Capítulo VII

ARCHIVO DEL OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

SITUACIÓN: LAIN SEN.

TERCER BLOQUE DE PLANTAS.

Estaba solo y ese nivel no me sonaba de nada, claro que lo más probable era que no hubiera estado nunca, ya que, generalmente, usaba las líneas de descenso. En el pasado, normalmente iba directo a la sala central o a mis aposentos, a tan sólo dos plantas de la sala. Ese sector estaba bastante mejor conservado, más funcional y con más energía. Busqué una línea de descenso. Cuando iba a llegar a una, me topé con un robot de mantenimiento. Se movía despacio, cuando me acerqué comprobé que uno de sus lados parecía corroído, como si le hubieran derramado por encima algún ácido de gran potencia. Era una «quemadura» muy extraña. ¿Qué podía haberla causado? Lo más probable es que se hubiera dañado en la zona de los laboratorios, allí había de todo, pero todavía estaban lejos.

Avancé a lo largo del pasillo, retomando mi búsqueda, cuando apareció en su centro algo que no había visto jamás. Me aproximé deteniéndome a cinco metros. Era una esfera casi perfecta, opaca y de color oro. Interceptaba casi la totalidad del paso. Por todos lo potos de la galaxia, ¿qué era eso? El OB la intentó analizar pero sólo pudo decirme que era gaseosa pero tan compacta que estaba a punto de volverse líquida. Su composición aparecía como desconocida.

De pronto oí un ruidito a mi espalda que me hizo girar rápidamente, desenfundando la pistola láser de la cadera. Con alivio descubrí que se trataba del mismo robot que había dado media vuelta y avanzaba hacia mí. Le esperé y vi que se movía intentando informarme de algo pero su sistema de comunicación no funcionaba. En cuanto la pequeña IA de su interior comprendió que no podría comunicarse conmigo, me esquivó avanzando directa hacia la esfera hasta introducirse en ella. De inmediato le corroyó por todas partes y en unos segundos se desintegró. No podía creerlo. ¿De dónde había salido eso? Iba a tener que esquivarlo. ¿Pero cómo? No había espacio a su alrededor ni para que pasara un pequeño grubis arrastrándose. ¿Un disparo láser? ¿Y si era explosivo? Me alejé y corté un trozo de plancha de un lateral y la arrojé con todas mis fuerzas contra la esfera. El impacto salpicó una docena de pequeñas gotitas. Algunas alcanzaron las paredes y provocaron leves quemaduras en el M7. El resto volvió a agruparse en la esfera al ser repelidas por las paredes. El trozo de plancha que arrojé no llegó a salir por el otro lado pero su absorción contrajo ligeramente el volumen de la esfera, se había gastado por la desintegración del metal pero de inmediato volvió a su tamaño original. A pesar de ser gaseosa, la dorada esfera estaba tan concentrada que se comportaba como si fuera gelatinosa.

¿Cuántas planchas de M7 iba a tener que arrojar para que la esfera se redujera lo suficiente como para poder pasar? Además, cabía la posibilidad de que según se consumiera se expandiera al mismo tamaño rebajando su densidad. Estaba claro que las paredes la repelían pero por ahorro energético en cuanto notaran que había menos gas aflojarían la presión por lo que este se expandiría, impidiendo el paso.

Podría llevarme días el reducirla. De pronto tuve una idea. Me acerqué al lugar de donde había sacado el primer trozo y corté una tira de dos palmos de ancho por un metro de largo, luego otra, la mitad de larga, pero con sólo un dedo de ancho. A la primera le hice un pequeño agujero en el centro e introduje la punta de la pequeña en él, soldándolo con la espada láser. Luego, retorcí la tira larga, dándole la forma de una hélice invertida, al igual que la de un ventilador. Me acerqué a la esfera y giré con fuerza la hélice consiguiendo que retrocediera un poco. Con brío seguí haciéndola girar y con alegría vi que seguía retrocediendo. Cuando llegué a una bifurcación me metí y opté por seguir por una ruta paralela.

Unos cientos de metros más adelante encontré otra bifurcación que me llevó al pasillo original. El camino estaba despejado. Avancé varios kilómetros y me topé de morros con otra de esas malditas esferas que al igual que la anterior me impedía el paso. El OB me indicó que los laboratorios estaban a menos de cien metros. Si hacía retroceder la esfera la incrustaría en ellos y a saber qué catástrofe podría resultar de eso. Los sistemas de descenso estaban al inicio de los primeros laboratorios.

Con gran rabia retrocedí y volví a cortar una plancha de M7 con forma de triángulo isósceles pero muy alargado. Volví a la esfera y con un rápido movimiento metí y saqué la parte ancha de la plancha desgajando un trozo que flotó alejándose formado una pequeña esfera. Usando como abanico lo que quedaba del triángulo, la fui alejando de la otra. Cuando consideré que me encontraba a una prudente distancia la dejé flotando y retrocedí. Cogí mi pistola láser y disparé contra ella. No pasó nada. No era un gas explosivo. ¡Por fin una buena noticia!

Me dirigí a la esfera y desenfundando mi fusil de asalto lo puse en modo lanza granadas energéticas. Y desde la distancia apunté a su centro y disparé. Explotó regando el techo, paredes y suelo y formando docenas de esferitas que iban flotando en todas direcciones y que eran repelidas cambiando de rumbo por los trozos intactos de las paredes. Un rápido cálculo del OB me indicó que se acabarían reagrupando en veinte horas, cortando de nuevo el paso, pero que sus trayectorias eran erráticas y de difícil cálculo. Durante unos minutos observé y las estudié atentamente. Me mentalicé que me encontraba en un campo de asteroides y de que yo era una nave. No podía permitir que me tocaran. Sin pensarlo dos veces activé el escudo de mi OB en un tamaño de dos palmos y me introduje entre las inestables esferas, esquivando, saltando, empujándolas con el escudo, apartándome y agachándome. Fueron cuatro minutos eternos hasta que vi al fondo la puerta del laboratorio. Había prácticamente desaparecido y por las marcas de los bordes, el dorado gas había salido por ahí. Enseguida comprobé que el interior estaba a oscuras.

Activé el casco y lo que vi confirmó mis sospechas. El tiempo y lo que fuera que hubiera dentro se habían combinado y producido ese gas. Por los destrozos había surgido de una brutal explosión que se perdía en la lejanía. Los laboratorios ocupaban docenas de kilómetros cuadrados, tal vez no estuvieran totalmente perdidos. El techo y casi todo el piso habían desaparecido. Me asomé al inexistente suelo y vi que el siguiente pasillo estaba cien metros más abajo. Saltar no era una opción. Fabriqué tres barras de unos treinta metros, soldé una al borde del piso y me deslicé por ella con las otras dos, soldé la siguiente y me deslicé hasta el final, soldando la tercera. Luego me dejé caer los veinte metros que restaban. El Traje podía absorber el impacto sin mucha pérdida de energía.

Tras unos cuantos pasillos y descender por otra línea varias plantas, llegué a otro que desembocaba en la sala principal de control de los cañones Jarkamte. Al cabo de un kilómetro, me topé con una de las cabinas de aislamiento del sistema de rastreo. En esas cabinas se ubicaban los Guardianes de vigilancia que se encargaban de supervisar los rastreos automáticos del nivel Jarkamte de forma que ninguna nave, por pequeña que fuera, pudiera pasar. También se ocupaban de controlar el perfecto funcionamiento de los cañones. Esa tenía la puerta de acceso reventada… desde dentro. El metal, de M7 puro, había sido deformado, combado y finalmente reventado, no como con una explosión sino como si se hubiera presionado desde dentro. Pero para que tomara esa forma, debería haberse producido muchísimo calor y el interior estaba intacto, sin trazas de semejantes temperaturas en el resto de aparatos. Tal vez había sufrido una presión constante durante… una eternidad. ¡Otro enigma! Seguí, no tenía tiempo para resolverlo.

Por fin aparecieron ante mis ansiosos ojos las dobles puertas de la sala de control. El viaje se me había hecho eterno. Tenía menos de un mes de margen para restablecer una línea de fuego Jarkamte. Miré las puertas de acceso y los recuerdos se agolparon con fuerza. Siempre había dos docenas de Guardianes custodiándola…

Me acerqué y no se abrió.

—IA de la compuerta ¿Puedes oírme?

—Sí y también verle.

—Abre.

—Tengo una orden de desconexión total.

—¿Eres una IA de rango medio, verdad?

—Sí, mi nombre es Vilin.

—Vilin, ¿sabes quién soy?

—¡Por supuesto! Habéis pasado muchas veces por esta puerta, mi señor.

—Cualquier orden que hayas recibido sea de quien sea está supeditada a una mía. ¿Me equivoco?

—No. Usted es el Príncipe Prance de Ser y Cel.

—Esto es una orden directa, quiero que me abras anulando la orden de desconexión total y no sólo me permitas a mí la entrada, sino a cualquier Guardián del Bien que te lo solicite. ¿Entendido?

—Sí, mi Príncipe. Procedo a la apertura —dijo diligente.

Casi al instante, las puertas se empezaron a abrir. Un suave ruido proveniente del suelo llamó mi atención. Ese ruido no debía existir, claro que habían pasado tres mil millones de años o más sin ningún tipo de revisión. Crucé el umbral y observé con intranquilidad la vasta sala de control que tenía una profundidad de quinientos metros y una anchura de trescientos.

Prácticamente todo estaba apagado y, en apariencia, averiado. Parecía que alguien se había dedicado a machacar el lugar. ¿Pero quién? ¿Cuándo? Cuando se fueron mis Guardianes…¿Entraron los del Mal? ¿Por qué destruirlo? No tenía sentido. Avancé y me acerqué al primer bloque de consolas y controles comprobando que los daños estaban hechos en apariencia al azar y… en la superficie. Por el contrario, la maquinaria del interior parecía en perfecto estado, sólo las cubiertas y muchos paneles y pantallas habían sido arrancados a trocitos. Fui al siguiente panel atacado y lo observé aún con más detenimiento, esto no lo había hecho ningún Guardián. Deduje que tenía que haber sido rociado con un ácido de efecto suave que lo había ido desgastando en unas partes más que en otras. ¿Se había colado hasta aquí alguna extraña planta u hongo del nivel de vegetación? Y si era así, ¿por qué no se veían restos de la susodicha? ¿Tal vez otro tipo de gas de los laboratorios? ¡Maldita sea, otro enigma!

Tras recorrer con minuciosidad toda la sala, llegué a la conclusión de que el ochenta por ciento de los sistemas habían sido «atacados» por el extraño ácido, aunque ya no quedaba ni rastro del causante.

Iba a tener que hacer un montón de derivaciones y reconducciones para conseguir que el sistema central funcionara parcialmente y poder así activar una línea de fuego.

LAIN SEN.

SALA CENTRAL DE CONTROL DE LOS CAÑONES JARKAMTE.

TRES DÍAS PARA LA LLEGADA DEL ASTEROIDE.

OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

Todo estaba preparado. Activé el sistema central y tras comprobar las lecturas vi que sólo funcionaba al cinco por ciento. Eso significaba que la IA del sistema no se regiría por la lógica y sólo obedecería órdenes simples, pero para una sola línea de combate sería más que suficiente.

De inmediato apareció en la pantalla principal. Era la única que había reactivado, Helen me miraba con admiración.

—Veo que lo habéis conseguido.

—¿Cuánto tiempo nos queda?

—Tres días y doce horas pangeanas. ¿Os dará tiempo de programar la línea? Yo lo he intentado desde aquí, pero no puedo acceder a nada de la sala ni de ese lugar, hay demasiados daños. La IA Tinar sólo tiene la capacidad de permitirme hablar con vos. Lo he intentado todo, o no puede hacerlo o no entiende lo que quiero que haga.

—Sí, ya me he dado cuenta. Piensa que no tiene a su servicio ningún sistema auxiliar, ni bancos de datos, ni prácticamente nada de nada. ¿No sabrás qué es lo que ha ocurrido aquí?

—No, tampoco he podido acceder a sus bases de datos.

—Empezaré de inmediato con la programación y revisión de la línea.

—Si necesitáis ayuda, llamadme.

—Así lo haré, pero cuando active el sistema de rastreo no podremos hablar. No hay capacidad suficiente. Si todo va bien hablaremos a falta de un día para la llegada de la roca.

LAIN SEN.

SALA CENTRAL DE CONTROL DE LOS CAÑONES JARKAMTE.

VEINTISÉIS HORAS PARA INICIO DE LOS DISPAROS.

OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

Helen me miraba tranquila desde la pantalla principal.

—Ya he recibido los nuevos datos. Veo que la trayectoria no ha variado, pero lo que sí son distintos son los minerales de su composición —dije pensativo.

—Sí. Habrá que realizar muchos más disparos de los previstos. Además le acompañan doscientos cuarenta y ocho asteroides lo suficientemente grandes como para ser un peligro para Pangea.

—Eso es un veintidós por ciento más de lo que esperábamos.

—Ya lo he calculado. Nos dará tiempo de desviarlos a todos… si no cometemos errores.

LAIN SEN.

SALA CENTRAL DE CONTROL DE LOS CAÑONES JARKAMTE.

UNA HORA PARA EL INICIO DE LOS DISPAROS.

OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

La pantalla principal mostraba el asteroide, enorme, poderoso, exterminador. Lo que realmente me preocupaba eran los asteroides más pequeños que le acompañaban, si uno de los de tamaño pequeño, de uno o dos kilómetros, caía en Pangea, resultaría igual de catastrófico. Sería una renovada versión de la extinción de los dinosaurios, que tuvo lugar, hace sesenta y cinco millones de años.

Tras hacer unas comprobaciones en la línea, vimos que funcionaba correctamente. Aunque no habíamos efectuado ningún disparo de prueba, era algo en lo que el equipo no podía perder el tiempo, la IA Tinar entendió a la perfección su cometido: desviar los asteroides bajo mi supervisión hacia el Sol. Los cálculos de potencia y posición de cada disparo los iría trasvasando al equipo Jarkamte, pasando primero por Brack que haría los ajustes correspondientes para coordinarlos con las gemelas y el equipo. Los últimos asteroides se iban a tener que desviar o tal vez destruir muy cerca de Pangea, casi en el umbral de no retorno. Me iba a tocar vigilar muy de cerca todo el proceso. Los sistemas auxiliares de Tinar no funcionaban y podría haber algún tipo de error o problema no previsto.

De pronto, una pequeña alarma se activó a través de uno de los poquísimos sistemas secundarios activos, controlados por una IA de bajo nivel.

—¡Avería en línea de rastreo! ¡Avería en línea de rastreo! —gritó dejándome helado.

—¿Dónde? —pregunté asustado. Si la línea se volvía inoperante, la IA Tinar no podría proporcionar los datos necesarios al cañón.

—Túnel de conexiones auxiliares D-C-X45 —dijo escueta incapaz de precisar más.

—Tinar, si no he vuelto para el inicio de los disparos, comienza sin mí, transmíteles los datos para los desvíos.

—Sí, mi Príncipe.

Salí rápidamente de la sala y corrí unos cincuenta metros consultando el OB, que me guió hasta una puerta. No hizo falta que el OB me recordara que al otro lado había un sistema láser de protección. El panel del exterior aceptó mi petición de entrada sin rechistar, solapando la puerta en el lateral. La sala era pequeña, un cubo de tres metros de lado. En cada esquina superior permanecía anclado un pequeño láser, de gran potencia. Entre los cuatro podían barrer la sala en cuestión de segundos con rápidas y mortíferas ráfagas. Además estaban protegidos por pequeños pero resistentes escudos.

La boca del túnel de acceso estaba a un metro del suelo. La compuerta de no más de metro y medio se abrió a mi requerimiento, por lo visto, a pesar de la distancia, este sistema sí estaba conectado con Tinar. Pensando, era lógico que todas las IA del mismo cañón estuvieran interconectadas por un canal distinto. Me introduje y empecé a buscar la avería, casi no me quedaba tiempo y el túnel tenía varios kilómetros de profundidad. El metro y medio de altura me obligaba a avanzar encorvado. Llevaba recorrido menos de medio kilómetro cuando localicé el problema.

Un panel de control de estabilidad estaba destrozado, parecía que lo hubieran golpeado con un martillo. Lo derivé por otro sistema y volví a observarlo. No había duda… ¡Sabotaje! ¡Había alguien más aquí! Usé el OB y hablé con Tinar.

—Tinar.

—¿Sí, mi Príncipe?

—Esto es una orden directa. Efectúa los disparos del cañón Jarkamte en cuanto los asteroides estén a tiro. No te detengas hasta que todos los asteroides, grandes y pequeños hayan sido derivados hacia el Sol.

—Sí, mi Príncipe. Orden directa. Todos serán derivados al Sol —repitió confirmando mis órdenes.

Miré el túnel preocupado. Había mil sitios donde ocultarse. Desde luego no era muy listo, si me hubiera esperado antes de la avería me habría cazado sin problemas. Seguí durante un kilómetro y fue entonces cuando lo noté. Era la misma sensación de peligro, que aquella vez con Laurence.

LAIN SEN.

PLANTA JARKAMTE.

ARCHIVO DE LA IA BRACK.

Todos estaban en sus puestos. Teresa se había trasladado al otro lado de Lain para que Lara no se viera afectada por las perturbaciones producidas por los disparos de los cañones. Las gemelas estaban atentas, en las alturas, ancladas magnéticamente al cañón igual que los demás, observando las pantallas y cómo los asteroides lo iban cubriendo todo. Los Guardianes Mark, Susan, Naif, Yerri, Stark y Yack permanecían en sus puestos de control revisando todo por enésima vez. Las pequeñas Yúrem nos miraban desde la distancia subidas a un pequeño soporte electromagnético que seguiría al cañón en su ruta. Estaban calladas, expectantes… sin miedo. Empezaban a ser… Yúrem.

Los segundos pasaban lentamente. Los OB de todos me indicaban que los niveles de adrenalina se habían disparado. Estaban listos. Ordené que activaran sus cascos.

Y, sin previo aviso, llegó la hora cero. El primer disparo fue atronador. El cañón retrocedió siendo frenando varios cientos de metros más abajo por los impulsores de retroceso. Era un proceso normal pero asustó a todos por la violencia y la velocidad con que se produjo. Las pequeñas Yúrem empezaron a llorar al vernos desaparecer en las entrañas de Lain.

Los impulsores electromagnéticos de retroceso se activaron en sentido inverso y nos devolvieron al nivel Jarkamte. Las gemelas, al estar en sintonía con el cañón, se recuperaron más rápido que el resto y de inmediato efectuaron un segundo disparo, volviendo a sumergirnos en las profundidades. Los OB del equipo indicaban que estaban aterrados por la potencia, el ruido y la violencia del retroceso. En cambio, las gemelas se equilibraban y se recuperaban una vez que pasó el susto inicial.

—¡Es normal! ¡Tranquilos! ¡Atentos! ¡Utilizad el ascenso para recuperaros! —les aconsejé.

—¡Esto es una locura! —gritó Naif.

—¡No podremos aguantar tantos disparos! —gritó Yack.

—¡Tendrán que hacerlo o Pangea desaparecerá! —les dije.

Resurgimos de las profundidades. Otro disparo más desde la misma posición. Retroceso brutal y ascenso.

—¡Es imposible! ¡No estamos preparados para esto! —gritó Mark.

—¡Descansarán entre los trayectos a las distintas toberas de fuego! ¡Sólo entonces!

—¡La violencia del retroceso nos destroza! —gritó Susan con la voz quebrada.

—¡Mejor nosotros que Pangea! ¡Ajustad los parámetros! —les ordené.

Las gemelas ignoraron nuestra conversación, estaban concentradas en el próximo disparo.

Otro disparo, otro retroceso brutal…

ARCHIVO PARA MI MENTE POLIMORFA.

Objetivo primario localizado. Me preparo para atacar. Igual que la anterior vez, parece que me ha detectado, algo en teoría imposible[6].

LAIN SEN.

TÚNEL DC-X45 DE LA LÍNEA DEL CAÑÓN JARKAMTE.

OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

La sensación de peligro aumentó. El saboteador estaba cerca, muy cerca, pero no lo veía. Di un par de pasos más, el presentimiento aumentó: estaba ahí delante pero no lo veía. ¿Dónde se había escondido? Activé plenamente el casco y ordené al OB que realizara un rastreo térmico. ¡Nada! Otro de movimiento. ¡Nada! De sonido. ¡Nada! El OB confirmaba lo que veían mis ojos, ahí delante no había nada. Pero la sensación persistía. Recordé una de las lecciones de Zerk; «Mira lo que no se ve». Me abstraí y observé el túnel con tranquilidad, parecía normal, salvo el techo que era, ¿tal vez más bajo?

—OB, movimiento, por mínimo que sea.

Y lo captó, ahí estaba, aferrado al techo. Eso era lo que había intuido. Pero… ¿Qué potos era? Ocupaba dos metros cuadrados y tenía un grosor de unos cinco dedos e imitaba perfectamente a lo que estaba cubriendo. Avanzaba en mi dirección lentamente, inapreciable a simple vista. Lo escaneé con el OB usando el visor del casco. ¡No era uno, eran millones! No podía perder más tiempo. Desenfundé mi arma y disparé apuntando lo que a ojo era el centro. Lo atravesé alcanzando algo que estaba cubriendo, provocando un pequeño cortocircuito que hizo que el ser o seres se revolvieran y cayeran. Rápidamente se reorganizó y avanzó hacia mí a la misma velocidad que lo hubiese hecho yo. El casco me indicó que el ser estaba aumentado su calor corporal a un nivel que me freiría si me tocaba. Le disparé repetidas veces con la pistola láser pero no parecía afectarle, aunque le alcanzara, destruyendo unos pocos miles de eso que lo formaba ya que, rápidamente, eran reemplazados por otros. La situación se agravaba y no podía usar el fusil láser en modo lanza granadas energéticas porque dañaría irreversiblemente la línea. Me vi obligado a retroceder. Ahora avanzaba más rápido. Tenía que hacer algo y tenía que hacerlo ya.

Usar la espada láser en una distancia tan corta también era un riesgo ya que podría dividirse o deformarse para alcanzarme. Entonces recordé que lo único que había visto que le afectaba era la electricidad. No lo dudé, cuando pasó por encima de un pequeño acumulador auxiliar energético decidí utilizarlo contra él. Apunté con cuidado y con un solo disparo provoqué una explosión de energía que le alcanzó de lleno. El ser se retorció y convulsionó violentamente. Contra todo pronóstico en vez de caer como un fardo, elevó su temperatura de una forma intensa y súbita como si intentara librarse de la energía recibida. Durante unos segundos ardió provocando una cegadora llamarada de altísima temperatura que fundió todo su alrededor. Se me hizo un nudo en la garganta. ¿Se habría averiado irreversiblemente la línea?

Llamé a la IA Tinar usando el OB y no obtuve respuesta. El nudo se hizo más fuerte. A estas alturas ya debían faltar pocos asteroides por desviar. Retrocedí hasta una terminal de consulta y con alivio comprobé que los disparos proseguían. Revisé cuántos faltaban y fue entonces cuando se me heló la sangre. El ser, en su desintegración, había destruido el módulo de percepción objetiva y los sistemas auxiliares de apoyo de control. Ahora la IA Tinar consideraba a Pangea como un asteroide más a desviar hacia el sol, en cuanto acabara con el resto. Brack y los demás no se darían cuenta de qué pasaba hasta que fuera demasiado tarde. ¡Por la Galaxia de Andrómeda! Tan sólo quedaban unos pocos asteroides, luego sería el final de la vida en Pangea.

Corrí como pude hacia la salida, cada segundo contaba. Cuando llegué a la compuerta, se abrió con normalidad pero a no ser por mis rápidos reflejos, el disparo láser me habría acertado entre las cejas. El sistema de defensa de la mini sala se había activado y no me reconocía. También el sistema de reconocimiento del sistema de defensa interior debía haberse dañado. Estaba atrapado. No había tiempo para reflexionar. Cogí una de las espadas láser de mi espalda y activando el escudo del OB salté a la mini sala pegándome todo lo que pude a la pared. De inmediato los dos láseres de enfrente empezaron a disparar. Con el escudo y la espada fui desviando los láseres como pude y me dirigí lentamente hacia la puerta que se abrió al captar mi presencia. Rápidamente me dirigí hacia a ella y cuando pensaba que iba a salir indemne, el tercer láser, el de la esquina derecha de la esclusa, se activó disparando una brutal ráfaga que me alcanzó en las piernas. Con el último impulso salí de la sala, cayendo al suelo del pasillo de bruces. Justo antes de que se cerrara, una segunda ráfaga me alcanzó en la baja espalda, atravesándome de parte a parte. El dolor hizo acto de presencia al instante. El Traje desviaba la energía para reparar los daños, que debían ser graves ya que no evitaba el dolor. Intenté mover las piernas, pero no las notaba. La verdad es que no sentía más que el dolor de la espalda y el estómago. Debía estar paralizado de cintura para abajo… ¡Pangea! Ese era mi único pensamiento.

Usando los brazos me arrastré hacia las puertas de la sala de control. Me notaba muy cansado, eso significaba que mis heridas eran aún más graves de lo que había supuesto en un principio y gastaba mi energía rápidamente.

—¡IA Vilin! ¡Abre!

—Estáis herido. Activo alarma prioritaria.

—¡Abre! ¡Por todos los potos de la galaxia, obedece!

—Procedo —dijo abriendo.

Mientras entraba escuché que decía que informaría al Guardián de mayor rango de mi situación. Su búsqueda por los sistemas sería inútil, Helen se encontraba en Lara al otro lado de Lain y ninguno de los demás podría dejar su puesto, eso si fuera posible que estableciera contacto con ellos ya que la IA Tinar no estaba ya conectada a ellos. Desde la entrada vi mi objetivo, el panel de situación de estrategia de disparo, al final de la sala y se me antojó lejísimos. Miré a la pantalla principal, aún disparábamos contra los asteroides pequeños pero ya no quedaban muchos y Pangea empezaba a entrar en el campo de tiro.

—¡TINAR! —grité. ¡TINAR! ¡Si me escuchas pon la pantalla en blanco!— volví a gritar obteniendo de nuevo silencio y por respuesta la pantalla mostrando la evolución de los disparos.

Estaba aislada y obedeciendo ciegamente las órdenes dadas por mí. Su cinco por ciento de funcionamiento no le permitiría usar la lógica. Sin dudarlo comencé a arrastrarme hacia el panel de situación estratégica de disparo. El avance fue lento y penoso; cada metro, más difícil y costoso de recorrer. De vez en cuando miraba a la pantalla y veía con desesperación que pronto acabaría con los asteroides y entonces su objetivo sería Pangea. A los dos tercios de la distancia, el dolor de la espalda empezó a hacerse insufrible. El Traje había agotado su energía. El lacerante dolor se extendió al vientre, debía estar bastante grave. Casi no podía moverme, cada gesto o movimiento hacía que me convulsionara. Apreté los dientes y… seguí.

LAIN SEN.

SALA DE CONTROL DE LOS CAÑONES JARKAMTE.

OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

Tan sólo me faltaban unos metros. Los brazos me pesaban como si fueran de plomo. Miré a la pantalla con gran esfuerzo y vi con horror que habían terminado con los asteroides y que se dirigían a Pangea y, por los datos, estaban preparando los disparos a máxima potencia. Para cuando el equipo jarkamte se diera cuenta de lo que ocurría ya sería tarde. Tan sólo disponía de unos pocos segundos. Con enorme dolor llegué a la base de los controles que se me antojaron altos como montañas. Con un esfuerzo ímprobo, me agarré al borde del tablero y me elevé.

Sujetándome con una mano, estiré el otro brazo para alcanzar el panel de desconexión de la línea. Por más que me estiraba no llegaba. Apreté la mandíbula con fuerza y me aupé un poco más apoyando el estómago sobre el borde, sentí que me estaban arrancando los intestinos a tirones, pero de esa forma llegaba. Tecleé la orden de detención. No funcionó. Al lado estaba el módulo que le suministraba la energía. Tenía que destruirlo pero… ¿cómo? El Traje había absorbido y usado toda la energía de mis armas para mantenerme vivo. Mi tiempo y el de Pangea, se acababa.

Me moví y sufrí otro espasmo de dolor pero alcancé un panel cercano que estaba semidevorado por esa «cosa» polimorfa. Arranqué un trozo alargado terminado en punta. Era la única solución.

No había tiempo. Me incorporé usando el brazo libre alejándome lo que pude, el dolor mordía con fuerza, y levantando el otro brazo que sujetaba el trozo de metal a modo de cuchillo, lo descargué con toda mi fuerza sobre el módulo, atravesándolo.

—¡PANGEA, PLANETA MADRE!

Se produjo una brutal descarga de energía que me alcanzó de lleno abrasándome. Mientras caía de espaldas vi que el sistema se había detenido al igual que mi corazón. Ya no sentía dolor, sólo paz y alivio. Un movimiento seco me indicó que había caído al suelo. Todo se volvió negro. Al fondo vi una luz… el otro lado de la frontera.

LAIN SEN.

PLANTA DE HIBERNACIÓN.

CÁMARA TRESCIENTOS CATORCE, B, DIECISIETE.

Informe: deshibernación finalizada.

OB DE LA CAPITANA ZUZAN.

Abrí los ojos y Prance no estaba. ¡Me lo había prometido! Un momento… el nunca rompe sus promesas a no ser que algo realmente más importante le obligue a ello.

—¡Heee…!

!Qué mal me sentía! No era normal. ¿Dónde estaban los ingenieros de deshibernación?.

—Que alguien me ayude a… levantarme.

¿Qué ocurría? ¿Por qué no venía nadie? Tampoco oía ningún ruido. ¿Qué potos estaba pasando? ¡Alguien iba a tener que darme muchas explicaciones! Con esfuerzo me incorporé. Lo que vi me dejó de piedra. Toda la planta estaba en penumbra. Sólo unos pocos sistemas de iluminación estaban activados. Oí un ruido chirriante. Miré al suelo y observé un robot de mantenimiento, moviéndose con dificultad, que revisaba la cámara de al lado. Parecía viejísimo, como si llevara funcionando una… ¡eternidad! Con torpeza bajé de la cámara y dando tumbos me dirigí al sistema de comunicación más cercano. Estaba apagado. No funcionaba. ¿Cómo era posible? Notando cómo recuperaba las fuerzas poco a poco me dirigí al siguiente y este sí que funcionaba.

—¡Capitán de guardia!

—No hay datos disponibles —respondió la IA del sistema. Me sentía como si viviera una pesadilla.

—Guardián de guardia.

—No hay datos disponibles. Tengo una solicitud prioritaria de la IA llamada Vilin, encargada de las puertas de la sala de control de los cañones Jarkamte.

—¿Prioritaria de una IA de rango medio? ¿Pero qué…? Pásame con ella —le ordené, nada tenía sentido.

—¡Emergencia! ¡El Príncipe está gravemente herido! —exclamó dejándome de piedra.

—¡Avisa a seguridad!

—No están operativos. No hay nadie más. Siguiendo los protocolos de seguridad, me dirijo al Capitán de mayor graduación.

—¿Dónde está? ¿DÓNDE? —pregunté asustada.

—En la sala de control de los cañones Jarkamte.

Sin meditarlo un solo segundo y sin comprender qué es lo que ocurría, salí corriendo al acceso más cercano de ese nivel. Notaba las piernas agarrotadas y pesadas, pero no era momento para esas cosas. Cuando accedí al pasillo, de inmediato me di cuenta que no circulaban los robots de mantenimiento. Todo parecía viejo y fatigado. ¿Cuánto tiempo había pasado para que algo así ocurriera? ¿Dónde estaban las tropas?

Dejé eso a un lado y seguí corriendo hacia la sala de control. Prance estaba allí… herido… lo que significaba que había alguien… y que… ¿Un accidente? ¿Atacado? ¿Dónde estaba su escolta? Tantas preguntas… Corrí y corrí por los abandonados pasillos. Todos los puestos vacíos, los de control, los de seguridad… En cuanto me captó la IA Vilin que controlaba el acceso a la sala de control, se abrió de par en par sin necesidad de ordenárselo. Antes de poder cruzarla, desde el umbral vi cómo el Príncipe clavaba algo al fondo de la sala en un panel y cómo era alcanzado por una brutal descarga energética.

—¡¡¡PRANCE!!!

Corrí hacia él. Mi OB me indicó que sus constantes vitales habían cesado. El Traje seguro que habría agrupado cualquier resto de energía y lo habría usado para proteger el cerebro. ¡Aún había tiempo! Me agaché, lo agarré por las axilas y lo arrastré hasta el centro de la sala. ¡Qué mal estaba! ¡Quemado! ¡Abrasado! ¡Y le habían disparado muchas veces! Lo deposité en el suelo junto al módulo de emergencia donde había una docena de sistemas de recarga.

Activé el primero y surgió un cable que conecté directamente a su Traje. No podía creer lo que estaba viendo. Absorbió la energía pura del módulo de golpe. El cable de M7 puro se puso al rojo y casi se desintegra. Conecté el siguiente y ocurrió lo mismo. En ese instante su corazón volvió a latir. Le fui conectando uno a uno hasta que los agotó. Su recuperación se producía a ojos vista. A este ritmo de absorción estaría como nuevo en pocas horas. Me levanté y lo arrastré hasta otro bloque de módulos de sistemas de energía pura. ¿Cómo podía absorber la energía de esa forma? ¿Y cómo era posible que se regenerara tan rápido?

LAIN SEN.

SALA CONTROL DE LOS CAÑONES JARKAMTE.

OCHO HORAS DESDE SU DESHIBERNACIÓN.

OB DE LA CAPITANA ZUZAN.

Miré la pantalla principal. Mostraba un hermoso planeta con mucha agua y varios continentes. ¿Pero qué planeta era? ¿Cómo se había desplazado Lain hasta ese sistema? ¿Dónde estaban todos?

¿Por qué no había nadie a bordo de Lain?

Volví a arrodillarme junto a Prance, y le acaricié la mejilla que ya estaba totalmente curada. No había ni rastro de quemaduras. Entonces fue cuando abrió los ojos un par de segundos y habló.

—Ella no está allí… —dijo casi en un susurro.

Después siguió durmiendo durante cinco horas más. Cuando despertó me miró y abrió mucho los ojos con sorpresa, dedicándome una cálida sonrisa.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunté.

—Me siento un poco aturdido. ¿Qué ha pasado? ¿Qué haces tú aquí?

—¿Cómo que qué hago aquí? Eres tú el que me debe las explicaciones. Estaba hibernada, por lo de la enfermedad del sueño. ¿Recuerdas?

—Sí, es verdad… No creí que…Bueno es igual, ayúdame a levantarme —dijo abrazándome con cariño.

—¿Dónde están todos? —pregunté ansiosa.

—Muertos, nos derrotaron —respondió brusco—. Conecta tu OB al mío. Te proporcionaré toda la información de la que dispongo. Activa el casco, así verás lo que ocurrió. Te mostraré un resumen. Ya tendrás tiempo de estudiar los archivos en su totalidad más adelante. Te aviso de antemano que no va a ser agradable —me avisó.

Poco después el casco se replegó y rompí a llorar con fuerza.

—¿Han… han muerto todos? —le pregunté angustiada.

—Eso parece, tú has sido una total y absoluta sorpresa. Parece que sólo quedamos tú y yo.

Le miré con los ojos llorosos.

—¿Ahora qué? —le pregunté mirando a la pantalla.

—Sí, es Pangea. Ha cambiado pero sigue siendo nuestro hogar. Empezaremos de nuevo. No estamos totalmente solos, en la planta Jarkamte tengo un grupo de amigos, que se han convertido en Guardianes y que deben estar muy preocupados al no tener contacto conmigo desde hace tantas horas. Te necesito, pequeña, y te necesito entera y preparada para la que se nos viene encima. Pangea ahora está habitada por humanos de segunda generación que se hacen llamar terrestres y puedo asegurarte que son realmente una raza complicada. Tenemos que establecer contacto con la Yúrem cuanto antes.

—¿Ayam? —insinué esperanzada.

—No, cariño. Ayam está muerta. Me refiero a Helen. El problema es que la IA de aquí está bajo mínimos y para colmo he achicharrado el sistema de control.

—Sólo hay un lugar más seguro que éste y que puede restablecer las comunicaciones. Aunque no se puedan manejar los cañones.

—¿Cuál? —preguntó pensativo.

—Un sitio que diseñé junto a Taban para que dispusieras de total autonomía, tus aposentos.

—¡Cásam! Si sigue activa podrá ayudarnos.

—Eso espero. Tenía un sistema de producción robótico vinculado a ella en exclusividad y con prioridad en los repuestos.

Las puertas de sus aposentos se abrieron a su requerimiento. Cásam, se activó en cuanto le captó en los sistemas de seguridad. Era una IA excepcional. Había ignorado la orden de desconexión total en cuanto el Príncipe le dio la orden de apertura. Realmente pensaba, casi al nivel de Dama. Todo parecía en perfectas condiciones aunque se veían muy pocos robots de mantenimiento.

—Me alegra verle, mi señor. Ha pasado mucho tiempo —dijo en un tono nada sorprendido, apareciendo holográficamente con su aspecto de hombre joven y risueño sonriendo de oreja a oreja.

—Yo también, Cásam. Necesito hablar con los Guardianes de la planta Jarkamte. Y también con la Yúrem, Helen, que se encuentra en Lara.

—Tardaré en localizar una línea operativa. Tendré que hacer muchas derivaciones. Aunque sería mucho más sencillo si me ayudaran los demás activando las IA en desconexión total.

—¿Qué demás? —pregunté.

—Los que están hibernados.

—Excluyendo la que yo ocupaba, ¿cuántas cámaras activas y por lo tanto ocupadas hay?

—Todas —respondió eficiente.

—¡Mil Guardianes serán de gran ayuda! —exclamó el Príncipe.

—¿Debo entender que quiere que sólo deshiberne a mil? —preguntó extrañada.

El Príncipe me miró sorprendido.

—¿Sólo? ¿Cuántas cámaras hay? —preguntó.

—Cincuenta mil —dijo consiguiendo que nos diera un vuelco el corazón.

—Recuerdo perfectamente los diseños que me enseñaste, sólo había mil cámaras. No pensamos que harían falta más ya que la enfermedad del sueño se daba sólo en altos rangos. ¿De dónde han salido las demás? —me interrogó el Príncipe.

—No tengo ni idea. Los diseños eran claros. Tuvo que ser Taban, pero no nos informó del cambio.

—Ya averiguaremos la respuesta y el porqué. Cásam, deshibérnalos a todos.