SISTEMA SIDÓMEL.
CINTURÓN DE ASTEROIDES DEL SISTEMA.
NAVE MINERA SÍNJER.
Tripulación: Tart, Capitán, Briet, Segundo e Ingeniero. Minos, Piloto, Alcoryn, Comunicaciones (hermano de Alryok), Alryok, Prospector minero, Kork, Fialto y Turín, Perforadores y Mineros. El Capitán Tart miraba fijamente al inmenso cinturón de asteroides. Sus siete hombres estaban en la pequeña cabina de mando. Aunque no había apartado la vista de la pantalla que lo mostraba, notaba sus miradas en la nuca. Estaban nerviosos y preocupados.
—Os escucho —dijo.
—Capitán… hemos… estado hablando —dudó Briet que además de ser el ingeniero de la nave era el segundo de abordo.
—No tenemos opción —respondió.
—Sí, pero el Mal… —empezó a decir Turín, la única mujer del equipo, claro que era tan grande y tan fuerte que con un traje de extracción no se le podría distinguir de ningún hombre y desde luego aventajaba en experiencia a la mayoría de extractores de ese sector.
—Ya vale —dijo dándose la vuelta enfrentándose a sus hombres—. Estas son las dos opciones que tenemos, vosotros decidiréis. Situémonos. Llevamos un año viajando de un lado para otro en esta chatarra cedida por la Asociación de Mineros. Durmiendo por turnos, hacinados y respirando una y otra vez este horrible aire reciclado. No nos quedan casi provisiones, para tres meses como máximo. Objetivo, volver con la bodega llena de minerales. Estado actual, noventa y nueve por ciento vacía. La Asociación nos exige el ochenta y cinco como mínimo. ¿Me equivoco en algo?
—No, señor —respondieron al unísono.
—Si volvemos ahora con la bodega en ese estado, la Asociación de Mineros nos entregará al Sistema de Control Minero del Mal, tras acusarnos formalmente de haber vendido de contrabando la carga a un sistema o flota ilegal y eso ya sabéis qué significaría, ¿verdad?
—Sí, con suerte, la muerte. Sin ella, vendidos como esclavos extractores en algún planeta helado —dijo Briet.
—Tal vez, si les explicamos lo que nos ocurrió, que teníamos toda la carga almacenada en un asteroide a la espera de recogerla pero que otro chocó en ese avispero de rocas y se produjo un efecto carambola, vamos, una reacción en cadena que convirtió ese cinturón de asteroides en una trampa mortal… ¡Si conseguimos salir vivos de milagro! —espetó Kork.
—Eso a ellos les importará menos que las tripas malolientes de un poto y todos lo sabéis. Vosotros en su situación harías lo mismo. El SCMM ejecutó a uno de cada cinco de la Asociación, una vez que intentaron ocultar la pérdida de una carga. Diez mil cabezas adornaron la entrada del SCMM hasta que se pudrieron y se cayeron a cachitos. No se la jugarán de nuevo… por nadie —aventuró tajante.
Todos murmuraron afirmativamente a su pesar pero pronto callaron y le miraron expectantes.
—Este es el único sitio en el que podemos obtener el mineral lo suficientemente rápido, a tiempo para cumplir el plazo y antes de que se nos acaben las provisiones. Además os recuerdo que no nos queda crédito para comprar más. Buscar otro lugar donde no encontremos competencia o no haya sido explorado nos llevaría demasiado tiempo y si por algún milagro lo consiguiéramos, el tiempo extra en el espacio haría que se nos echara encima la Asociación, ya que pensarían que estábamos negociando por nuestra cuenta.
—Pero el sistema Sidómel está prohibido por el Mal —dijo Alcoryn—. De hecho, recibí un advertencia del SCMM cuando tracé la ruta que nos hacía pasar cerca de él y tuve que variarla siguiendo sus órdenes —concluyó.
—Capitán, le recuerdo que Sidómel será probablemente el sistema más temido de la Galaxia ya que todos sus planetas están infectados de Insaciables. Cualquiera que nos vea informará al Mal en el acto. Además, casi no me quedan repuestos y si por un casual tuviéramos que aterrizar para efectuar alguna reparación…
—Briet, confío en tu capacidad de improvisación…
—Ya…
—Este cinturón de asteroides es el más rico del sector y está casi virgen. En un mes, habremos llenado la bodega. El Mal ni se enterará de nuestra pequeña incursión.
28 DÍAS DE ESTANCIA EN EL CINTURÓN DE ASTEROIDES.
A la tripulación se la veía muy optimista, casi habían llenado la bodega y eso significaba que salvarían el cuello. El Capitán Tart estaba en la cabina de mando junto a Minos que vigilaba constantemente la estabilidad de la nave, que se veía influenciada por la atracción de los asteroides circundantes. Alryok entró sonriendo de oreja a oreja junto a su hermano Alcoryn.
—Bien, dejad de sonreír como idiotas y contadme cómo va —les dijo sonriente el Capitán Tart.
—Mejor, difícil. La bodega llena al noventa por ciento pero este asteroide está agotado. Hemos de buscar otro, mejor si es grande —dijo Alryok.
—¿Qué os parece ese de allí, el que tiene a su alrededor varios más pequeños? La cara que ahora es visible parece lo suficientemente lisa como para aterrizar sin problemas —dijo el Capitán Tart.
—Ese sería fantástico. Ahorraríamos energía, repuestos y tiempo en el trasporte del mineral ya que lo haríamos en el sitio —dijo Alcoryn.
—Minos, ¿qué opinas? —preguntó el Capitán Tart animado.
—Esa superficie parece muy lisa, como si hubiera sufrido un buen impacto hace mucho tiempo pero hemos de acercarnos un poco más para estar seguros y observar una rotación completa para cerciorarnos que no hay Insaciables en él.
—Hasta ahora así lo hemos hecho. No tengo ninguna intención de enfrentarme a uno de esos bichos. Avisad a todo el mundo. Cargad la maquinaria, nos vamos.
—Sí, Capitán —dijo Alryok saliendo como un rayo.
6 HORAS MÁS TARDE. ASTEROIDE X.
El Capitán Tart estaba leyendo los datos de las pantallas y controlando la descarga del material de prospección y extracción de mineral. Los escáneres habían detectado una gran concentración de minerales en el interior. La luz del intercomunicador se activó y Minos le miró de reojo. Algo ocurría y la tripulación deseaba hablar con ellos desde la superficie.
—¿Bien? ¿Qué ocurre?
—Es… este asteroide… bueno es…
—Venga Kork, déjate de rodeos. ¿Qué pasa?
—Que es distinto —intervino Fialto.
—En eso tienes razón. Los escaners indican que es sumamente rico. Habrá por lo menos para otros dos viajes. Hay que marcarlo para volver, a pesar del riesgo que eso signifique.
—No me ha entendido, he encontrado un trozo de metal, de… M7.
—¡No me jodas! ¿Me estás diciendo que alguien ya ha estado aquí o que una nave se estrelló contra él?
—No. Habría más restos. Este está fundido con la roca, fusionado como si hubiera habido un grandísimo impacto y la temperatura hubiera sido… bueno, lo suficientemente alta como para fundir la roca y el M7.
—¿Fundido? Eso es… ¿Sabes cómo debían de ser de grandes los dos asteroides para que ocurriera algo así?
—Mira, no sé qué ha ocurrido pero con Insaciables rondando por estos planetas, saldría de aquí pitando.
—Utiliza la cabeza. Ya hemos escaneado este asteroide y no hay bichos.
—¿Y si está congelado?
—Ha rotado sobre sí mismo más de seis veces y expuesto toda su superficie al sol y, por lo tanto, descongelado. Si hubiese alguno de ellos por aquí, ya estarías muertos. Así que dejad de hacer el idiota y empezad a extraer el mineral en cuanto estén listas las máquinas.
TERCER DÍA DE PROSPECCIÓN.
El Capitán miró los informes en su minúsculo aposento, que era igual que el de sus hombres. No le gustaban los privilegios y menos a costa de la tripulación. El trabajo que debía haberse realizado en un día ya requería tres. Nada más empezar a perforar, la vieja máquina se había averiado y acababan de repararla.
Enseguida Alryok comenzó a perforar ayudado por los demás. Los problemas volvieron una hora más tarde. Sus voces sonaban alarmadas.
—¿Qué ocurre ahora? ¿No se habrá vuelto a romper ese trasto? —preguntó el Capitán Tart.
—¡Eeeeeh… no! Sólo que no puede perforar el mineral.
—¡Alryok! ¿Qué me estás diciendo?
—Que hemos topado con M7.
—Pero eso es… ¡fantástico!
—¿Fantástico? Capitán… ¿Se ha vuelto loco?
—No bruto, no me he vuelto loco. Debe ser el resto de algún crucero. Todo ese M7 nos va a hacer ricos. Comprobemos cuánto hay y ya volveremos. En un par de meses seremos ricos. ¡Ricos! Agrandad el agujero. Tendremos que bajar hasta el metal y usar lásers de gran intensidad para perforar la plancha e ir troceando… lo que sea… eso de ahí —dijo empezando a pensar que igual no era tan buen asunto.
—¿Y no podría ser que encontremos algo de más valor… en su interior? —preguntó avaricioso Fialto.
—Conformémonos con el M7, lo demás sería un extra.
Tardaron tres horas en agrandar el agujero y en sacar las rocas de forma que entraran dos personas con equipo. Cuando estuvo todo preparado, el Capitán fue personalmente, en ese momento le llamó Briet.
—Bien, Briet. Ya la veo. ¿Qué es lo que tiene de raro?
—Observe la plancha, sin duda algo de gran poder golpeó la estructura y produjo un efecto «acordeón» por toda su superficie.
—Ya veo que está arrugada.
—Eso es lo raro. Debería haber reventado, eso significa que, sea lo que esto sea, tenía un escudo de gran poder protegiéndolo.
—Una de dos, o era el escudo de una nave o estamos en la zona que reventó y por eso está arrugada.
—Veo que no lo entiende, Capitán. No estamos en la zona reventada, porque no está ni reventada, ni doblada, está arrugada y no, no es una nave porque el escudo habría absorbido la mayor parte del impacto y hubiera sido desplazada. Así que volvamos al punto en el que debería haber reventado en el lugar donde el escudo hubiera fallado o no hubiera soportado el… ataque. Para que una plancha de M7 de este grosor se arrugara debía tener un escudo de anclaje, o sea de media cúpula, ya que esto estaba en el interior del asteroide. El escudo soportó el impacto pero se «incrustó» en la roca aplastando la… pequeña base.
—¿Base? ¿Sabes lo que estás diciendo?
—Que esto debe pertenecer al Mal —afirmó disgustado.
—Eso me da igual. Por el tiempo que lleva abandonada debe importarles menos que la vida de un esclavo, así que seguiremos y la desmontaremos.
—No sabemos lo que podemos encontrarnos dentro. ¿Y si hay Insaciables?
—Iremos armados. Ahora, cortad la plancha.
Les costó un día que las perforadoras láser cortaran el M7, si bien, para su alegría era de la máxima calidad y de un palmo de grosor. Se lo iban a quitar de las manos en el mercado negro.
Tras la primera perforación, comprobaron que no había aire dentro al no producirse fuga alguna de gases. Entraron todos menos Minos, que se quedó en la nave controlando el avance y una hipotética «visita» no deseada. Briet y el Capitán iban a la cabeza seguidos por Alryok, Alcoryn, Kork, Fialto y Turín, que protegía la retaguardia.
Para su sorpresa, aún conservaba algo de energía, ya que el sistema automático de emergencia de luz se activó al captar su presencia. Casi todos los controles parecían averiados o apagados.
El suelo estaba sembrado de aparatos y componentes que habían saltado desde las paredes cuando se arrugaron. Aún así, en el mercado negro todos esos componentes valdrían una fortuna. A simple vista, Briet ya había visto que el sistema de reciclaje atmosférico, con un par de pequeñas reparaciones, les proporcionaría tanto dinero como la paga de todos de un año.
Se dieron cuenta enseguida de que era demasiado grande para ser… bueno, una simple base de vigilancia. Pronto llegaron a la sala de control. No habían encontrado ningún cadáver por lo que supusieron que les dio tiempo a escapar. La sala estaba plenamente equipada.
—Esto… es el paraíso. ¡Mirad todas esas máquinas! —dijo exaltado Fialto.
—No toquéis nada —advirtió Alcoryn.
—¿Qué ocurre? —preguntó el Capitán.
—Este lugar, estos aparatos. Yo no los he visto nunca. Aunque sí que he oído hablar de ellos.
—Sí, yo también —dijo pensativo Briet.
—Venga ya, pareja de idiotas, no vais a conseguir asustarnos —fanfarroneó Turín.
—Esta es tecnología a un nivel de los grandes cruceros del Mal —sentenció Briet.
—¡Imposible! Está claro que esto no son los restos de un crucero —dijo Kork.
—Estoy de acuerdo —dijo el Capitán—. ¿Pero qué es? El Mal no construye una base así, «de quita y pon», de este nivel y al irse no se lleva toda la tecnología —continuó.
—Intentemos hacer funcionar a la IA que regía este lugar —dijo Alryok pensativo.
—¿Y si da un aviso de alerta al Mal en cuanto la activemos? —preguntó Turín.
—No es demasiado arriesgado. Nuestra coartada será que entramos sin saber qué era y por si había que rescatar, si fuera necesario, a los Guardianes del Mal que estuvieran dentro —ironizó Fialto.
—Y según quien nos toque, sólo pasaremos el resto de nuestras vidas en algún planeta minero, extrayendo metales a mano simplemente por estar en este sistema —dijo aterrado Kork.
—Tranquilo, eso no ocurrirá. Aislaré la IA cortando todos sus enlaces —dijo Briet.
—Hazlo —le ordenó el Capitán Tart, tras sopesar la idea.
Una hora le costó aislarla, aun contando con Alcoryn, que le ayudó todo lo que pudo. A pesar de que les rogó varias veces que volvieran a la nave, sus compañeros les miraban expectantes a través de sus cascos. Les juró que les avisaría cuando estuviera listo. Fue inútil. Cuando terminó, a un gesto del Capitán la activó.
—Hola. ¿Puedes oírme? —le preguntó el Capitán.
—Sí, puedo oírle pero no le veo. ¿Quién es usted? —preguntó directa.
—Soy el Capitán Tart, al mando de la nave minera Sínjer. ¿Qué es este lugar?
—Esos datos que me ha proporcionado no me dicen nada. ¿De qué lado están?
—¿Lado? ¿A qué te refieres? ¿Eres una IA del Mal, verdad?
—No —respondió escueta y dura.
—Nosotros no estamos del lado del Mal. Somos mineros y reconozco que no nos caen demasiado bien. ¿Perteneces a una corporación de rastreo? —le preguntó extrañado ante el brusco tono de la IA
—No. Quiero verles.
—Tus sistemas de percepción visual están averiados, esos reconozco que no los hemos, ¡ejem!, cortado. Pero aunque los repare, no te van a servir para comprobar si te decimos la verdad —dijo Briet—. Has de comprender que si perteneces al Mal y nos identificas o les envías un mensaje estaríamos perdidos —continuó.
—Entiendo. Capitán, ¿es usted un hombre?
—Sí, claro que soy un hombre. ¿Por qué me lo preguntas?
—Entonces no es un poto.
—¿Pero qué clase de pregunta es esa? —dijo enfadándose.
—Respóndame por favor.
—No, obviamente no soy un poto.
—Confirmado, me ha dicho la verdad. Son mineros. No podrán engañarme, sus voces les delatarán.
—Muy lista, yo…
—Vuelvan a identificarse, más ampliamente, por favor.
—¿No debería ser yo quién haga las preguntas? —preguntó digno el Capitán.
—No. Responda a mi pregunta… ahora —dijo amenazante sorprendiendo a todos. Una amenaza significaba que era una IA sin limitaciones, con capacidad de decisión. El Mal no permitía IA de ese tipo. Ellos querían el control de todo.
—Mi nombre es Briet, ingeniero de la nave —dijo por sorpresa sin consultárselo al Capitán.
—El que me ha aislado.
—Así es. El Capitán le hizo un gesto de reprobación y tomó la palabra.
—Empezaré de nuevo. Soy el Capitán Tart, al mando de la nave minera Sínjer. Estoy aquí con mi tripulación casi al completo. Sólo se ha quedado mi piloto Minos, que sigue desde la nave lo acontecido a través de los sistemas de comunicación de nuestros trajes. Si hubiera un bando que elegir puedo asegurarte que no sería el del Mal. Trabajamos bajo las órdenes de la Asociación de Mineros, que están supeditados, obviamente, a los caprichos del Mal.
—No conozco esa Asociación…
—¿Qué no conoces la Asociación? Eso es imposible. Todos los sistemas la conocen, están obligados para la compra y venta de metales.
—Yo, no. No tengo datos de que exista algo así.
—Bueno, dejemos eso para más adelante. ¿Qué es este lugar? ¿Puede ser peligroso para mis hombres?
—¿Le importan sus hombres? —preguntó irónica.
—¡Claro que me importan! ¿Pero qué potos… —preguntó indignado.
—Noto que sus niveles de adrenalina se han disparado mi pregunta. ¿Está usted del lado del Bien?
—¿Del Bien? Pe… —empezó a decir, interrumpiéndose cuando Alcoryn le agarró con fuerza del brazo, en parte para que se callara, en parte para sujetarse. Se había puesto blanco y temblaba. Todos le miraron preocupados.
—Eres… eres una IA que no… vamos que nunca ha trabajado para el Mal, ¿verdad? —preguntó con voz temblorosa.
—Sí.
—Y esto es una base del…
—Bien —dijo consiguiendo que todos pegaran un brinco.
—¿¿¿El Bien??? ¡No es posible, eso son leyendas! —dijo aterrada Turín. Nadie la había visto así nunca.
—¿Leyendas? ¿Qué ha querido decir la voz de mujer? ¿No hay Guardianes del Bien en este sector?
—No, claro que no. ¡No existe el Bien, en ningún sector! —gritó Fialto sin poder contenerse.
—¡Salgamos de aquí! ¡Si el Mal se entera…! —espetó angustiado Kork.
—Nadie se va a ir de aquí —ordenó el Capitán, mirándoles a los ojos a través de su casco. Su rostro, habitualmente serio, brillaba y sus ojos, mostraban algo que nunca habían visto sus hombres con esa intensidad… esperanza.
—¿Cuántos hombres componen su tripulación? —preguntó desconfiada.
—Conmigo, ocho. Ahora respóndeme, ¿cuánto tiempo llevas aquí?
—No dispongo de datos exactos.
—Me vale con una cifra aproximada.
—Tres mil millones de años.
—¿Tres… Bien, escucha, ese debe ser el tiempo que los Guardianes del Bien desaparecieron. Ahora se les considera una mera leyenda. El Mal domina casi al completo la galaxia, algo más del ochenta por ciento.
—¿Incluido este sistema?
—Eeeeeh, este se domina solo, ya que hay Insaciables. Pero vayamos a lo importante. ¿Sabes qué les ocurrió a los Guardianes del Bien?
—¿A cuáles?
—No te entiendo. ¿Cómo que a cuales?
—A los demás no, a los de aquí, sí.
—¿Qué les ocurrió? —preguntó con un vago atisbo de esperanza.
—Según mis últimos datos, nada. Se hibernaron cuando se percibieron del ataque.
—¿Quieres decir que podrían estar aquí? ¿Vivos? —preguntó incrédula Turín.
—Cállate, Turín —le ordenó tajante el Capitán Tart.
—¿Dónde están? —continuó.
—No tengo conexión desde el ataque con sus niveles de vida pero se ubicaban en el sector c-dos. Una planta más abajo.
—¿Una más abajo? No hemos visto ningún acceso —dijo el Capitán.
—El impacto con los asteroides circundantes debieron de destruir esa zona.
—¡Los sacaremos de ahí! —exclamó Alcoryn enaltecido.
—¡Traed las perforadoras láser! —les ordenó al resto. Alcoryn se quedó con él en la sala, viendo cómo salían presurosos.
—¿Dónde deberíamos cortar? —le preguntó el Capitán.
—Este sería un buen lugar.
Dos días les llevó perforar la planta que tampoco fugó gases. Cuando hicieron el corte lo suficientemente grande para que entrara un hombre, la plancha empezó a caer lentamente al fondo. Todos miraron a su Capitán.
—Sí, yo bajaré el primero, tened las armas preparadas. Nunca se sabe…
—Yo le cubriré la espalda, seré el segundo en bajar —dijo Kork para sorpresa de todos, aunque se le notara que tenía mucho miedo. El descenso fue sencillo, dada la escasa gravedad del asteroide. Esa planta estaba en bastante peor condición que la de arriba. Fuera lo que fuera lo que había impactado contra la base, lo había hecho desde ese lado. Las ondulaciones del suelo llegaban hasta la rodilla y por varios sitios asomaba la roca. Todas las máquinas parecían reventadas y no había luz, así que tuvieron que traer sistemas lumínicos independientes de la Sínjer.
—Capitán, ahí parece que pone algo —dijo iluminando una plancha.
—Sí, espera, parece que pone Pel… Péljam. ¿Te dice algo?
—No lo he oído en mi vida.
Parecía que hubiera pasado un huracán de máxima fuerza por allí. Todo estaba roto y revuelto. Tras deambular un rato, las vimos. Estaban volcadas, abolladas y un par de ellas parecía que las hubiera estrujado un gigante. Dos, a simple vista estaban reventadas y no había ningún cuerpo dentro, la tercera estaba rajada de arriba abajo y también estaba vacía y como las otras dos contenía un extraño cristal, de color verde, con siete caras largas y dos cortas con forma de heptágono. Guardaron los cristales y con no poco esfuerzo, desescombraron la cuarta y le dieron la vuelta. Vieron que su panel a pesar de estar destrozado tenía energía porque estaba parcialmente iluminado. Su interior contenía un Guardián con el casco activado y que, para ellos, aunque no se diferenciaba de uno de los del Mal, fue como ver a un Dios.
—No puedo creerlo, tenemos un Guardián del Bien… ¡VIVO! —exclamó el Capitán. Llamaron a Briet y Alcoryn para que repararan el panel de deshibernación. Estuvieron estudiándolo durante mucho rato, para desesperación del resto.
—¿Cuándo creéis que podremos sacarlo de ahí? —preguntó Kork ansioso.
—Sinceramente, sin matarlo no creo que podamos. El sistema está hecho polvo. Y nunca habíamos visto uno así. Sólo se me ocurre deshibernarlo manualmente y que yo sepa eso no se ha logrado nunca con éxito —les informó Briet.
—Yo conozco a alguien que podría —dijo Minos a través del intercomunicador, pegándoles un susto de muerte.
—¡La próxima vez antes de hablar pégate un par de carraspeos! ¡A pocas me provocas un infarto! —le gritó Kork.
—Vale, Kork, a mí también me ha asustado —dijo el Capitán.
—¿Le conoces? ¿Podrías traerle? —le preguntó a Minos.
—Sí y no. No saldrá de su residencia. Desde que el Mal arrasó su planeta natal y ningún sistema de alrededor acudió en su ayuda, odia a la especie humana. Dice que nos merecemos lo que nos hace el Mal. No vendrá bajo ningún concepto. Habrá que ir.
—¿Y tú cómo es que le conoces si no sale de su residencia? —le preguntó Turín suspicaz.
—Antes de conoceros viajé en un trasporte de colonos y sufrimos una avería. Nos estrellamos en un pequeño planeta llamado Olanta, un planeta de clase uno, vamos, virgen y sin población humana o animal, pero sí vegetal. Sobrevivimos al impacto cincuenta y ocho, entre colonos y tripulantes, y lo hicimos a ciento cincuenta kilómetros del radiofaro más próximo.
—Un paseo en un planeta sin animales —dijo Fialto.
—Eso en Olanta es como si estuviera al otro lado del universo conocido. Resumiendo, fui el único superviviente y gracias a que él me rescató. Espero que aún siga vivo.
—¿Está muy lejos ese planeta? —preguntó Turín.
—Lo bastante como para que nuestro retraso sea lo suficientemente importante y la Asociación decida dar parte al Mal.
—Escuchadme todos. Vamos a dejar todo como está y taponaremos de nuevo la entrada. Nadie debe saber que hemos estado aquí —dijo el Capitán.
—¡No voy a dejarle a él aquí! —amenazó Alcoryn enfrentándose al Capitán, con el respaldo de su hermano.
—No seáis grubis[7], no es esa mi intención. Regresaremos a la Asociación, entregaremos la carga, cogeremos otra nave y partiremos de nuevo pero en vez de buscar minerales, volveremos aquí, cogeremos al Guardián y lo llevaremos a Olanta. ¿Estáis todos de acuerdo?
Lo estuvieron a pesar de saber que desde ese momento, iban a estar jugándose la vida con el Mal.
EXTERIOR DEL SISTEMA SIDÓMEL.
NAVE MINERA CAMINOS.
El Capitán Tart miraba con disgusto la cabina de mando. Esa nave era aún peor que la Sínjer, y eso que era una auténtica chatarra. El llegar hasta Sidómel les había costado el doble de tiempo y un tercio de los reciclados y viejos repuestos.
—¡Capitán! ¡Un micro crucero del Mal, y nos ha localizado! —exclamó Alcoryn.
—¡Mierda! Todos a sus puestos. Afortunadamente estamos detenidos.
—¡Sus sistemas de armamento nos apuntan! —avisó alarmado Minos.
—Tranquilos. Esperemos…
—Transmisión del micro crucero —dijo Minos.
—Pásala a la pantalla principal —le ordenó sereno el Capitán Tart. Apareció llenando la pantalla un Guardián de Mal, que debía ser su Capitán por el símbolo de su frente. Su serio y despectivo rostro le observó con una frialdad que paralizaba.
—¿Qué potos hacen aquí? —preguntó entre dientes claramente disgustado.
—Hemos sufrido una avería y estamos reparándola, nos estábamos planteando aterrizar en uno de esos planetas para realizarla con más comodidad.
—¡Estúpido! ¿No sabe qué sistema es este? —preguntó extrañado.
—Nuestro sistema de información de navegación también está averiado. No tenemos datos sobre los sistemas.
—Deberían ordenar que les vaporizaran por ser tan incompetentes y poner en peligro una nave y su carga. Este sistema es Sidómel y está infestado de Insaciables.
—¡Oh! Sí que soy estúpido, casi pierdo la nave en mi tercer viaje como Capitán. Efectuaremos las reparaciones lo más rápido posible y saldremos de aquí pitando —dijo sumiso y servil.
—Hará algo más maldito novato. A cambio de sus vidas, entregará toda su carga en el SCMM.
—Se lo agradecemos, nuestras vidas son un gesto más que generoso, Capitán…
—Flai, y a su llegada informará al SCMM que fueron interceptados por el micro crucero Calántor.
—Así lo haremos. Iremos directos al SCMM.
—¡Más le vale! —espetó cortando la comunicación.
Poco después sus sistemas de armamento dejaron de apuntarles y prosiguieron su marcha.
MICRO CRUCERO CALÁNTOR.
PRIMER EJÉRCITO DEL MAL.
TRIPULACIÓN: QUINIENTOS GUARDIANES.
CAPITÁN: FLAI, RAZA CLAT DEL SISTEMA JUMBOL.
Su Segundo, el Jefe de Escuadrón Arin, le miraba en silencio. Cuando Flai tenía perdida la mirada en una pantalla que mostraba el espacio, era mejor no decir nada.
—Noto tu mirada en mi nuca, Arin —susurró entre dientes, sin moverse.
—Siento haberle incomodado, Capitán, pero me gustaría, si usted quiere, por supuesto, saber qué es lo que ocurre.
—Ese Capitán Tart. Me da mala espina.
—¿Por? Regresaban y sufrieron una avería.
—Ya, pero no parecía preocupado para ser un novato y tampoco pareció importarle perder su carga. Busca todos los datos que tengamos sobre él.
—Tardaré un poco, por no decir bastante. Ya sabe lo lenta que funciona la Asociación de Mineros.
—Si hace falta, amenáceles duramente, pero quiero esos datos.
—Sí, Capitán.
SISTEMA SIDÓMEL. ASTEROIDE PÉLJAM.
Todos estaban muy nerviosos. El encuentro con el micro crucero del Mal no estaba en absoluto previsto.
—No hay tiempo para nada más, cojámoslo y carguémoslo en la nave —dijo el Capitán.
—¿Cree que volverán? —preguntó asustado Kork.
—Sin duda alguna. Ese tal Flai no se ha tragado mis excusas y mi falsa humillación.
—Entonces no debe encontrar este lugar, si descubre que hemos estado aquí avisará a toda la flota del Mal para que nos den caza —dijo Briet.
—Tienes razón, pero nos llevará un día más el dejarlo todo como estaba, por lo menos en apariencia.
MICRO CRUCERO CALÁNTOR.
PRIMER EJÉRCITO DEL MAL.
TRIPULACIÓN: QUINIENTOS GUARDIANES.
CAPITÁN: FLAI, RAZA CLAT DEL SISTEMA JUMBOL.
Arin entró en la sala de mando. El Capitán Flai estaba hablando con el piloto sobre la ruta a seguir, cuando súbitamente se giró y le miró con fiereza. A Arin se le encogió el estómago. ¿Cómo podía saber que le traía noticias que iban a disgustarle?
—¿Bien? —le preguntó hosco.
—Ese Tart es un tanto… rebelde. Un hombre de principios que se preocupa por su tripulación.
—Ya, un cretino. ¿Qué más?
—Que es Capitán desde hace más de treinta años y que ha tenido más de cien misiones.
—¡Sigue!
—Su nave acaba de salir de la Asociación Minera y, por tanto, debía estar vacía cuando la encontramos.
—¡Poto! ¡Ese desgraciado me ha hecho creer que se dirigían a la Asociación! Por eso no le importó que le confiscara la carga. No tenía nada que entregar a SCMM. ¿Cuál es su ruta?
—Ese es otro asunto. Su ruta declarada en la Asociación les llevaba al cinturón de Kasatea.
—Pe… ¡Eso está en dirección opuesta a la ruta en la que le encontramos!
—Sí, también nos mintió en eso.
—¿Qué hacían parados en Sidómel?…¡Piloto, rumbo Sidómel a máxima potencia! —espetó.
—Sí, Capitán —respondió sin atreverse a mirarle.
SISTEMA SIDÓMEL. ASTEROIDE PÉLJAM.
Fue muy complicado sacar la cámara de hibernación, hubo que cortar y desescombrar mucho para subirla hasta el primer piso y luego, a través de la pequeña base, hasta el agujero que practicaron y que también hubo que agrandar. Nada más cargarla comenzaron a recoger su maquinaria. Fue entonces mientras el Capitán Tart se despedía de la IA cuando Briet le llamó alarmado.
—¿Qué ocurre?
—El micro crucero del Mal. ¡Está aquí!
—¿Nos ha localizado?
—No, pero es cuestión de tiempo. Sus escáneres están barriéndolo todo.
—¿Estamos al alcance de su armamento?
—No. Tendrán que venir hasta aquí. Algo muy difícil y peligroso para una nave tan grande. Estamos en el centro del cinturón.
—Me da la impresión de que ese Flai no va a tener suficiente paciencia como para esperar a que salgamos.
Fialto y Turín, que estaban junto a él, le miraron angustiados.
—¡IA! ¿Dispone este lugar algún medio defensivo? ¿Escudos? ¿Láseres? ¿Algo así?
—No. Aunque existe una solución lógica, ya que mi prioridad es salvaguardar a los Guardianes de Bien.
—¿Cuál es?
—Primero, usted junto a su tripulación, la cámara de hibernación y su nave deben ponerse a salvo. Segundo, autodestrucción. Pero el micro crucero debe estar muy cerca para que pueda dañarle. Le informo que en mis cálculos más favorables conseguirían dañar sólo su escudo, tal vez destruirlo.
—Entiendo, eso será suficiente —dijo el Capitán pensativo.
—Eso no les detendrá, los enfurecerá aún más y en el caso de que les averiemos lo suficiente avisarán a la flota y estaremos perdidos —exclamó Fialto.
—Briet, quiero que os pongáis los trajes, vamos a preparar la defensa…
MICRO CRUCERO CALÁNTOR.
PRIMER EJÉRCITO DEL MAL.
8 HORAS EN EL BORDE DEL CINTURÓN DE ASTEROIDES.
Arin se acercó sonriente.
—¡Les tenemos! Están posados sobre un gran asteroide. No tienen escapatoria.
—¿Podemos alcanzarles con nuestro fuego desde aquí?
—No. Además hay demasiados asteroides en movimiento a su alrededor. No tenemos más que esperar a que salgan. No pueden permanecer allí eternamente.
—Yo tampoco. Piloto, adentrémonos en el cinturón. A su encuentro. Voy a despellejar personalmente a ese miserable.
—¡Ejem!
—¿Sí, Segundo? —preguntó despectivo.
—No quiero contradecirle pero… eso es… bastante peligroso, Capitán.
—No pienso oír estupideces de un blut[8] cobarde. Avance, piloto.
—Sí, Capitán.
NAVE MINERA CAMINOS.
El Capitán Tart había ordenado que todos se metieran en sus cubículos a excepción de Minos y Briet que debían permanecer en la sala de mando. Ambos estaban realmente nerviosos.
—Están penetrando —masculló Minos.
—No pueden oírnos, no son Dioses, Minos —dijo el Capitán.
—No parecen temer mucho al cinturón —apuntó Briet.
—Se creen muy seguros con su escudo…
Los primeros pequeños asteroides que no podían esquivar, empezaron a chocar contra el escudo defensivo del micro crucero.
MICRO CRUCERO CALÁNTOR.
PRIMER EJÉRCITO DEL MAL.
Cada impacto hacía que la tripulación del puente de mando pegara un brinco. El piloto, ayudado por la IA, intentaba esquivar aquellos asteroides lo suficientemente grandes como para que pudieran dañar parcialmente los escudos. Pero había tantos pequeños, que los impactos no cesaban.
—Capitán…
—Arin, si se te ocurre decirme que demos la vuelta, te expulso personalmente al exterior por la primera compuerta que me tope.
—No pensaba decirle eso —mintió—. Sólo informarle que los escudos están al noventa y nueve por ciento. Para cuando lleguemos hasta ellos, estarán al ochenta.
—Gracias —respondió ácido, pensando que su segundo era un cobarde y que daría buena cuenta de ello en sus informes.
NAVE MINERA CAMINOS.
La nave del Mal estaba a mitad de trayecto. Minos y Briet le miraban ansiosos.
—Sí, es el momento de cabrearle. Vámonos —dijo el Capitán.
Minos despegó la nave y se situó de forma que Péljam quedara entre ellos y la nave del Mal. Luego empezaron a alejarse, cosa que hizo que el micro crucero acelerase para intentar cazarles antes de que salieran del cinturón. Si lo conseguían, les costaría más atraparles.
MICRO CRUCERO CALÁNTOR.
PRIMER EJÉRCITO DEL MAL.
Los rostros de todos estaban tan tensos que parecían a punto de resquebrajarse. Los impactos habían aumentado considerablemente y, al haber acelerado, eran más fuertes.
—Piloto, acelere más. Quiero pillar a esos perros antes de que salgan del cinturón. No pienso perseguirles por el espacio como si fuera un maldito pirata —bramó enajenado, el Capitán Flai.
—Capitán, le informo que los escudos están al ochenta por ciento. Si seguimos así, cuando les alcancemos, estaremos casi sin defensas.
—¿Y? ¿Acaso perseguimos una nave de combate? ¡Acelere piloto! —espetó. Su desagrado por el Capitán Tart se había transformado, primero en irritación, luego en ira y finalmente en odio profundo. Claro, que el Capitán Flai, en realidad odiaba a todo ser viviente.
NAVE MINERA CAMINOS.
El Capitán Tart miraba sereno la pantalla de localización. Minos seguía pilotando, alejándoles.
—Acelera, Minos —le ordenó.
—Aunque no seamos tan grandes como ellos, esto sigue siendo un avispero de rocas y nuestros escudos no son ni de lejos tan resistentes como los suyos —apuntó Briet nervioso.
MICRO CRUCERO CALÁNTOR.
PRIMER EJÉRCITO DEL MAL.
—¡Huid! ¡Esconderos! ¡No os va a servir de nada! ¡Más potencia! —ordenó furibundo Flai.
—¡Capitán! Los escudos… —dijo temeroso el piloto.
—¡Obedezca! —le gritó.
—Acelero.
NAVE MINERA CAMINOS.
Briet había conectado la IA de Péljam a uno de los trajes para el exterior, de forma que pudieran oírla y viceversa. El Capitán esperó a que la nave del Mal estuviera a punto de rodear a Péljam.
—Bien, IA. Ha llegado el momento.
—Gracias por sacarlo de aquí y ponerlo a salvo.
Miraron por la pantalla y vieron una brutal explosión que alcanzó de lleno al micro crucero, destruyendo sus escudos plenamente aunque los daños en su casco fueron mínimos. Casi se podían oír los gritos de ira de Flai. El micro crucero, en vez de detenerse a comprobar daños, avanzó directo hacia ellos.
—¿Cómo sabía que no se detendría? —preguntó asustado Minos, viendo que la distancia entre ellos se acortaba.
—Esa mirada que tenía, sólo podía ser de odio profundo a todo. El Mal le ha devorado por dentro. Ya no piensa, sólo odia —dijo triste el Capitán Tart.
Para cuando Flai se dio cuenta de lo que ocurría, fue demasiado tarde. La explosión produjo un efecto carambola y el hueco por el que pretendía pasar empezó a estrecharse, un gran número de asteroides se le acercó peligrosamente, obligándole a detenerse. Fue entonces cuando Tart dio la orden.
—Escudos de popa a plena potencia. ¡Ahora! —ordenó, mirando a Briet.
Los asteroides más grandes y cercanos al micro crucero estallaron. En esas horas, habían diseminado todos los explosivos que tenían para un año de prospección y búsqueda de minerales, en los asteroides circundantes.
Los asteroides no tuvieron piedad, en cuestión de segundos el crucero resultó fatalmente bombardeado, cuando fue alcanzado su módulo de energía, estalló. Había sido todo tan rápido que no había podido emitir ninguna señal de socorro, además, dado el caso, el cinturón habría impedido que llegara a ninguna parte. Si había sobrevivido algún Guardián del Mal, no podría resistir mucho tiempo sin aire. Sus Trajes eran increíbles pero el gasto de producir oxígeno…
Toda la tripulación se reunió en el puente. Cada uno había visto lo acontecido en su cubículo desde la pantalla de comunicación.
—¿Qué ocurrirá cuando descubran que hemos acabado con ellos? Por que ese Flai seguro que ha informado.
—¿Seguro? Yo no lo habría hecho en su lugar. Además, ¿qué iba a decir, que un grupo de «sucios» mineros le habían tomado el pelo y que iba tras ellos?
—Tiene razón el Capitán, pero tarde o temprano, se percatarán de su ausencia —dijo Briet.
—Para entonces ya estaremos en… Olanta.