Capítulo V

04:25 AM. DOMINGO.

ESTOCOLMO, EUROPA.

El ensordecedor ruido de la discoteca llegaba hasta la calle. La gente, en su mayoría chicos y chicas menores de veinte años, formaba una larga cola a la espera de que el portero o alguno de sus secuaces les permitieran pasar. Los cinco que custodiaban la entrada medían cerca de los dos metros y debían superar los cien kilos (casi todos de músculos). Fui directo hacia ellos. El primero en verme fue el portero, su cara de estupefacción no pudo más que hacerme sonreír. Debía ser un poco idiota porque se puso en medio.

—Perdone. ¿Puedo ayudarle? —dijo hinchándose, apoyando la palma de su mano sobre mi pecho. No podía creerlo. Desde luego los terrestres eran unos inconscientes.

—¿Quieres morir? —le pregunté mirándole con dureza, haciendo que retirara la mano como si hubiera recibido un calambre.

—No se puede pasar sin…

—Si tú y los atontados que te acompañan seguís vivos, es porque sois terrestres, pero mi paciencia se acaba. No sólo os vais a apartar, sino que no vais a permitir que entre nadie más hasta que yo salga. ¿Ha quedado claro? —le pregunté, acercado mi cara a la suya. El miedo le hacía transpirar con fuerza. Ahora era consciente de su situación.

—Como usted diga —dijo atemorizado, apartándose.

—Una cosa más. Mira al otro lado de la calle —dije señalando a Brack, que consiguió que le pegara un vuelco el corazón cuando vio que llevaba un fusil láser en cada mano obtenidos en la armería de Lara. Mientras discutía con él se había acercado sigiloso. Nadie le había visto ya que yo acaparaba toda la atención.

—Lo… lo veo.

—Si se te ocurre hacer alguna estupidez, esto se convertirá en una de esas películas «gore» que tanto gustan a vuestros adolescentes —dije entrando, ignorando al resto.

El local era como todas las discotecas, oscuras, calurosas, chicos bebiendo, música a todo volumen… Era bastante grande y con dos pistas. Una, unos metros después del guardarropa que estaba junto a la entrada y otra, en un piso superior para «Vips». Mi intuición me dijo que debía subir. En las escaleras principales de acceso había otro par de gorilas que se apartaron en cuanto me vieron. Les habían avisado a través de los «pinganillos» instalados en sus orejas.

Una vez arriba, activé parte del casco de forma que cubriera mi ojo derecho y empecé a escanear la planta. Estaban al otro lado. Los chicos cercanos me reconocieron y empezaron a agruparse a mí alrededor. Con cuidado los fui apartando y me dirigí al fondo. Eran unos diez y estaban sentados alrededor de dos mesas. Cuatro, en el sofá corrido de la pared. Todos me miraron sorprendidos. A mí sólo me interesaban las dos chicas sentadas en medio del sofá. Ambas me miraron con más curiosidad que miedo.

—Necesito hablar con vosotras —dije escueto.

—Le estamos escuchando —dijo la de la derecha.

—Fuera —ordené sin opción a réplica.

Sus amigos iban a protestar cuando la otra se levantó y se dispuso a acompañarme, su hermana hizo lo propio medio segundo después. Uno de los chicos, el que estaba a su lado, se levantó para acompañarnos también, pero un gesto de ella le disuadió de hacerlo. Le gustaba lo suficiente como para atreverse a acompañarnos, me entristeció pensar que seguramente sería la última vez que la vería.

Cuando nos aproximamos, Brack no se movió de su sitio. Ellas lo miraron con curiosidad, pero sin miedo.

—Sabemos que usted, alteza… —comenzó una de ellas.

—No, joven Warlook, no debéis llamarme alteza —le interrumpí.

—No quisiéramos contrariarle ni contradecirle pero nosotras somos terrestres, nuestros padres son terrestres y nuestros abuelos también —dijo convencida la otra.

—Me temo que eso no es del todo correcto. Empecemos por el comienzo, tú eres Anne y tú Milla.

—Sí —confirmaron al unísono.

—No creáis que me ha sido fácil encontraros. La verdad es que ha sido gracias a la Venerable Olga.

—¿La tía abuela Olga? —preguntó Anne sorprendida.

—Sí. Os haré un resumen, aunque ella, en cuanto tenga ocasión, os lo contará con detalle. Hace ochenta años ella y otros treinta niños salieron de una gruta, una gruta en los Alpes Suizos.

—¿De una gruta? No entiendo nada —dijo Milla.

—Esperad. En la gruta aún hay, por lo visto, varios cientos de cámaras de hibernación. Constituía uno de los refugios de salvamento. Por la distancia de la situación de la gran capital de Pangea estaba ubicado en una de las ciudades del este. Sus cámaras se activaron, probablemente a causa de una avería y los deshibernó. Si no recuerdo mal, las IA de bajo nivel que las controlaban vigilaban grupos de cuarenta. Vuestra tía abuela recuerda que había muy poca luz y que hubo varios niños que no se levantaron (muertos). Aunque casi no veían, se agruparon y tras varias horas de deambular por la gruta buscando una salida, llegaron al exterior. Había nieve, mucha nieve y hacía frío. Recuerda que estuvieron andando mucho por la montaña y que se formó de repente una gran ventisca. Cuando encontraron gente (terrestres) no pudieron comunicarse, obviamente no podían entender lo que decían. Por el camino perdieron a cinco de los niños. Luego, el tiempo y las adopciones por parte de los terrestres los dispersó. No tengo duda que durante estos últimos miles de años, habrá habido más casos como el de vuestra tía abuela, que era hermana de vuestra abuela, Tea, ya fallecida, por desgracia.

Se miraron entre sí sorprendidas por mis palabras.

—¿Qué es lo que quiere de nosotras? —preguntó a bocajarro Milla.

—Se acerca un asteroide lo suficiente grande como para exterminar la vida en Pangea. La única forma para detenerlo es usando un cañón Jarkamte desde Lain Sen.

—¿Quiere que nosotras… —comenzó a preguntar Anne totalmente perpleja. Por la cara, su hermana estaba igual de sorprendida.

—Sí —les respondí categórico.

—Pero nosotras no tenemos ni idea de… —empezó a excusarse.

—Lo sé —le interrumpí—. Hay más, tendréis que convertiros en Guardianes.

—Eso implicaría que nos volveríamos… inmortales —dijo Milla abriendo mucho los ojos.

—Sí. Es una consecuencia de portar el Traje.

—¡Guay! —exclamaron al unísono.

—¿Guay? ¿Sabéis lo que implica serlo? —les pregunté a la vez que miraba de reojo a Brack.

OCÉANO PACÍFICO.

CUATRO HORAS MÁS TARDE.

ARCHIVO DE ABORDO DE LA NAVE LARA.

Brack permanecía de pie entre los asientos de los pilotos, hablando con Lara (hablando de IA a IA, claro. Imposible seguir el ritmo de trasvase de información). Las niñas Yúrem jugaban con las gemelas que les hacían cosquillas y les burlaban sacando las lenguas. Helen me miraba seria, su intuición le avisó de que había llegado el momento. De pronto pegó un respingo, poniéndose roja. Brack se giró mirándola.

—¿Ocurre algo? —le pregunté.

—No… no pretendía interferir o escuchar o lo que sea que he hecho —dijo avergonzada.

—¿De qué está hablando? —pregunté sin entender lo que ocurría.

—Ha estado escuchándonos a nivel Yúrem –dijo Brack. —Creí que todavía no sabía manejar su condición de mujer Yúrem –continuó.

—No pretendía… no sé cómo lo he hecho os lo juro, mi Príncipe. No quería…

—Tranquila, tranquila… No te preocupes, es lo que quiero que empieces a practicar. Eso es algo innato en ti o, mejor dicho, en las tres. Tanto tú como tus hijas sois Yúrem y podéis comunicaros con una IA a su mismo nivel, de igual a igual, con la diferencia que vosotras sois humanas y por tanto tenéis sentimientos —dije sonriendo y dirigiéndome al almacén, haciendo un gesto a todas para que me siguieran.

Ordené la apertura del armario que contenía los Jades y les pedí que cogieran uno cada una, el que quisieran.

—Es el momento para echarse atrás —dije mirándolas.

—Aunque quisiéramos, que no queremos, no tenemos opción. No hay nadie más —dijo Anne, siendo la primera en elegir uno que estaba en el centro, siendo imitada rápidamente por las demás. Helen tuvo que aupar a Naomi para que cogiera el suyo.

—Si queréis salvar al planeta no, desde luego. Coged el Jade y colocad la cara pequeña en el centro de la palma de cada mano. Bien, ahora juntad las manos.

La transformación a mis ojos fue inmediata. Las cinco soltaron una exclamación de sorpresa, más que por el Traje por la sensación de trasformación de mortal a inmortal. Aunque las Yúrem ya lo fueran genéticamente, siempre y cuando usaran sus «dones» para ello.

—Mirad el OB. Pulsad la tecla central y luego las que están alrededor en sentido contrario a las agujas del reloj. Cuando lo hicieron, en mi OB una tecla parpadeó. Las miré sonriente y la pulsé. «La Celda» se activó en todas ellas. Unos segundos después todas estaban libres.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Milla.

—«La Celda». Un dispositivo de seguridad que diseñé con los primeros Guardianes. Sirve para asegurarse de que el nuevo Guardián está del lado del Bien, en caso contrario, permanece petrificado hasta que lo esté.

—¿Se puede burlar? Me explico, ¿sería posible que alguien lo esquivara o creara alguna forma de evitarlo? —preguntó Helen.

—No. No es posible. Tu mente no puede mentir a tu Traje, el engaño no es posible, ni aunque seas una Yúrem, ni aunque fueras la Gran…

—¡Garda! —exclamó la pequeña soltando una pequeña risita.

—¿Quién es esa? —preguntó descarada Anne.

—La Patriarca de las Yúrem, para que me entendáis, algo así como su Presidente. Aunque, en realidad, es bastante más que eso.

—Esa era mi sensación —intervino Helen—. Eso es lo que siento cuando trato de imaginármela, cuando pienso en… ella. Aunque no la conozca… es como si…

—La intuyeras. Si la Patriarca de tu raza sigue con vida, os llevaré ante ella. Tenéis mi palabra.

—¿Cree que… ¿Sabe dónde puede estar nuestro pueblo?

—Ese es el asunto. Cuando vuestro planeta fue destruido por un asteroide, evacuamos la población, el pueblo Yúrem, junto al patriarcado Yar, al planeta de mi amada esposa Yun, de nombre…

—¡Jarkis! —exclamó de nuevo la pequeña. ¡Era impresionantemente intuitiva y receptiva!

—Sí, eso es —dije sonriéndole—. Todas las Yúrem y hombres evacuados, sin excepción, fueron a Jarkis. Un poder o mejor dicho, don como el que ostentaba vuestro pueblo, fue tratado como arma secreta y de ventaja, así que el Patriarcado optó por establecerse en Jarkis. Impuse la condición de que nadie de vuestro pueblo saliera del planeta. Por eso no me explico cómo es posible que vosotras estéis aquí.

—Mi lógica me lleva a una conclusión como la más probable —intervino Brack sorprendiéndome.

—¿Cuál? —pregunté intrigado.

—La Yúrem Ayam, pudo sobrevivir y dejar descendencia. Ella nunca portó el Traje.

—No, está muerta. Es algo que simplemente sé. No tiene nada que ver con nuestra familia —dijo absolutamente convencida Alice, siendo corroborada con un fuerte gesto de asentimiento de su hermanita.

—Mis hijas tienen razón. Yo tampoco sé cómo lo sé pero así es. Ayam murió en la Gran Batalla Final.

—Tendremos que dejar este nuevo misterio para más adelante. ¡Lara!

—¿Sí, mi Príncipe?

—¿Por qué nosotras llevamos el Traje y Ayam no? —preguntó Helen, interrumpiéndome.

—Ella no era una novata, ni acarreaba con dos niñas. Necesitáis algún tipo de ayuda extra.

—Me parece lógico…

—Lara, dirígete a Lain Sen. Helen, tú le indicarás dónde debe aterrizar y que sea cerca de una compuerta de acceso en activo.

—¿Y cómo quiere que haga eso? —preguntó apesumbrada.

—Tú eres la Yúrem –le dije sonriendo cínicamente, cosa que divirtió mucho a las demás.

LAIN SEN.

SISTEMA DE SEGURIDAD DEL SECTOR 6045.

Detectada nave. Sistema de identificación dañado. Informo a los sistemas de seguridad de plantas interiores, para que informen al sistema central. Sistemas defensivos preventivos activados.

MACRO CRUCERO OSKO. OB DEL AMO TÓGAR.

Ahí está, derrotado, perdido. ¡El gran Prance! ¡JA! Ha picado como un niño. ¡Estúpido! ¡Míralo, vencido y humillado! ¡Solo! ¡Solo!

—¡He acabado con todos tus perros!

¿Por qué no dice nada? ¿Por qué no me mira?

—¡Prance! ¡Ríndete!

Esa flecha que le atraviesa el hombro desde la espalda, las múltiples heridas deben dolerle muchísimo y, sobre todo, ya no tiene energía. ¿Por qué no se mueve?

—¡Prance!

¿No me oye? ¿Qué ocurre?

—¡Prance! ¡Maldita sea! ¡Mírame! ¡MÍRAME! ¡MÍRAMEEEEE!

Lentamente va levantando la cabeza y me mira. Su mirada no es de odio, es de… de… ¿de pena? ¿Por qué? ¿Por sus amigos?

Me mira a los ojos… ¡No puede ser! No es por ellos… es por mí. ¿Cómo es posible? ¡Está loco!

—¡Deja de mirarme así! ¡Deja de hacerlo o te mataré! ¡Tú eres el que da pena!

Su mirada se mantiene, veo que mis Guardianes (miles) le apuntan con miedo. ¡Cómo le temen! ¡Cuánto miedo le tienen! ¡Terror!

—¡No lo entiendes!

Su mirada dice… no

—¡Tuve que hacerlo! ¡Por la Galaxia de Andrómeda! ¡No tuve opción! ¡Tuve que hacerlo!

De pronto se mueve y avanza lentamente hacia mí. ¿Dónde están sus heridas? ¿Y la flecha? ¡Ya no está herido! ¡No es posible!

—¡Quieto! ¡No te muevas! ¡Vamos a disparar!

Sigue avanzando. Mis Guardianes están aterrados. Uno dispara. El resto le sigue. La luz producida por los lásers es cegadora, brilla como una estrella joven.

¡No es posible! ¡Sigue ahí! ¡De pie! ¡No ha muerto! ¡Sigue avanzando!

—¡Quieto!

Mis Guardianes vuelven a disparar. No puedo moverme, no puedo dejar de mirarle. Avanza imparable. Coge sus dos pistolas láser y comienza a disparar sin descanso. Mis Guardianes van cayendo uno tras otro tras su implacable fuego, muertos para siempre. Poco a poco me voy quedando solo.

Los Guardianes que viven no dejan de disparar, inútilmente. Caen uno a uno… hasta que no quedo más que yo.

Él sigue avanzando sin dejar de mirarme. Guarda sus armas sin apartar la mirada. Me mira a los ojos. Se acerca lentamente, sin prisa, hasta detenerse a unos centímetros de mi cara. No puedo evitar mirar a sus ojos, y constatar que me muestran… pena, una inmensa pena por mí.

—¡¡¡¡¡AAAAAAAAAH!!!!!

Otro de esos malditos sueños.

La brutal puerta de un metro de grosor de M7 se abre bruscamente y mi guardia personal penetra en tromba en mi aposento. Apuntan a todas las direcciones en busca del hipotético enemigo, aunque, una vez más, no hay nadie.

—¿Qué potos hacéis aquí? ¿Quién os ha llamado? —pregunto indignado desde mi elevada posición, ya que aún sigo en el campo gravitacional de descanso.

—Hemos oído un grito, mi Amo —se atreve a contestar el Capitán Buoit, que como siempre está al mando de mi escolta.

—¡Yo no he oído nada! ¡FUERA!

—Sí, mi Amo —dice apresurándose a salir con los demás, retrocediendo de espaldas, con la mirada fija en el suelo, haciendo reverencias e inclinándose a cada paso.

Ese miserable cobarde sabía que si yo hubiera sido Trash, como respuesta habría obtenido un disparo láser entre ceja y ceja, eso con suerte…Cuando salieron ordené a Rat, la IA principal del Osko, que me descendiera del campo gravitacional. No iba a dormir más. No podría…

¡Maldito sueño! ¡Siempre igual! ¡Siempre el mismo! ¡No puede ser, está muerto! ¡MUERTO! Yo lo sé… Yo lo vi… Lo vi…No puedo seguir así… ¡Tres mil quinientos millones de años pangeanos! Estoy a punto de derrumbarme. Tengo que volver. Me dan igual las órdenes de Trash. Tengo que regresar. Lo necesito… Sólo he de planearlo bien

—Rat. Ponme con el Capitán Pílmor y luego con el Capitán Gail, que, si no me equivoco, sigue al mando de la flota de escolta y castigo…

ARCHIVO DEL OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

SITUACIÓN: LAIN SEN.

PRIMER ATERRIZAJE TRAS LA GRAN BATALLA FINAL.

Brack se negaba a dejarme entrar solo en Lain. Tardé más de una hora en convencerle. Cuando abrí la compuerta, todas me miraban expectantes tras la pantalla semicircular de aislamiento interior. También tuve que disuadir a las gemelas en lo de acompañarme aunque «sólo fuera un poco por la superficie». Era demasiado peligroso que dos novatas, como primera experiencia con el Traje, se pasearan por la superficie de una luna. Nada más salir, la compuerta se cerró. Al saltar sobre la superficie, levanté un poco de polvo que se fue posando lentamente.

—Bien, ya estoy fuera. ¿Hacia dónde voy? —pregunté usando el casco para comunicarme con la Yúrem, que, además de oírme, podía verme a través de la pantalla principal de Lara. Aunque podría intentar contactar con ella directamente, me interesaba que las demás vieran cómo se iba desarrollando todo. De alguna forma, les daría algo de experiencia. También ordené que transmitieran todo a Pangea para que los terrestres pudieran ver lo que ocurría, al fin y al cabo, si fracasábamos, ellos serían los exterminados.

—Diríjase hacia la derecha.

—¿Segura?

—Si quiere puede hacerlo hacia la izquierda, pero tendrá que circunvalar toda la Luna. Y no, no estoy segura…

—Bien, me pongo en marcha.

—Deténgase cuando encuentre algo que le parezca distinto —dijo, cambiando el tono.

No había recorrido cien metros cuando encontré… ¡una huella! Al levantar la cabeza vi una barra y en su extremo la bandera americana, la que había colocado Neil Amstrong y compañía.

—¡Helen! ¡Estamos junto al lugar donde aterrizaron los terrestres por primera vez!

—Veo que la vista no os falla —dijo socarrona—. Cuando le expliqué el lugar, Lara me entendió a la primera.

—Fue el «gran» acontecimiento del siglo veinte, aunque muchos terrestres no lo consideraran tan importante.

—Lo sé. Le recuerdo que yo también he vivido con… ellos. Póngase en la posición en la que las fotos de la época muestran la bandera sobre la superficie.

—Bien, ya estoy. ¿Y ahora?

—¿Ve esos montículos del fondo?

—Sí.

—Allí está la entrada.

—¿Tan cerca?

—Siempre que miraba la foto, esos montículos me parecían… artificiales. Por cierto, intuyo que le va tocar cavar bastante.

—¿Quiere que le ayude? —preguntó Brack. No se iba a dar por vencido…

—No. Quédate protegiéndolas y ayudando a la Yúrem a interpretar los datos que mi OB suministre a Lara —dije pensando que no iba a poder evitar que acabara saliendo.

Mientras avanzaba, la poca gravedad de la Lain me trajo algunos recuerdos, no demasiados, ya que no era habitual (menos dado mi rango) notar semejante falta. En los cazas de combate o en cualquier nave, estabas sujeto electromagnéticamente, el Traje se encargaba de hacerte sentir la gravedad como real. Lo que sí que recuerdo con absoluta nitidez fue la primera vez que sentí la ingravidez en mi cubículo, el primer día en la Gran Dama, estaba tan excitado que no puede dormir. Nada comparado con la primera experiencia en el espacio, en la negrura infinita. Fue una prueba de Zerk[4], en la que nos dejó en el espacio solos con un módulo supletorio de energía y se marchó durante cuatro días. En la falta de referencia, arriba, abajo, derecha, izquierda… todo perdía su significado (eso era lo que Zerk quería que aprendiéramos, algo muy necesario a la hora de combatir en el espacio), fue… aterrorizante. No me extraña que cuando se encuentra a alguien que lleva a la deriva varios días, con un simple traje de protección, los daños psíquicos sean a menudo irreversibles.

Mirando a mí alrededor mientras avanzaba, comprobé que la superficie de Lain había sufrido un cambio radical, total. Nada era reconocible. ¿Cuántos millones de nuevas toneladas de sedimentos (asteroides) se habían depositado en este tiempo? ¿Las troneras por dónde debía disparar el cañón Jarkamte seguirían funcionales? Como mínimo habría que destaponarlas…

Llegué a los montículos y usando el casco los escaneé. La compuerta de acceso estaba a más de ocho metros de profundidad. Tendría que cavar un túnel hasta ella. Usé una de mis espadas láser para cortar, lo que, con el paso de los milenios, se había convertido en roca, y sacándolo en grandes bloques llegué hasta la compuerta. Tardé algo menos de una hora y ocho advertencias a Brack para que no saliera. Cuando la dejé totalmente limpia, la observé con detenimiento. No tenía ni un arañazo, parecía nueva. El casco me indicó la presencia de un escudo defensivo pegado a ella. ¡Eso significaba que Lain aún tenía energía! O, al menos, ese sector. Apoyé la palma de la mano al lado de la compuerta sobre el metal, en apariencia virgen. Al instante, un panel con forma de heptágono emergió, como de la nada. Pude ver las características cuarenta y nueve teclas que se fundían entre ellas, sin que se pudiera definir dónde empezaba una y acababa otra.

Pulsé mi código personal de acceso, que debería ser aceptado o reconocido por todas las IA.

—El sellado es total. Acceso denegado —oí a través del casco. Se comunicaba usando mi OB.

—Maldita IA retrasada. ¿Sabes quién soy, me reconoces?

—No —respondió seca.

—Soy el Príncipe Prance de Ser y Cel. Príncipe de los Guardianes del Bien y por tanto el máximo dirigente de este lugar.

—¿Puede demostrarlo? —preguntó por sorpresa.

—Conecta con Cásam, la IA de mis aposentos, ella te confirmará mi identidad.

—Eso es imposible, el sellado es total.

Sopesé la idea de desenfundar mi fusil de asalto y tratar de volarla en mil pedazos pero eso activaría todos los sistemas de seguridad y por tanto las defensas automáticas. Sin ayuda de la sala central de seguridad, no tendría ninguna posibilidad.

—¿Me ves?

—¡Claro! Acaba de activar mi panel de acceso exterior.

—¿No puedes identificarme con alguna imagen de archivo que poseas de mi persona?

—No. Y aunque pudiera sería muy sencillo trucar su imagen. No tengo modo de corroborarla.

De pronto, a mis pies cayeron rodando lentamente varios trozos de rocas. Al instante, intuí que había alguien en la boca del túnel. Me giré llevándome la mano a la pistola láser.

—Puedo ayudarle —dijo escueto.

—¡BRACK! ¡Me has dado un susto de muerte! ¿No te he pedido que permanecieras en Lara?

—Sí, pero como no ha sido una orden directa, he optado por ayudarle. Ellas están a salvo, más que usted, mi señor.

—Veremos. ¿Puedes convencer a la compuerta para que me permita pasar?

—Sí —dijo seguro.

Ascendí y le permití sustituirme. Tardó tan sólo dos minutos.

—Puede entrar. Le he mostrado mis archivos, los bancos de memoria que compartí con Ayam y por tanto he confirmado vuestra identidad. Aunque yo no podré acompañarle hasta que reciba la orden de la IA de seguridad de su sección.

—¿Por qué no puedes?

—Soy un arma, no un Guardián.

—Entiendo. Ahora vuelve a Lara y no salgas a no ser que sea realmente imprescindible. Tu misión es protegerlas. Sin ellas todo esto que estoy haciendo será inútil y por si te queda alguna duda, lo que te acabo de dar es una orden directa.

—¡Sí, mi Príncipe! —dijo, dándose la vuelta, para irse.

La compuerta se abrió a mi requerimiento. La sala a la que daba era amplia, como para albergar cómodamente a cien Guardianes. Avancé hasta la compuerta de salida, al otro extremo, y esperé a que se cerrara la primera. Mientras lo hacía, me fijé que había dejado profundas huellas en el suelo. Eso significaba que, a pesar de que la compuerta exterior cerraba herméticamente, el finísimo polvo de la superficie había conseguido penetrar y lo que, aún era más preocupante, los robots de mantenimiento no debían funcionar desde hacía mucho tiempo. ¿Se habrían averiado todos? ¿Las doscientas millones de unidades de este sector? Al observar el polvo de nuevo, comprobé que tenía más de tres centímetros de grosor.

—Abre —le ordené a la segunda compuerta.

—No. Sellado total.

—Claro, por eso estoy aquí. Habla con la IA de la compuerta exterior, ella te lo explicará.

—No. Sellado total.

Apoyé la mano en el costado y tras surgir el panel tecleé mi código de acceso.

—Soy el Príncipe Prance de Ser y Cel. Esto es una orden directa, habla con la otra IA

—Confirmada identidad. Procedo a la apertura. Bienvenido a Lain Sen —dijo solícita.

—Ya…

Al traspasar la compuerta, el sistema lumínico se activó casi en su totalidad. Escuché cómo penetraba aire para nivelar la presión, el casco me indicó que no era respirable, por eso no ordené su repliegue. Las ondas de shock provocadas por el impacto de tantos asteroides, habrían averiado algunas líneas de refrigeración atmosférica. Era una sala idéntica a la anterior. En ésta, el polvo sólo tenía un centímetro de grosor. Me acerqué a la IA instalada en el centro de la pared de la derecha y tecleé rápidamente mi código de seguridad con pocas esperanzas.

—Bienvenido, mi Príncipe —dijo sorprendiéndome.

—¿Hasta dónde desciendes?

—Nivel de defensa Jarkamte. Seguridad no me ha informado de su llegada.

—No lo hará. Existe una desconexión total.

—Lo sé.

—¿Por qué no estás en ese modo?

—Soy una IA de seguridad interna. En modo de desconexión, no podría impedir la entrada al Mal.

—Entiendo. ¿Desde cuando no han venido los robots de mantenimiento?

—Hace miles de años que no viene ninguno. Las visitas se fueron espaciando hasta detenerse. Por suerte no necesito reparaciones.

—Bien, iremos con cuidado. Descendamos lentamente.

—Sí. ¿Quiere que antes de abrir desactive los cañones láser que protegen la salida de este elevador?

—Sería aconsejable. No vaya a ser que me confundan con un enemigo.

Descendimos los cien kilómetros con tan sólo media docena de traqueteos y chirridos. Un suave y seco ruido me indicó que ya habíamos llegado.

—Antes de abrir avisa de mi presencia a toda IA o sistema de seguridad que hayamos atravesado en el descenso.

—Un tercio de las compuertas del túnel se han abierto automáticamente y no han vuelto a cerrase. Ya no están operativas. Al resto acabo de informarles.

—Os quiero a todas activas y conectadas entre vosotras, debéis agregar a todas con las que me cruce y active.

—Lo haremos. Montaremos una red de información compartida.

—¿Hay aire respirable al otro lado de tu compuerta? Este tiene demasiado CO2.

—El sistema del otro lado está desconectado y no puedo…

—Ya… ya… ya… —le interrumpí—. ¡Abre!

Se abrió con normalidad. Un tercio de los programas de iluminación más cercanos se activaron al detectar mi presencia, el resto estaba averiado. No vi polvo, así que no debía de haber brechas en la estructura. El OB me indicó que el aire era respirable, aunque estaba un poco falto de oxígeno, como si estuviéramos a cinco mil metros de altura en Pangea. Todo tenía el terrible aspecto de estar abandonado, inerte. A simple vista pude observar que muchos paneles estaban apagados. No vi a ningún robot de mantenimiento. Me dirigí al sistema central de seguridad del sector, que abarcaba diez mil kilómetros cuadrados. Tardé cerca de tres horas en convencer a la IA para que desactivara el sistema defensivo y permitiera entrar a Brack y a las demás.

—En otro tiempo, definiría este lugar como una ruina a la deriva —dije irónicamente, sonriendo y mirando a mi alrededor intentando que se relajaran.

—No estoy de acuerdo, con las reparaciones oportunas…

—Brack, era una ironía, broma o como quieras entenderlo.

—Disculpe, mi señor. Esos conceptos siempre se me escapan. No puedo asimilarlos.

—¿Cuánto tiempo estimas que necesitarás para reparar una línea de fuego Jarkamte?

—Viendo los daños y suponiendo que todos los sectores estén igual, trabajando ininterrumpidamente… unos tres años.

—¿Tres años? Tenemos cinco meses como máximo. Luego no habrá forma de detenerlo.

—Entonces no es posible.

—¿Y si usamos robots de mantenimiento? —pregunté.

—Con veinte mil, cuatro meses más un mes para alinear el cañón con las gemelas y preparar las troneras que se vayan a usar.

—Hay que buscar esos robots, localizar una sala de autorreparación, ponerla en marcha y que se autorepliquen.

—No creo que sea posible. Si no hay ninguno por aquí, es señal de que todos están averiados por falta de repuestos.

—Alguno quedará. Tendrás que reprogramarlos para que «roben» lo que necesiten de la planta. No importa lo que inutilicen con tal de que respeten la vía, el cañón, las toberas y las IA de alto nivel.

—Entiendo. Empezaré de inmediato a buscarlos.

—Cada día que os retraséis, reducirá el área de movilidad de cañón, siendo necesarios más disparos, para conseguir desviarlo sin que se trocee. Eso sin contar los asteroides más «pequeños» que le acompañan.

—Habláis como si no fuerais a estar aquí —apuntó alarmada Alice.

—No, no voy a estar. El cañón no funcionará sin una autorización de código de la sala central de seguridad de Lain y la IA de la central os guiará y alineará el cañón entre disparos. Deberéis seguir sus instrucciones al pie de la letra y abrir fuego cuando os lo ordene.

—Y eso…¿Está muy lejos? —preguntó Helen preocupada.

—En la última planta, justo encima del núcleo de masa y de los acumuladores energéticos. De hecho tú tampoco vas a estar en esta planta. Las IA de aquí no te servirían para guiarme. Estarás en Lara, usando sus planos para acortar mi descenso.

—¿Cómo podré hacer eso?

—Tú eres la Yúrem.

—Me da la impresión que voy a oír mucho esa frase de aquí en adelante —dijo seria.

—Me temo que sí.

—¿Y si no encontramos ningún robot? —preguntó pesimista Milla.

—Deberéis hacer lo que podáis. Cuantas más troneras y cuanto más larga sea la línea de disparo, más posibilidades de éxito tendremos.

Mientras hablaba con ellas, ultimando instrucciones, Brack intercambiaba datos con la IA de seguridad. Posteriormente se desplazó hacia las más cercanas y repitió la operación. Finalmente, se presentó ante mí.

—¿Algo que no tengas claro antes de irme?

—¿Habéis calculado cuánto debéis recorrer diariamente para alcanzar el objetivo? —preguntó Brack.

—Sí, Lain tiene más o menos tres mil cuatrocientos setenta y seis kilómetros de radio. Ya hemos descendido los cien primeros, así que calculo que veintiocho o veintinueve kilómetro diarios… durante unos cuatro meses.

—¿No va a dormir?

—Sí, ya lo he calculado, aproximadamente ocho horas cada tres semanas.

—¿Ha contemplado que tendrá que dar muchos rodeos y que…

—Sí, por eso es muy importante que Alice me ayude —aseveré mirando a Brack—. ¿Algo más?

—No. Si tengo alguna duda nos comunicaremos a través de la Yúrem. Le informo que estimo que uno de cada diez sectores está totalmente destruido y que tres de los nueve restantes, están tan dañados que es inútil intentar repararlos. De los otros seis habrá uno que con suerte esté como éste. Además, según mis cálculos la mitad de los sistemas, no están operativos y no contienen información fiable. Siempre y cuando no surjan problemas que no entren en el rango de posibilidades calculadas, considero que tardará tres meses en llegar hasta la sala.

—Ese es también mi cálculo pero creo que no has incluido las plantas de vegetación. Los ecosistemas independientes que suministraban oxígeno al complejo y un espacio de ocio para las tropas. En estos tres mil millones de años no me cabe duda de que habrán evolucionado. No podemos saber lo que me voy a encontrar. No obstante, cuándo has mencionado problemas que no entran en el rango de posibilidades, ¿a qué te referías?

—Por ejemplo, a que el Mal haya estado aquí.

—Eso es poco probable, se habrían llevado todo esto.

—¿Por qué no iban a hacerlo? Esto es una mina de M7, IA y armamento —dijo Anne.

—Tienes razón, no tiene sentido. Otro misterio. Espero que no encuentre nada raro y pueda llegar lo antes posible.

—¿No podríais usar algunos elevadores, ascensores o lo que tengan parecido por aquí? —preguntó Milla.

—No funcionarán. Sin duda alguna estarán desconectados. Tendré que usar los sistemas manuales. Cuando disparemos y acabemos con ese maldito asteroide, los activaré desde la sala de mando y podréis reuniros conmigo en unos pocos minutos.