán Anyel. Le estaba esperando desde hace una… eternidad.
—¿Y los demás…
—Hibernados. Puedo asegurarle, Capitán, que la base está en perfectas condiciones —dijo serio y eficiente, como siempre.
—No dudo de tu palabra, Shopbi —dije, sin poder dejar de mirarle asombrado.
—Por cierto, supongo que ya os habéis enterado y venís a por los resultados.
—¿Resultados?
—Sí, el método diseñado por el equipo para acabar con los Insaciables —dijo, como si tal cosa no tuviera importancia.
LAIN SEN.
APOSENTOS DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.
ARCHIVO DE LA IA CÁSAM.
APTO SÓLO PARA CAPITANES DE CAPITANES.
Informe: El Príncipe no aprovecha el período de descanso correctamente. Su sueño es intranquilo y tenso. Sufre extrañas pesadillas sin imágenes, sólo con lo que los humanos llaman sensaciones. No las puedo interpretar. Las órdenes de Ayam, la Yúrem, fueron muy específicas; llegado el caso, inicio de la cuenta atrás.
Fin del informe.
VACÍO DE HARIN.
NAVE CAMINOS.
OB DEL CAPITÁN BRIET.
Minos me miraba serio. Alcoryn se revolvía en su asiento con la misma cara negativa. El resto permanecía en silencio.
—No quiero desanimarle Capitán Briet, pero lo he calculado con mis Guardianes y dado que hay más de cien millones de posibilidades va a ser muy difícil localizarles, es una lotería imposible —dijo el Jefe de Ingenieros Nator.
—Lo sé. No pretendo acertar.
—Ahora sí que no le entiendo.
—Intentaré explicarles mi idea. Nos encontramos, como bien saben, en el centro del vacío de Harin. No hay estrellas activas, ni planetas, ni prácticamente grandes asteroides. El contingente de naves que buscamos es tan enorme que por fuerza tiene que tapar la visión, desde nuestra posición, de estrellas que deberíamos ver. La IA no puede realizar el cálculo ya que al ser tan grande el vacío, las variables de desplazamiento nos impiden hacer el cálculo, sí que es cierto que podríamos hacerlo uno por uno pero nos eternizaríamos. Además sabemos que en este lugar hay un número más elevado de lo habitual de estrellas negras, que dependiendo de la distancia nos bloquean la visión de las estrellas activas del fondo, que, obviamente, también se desplazan.
—Hasta ahí, creo que todos le hemos seguido —dijo el Jefe de Ingenieros Nator.
—Vamos a enviar señales de rastreo a las zonas negras.
—Seguimos al comienzo del problema —intervino uno de los ingenieros.
—Primero he ordenado a la IA que haga un mapa de todas las zonas negras. Luego le he pedido que considere a la nave como un cubo y que envíe una señal de rastreo en cada dirección, a la zona oscura que esté más o menos en el centro de la cara del cubo.
—¿Y? —preguntó interesado el Jefe de Ingenieros Nator.
—Que compruebe el mapa. Acto seguido a la derecha y a la izquierda de cada primer rastreo, pero equidistante de todos los demás. De nuevo que compruebe el mapa y así sucesivamente. Si ese contingente no ha sido descubierto es porque se adelanta a los rastreos, así que cuando capten el método de rastreo sistemático, se desplazarán a una zona negra ya rastreada. Eso hará que la zona que ocupaba vuelva a estar plagada de estrellas.
—Sólo podrán ocultarse en la media docena de espacios negros más próximos, porque si fueran más lejos, cualquiera podría descubrirles. No se me habría ocurrido en mil años. No tenemos más que vigilar las zonas negras próximas a los rastreos. El Príncipe sabía lo que hacía al ponerle al mando…
LAIN SEN.
APOSENTOS DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.
ARCHIVO DE LA IA CÁSAM.
APTO SÓLO PARA CAPITANES DE ÉLITE.
—La Yúrem está aquí —informó Cásam.
—Hazla pasar —ordenó el Príncipe.
Cuando entró Helen, el Príncipe casi no la reconoció. Había cambiado, ¡y mucho! No físicamente, pero su porte, su forma de andar, su mirada, la manera de estudiar su entorno… Se estaba volviendo… Yúrem.
—Bien, Helen. ¿Qué es lo que ocurre? —preguntó extrañado por su presencia.
—Eso deberíais decírmelo vos, ya que sois vos el que quería hablar conmigo —dijo sorprendiéndole.
—Yo no te he llamado.
—Pero ibais a hacerlo.
—No sabía que también podías leer la mente.
—Sabéis bien que no. Sólo he seguido mi instinto —dijo solemne.
—Voy a necesitaros a las tres y en especial a Naomi.
—¿Y es peligroso, verdad? —preguntó intuitiva.
—Eso me lo dirás tú —le respondió sincero.
—Os escucho.
—De momento no quiero que esto salga de aquí. Tógar va a venir y con una buena parte de su ejército.
—Esa es mi sensación. Las borrosas e inexactas visiones no dejan de acosarme. Ambos sabemos que viene en vuestra busca. Él también…
—Sí, igual que nosotros. Tengo esa sensación como si supiera que estoy vivo. También tengo la sensación de que no va a venir todo lo preparado que debiera.
—Y ahí es donde entramos nosotras. ¿Qué se os ha ocurrido?
—Todavía no se ha puesto en marcha hacia aquí, pero lo hará pronto.
—Lo sé.
—Cuando lo haga, quiero que contactéis con las principales IA de información de su flota e introduzcáis pequeñas variaciones en el ataque que hayan diseñado contra Pangea.
—Aunque no tenga mucha experiencia, Cásam o Lara, por citar dos ejemplos, os dirán que en cuanto nos capten, saltarán todas las alarmas y además no obedecerán nuestras órdenes o cambios.
—Eso ya lo sé. Vuestra mente está totalmente formada…
—… pero la de Naomi no… —dijo siguiendo mi línea de pensamiento.
—Es una mente inocente —le corté.
—Será necesario una proyección de búsqueda a gran distancia de nuestras mentes y eso es muy…
—… peligroso —dije volviendo a cortarla—. Lo sé. Ayam me lo explicó hace mucho tiempo cuando aún pensaba que ella o su raza podría neutralizar las IA del Mal. Sé que si se rompe el enlace podrían producirse daños en algunas partes esenciales de vuestro cerebro, partes Yúrem… Vamos, que podríais acabar siendo como todo el mundo —continué.
—No. No seríamos como todo el mundo. Sería como quedarnos ciegas, sordas y mudas tras haber visto, oído y hablado —dijo angustiada.
—No te lo pediría si tuviera otra opción y menos involucrado a Naomi.
—Si no lo hacemos, mi hija caerá bajo una espada láser del Mal. También entiendo que esta petición es por que no hay alternativas factibles.
—No, no las hay.
MACRO CRUCERO OSKO.
APOSENTOS DEL AMO TÓGAR DE GORK Y LERI.
ARCHIVO DE LA IA RAT.
El Amo Tógar lleva varios períodos prácticamente sin hablar. Tiene un aspecto entre abrumado y confuso, tenso y preocupado. Parece que está esperando que ocurra algo. Una señal. La lógica me dice que esa señal debe provenir del Amo Trash, pero me ha prohibido establecer contacto directa o indirectamente con ninguna IA o Guardián de la primera flota, incluyendo al Amo Trash. Su actitud es extraña y desconcertante, tanto, que podría pensarse que se trata de una traición. Dado el caso, las cortapisas incluidas en mi programación me obligan a obedecer ciegamente las órdenes del Amo Tógar. Órdenes directas, he de constatar.
—Amo, el Capitán Pilmor, desde el puente de mando, desea hablaros —le comuniqué.
—¿Qué es lo que quiere?
—No me ha informado.
—Pásamelo.
En la pantalla principal apareció el Capitán Pilmor, muy serio. Su metro noventa, sus anchas espaldas, su pelo negro y sus espesas cejas le daban un aspecto realmente fiero.
—¿Qué potos ocurre? ¿Por qué me molestas? —arremetió intransigente.
—Siguiendo sus órdenes, mi Amo Tógar, transmisiones ha captado una comunicación entre dos cruceros del primer ejército.
—¡Realmente increíble que podamos captar las trasmisiones entre nuestros cruceros! —exclamó ácido e irónico.
—Buscan al microcrucero Calántor. Ha desaparecido sin dejar rastro. No ha llegado a su destino y nadie lo ha visto ni ha recibido mensaje alguno suyo desde hace muchos períodos. No responde a las llamadas y no es captado o rastreado por ningún sistema solar.
—Eso no es posible. ¿Qué zona patrullaba?
—El área de intersección de la llamada frontera de Elisé.
—Eso está bajo el directo control de la SCMM.
—Se baraja la remota posibilidad, dado que hace millones de años que nadie lo ha hecho o intentado, que haya desertado o incluso, agregado a algún grupo pirata.
—¿Cómo se llama su Capitán?
—Flai, mi Amo, de la raza Clat.
—Le conozco. Es muy bueno, le recomendé personalmente para el primer ejército. ¡Algo ha tenido que ocurrirle! Flai no desertaría. ¡Él no!
—¿Dónde se le captó o vio por última vez?
—Se dirigía en patrulla rutinaria en dirección al sistema Sidómel.
El Amo Tógar puso una cara como si el suelo desapareciera bajo sus pies. Algo muy extraño en él porque jamás permitía que su rostro reflejase sus emociones.
—¿Os ocurre algo, mi Amo? —preguntó el Capitán Pilmor inquieto.
—¡Nada! ¿Qué me va a ocurrir? ¡Siga con lo suyo! —dijo cortando la comunicación con el puente.
MACRO CRUCERO OSKO. OB DEL AMO TÓGAR.
El temido momento ha llegado. Mejor, ya no puedo más. Empezaré a prepararlo todo. Se lo debo…
PANGEA.
SAN SEBASTIÁN. ESPAÑA.
PLAYA DE LA CONCHA.
RAMPA SITUADA ENTRE DOS RELOJES.
OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.
Me sentía alegre, tenía una extraña sensación de que las cosas iban bien, que iban a mejorar. La nave de desembarco apareció de repente en medio del cielo aterrizando con suavidad y precisión en la orilla. La puerta se abrió y descendieron veinte Guardianes que se unieron a los doscientos que ya habían sido transportados en viajes anteriores. Desembarcaría a cuarenta y cinco mil. Los otros cinco mil los dejaría en Lain para que la siguieran reparando y desmontando todo aquello que nos fuera útil aquí, en Pangea. Era una nave pequeña, pero en menos de dos semanas, tendríamos tres más. La Capitana Zuzan permanecía a mi lado, en el malecón junto a la barandilla blanca. Había designado a sus veinte mejores Guardianes para mi protección, tenía el convencimiento de que los terrestres estaban locos y les había ordenado que no me dejaran solo ni un segundo.
—Mi Príncipe, ¿no vamos a montar las fábricas para construir naves? He recibido muchas ofertas de distintas facciones terrestres —me informó Zuzan.
—Países, ellos lo llaman países. No, no vamos a montarlas. Aunque tuviera Guardianes suficientes para trabajar en ellas, no nos queda tiempo —dije pensativo. La sensación aumentaba.
—¿Por qué? El Mal no sabe que estamos aquí —dijo extrañada.
—Tógar va a venir… pronto —dije, dejándola de piedra.
—Entonces salgamos de aquí pitando. Nos ocultaremos y nos reagruparemos. No nos faltarán voluntarios que se nos quieran unir en cualquier sistema que esté bajo su control.
—No. Esta es una oportunidad única para cazarle.
—Eso, no es muy… realista, mi señor. Si viene, lo hará con un ejército que será muy superior al total de todos los Guardianes que ha habido del Bien. ¡Y con macro cruceros de desembarco, todo tipo de naves de combate, escudos que no podremos dañar, IA de alto rango, cazas…!
—¿Crees que no sé todo eso? Pero «la ocasión llega, llama y no espera». Nos vamos a quedar —dije, sin más explicaciones.
—Si esa es vuestra decisión, permaneceré a vuestro lado cubriéndoos la espalda.
—Ya me siento más seguro, pequeña —dije sonriendo maliciosamente, pellizcándole el mentón.
—Mi Príncipe —dijo interrumpiéndonos un Guardián a mi espalda después de hacer la reverencia.
—¿Qué ocurre? —pregunté, a la vez que le hacía un gesto para que se incorporara.
—El dirigente terrestre asignado como representante de esta sección del planeta quiere hablar con usted.
—Cuando me dijeron que era un estúpido creía que era una exageración. Pero veo que no. Que venga… solo.
Según se acercaba lo miré con dureza. Era bajito, calvo, esmirriado, cabezón, cejijunto y bastante feo. Portaba un aire de suficiencia y a la vez rastrero, que de inmediato me desagradó, provocándome un mal humor instantáneo.
—Es un honor que me reciba —dijo sonriendo como un hiena. Realmente era un politicucho, mal asunto. Me iba a intentar buscar las cosquillas, pero lo que él no sabía es que yo no era precisamente un hombre paciente y mucho menos con dirigentes como él.
—Como puede ver estoy muy ocupado. ¿Quién es usted? ¿Y qué es lo que quiere? —le pregunté a bocajarro, consiguiendo que dejara de sonreír.
—Soy el responsable de esta zona del planeta y exijo saber qué hace aquí y por qué desembarca todas esas tropas —dijo consiguiendo que me hirviera la sangre. Las ganas de soltarle un guantazo se disiparon en parte, cuando noté la mano de Zuzan que me tocaba el antebrazo.
—He elegido esta bonita ciudad como lugar para presentar batalla al Mal —dije, dejándole boquiabierto.
—¿Cómo? ¿Se ha vuelto loco? Va a destrozar la ciudad —espetó indignado.
Que se preocupara más por la ciudad que por la población consiguió sacarme de mis casillas por lo que le cogí del cuello con una mano y lo elevé sin esfuerzo en el un aire un par de palmos, consiguiendo aterrorizarle. Por lo visto, no sabía que cualquier Guardián al portar el Traje tiene la fuerza de tres o cuatro hombres.
—Se lo repetiré despacito. He, elegido, esta, ciudad, para, presentar, batalla, al, Mal.
—Gaggg…
—Se está poniendo morado, mi señor —dijo Zuzan inquieta. Lo bajé y observé divertido como boqueaba en busca de aire. Cuando se recuperó un poco, lo volví a sujetar con fuerza de la mandíbula, también con una sola mano.
—Como ahora veo que me escucha le daré unas directrices. Primera, nadie abandonará la cuidad. Segunda, todo el mundo seguirá con sus vidas como si no estuviéramos aquí. Tercera, toda la población colaborará y ayudará en todo lo que soliciten mis Guardianes. Cuarta, los típicos desmanes terrestres como robos, drogas, etc quedan desterrados de esta ciudad, mis Guardianes ejecutarán «in situ» a cualquiera que haga el Mal y he dicho cualquiera. Quinta, usted rata miserable, procurará permanecer lo más lejos de mi persona que le sea posible, si no quiere que le encierre en un sistema de dolor, que por si no sabe lo que es, le informaré que se trata de una «máquina» que desintegra, poco a poco, buscando producir el máximo dolor posible. El récord de dolor soportado está en seis meses —dije, sonriendo fieramente. Le temblaban tanto las rodillas que cuando le solté, se cayó de culo. Con desagrado le hice un gesto para que se levantara. Cosa que hizo con esfuerzo e increíblemente habló, eso sí, sin mirarme a los ojos.
—De… deberé informar a… mis superiores.
—¡Haga lo que le de la gana! Pero dígales que si se les ocurre interferir, me largo con mis tropas y defienden el planeta ellos solitos. ¿Ha quedado claro?
—Si… si —dijo, marchándose a toda velocidad.
—Muy diplomático —dijo irónica Zuzan—. ¿Puedo saber por qué has sido tan duro y desagradable con él?
—Me incomoda. No es que esté del lado del Mal pero está a punto de cruzar la línea. Es el tipo de hombre que, por mantenerse en el poder, haría casi cualquier cosa. Trata de mantenerlo lejos y vigilado.
VACIO DE HARIN.
NAVE CAMINOS.
OB DEL CAPITÁN BRIET.
Llevábamos muchos períodos sin conseguir nada. Los hombres estaban intranquilos y ansiosos. Todos revisábamos los datos que nos iban llegando de los sondeos. Sin aviso y sin necesidad de revisión, al décimo sexto período de rastreo, la IA detectó una anomalía. Era lo que habíamos estado esperando.
Sin pensarlo dos veces, nos dirigimos directamente hacia la anomalía, deteniéndonos lo suficientemente lejos como para no ser atacados por los sistemas automáticos de defensa. Desde nuestra posición, sólo podíamos observar una gigantesca mancha negra. Las pantallas de ocultación seguían activas.
—Bien. Ya estamos. El mando es ahora suyo —le dije al Jefe de Ingenieros Nator.
—Me temo que no.
—No le entiendo. Ya hemos llegado, ahora le toca a usted conseguir que el sistema de defensa no nos ataque.
—Verá, tengo que confesarle dos cosas. La primera es que el Príncipe me informó que usted estaba al mando… en toda la misión. Lo de que yo le relevaría era una estratagema para inspirarle confianza. Y segundo, no disponemos de los códigos de acceso. No tengo ni idea de cómo vamos a acercarnos. El Príncipe tampoco los conoce y espera que sea usted quien averigüe cómo hacerlo. No los tenemos, ya que ese contingente no pertenecía todavía a la corporación Warfried y por tanto sus IA no siguen nuestros protocolos.
—¡Fantástico! Y ahora…¿Qué hacemos? —pregunté abrumado.
—Como diría nuestro señor, usted es el Capitán —dijo el Jefe de Ingenieros tratando de sonar cínico, consiguiendo que Minos y Alryok, sonrieran.
BASE SECRETA.
OB CAPITÁN ANYEL.
Shopbi me acompañó alegre y jovial. Parecía que no notara que había pasado tanto tiempo…¿solo? Decidí no decir nada, pero anotarlo para comentárselo al Príncipe. Aunque no fuera humano, sino artificial y de origen desconocido, cosa que siempre nos había preocupado, no era normal esa actitud despreocupada.
En quince minutos había deshibernado a Taban. Cada uno permanecimos a un lado de la cámara. Cuando abrió los ojos miró en dirección a Shopbi y le sonrió.
—¿Ya han vuelto a pasar diez mil años? —preguntó rutinario.
—No, Capitán Taban.
—Te he dicho mil veces que no me llames Capitán, sino Jefe.
—Lo siento, creo que…
—Déjate de sandeces protocolarias y dime. ¿Cuáles son los resultados de los últimos experimentos que te dejamos preparados antes de hibernarnos? —preguntó ansioso.
—En la prueba catorce mil trescientos cuarenta y ocho obtuve un resultado positivo.
—¡Excelente!
—¿Qué es excelente? —pregunté susurrándole al oído, pegándole un pequeño susto.
Me miró desconcertado un segundo y en el acto me reconoció. De un salto salió de la cámara dándome un caluroso y prolongado abrazo.
—¡Vivo! ¡Estás vivo! ¿Qué es lo que ocurrió? ¿Por qué no hemos tenido noticias vuestras? ¿Es cierto que el Príncipe murió en Pangea? —preguntó angustiado.
—Sí, pero…
—¡Por todos los bluts de la Galaxia! ¡Se lo haremos pagar muy caro!
—Para, para. Sí y no.
—¿Cómo que sí y no? —preguntó sin entender nada.
—Que en teoría sí murió, pero… ha vuelto.
—¿Vuelto? ¿De dónde? ¿De el otro lado de la frontera? —preguntó pasmado.
—Así parece, aunque él no está convencido. Tenemos algunas teorías pero… vamos, que te necesitaremos para… refutarlas o lo que sea en Lain.
—¿Sigue activa?
—Fue un diseño genial Taban, digno de ti. Aún funciona.
Mientras hablábamos Shopbi había empezado a deshibernar a Thorfhun, el siguiente sería el Capitán Lóntor, encargado de la seguridad.
—Tengo que hablar con el Príncipe, vamos a trasmisiones —dijo Taban ansioso.
—El Príncipe ha ordenado absoluto silencio en las comunicaciones. No quiere que el Mal descubra que está vivo, todavía no.
—Tengo que comprobarlo personalmente, pero si Shopbi ha hecho bien las pruebas y los cálculos, hemos encontrado la forma de acabar con los Insaciables.
—Si exceptuamos las noticias de que seguís vivos, no podemos llevarle otra mejor. Ehhh, un momento, eso significa que hay Insaciables vivos aquí…
—¡Claro! ¿Cómo íbamos a hacer las pruebas?
—¿Cómo llegaron hasta aquí? —pregunté alarmado.
—Los trajo Lara.
—No puede ser. Tenía Insaciables es su bodega cuando la encontró el Príncipe.
—Le pedí que fuera a por más pero de otro sistema. Quería comprobar si eran todos iguales. El Mal podría haber introducido modificaciones. Aunque sinceramente no se me ocurre cómo o de qué tipo.
VACIO DE HARIN.
NAVE CAMINOS.
OB DEL CAPITÁN BRIET.
Todos estaban pendientes de mis palabras.
—Minos, lleva la nave al límite de su sistema de defensa. Y cuando he dicho límite quiero decir límite absoluto.
—Capitán, si me equivoco o no calculo bien…
—Nos freirán. Te he dado una orden —dije imperativo.
—Sí, Capitán.
El avance fue lento y preciso. Todos permanecíamos en silencio. Minos, una vez más, demostró ser un gran piloto, deteniéndose justo cuando el sistema de defensa se activaba. Unos metros más y nos habría atacado.
—Alryok, quiero que emitas un mensaje al contingente y quiero que se me vea.
—Sí, Capitán. Cuando quiera.
—«Soy el Capitán Briet, bajo el mando directo del Príncipe Prance de Ser y Cel, en misión de rescate. No podemos acercarnos más, su sistema de defensa no nos lo permite. Solicitamos su desconexión para iniciar la aproximación».
—Registrado y enviado en bucle infinito.
Pasamos más de dos horas a la espera de una respuesta.
—Parece que no funciona, Capitán —dijo el Jefe de Ingenieros.
—Lo esperaba. Alryok, desactiva todos los escudos.
—¿Capitán?
—Hágalo.
—Sí, Capitán. Hecho.
—Minos, avance una medida estándar y vuelva a detenerse.
—¡Ejem! Sí, Capitán.
El silencio era absoluto. El desplazamiento sin escudos nos provocó una enorme sensación de indefensión. Nos detuvimos y sin previo aviso se oyó un brutal «clounk» que desplazó la nave siendo rápidamente estabilizada por Minos. Varias luces de alarma se encendieron en distintos paneles.
—¡Daños, en las cubiertas c y d! ¡Avería de los sistemas tricuársicos! ¡Impulsores del sector g inoperativos! —gritó Alryok.
—¡No conectes los escudos! —le ordené.
—¡Nos atacan! ¡Vámonos! —gritó uno de los ingenieros.
—¡CALLAOS! ¡Minos, ni se te ocurra! ¡No nos vamos! ¡Y no nos atacan! Ha sido un pequeño asteroide —dijo seco—. ¡No quiero oír ni un ruido! ¡Alryok!
—¿Sí, Capitán?
—Cambia el mensaje.
—¡Listo!
—Soy el Capitán Briet, IA al mando; ¿qué más pruebas quieres? Si perteneciéramos al Mal ya habría aquí una flota de combate y no podrías hacerles frente. ¡Solicito permiso de aproximación!
Tras unos segundos de tensa espera recibimos repuesta. La pantalla se activó y un Guardián de piel escamosa, verde y de ojos penetrantes me miró fijamente. Mientras, Alryok me informó que una pequeña nave de asalto se aproximaba.
—Prepárense, vamos a abordarlos —dijo escueto, cortando la comunicación.
—¿Les va a dejar entrar? ¿Y si son Guardianes del Mal? —preguntó uno de los ingenieros.
—Si son Guardianes del Mal, hemos fracasado, el contingente está en sus manos y el Príncipe no tendrá los refuerzos que necesita. Moriremos luchando —dije con orgullo.
SEDE DE LAS NACIONES UNIDAS.
OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.
Volvía a haber representantes de todos los países y volvían a hablar y protestar todos a la vez. Crucé los brazos sobre el pecho a la espera de que se callaran. Cuando vieron mi actitud, poco a poco se hizo el silencio.
—Para ser dirigentes de su raza, son bastante indisciplinados, groseros, impertinentes y maleducados. ¿Acaso este estúpido alboroto ha servido de algo? ¿No, verdad? Hablen por turnos y sin interrumpirse u olvidaré que no estoy entre gente de mi raza y actuaré en consecuencia —dije con un tinte amenazante que provocó un escalofrío a más de uno.
—¡Nos ha mentido! ¡No nos dijo que iba a convertir el planeta en un campo de batalla! —dijo el representante Etíope.
—Creí que yo estaba al mando en la defensa de Pangea. Las decisiones que tomo deben acatarlas sin discutir —contesté indiferente.
—¡Pero va a permitir que los Guardianes del Mal desembarquen en la Tierra! —exclamó angustiado el Presidente Argentino.
—¿Qué pensaban, que iba a hacerles frente en Lain Sen? ¿Con qué? ¿Cómo?
—Eso es. ¿Cómo va a defender a todos los países a la vez con tan pocos Guardianes? —preguntó el dirigente Chino.
—Veo que no lo entienden. Sólo voy a combatir en San Sebastián, sólo en ese punto del planeta. El Mal no atacará nada más a no ser que ustedes les ataquen o… que me derroten.
—Es… una, trampa… —dijo el Presidente Mejicano.
—¡Por fin alguien se da cuenta! —exclamé cansado.
VACÍO DE HARIN.
NAVE CAMINOS.
OB DEL CAPITÁN BRIET.
Percibimos un suave ruido cuando se acoplaron y cómo las IA de las compuertas comprobaban que todo era correcto y no había fugas de aire. Una vez chequeado el acople se abrieron a la vez. Mis compañeros habían desenfundado sus fusiles y apuntaban al pasillo en el que desembocaba la sala de embarque. Entraron como una tromba, desplegándose y apuntándonos con sus fusiles láser de asalto. Eran bastante más altos que nosotros y también su musculatura era ostensiblemente superior. Su verde y escamosa piel y su fiera mirada les daban un aspecto aún más peligroso. Sus narices y bocas eran iguales a las nuestras, sólo sus orejas eran distintas, demasiado pequeñas y pegadas. Sin miedo y con aplomo, me alejé de la protección de mis amigos y me acerqué al que parecía que dirigía el grupo, que por lo menos duplicaba al nuestro.
—¿Está usted al mando? —pregunté desafiante.
—Soy el Jefe de Escuadrón Ragtor. El Capitán Rerg es el que está al mando —dijo perdiendo parte de su aplomo al verme tan seguro de mí mismo, aunque, en realidad estaba aterrado y haciendo grandes esfuerzos para que no me temblaran las rodillas.
—Y yo el Capitán Briet. Lléveme ante él.
—Debo…
—¡Déjese de «debos»! El Príncipe necesita su ayuda… ¡Ya! ¡Así que muévase! —ordené sin opción a réplica. Mis Guardianes y los suyos quedaron tan impresionados que lentamente dejaron de apuntarse.
Le seguí a través de las compuertas y me llevó a la sala de mando de su lanzadera. Contenía a otro pequeño grupo de apoyo de doce Guardianes más. Aunque con la penumbra reinante era difícil saberlo. Esa escasez lumínica se debía, sin duda alguna, a que estaban ahorrando energía. El Capitán Rerg era un hombre imponente, casi me sacaba una cabeza y sus hombros parecían no terminar nunca. Me miró duro, desafiante y desconfiado. Se notaba que soportaba el peso de una gran responsabilidad.
—¿Cómo sé que todo esto no es un truco? —preguntó con una voz, ruda poderosa y severa. Era un hombre al que más valía no desafiar ni mentir, a no ser que quisieras que te partiera en dos con sus propias manos.
—¿Un truco? ¿Con qué objetivo? Llevan aislados más de tres mil millones de años Pangeanos. Usted y yo sabemos que sus medios de defensa están en las últimas. Si perteneciéramos al Mal, ya habría un millar de cruceros de combate. ¿Cuánto aguantarían? ¿Quince minutos?
—Contra cruceros de combate, cinco minutos con suerte. ¿Cómo sabían que debían esperar a que el sistema automático de defensa nos deshibernara? Lo instalamos cuando recibimos la orden de la Gran Dama de detenernos aquí e hibernarnos de forma indefinida.
—No lo sabíamos.
—Necesito una prueba más contundente que su palabra. Si viene de parte del Príncipe debe saber a quién puso al mando de este contingente de naves.
—Sí, la Capitana Zuzan, a petición del Príncipe, me informó y, sinceramente, espero que siga con vida. Vamos a necesitar al Capitán Elizaid. El capitán Rerg amagó una sonrisa e hizo un gesto afirmativo con la cabeza. El Guardián de transmisiones llamó al contingente.
—Para cuando les llevemos ante él ya lo habrán deshibernado —dijo.
—Estoy deseando conocerle.
PANGEA.
SAN SEBASTIÁN. ESPAÑA.
PLAYA DE LA CONCHA.
OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.
Las tropas desmontaban sistemas de escudos interiores de Lain y los instalaban en los edificios que formaban la primera fila, en la cara que daba al mar. De esa forma evitaríamos que los disparos efectuados por los guardianes del Mal alcanzaran la ciudad. Mis Guardianes trabajaban a destajo tanto en Lain como en la ciudad, montando, calibrando los escudos y acoplando generadores de energía pura. Los terrestres me habían ofrecido suministrarnos energía eléctrica para los escudos. La verdad es que toda la energía de sus generadores nucleares no era más que una gota en el mar comparada con nuestros acumuladores. Cuantos más escudos colocaban, más difícil era el acople entre ellos. La malla de generadores se desestabilizaba constantemente. Estaba con un par de ingenieros que instalaban un escudo en uno de los ángulos de la terraza de un edificio que daba al centro, frente a la isla de Santa Clara. La cosa se complicaba cada vez más. Para que los escudos fueran muy resistentes habíamos reducido su tamaño, lo que nos obligaba colocar muchos por edificio, por lo que unos a otros se influían al tocarse, desequilibrándose sistemáticamente. En las grandes naves también ocurría pero las IA los calibraban y modificaban su intensidad para que eso no ocurriera, pero por desgracia no tenían tiempo de instalar IA. Otro problema consistía en que había que anclarlos a la estructura principal del edificio, ya que si por un casual no eran láseres sino algo físico lo que los golpeara, podrían desplazarse con la consiguiente catástrofe.
—¡Mi Príncipe! —oí que gritaba Zuzan, que estaba ayudando en el edificio colindante, olvidándose que podía usar el OB. Debía ser algo muy importante—. ¡Una transmisión de Lain! —volvió a gritar.
—¡Pásamela! —le ordené activando el casco.
Ante mis ojos apareció el Guardián asignado a transmisiones.
—La nave Lara acaba de entrar en el Sistema Solar. Siguiendo sus instrucciones, les he dirigido hacia vos, mi señor.
—¡Gracias! —exclamé entusiasmado.
Bajé del edificio lo más rápido que pude junto a mi escolta y nos dirigimos a la playa de la Concha, que empezaba a ser más amplia, porque mis Guardianes ya habían comenzado a bloquear el acceso del mar a la bahía, uniendo el extremo izquierdo llamado Peine de los Vientos con la isla de Santa Clara, usando para ello grandes bloques de piedra y un material terrestre llamado hormigón. El trabajo era lento ya que el mar luchaba por recuperar el terreno perdido.
En menos de un minuto apareció Lara en el cielo. Mi corazón dio un pequeño vuelco al verla. Aterrizó suave, silenciosa y con absoluta precisión en la orilla, a tan sólo diez metros de nosotros. En contra de mi impulso, permanecí quieto, esperando junto a mi escolta. La compuerta principal se abrió fusionándose con la nave y en medio, sonriendo de oreja a oreja apareció Anyel que bajó haciéndose a un lado. De la negrura surgieron, ¡Taban, Thorfhun y el Capitán Lóntor! No pude reprimirme más y corrí hacia ellos a abrazarlos.
—Ja, ja, ja. Mis científicos locos —dije mirándoles a los tres.
—¡Mi Príncipe el indestructible! —bromeó Taban.
—Esto es increíble —dijo Thorfhun.
—Nunca creí que me alegraría tanto de ver a alguien —dijo el Capitán Lóntor con los ojos empañados por las lágrimas.
—¡Vivos! ¡También vivos! —exclamé entusiasmado.
—Por lo que me ha contado Anyel, esto ha sido una casualidad entre un millón… como que estéis vivo —dijo serenándose, Tában.
—De eso hablaremos largo y tendido…
—También le traigo excelentes noticias. Hemos descubierto cómo acabar con los Insaciables —añadió, consiguiendo que me diera un vuelco el corazón por segunda vez.
—¡Excelente! Ahora sí que estoy listo para volver a la lucha. Por cierto, ¿y Shopbi?
—Se ha quedado en la base para su mantenimiento y vigilar a los Insaciables almacenados. El resto de mis Guardianes está dentro, deseando unirse a la lucha.
—De acuerdo. Veo que tenemos muchas cosas de qué hablar.
—Espero que la primera sea cómo es posible que estéis vivo. Anyel nos ha mostrado las imágenes de… vuestra muerte. Son casi idénticas a las que emitió el Mal por todos los sistemas.
—Eso ahora no es importante, lo que me preocupa es la defensa del planeta, en especial los escudos de protección y la planificación de la trampa para Tógar. Taban, necesito de tu genio para calibrar los escudos…
—Me pondré manos a la obra de inmediato.