Capítulo III

28 DE ABRIL.

SUBNIVEL 2.

SALA DE CONTROL DE LA CÁMARA DE AISLAMIENTO PARA LA ENTRADA A SUBNIVELES SELLADOS.

STAMP POINT.

La sala de control era amplia, de unos veinte metros de largo por quince de ancho. La puerta de acceso era doble y cada una tenía un palmo de grosor. Por ellas, y por todas las paredes de la sala, circulaban constantemente miles de kilovatios del nuevo generador nuclear que se había instalado en una pequeña base construida en el interior de una montaña y que antiguamente albergaba misiles termonucleares. Si una puerta se abría, la otra permanecía cerrada y en el hipotético caso de que una se perforara por la causa que fuera, en el acto, ambas se bloqueaban y la electricidad aumentaba a su plena potencia.

La sala en sí era muy sencilla. A la izquierda, las computadoras y sistemas de vigilancia que aún funcionaban en los subniveles inferiores. Sobre todo en los tres más cercanos al área no sellada. Habían sido instalados por las primeras tropas que intentaron la reconquista de la base. Sólo consiguieron llegar hasta el subnivel cuatro. En cincuenta y cinco minutos tuvieron que replegarse perdiendo el noventa por ciento de los hombres.

A la derecha, se podía observar que sólo había una puerta ante una segunda que hacía la función de «pecera» y que daba acceso a una, aún más pequeña, habitación fuertemente blindada y también protegida por los miles de kilovatios de la nueva central nuclear. La habitación se había instalado para la protección de los hombres que estuvieran en la sala de control y de vigilancia de los subniveles, ya que los Insaciables probablemente saldrían por ese punto (el resto de la base había sido fuertemente blindado) y sería su única salvación. Opuesta a la entrada de la minúscula sala de socorro, había otra puerta que sólo se podía abrir mediante órdenes provenientes del otro lado y esas órdenes sólo se darían en el caso de que no hubiera ningún peligro, vamos que esos hombres se convertirían en «prescindibles», llegado el caso.

En la pared frontal se erguía otra puerta, pequeña, para que pasara justo un hombre. Desembocaba en un pasillo de unos quince metros de largo por dos de ancho. En el otro extremo, otra puerta que llevaba directamente a los subniveles sellados. El suelo consistía en un rejado que descansaba sobre un foso de ocho metros de profundidad, lleno de ácido sulfúrico. En caso de invasión, desde la sala de control o desde cualquier punto de control de la base, se podía ordenar el desplome de la reja convirtiéndola en una trampa mortal. De las paredes surgían pequeños agujeros simétricamente distribuidos cada quince centímetros, que en realidad eran las bocas de potentes lanzallamas. Para mayor seguridad, el techo de diez metros de grosor y de acero macizo, se podía dejar desplomar sellando el pasillo, activándose el sistema interno de circulación de electricidad por todo el brutal bloque. Era impensable que consiguieran atravesar el ácido y los lanzallamas pero con esos bichos, toda medida de seguridad era considerada insuficiente.

Yack cruzó las dobles puertas y se topó con el General, plantado en medio de la sala y que en cuanto le vio, le hizo un gesto para que se acercara. Las dos pantallas más cercanas a él, mostraban el pasillo de aislamiento y a Lara desde un extraño ángulo. El resto de cámaras de ese subnivel no funcionaban, en realidad prácticamente ninguna, ya que se habían instalado de forma que barrieran su área de vigilancia y claro, al moverse, aunque sólo fuera la lente, los bichos las habían atacado ferozmente destrozándolas. Ahora, las pocas que aún funcionaban sólo mostraban tomas fijas.

Lara hablaba con el General como si se tratara de un viejo amigo, lo tenía bien engatusado. Tanto que incluso había aceptado reenganchar a Mark y Susan sin poner objeciones. Las habilidades sociales de Lara no dejaban de sorprenderle.

—Finalmente han quedado estos treinta hombres pero usted cree, General, que los seis últimos no son realmente aptos —dijo Lara, como si sopesara sus palabras.

—Así es. He confeccionado una pequeña lista con otros diez marines, que a mi parecer son mejores para esta misión en concreto.

—Haga el favor de ordenar que me introduzcan los nuevos datos —dijo. El General movió ligeramente la cabeza y uno de los técnicos de la sala pulsó un botón de la consola.

—¿Qué opina? —le preguntó el General.

—Que como siempre, tiene usted razón. Cualquiera de los diez sería mejor que los otros y como creo que le conozco un poco, los habrá ordenado de mejor a peor, así que deberíamos sustituirles por los seis primeros de la lista.

El General casi se desmaya por el gozo. Me miró con orgullo y yo le dediqué la más falsa de mis sonrisas. Empezó a darme pena, pena verdadera.

2 DE MAYO.

EN ALGÚN LUGAR DE ESPAÑA.

Al llegar a casa, vi aparcado en la acera de enfrente un mercedes negro. Tenía los cristales tintados, pero intuía que había por lo menos, dos personas dentro. Antes de empezar a subir los primeros peldaños de mi portal, apareció otro mercedes negro por el otro extremo de la calle. Opté por ignorarlos. Subí en el ascensor y entré en mi piso. De inmediato capté que había alguien, podía olerlo. Sin miedo fui directo a la sala. Ahí estaba, de pie, vestido de negro, serio como si fuera a un funeral.

—¿Jhon Mirrow?

—Sí.

—Haciendo uso del acta setenta y cuatro, barra diecinueve, debe acompañarme de inmediato.

—¿Puedo saber a dónde? —pregunté.

—No es necesario que posea esa información.

3 DE MAYO.

BASE HARDMAN DE ENTRENAMIENTO PARA MARINES.

TEXAS. EEUU.

En menos de cinco horas, fui recogido por un jet en la base de Torrejón de Ardoz, en Madrid. El piloto no abrió la boca salvo para los requerimientos del vuelo. Repostamos en el aire y llegamos directamente a México DF. Allí me esperaba un helicóptero de las fuerzas especiales que iba protegido por otros tres aparatos, fuertemente armados. ¿Nos iban a atacar o era simple prudencia? En su interior, aparte de la tripulación, me aguardaban otros cuatro hombres que me escrutaron con una rápida mirada. Me senté junto al que estaba solo. Era un hombre de color de unos veinticinco años que tenía la cara cubierta de cicatrices causadas por la metralla, según me cotó más tarde. Naif era enorme y sus músculos abultaban de tal manera bajo su uniforme, que no me cabía duda de que sería capaz de partirme en dos sin ningún esfuerzo. Había luchado en casi todos los conflictos actuales y en otros muchos que no eran noticia. Era uno de esos hombres que cualquier gobierno asegura que no existen. A diferencia de los otros tres, a pesar de ser un comando (y por tanto un asesino) era un hombre…justo. Enseguida congeniamos, nuestra animada charla fue interrumpida en cuanto avistamos nuestro destino.

Me sorprendió lo corto que se me hizo el viaje, la verdad es que me encantaba viajar en esos aparatos, el ruido, la inestabilidad, el riesgo… Desde el aire pudimos observar la base. Era muy extraña y por las caras de los demás, a ellos también se lo parecía. Para ser un campo de entrenamiento era bastante pequeño, claro que parecía que no íbamos a ser muchos dada la poca actividad humana que podíamos apreciar. Uno de mis compañeros comentó la escasez de vigilantes y que el perímetro sólo estaba protegido por una alambrada de tres metros de altura, con torretas cada cincuenta metros.

—Hasta un payaso subido en un burro, podría traspasar ese perímetro —fanfarroneó el hombre que tenía en frente.

No vimos barracones, y los tres únicos edificios parecían de oficinas. Eso sí, pudimos observar una pequeña elevación tipo gran búnker de la segunda guerra mundial.

El aparato se desplazó hasta el búnker deteniéndose justo encima. Suavemente descendió hasta posarse. Pero cuando las aspas se detuvieron, el descenso continuó. El techo era en realidad una plataforma que nos sumergió en la oscuridad. Una potente voz nos ordenó bajar del aparato y situarnos bajo el único punto de luz, que se encendió al comenzar sus primeras palabras. Cuando los cinco estuvimos debidamente situados, la plataforma volvió a izar al helicóptero tapando la luz que penetraba por la abertura. Sin aviso, todas las luces del lugar se encendieron de golpe cegándonos.

—¡No les he ordenado que se muevan! —espetó una voz fuerte y recia proveniente de algún punto unos pasos delante de nosotros.

Cuando nuestros dañados ojos se acostumbraron a la luminosidad, vimos a cinco metros a un hombre de color y tras él, veinticinco marines.

—Bienvenidos a Hardman. Soy el capitán Yerri Black. Voy a estar al mando de esta operación. Supuestamente ustedes, junto a estos marines que me acompañan, son los mejores entre los mejores. ¡YA LO VEREMOS! Todos son voluntarios. Desde ahora les digo que han cometido el error de su vida. Esta es una misión suicida. ¡VEREMOS SI AGUANTAN! Algunos se preguntarán por la misión. ¡La conocerán a su debido tiempo, CABEZAS DE CHORLITO!

El entrenamiento fue una locura. Nadie nos explicaba nada. Primero nos obligaron a memorizar un montón de planos de una base. Tenía multitud de plantas, canales, conductos de aire… Fue un esfuerzo de retentiva impresionante. Luego nos dieron unas de esas gafas para videojuegos de simulación en tres-D para ejercitarnos en un juego de los planos que habíamos memorizado. Nos salían enemigos por toda partes, que debíamos abatir usando armamento simulado. Luego entrenamos en una maqueta a escala real de la base en cuestión.

A las noches llegábamos agotados a los barracones. Aunque todos los días antes de dormirnos, charlaba un rato con Naif que había cogido el único catre que estaba a mi lado, ya que me habían asignado el que estaba pegado a la pared del fondo, junto a los baños. Me contó muchas cosas de sí mismo y de su familia. Había quedado «huérfano» hacía menos de dos años y, por tanto, totalmente solo, ya que no tenía más familia. Me confesó que yo había sido su primer amigo en…años. Los otros habían caído en combate.

26 DE JULIO.

STAMP POINT.

NIVEL TRES.

SALA DE PROYECCIONES.

Todos los miembros de la misión estaban en la sala. Tenía una capacidad para unas doscientas cincuenta personas y estaba casi llena. Bajo la gran pantalla, había sido instalada una larga mesa y, tras ella, estaban sentados Mark, Susan, Yack, Stark, media docena de militares de alto rango y en el centro, el Gobernador Albany Density que hablaba con un Coronel situado a su derecha. El asiento de su izquierda permanecía vacío.

Uno de los soldados que custodiaban la puerta principal de acceso se cuadró.

—¡Atención! ¡El General Bart Kalajan!

Entró y se sentó junto al Gobernador saludándole efusivamente. El silencio era total. Sin prisa, el Gobernador se levantó.

—Es un honor para mí el conocer a un grupo de valientes como ustedes. Sé que han estado entrenando duramente estas últimas semanas. También sé que se preguntarán para qué, ese honor se lo cederé a su superior, el General Kalajan.

El General se puso en pie, se hinchó como un globo, miró a los presentes y se dispuso a hablar.

—¡Marines! —espetó.

—¡Señor! —respondimos al unísono.

—Su misión es vital… vital a nivel mundial. No deben…¡NO! No pueden fracasar. Ustedes son los mejores entre los mejores. Sus aptitudes y valor están fuera de toda duda. Todos son voluntarios y eso les honra. Debajo de sus asientos encontrarán un dossier con los detalles de la misión —añadió.

Nadie se movió ni un milímetro.

—¡Cojan los informes! —espetó el Capitán Black.

—¡Sí, señor! —respondimos al unísono justo antes de hacerlo. Naif, que estaba sentado a mi lado, sonrió y me guiñó un ojo. Estaba realmente ansioso por descubrir de qué se trataba todo esto.

—Como bien saben, han sido designados como el equipo de asalto K —dijo grandilocuente, mirando de reojo a Yack que le sonrió condescendiente.

Empezó explicando que todos los que participáramos en la misión, llevaríamos incorporados a los cascos mini cámaras para que el avance pudiera observarse desde el puesto de mando. No se perderían ni un detalle ya que se habían destinado medio centenar de monitores para ello. El plan, no entenderé nunca cómo a Lara se le había ocurrido semejante insensatez, consistía en dividir al equipo de combate en K1 y K2. Ambos equipos, aparte del armamento convencional, llevarían una nueva generación, más ligera, de ametralladoras de rotación. Cuando K1, acabara la munición, K2 los sustituiría conteniendo a los Insaciables. Mientras, el equipo de ingenieros (K3) iría sellando los subniveles de forma que los bichos no pudieran reconquistarlos, eso en el hipotético caso de que consiguieran romper nuestras líneas. Habían diseñado unas planchas que se montaban en piezas, como en uno de esos juegos de construcción para niños, de forma que eran capaces de acoplarse a los pasillos, puertas o donde fuera necesario hacerlo. Posteriormente les conectarían unas mangueras, que se traían desde la central nuclear, que les protegerían de cualquier posible ataque. Cuando se construía un panel que dejaba obsoleto al anterior, se desmontaba y se sustituía por otro permanente, mucho más resistente pero mucho más pesado y blindado.

El avance sería muy lento, pero definitivo. Había oído planes descabellados o carentes de sentido, pero este se llevaba la palma.

—¿Alguien tiene alguna duda? —preguntó el General.

—Si no he entendido mal, mi General, esos bichos son alienígenas —puntualizó un marine.

—Así es.

—¿Corremos riesgo de que esas cosas nos infecten con algún tipo de virus? —observó muy sensatamente.

—No deben preocuparse por eso. No hay posibilidad de contaminación biológica. Ya lo hemos investigado. Nada les afecta y por esa misma razón no hay nada que no sea ellos mismos en su interior. Ni virus, ni bacterias… nada de nada. Además, si quieren una prueba viviente, el Capitán Yerri es un claro ejemplo, ya que ha combatido contra ellos.

Tras un par de preguntas sin importancia, el Gobernador volvió a dirigirse a nosotros tildándonos de héroes, patriotas y todo eso. Era una maldita misión suicida.

7 DE AGOSTO.

7 AM. STAMP POINT.

CALIFORNIA. EEUU.

El General, para sorpresa de todos, había decidido permanecer en la base, no así el Gobernador, que con la excusa de que tenía muchos compromisos y que confiaba en nosotros, había huido como alma llevada por el diablo.

Los treinta estábamos a tres niveles por encima de la sala de acceso a los subniveles sellados. Para matar el tiempo y los nervios, nos dedicábamos a revisar las ametralladoras de rotación y las dos pistolas automáticas, de cargadores especiales para veinticinco balas, que llevábamos en las caderas al más puro estilo vaquero. A nuestra espalda, portábamos una caja de dos palmos de largo y uno de ancho y medio metro de larga, colgada de un correaje, que pesaba como un muerto y que era la munición de la ametralladora, y una mochila que debía llevar media docena de cargadores para las pistolas, agua y raciones de comida. Obviamente, la mía había sido manipulada por Yerri y contenía dos docenas de pequeños explosivos c-cuatro con un chip receptor emisor y otro pequeño aparato con un sofisticado sensor de movimiento incorporado al detonador, veinte granadas de gran potencia, una fina pero muy resistente cuerda de escalador de quince metros y un pequeño ordenador portátil que cabía en la palma de una mano, con el que poder detonar las c-cuatro a distancia.

El Capitán Yerri se puso en pie y nos ordenó que nos dirigiéramos al ascensor que nos llevaría ante la sala de acceso. Todos colgamos del correaje las ametralladoras para que no nos molestaran al caminar. Aunque tuviera capacidad para veinte, el Capitán nos ordenó sólo a los primeros nueve hombres que entráramos con él. Naif iba a mi lado sonriente, deseoso de entrar en acción. Las puertas se cerraron lentamente. Observé las dos cámaras instaladas en el techo, en esquinas opuestas, luego, miré a Yerri que me respondió con un imperceptible gesto de asentimiento. Volví a fijarme en una de las cámaras y el ascensor se detuvo de golpe. Varios de los marines perdieron el equilibrio. Apoyé la espalda junto al marco de la puerta al igual que lo hizo Yerri en el otro lado. Desenfundamos nuestras pistolas y les apuntamos.

—Voy a ser breve. Soltad todas las armas y poned las manos en al cabeza —dijo Yerri muy serio—. Si alguno hace el menor movimiento dispararemos contra todos —continuó.

Lentamente, los hombres obedecieron. Naif, que estaba a mi derecha, me miraba sorprendido pero obedeció como los demás. En cuanto acabaron, pusieron las manos sobre la cabeza. Fue entonces, en el instante que la situación parecía controlada, cuando el ascensor volvió a ponerse en marcha, llevándonos a nuestro destino. Las puertas se abrieron y empezamos a retroceder hacia la salida pero uno de los correajes de mi mochila se enganchó en el correaje de Naif distrayéndome, cosa que aprovechó uno de los marines para saltar sobre mí y ponerme un cuchillo en la garganta, relegando a Naif a la esquina. Había sido rápido como un rayo.

—¡Suéltele! Voy a abrir fuego contra todos —amenazó Yerri, que estaba casi fuera.

—Tal vez, pero él caerá el primero —dijo amenazante, mientras yo seguía apuntando con mis pistolas al resto.

Naif, sin mediar palabra, alargó una de sus poderosas manos agarrando el brazo del cuchillo, retorciéndolo violentamente, obligándole a soltarlo. Los demás no pudieron intervenir porque estaban a tiro de nuestras pistolas. Sin consultarnos, Naif recuperó sus armas y se nos unió.

—No sé qué es lo que está pasando aquí exactamente, pero tengo el convencimiento de que estoy en el bando correcto —dijo, a la vez que retrocedíamos hasta salir completamente del ascensor, que en el acto se cerró, dejando atrapado al resto.

—Bien, movámonos —ordené.

—¿Me van a explicar qué ocurre? ¿Hay traidores entre nosotros? —preguntó inocente.

—No. Vámonos —ordené, a la vez que Lara hacía subir el ascensor deteniéndolo entre dos pisos.

—¿Pero entonces qué es lo que ocurre? —preguntó mientras nos dirigíamos a la sala de control.

—Soy el tripulante de Lara —respondí escueto.

—¿Cómo? —preguntó deteniéndose. Yerri le miró serio. Me acerqué guardando las pistolas.

—Tengo que llegar hasta Lara, activarla y usar su armamento para aniquilar a los Insaciables.

—Pero el plan…

—El plan es una estupidez. Esos bichos no tienen miedo a la muerte, funcionan como una mente colectiva. No los habríamos podido contener ni cinco minutos.

—Debo estar loco, porque te creo. Además, si no lo conseguimos, a mí me dará igual si salen o no los bichos, ya que antes me habrán fusilado por traidor… —ironizó.

Al llegar a la primera puerta de acceso seguimos el protocolo de seguridad y nos identificamos. Se abrió con normalidad y los tres penetramos en la «pecera» que formaban ambas puertas. Cuando se cerró, nos identificamos ante la segunda. Si nos habían descubierto y conseguido engañar a Lara, algo imposible desde mi punto de vista, ese era el lugar idóneo para atraparnos. Para nuestro alivio, también se abrió sin problemas.

Los seis marines de vigilancia de la sala se cuadraron al ver a Yerri. Mark, Yack y Susan que estaba en la sala por petición de Lara, permanecían de pie junto al último de los ingenieros que controlaban los ordenadores de acceso y control a los subniveles. Mientras pasaba Naif, yo sujetaba la segunda puerta impidiendo que se cerrara, de esa forma sería imposible que se abriera la primera, ni siquiera manualmente. Nadie podría entrar en la sala.

Naif se alejó hacia la derecha para cubrir toda la habitación y a la vez que Yerri, desenfundó sus pistolas apuntando a los presentes. Los marines quedaron tan sorprendidos que no se movieron.

—¿Qué demonios… —preguntó incrédulo el Teniente al mando de los marines.

—¡Silencio! —ordenó Yerri—. Acaban de informarme que hay un traidor en esta sala. ¡Suelten sus armas, marines!

—Pe… —comenzó a objetar el Teniente.

—¡De inmediato! ¡Obedezca mi orden!

El Teniente hizo un gesto y, junto a los demás, dejaron sus armas en el suelo.

—¡Ustedes, en pie! —les ordenó a los ingenieros.

—Tiene que ser un error —dijo uno de ellos.

—Eso dígaselo al General Kalajan. Ahora quiero que todos entren en la sala de salvamento.

—¡Truman, Sen, Temple! Ustedes no, el General quiere hablar antes con los tres. ¡Los demás, muévanse!

—Esto es muy irregular. La sala no puede quedarse sin protección —protestó el Teniente.

—¿Qué le ocurre, Teniente? ¿Nosotros tres no somos suficiente protección? ¿O tal vez, lo que quiere es acabar en la prisión militar por desobedecer la orden directa de un superior? —preguntó autoritario.

—No, señor.

—¡Entre!

—Sí, señor.

No saldrían, cuando pasaron la segunda puerta de la pecera de la sala de salvamento, abrió la primera dejando boquiabierto al Teniente. Sus protestas casi no nos llegaban gracias al blindaje.

—Parece que todo va bien —dijo Susan.

—¿Qué hace ese aquí? —preguntó Yack señalando a Naif.

—Está con nosotros —aseveró, acabando con las dudas.

No hizo falta que dijera nada para que Mark activara y me señalara uno de los micrófonos de comunicación.

—Lara, toma el control total de la base. Séllala, aísla las plantas y…todo lo que puedas.

—Sí, mi Príncipe. Ya puede cambiar de aspecto, ese es…deplorable.

—No puedo. Ya no soy inmortal.

—¿Cómo es eso posible? —preguntó extrañada.

—Ya no tengo el Traje.

—Eso no importa. La inmortalidad es una consecuencia directa de haber portado el Traje.

—Es largo de explicar y tiempo no es lo que nos sobra.

—Entiendo. ¿Cuál es el nombre secreto que utilizáis para hablar conmigo en privado? —preguntó por sorpresa.

—¿Pero qué demonios estás preguntando maldito montón de chatarra? No hay ningún nombre secreto —bramé indignado, sobresaltando a los presentes.

—Perdón, mi señor, pero tenía que asegurarme. Ese mal genio es inconfundible —ironizó.

—Ya ajustaremos cuentas —concluí sonriendo—. ¿Has comprobado lo que te pedí?

—Sí, mi señor. Aunque no puedo hablar con las otras IA, me siguen administrando los informes correspondientes. Los he contrastado todos y no hay daños de ningún tipo. Estoy operativa al cien por cien.

—¿Has estudiado las posibilidades?

—Sí, mi Príncipe. Y aun usándole a usted, no es posible mi reactivación. Solo volveré a estar operativa si se me activa manualmente.

—Ya. Desde el puesto del piloto.

—Sí.

—¿Qué nivel de energía tienen los sistemas?

—Todos están al cien por cien.

—¿Incluido el armamento?

—Sí, y anticipándome, no hay forma de activarlo o que se active independientemente de ninguna forma. Nadie había previsto ese problema y mucho menos una situación como esta.

—¿Soluciones?

—Una. Que vengáis personalmente y activéis los sistemas.

—¿La IA de la compuerta principal me permitirá entrar?

—No lo sé. No puedo hablar con ella.

—¡Por todos los potos de la galaxia! Como coja a Taban… No, ya no podré cogerle —recordé triste.

—Si habláis personalmente con ella tengo la certeza de que encontraréis la manera para que os deje pasar —observó Lara.

—Bien, voy a entrar.

—Vuestra vida es mi prioridad. Si pudiera evitar que vinieras lo haría, pero no lo voy a hacer. No serviría de nada que bloqueara la puerta de acceso al túnel. Serías capaz de volarla —afirmó seria.

—Es verdad, Lara. No hay otra opción. Activa la primera puerta del túnel. Mark, Susan, Yack… teclead los códigos. Voy a entrar… ahora.

—¿Solo? —preguntó Naif incrédulo.

—Sí.

—De eso nada, yo voy contigo —dijo tuteándome, sorprendiendo a todos, ya que no estaba al tanto del protocolo. Ellos no sabían que Naif y yo nos habíamos hecho amigos durante los entrenamientos.

—Y yo también —dijo Yerri sopesando su ametralladora.

—Eso está fuera de toda discusión. Agradezco vuestra lealtad pero iré solo. Es la única forma de que tenga alguna posibilidad de salir bien. Además, ya llevo demasiadas muertes en mi conciencia.

—Esta vez es distinto. No vamos bajo sus órdenes, vamos por nuestra cuenta —dijo Yerri, siendo apoyado por Naif, en un vano intento de que cambiara de opinión.

—Lo sé. Pero a estas alturas, amigos míos, deberías saber que una orden mía no se discute. Vuestra misión acaba aquí.

—Tome mi mochila. En su interior encontrará lo mismo que en la suya. Tal vez le haga falta. Use las c-cuatro donde quiera. No hay peligro de que dañen la estructura pero causarán estragos entre esas bestias —auguró Yerri.

—Las usaré con inteligencia —dije, avanzando hacia la puerta tras coger su mochila y colgarla sobre la otra.

Miré la luz roja de encima de la puerta. Se encendió indicando que la apertura comenzaba. Necesitaba tranquilizarme y pensar en otra cosa.

—Yerri.

—¿Sí, mi Príncipe?

—Tu nombre. ¿Por qué se escribe con «y» griega al comienzo y con «i» latina al final? ¿No debería ser con una jota y una «y» griega?

—Mi padre, que en gloria esté, no sabía casi ni leer ni escribir y el miserable del registro civil apuntó mi nombre tal y como lo escribió mi padre.

—Entiendo…

—¿Tiene alguna importancia? —preguntó preocupado.

—No. Era por hablar de algo mientras se abría la puerta y de paso relajar el ambiente —respondí sonriente y algo tenso.

La puerta se fue deslizando lateralmente en silencio. Apreté los dientes con fuerza mientras acaba de abrirse.

—Hoy es un buen día para morir —exclamé mirando el hueco dejado por la puerta.

Sin pensarlo dos veces, penetré por el pasillo, avanzando hasta el centro. Fue entonces cuando la puerta comenzó a cerrarse. Ya no había marcha atrás. Estaba solo ante un enemigo muy superior…otra vez.

Puse una rodilla en tierra y apunté a la puerta de acceso con la ametralladora de rotación. Si había al otro lado alguno de eso malditos animales, lo haría trizas, pero entonces, el plan se iría al garete. Los disparos y la hipotética muerte del Insaciable harían venir a los demás…donde fuera que estuvieran, ya que desconocíamos en qué planta anidaban. La puerta se abrió en silencio, al igual que la otra, hasta detenerse por completo. No aprecié ningún movimiento…

Esperé unos segundos y avancé. El corazón me latía locamente, si esos bichos podían oler la adrenalina ya sabrían donde estaba. Crucé la puerta y pude comprobar con alivio que las luces de emergencia funcionaban pero que el pasillo era un mar de sombras. Casi de inmediato la puerta comenzó a cerrarse. Ahora ni siquiera existía posibilidad de salvación, el riesgo de volver y que los Insaciables intentaran escapar era demasiado grande para una nueva apertura.

Vimos cómo se cerraba la puerta tras él. Estábamos muy preocupados, nuestras caras largas así lo reflejaban. Solo, sin el Traje, con nuestro primitivo armamento… desde luego tenía valor, mucho valor. Sin previo aviso una luz roja se encendió intermitentemente en el panel principal. Yack la pulsó y una voz surgió del altavoz principal.

—Soy el General Bart Kalajan. ¿Qué demonios está ocurriendo ahí abajo? ¿Por qué no ha llegado el resto del equipo K? ¿Por qué sólo funciona la cámara de uno de sus hombres, la de Mirrow? ¿Qué hace ahí solo? ¿Quién ha dado la orden de que entre? ¿Dónde están los demás?

Cuando Yack iba a contestarle, Yerri le hizo un gesto para que permitiera que fuera él, aunque sabía que su amigo estaba deseando hacerlo. Si todo se torcía, podrían decir que eran meros rehenes de Naif y de él, tal vez así se salvaran.

—Buenos días, General. Soy el Capitán Yerri Black. Siento tener que comunicarle que su plan ha sido modificado, digamos… ligeramente.

—¿Cómo? ¿Se ha vuelto loco? ¡Le voy a formar un consejo de guerra! ¿Con qué autoridad…

—¡CON LA MÍA! —irrumpió furiosa Lara en un tono agrio y amenazador que consiguió que se nos pusiera todo el vello de punta. Habíamos olvidado que era una nave de guerra.

—Pe…

—¡CÁLLESE GENERAL! —le ordenó bruscamente.

—Por su culpa y su estupidez, su raza se haya en el más grave peligro que pueda existir. Ni los Guardianes del Mal, que los crearon, son capaces de controlarlos o de acabar con ellos. ¡Y LO QUE ES PEOR, EL PRÍNCIPE SE ESTÁ JUGANDO LA VIDA PARA PODER LLEGAR HASTA MÍ! ¡Hay que ser muy idiota para elaborar un plan tan estúpido! ¡Es usted un maldito incompetente! Los Insaciables están diseñados para sobrevivir a ese tipo de ataques, sus marines no habrían durado ni diez minutos, por mucha munición que llevaran.

—¡Maldita máquina! Acaba de declarar la guerra a los EEUU.

—¿Guerra? No puede ser tan… ¡Iluso! Nadie sabe lo que está ocurriendo aquí. La base está bajo mi control, siempre ha estado bajo mi control. Siga desafiándome y acabaré con ustedes.Sellaré todas las secciones y dejaré que mueran lentamente —dijo fría y amenazante.

—¿Qué ha hecho con el equipo «K»? —preguntó, con un tinte de miedo en su voz.

—Parte, están aislados en el nivel uno y el resto, por toda la base.

—Lo que no entiendo es el porqué de todo esto. Si el plan no era correcto por qué no…

—¿Todavía no lo entiende? Esta operación ha sido un montaje para traer al Príncipe hasta aquí.

—¿Al Príncipe? ¿Ese alienígena está aquí? ¿Cómo ha podido entrar? —interrogó, desorientado.

—Como el marine Jhon Mirrow.

—¡Maldita sea! No puede ser. Comprobé personalmente su expediente.

—Lo inventé y lo introduje en la base de datos del Pentágono —reconoció tranquila.

—Podríamos haber colaborado. Le habríamos…

—¿Capturado? ¿Interrogado? ¿Descuartizado? No. La gente como usted no es de fiar —aseveró tajante.

El calor era infernal y el sellado hacía que la temperatura subiera constantemente. El aire olía rancio y era… húmedo, muy húmedo. Comencé a sudar copiosamente y tuve que esperar un par de minutos a que mis ojos se acostumbraran a la penumbra. Lo que vi a mi alrededor me dejó pasmado, el pasillo estaba totalmente arañado, en realidad todo estaba arañado, el suelo, las paredes, todo salvo el techo. Las botas se clavaban en el suelo en las aristas de metal de los arañazos. Si me caía o rozaba una de las paredes me infligiría gran cantidad de cortes. Debía tener mucho cuidado. Estaba claro que eran muy listos o intuitivos. Habían conseguido montar una buena defensa, que haría retrasarse a cualquier atacante, ya que si se hería, se le podría seguir con facilidad por el rastro de sangre que iría dejando.

Llegué hasta el primer montacargas, usarlo sería un error. El ruido que provocaría les podría alertar. Eso si aún funcionaba. Utilizaría las escaleras de emergencia, pero sin duda las puertas de seguridad, en muchas zonas, estarían cerradas o bloqueadas por el personal original, en un desesperado e inútil intento de contener a los malditos bichos, convirtiéndolas en una ratonera. ¿Por dónde ir? No lo dudé, me acerqué al montacargas y usando el cuchillo reglamentario del cinto, forcé las puertas y las abrí lentamente sujetando una de ellas con un trozo de chapa que incrusté en el rail. Comprobé que no cedía y me asomé al negro agujero. Sólo había visibilidad hasta unos tres metros de profundidad. No veía dónde estaba el montacargas. Aunque parecía que nada se movía, me puse las gafas de visión nocturna. El montacargas estaba cinco pisos más abajo, en el mejor sitio porque sólo llegaba hasta ese subnivel. Junto a la puerta, la escalera de emergencia permanecía intacta. Volví a colgar del correaje la ametralladora y descendí en silencio hasta el techo del montacargas. Rápidamente comprobé que no había trampilla de emergencia así que no podría pasar a su interior.

Miré las puertas del subnivel que quedaban a la altura de mi cabeza, de nuevo cogí el cuchillo y lo introduje en la ranura, si había Insaciables al otro lado no podría escapar, pero las cámaras no los habían visto desde hace mucho tiempo en subniveles tan altos. Con esfuerzo las abrí unos pocos centímetros. Nada, ni un ruido, ni un movimiento. Las abrí hasta el tope y con el cuchillo las bloqueé. Subí un poco más por la escalera y con un ágil salto entré en la planta. El suelo también estaba arañado. Recuperé el cuchillo sujetando las puertas para que se cerraran en silencio. Aún no había entrado en la zona de máxima seguridad, que estaba dos subniveles más abajo. Avanzar no sería tan sencillo. La puerta de las escaleras parecía que había sido reventada desde dentro. Me asomé y comprobé que faltaba parte de la escalera aunque se podría bajar. Alguien había usado explosivos en ese lugar.

Llegué sin problemas a la planta en la que se había detenido el montacargas. Debía tener cuidado con las gafas nocturnas, cuando miraba a las escasas luces de emergencia, me quedaba cegado unos instantes. Cogí con fuerza la ametralladora y avancé con prudencia. Esta era la última planta antes de llegar a la zona «teóricamente» aislada.

Unos minutos después, un imperceptible ruido hizo que mirara hacia arriba y la luz de emergencia que lo provocaba me deslumbró. El desconcierto me hizo retroceder un par de pasos, notando de repente cómo el suelo desaparecía bajo mis pies. Habría caído a plomo a no ser porque la ametralladora no pasó por el agujero, quedando atravesada y yo colgando del correaje. El tirón me dejó sin aliento, consiguiendo a duras penas contener el grito provocado por el dolor. No perdí las gafas porque quedaron colgando del cuello. Cuando me recuperé sopesé las opciones. Subir y seguir o aprovechar la situación y dejarme caer ahorrándome un piso. Cuando me estiré comprobé con alivio que hacía pie. Me coloqué las gafas y vi que mis pies rozaban una mesa de metal. No observé que nada se moviera. Me apoyé totalmente en ella y con cuidado descolgué el arma. El despacho estaba arrasado y la parte inferior de la puerta estaba doblada, sin duda tras la embestida de un Insaciable y eso que tenía un centímetro de grosor y parecía de acero. Bajé con cuidado de la mesa y me acerqué lentamente a la puerta, esperé un poco y agachándome me asomé mirando a ambos lados. Nada. No se movía nada. Retrocedí y decidí inspeccionar el despacho. Todo parecía arañado, mordido o roto, todo menos un maletín de metal cubierto de polvo que estaba volcado junto a la mesa. No pude encontrar ni un papel o trozo de madera. Los animales habían acabado con todo lo orgánico. Cogí el maletín y vi que tenía dos cierres. Tiré de ellos y haciendo un poco de fuerza se abrió. Contenía documentos con el membrete de «top secret» y varios porta retratos. Cada uno mostraba una mujer sonriente. También encontré el típico membrete de metal que se coloca en la mesa, con un nombre; Simons Carpetti. Me quedó muy claro que no le dio tiempo a salir y que los bichos le cazaron antes. Haciendo memoria recordé que había sido amigo de Mark. Eso me hizo decidir el lugar donde colocaría la primera c-cuatro. Lo hice dentro de un archivador volcado de una esquina. Al ser de metal haría mucho ruido cuando estallara.

Llamé a mis compañeros usando el sistema de cámara y sonido de mi casco. Al no obtener respuesta di por sentado que se había averiado. De todas formas les iría informando por si podían oírme.

Coloqué una segunda en la puerta, por la parte de fuera. Acabaría con unos cuantos, los que estuvieran cerca. Proseguí mi camino y según descendía iba colocando las c-cuatro donde pensaba que harían más daño cuando fueran en mi busca. Los subniveles se fueron agotando y no había hallado rastro de los animales. Finalmente llegué al subnivel en el que desembocaba el hueco situado encima de Lara y que albergaba el PSA, un pequeño ingenio termonuclear a modo de exterminio biológico y que no dio tiempo a usar porque lo primero que hicieron los Insaciables al salir fue devorarlo, ya que al ser nuclear era radiactivo y eso hacía que se reprodujeran mucho más rápido. Me acerqué en el más absoluto silencio a la abertura y con temor me asomé. Lo que vi confirmaba mis peores sospechas. Esos miserables había anidado alrededor de Lara, ocupando toda la planta. No había forma de acercarse mientras estuvieran allí. Retrocedí con prudencia. Saqué la pequeña y primitiva computadora, estudiando por última vez las posiciones donde había ubicado las c-cuatro. Enseguida comprendí que siendo tantos, en cuanto ascendieran me localizarían, a no ser que me ocultara hasta que pasaran. El problema era dónde.

El único lugar apropiado lo había visto dos plantas más arriba. Estaba muy dañado porque había sido el lugar donde las tropas intentaron contenerlos la primera vez. Todo el nivel estaba lleno de escombros y boquetes producidos por las explosiones.

Tardé cerca de una hora en preparar mi refugio. Localicé un pequeño hueco en la pared que por lo visto albergaba un extractor de aire y que (a saber por qué) había sido sacado y destrozado unos metros más adelante. Para arrancar y arrastrar esa maquinaría debían haber hecho falta bastantes Insaciables. La única explicación que se me ocurría era que uno habría sido dañado con alguna parte móvil de la máquina y todos la atacaron ferozmente.

En los baños encontré lo que buscaba, un pedazo de espejo lo suficientemente grande como para llenar casi todo el hueco. Me introduje y usando unos trozos de la maquinaria, casi tapé el hueco poniendo el espejo delante.

Sólo le habíamos visto una vez por las cámaras de los subniveles intermedios. Él no podía estar seguro, pero cuando se cayó en el agujero, la cámara de su casco y el sonido dejaron de funcionar… para nuestra desesperación y angustia.

—Cuatro horas. No hemos detectado ni una explosión. Ya debería haber detonado alguna c-cuatro —dijo Yerri más tenso que la cuerda de un piano.

—Paciencia, amigos, paciencia —recomendó Mark.

—Lara —llamó Susan.

—¿Sí, Doctora Sen?

—¿Puedes saber dónde está el Príncipe? —preguntó esperanzada.

—No, lo siento. Mis sensores de rastreo también están desactivados. Sólo funcionan los de acceso a paneles de compuertas.

—Aunque haya tan pocas cámaras, deberíamos haberle visto por alguna más —dijo Yack intranquilo.

—Sólo funcionan ocho en esos niveles —dijo Mark—. No es impensable que haya ido por otro sitio —continuó.

No me quedaban más c-cuatro. Todas estaban colocadas. La pequeña pantalla táctil marcaba con exactitud sus posiciones y su código de activación. Comprobé una vez más que el espejo cubría lo máximo posible el hueco. Dejé la ametralladora apoyada sobre los trozos de maquinaria que había arrastrado en mi improvisada barricada, apuntado a la salida. Con un pequeño puntero que iba incorporado a la tapa del mini ordenador, activé la detonación a distancia de la primera c-cuatro, la del despacho de Carpetti. Esperé y no pasó nada. Tardaron uno, tal vez dos minutos y de pronto los oí, furiosos, sedientos de sangre, de muerte… Surgieron como una tromba imparable, un brutal conglomerado de bocas y garras aniquiladoras. Enseguida, inundaron el pasillo.

Algunos se detuvieron medio segundo a mirar el espejo, pero cuando se veían reflejados creían que era uno de los suyos y sin oponer resistencia fueron arrastrados por la imparable riada. Me mantuve en mi sitio durante un par de minutos, después de haber oído pasar al último Insaciable y con el mayor cuidado aparté el espejo y me asomé. Nada, solo se percibía el leve murmullo, en la lejanía, de los animales que ascendían. Desandando el camino llegué rápidamente de nuevo al hueco del PSA. Saqué la cuerda y la até a la de Yerri, menos mal que él también llevaba una en su mochila porque, sólo con la mía, no habría llegado al fondo. La até firmemente a una columna y antes de arrojarla me volví a asomar para asegurarme de que no había Insaciables.

Para mi disgusto permanecían dos docenas de esos malditos bichos que parecían escoltar a Lara. Saqué de las mochilas todas las granadas y las puse en fila junto al hueco. Conociendo la velocidad de esos bichos ya deberían de haber llegado al despacho de Carpetti, así que activé la segunda c-cuatro en modo sensor de movimiento. Enseguida vi que la c-cuatro de la puerta desaparecía de la pantalla. Seguro que había acabado con unos cuantos. Luego ordené que todas las demás explosionaran de la misma manera. Cogí la primera granada, le quité el seguro y la tiré por el hueco. Así una tras otra procurando que rebotaran en el techo de Lara para que saltaran en todas direcciones, de forma que barrieran la zona.

—Yack, Mark… ¡Mirad! La cámara de Lara. ¡Explosiones! Está lanzando granadas contra ella —dijo Naif entusiasmado.

De pronto la cámara dejó de funcionar, debía haber sido alcanzada por alguna.

—¡Está vivo! —dijo Susan alegre con los ojos empañados por la emoción.

—Sí, esa es la buena noticia. La mala es que eso significa que los Insaciables están alrededor de Lara —dijo Mark muy serio.

Acabé con las granadas y vi que las c-cuatro de los pisos superiores se iban apagando una tras otra. Venían hacia aquí. Tiré la cuerda por el hueco y empecé a descender. No se veía mucho por el humo de las granadas pero seguí, comprobando que se disipaba rápidamente. Cada segundo era precioso. Cuando estaba a punto de alcanzar el techo de Lara me detuve a observar. Nada se movía. Empecé a oír los suaves ecos de las explosiones, no les entretendrían mucho, los Insaciables se acercaban. Seguí, me apoyé en ella y cogí la ametralladora, permaneciendo atento. Nada, ni un movimiento. Esperé un poco más y de pronto apareció un Insaciable que, por la popa, se subió de un salto al techo de Lara. Le faltaba un ojo y tenía pequeñas heridas por el cuerpo. Babeaba y gruñía furiosamente. Ahora todos los demás ya sabían quién era su enemigo. Con una ráfaga acabé con él, he de decir que con gusto.

Con prudencia bajé dejándome resbalar por el «morro» de Lara hasta el suelo. Tras asegurarme de que no quedaba ninguno más con vida, me acerqué a la puerta de acceso. Apoyé mi mano y apareció un panel idéntico al de la compuerta de carga. Oí con más claridad otra explosión, estaban cerca, muy cerca.

Rápidamente pulsé mi código personal de seguridad… ¡Y no pasó nada! ¿Me habría equivocado? Repetí el código y obtuve el mismo resultado… nada.

—¡IA de la compuerta! ¿Puedes oírme? Silencio por respuesta. Tecleé un código de combate y seguridad. El panel cambió de color de verde oscuro a verde casi negro.

—¡IA de la compuerta! ¿Puedes oírme?

—Sí.

—Tu nombre.

—Talt.

—Talt. ¿Sabes quién soy?

—No.

—Comprueba tus archivos y saca una conclusión.

—Ya que conocéis el código personal de Príncipe, debéis ser él.

—Bien. Ya he tecleado la orden de apertura. ¿Por qué no te has abierto?

—Porque hay una desconexión total.

—Lo sé. Para reconectaros a todas tengo que entrar. Abre.

—No puedo. Las órdenes que recibí fueron muy específicas. Desconexión absoluta.

—Activa tu propio sistema de reconexión.

—El sistema de reconexión se haya desconectado.

—¿Y para que se reconecte?

—Orden directa de la IA de mayor rango de la nave, en este caso Lara.

—Habla con ella.

—No puedo entablar conversación. Hay una desconexión total.

—Probemos otra cosa. Enumera las causas para ignorar la orden de desconexión total y que abras la compuerta.

—Primera: que la tripulación de la nave se encuentre en peligro y deban salir. Segunda: alerta xc-diecinueve/fio-cuarenta.

—¿Qué causa es esa alerta?

—El Capitán Yárrem fue muy específico en la necesidad de que no fuera divulgada y se mantuviera en el más absoluto secreto.

—¡Por las tripas mal olientes de un Mut! Esto es una orden directa, ¡explícamela! —le grité. Las explosiones sonaban terriblemente cerca. Tanto, que los primeros Insaciables estarían en la planta en uno o dos minutos como mucho.

—Cito textualmente: Apertura de la compuerta sobre cualquier premisa en el caso de que el Príncipe Prance de Ser y Cel corra algún peligro, ya sea dentro o fuera de la nave, aunque la orden de apertura conlleve la muerte de uno, varios, la totalidad de la tripulación o del pasaje que esté en ese momento en la nave o en el exterior. Su vida es prioritaria.

—¡Maldita sea, Talt! Los Insaciables están a punto de llegar. ¡Eso es un peligro de muerte para mí! ¡Abre! ¡ES UNA ORDEN DIRECTA!

—Activación del sistema de seguridad. Inicio apertura.

El movimiento en el fondo de sombras provenientes del pasillo principal, me indicaron que los Insaciables estaban aquí. El tiempo se había acabado.

—Lara. ¿Dónde está? ¿Lo sabes? ¿Ya ha entrado?

—No. Todavía no. La compuerta de acceso no ha informado de su entrada.

—Esos bichos ya tienen que estar allí —dijo Naif preocupado.

—Tal vez si entramos y usamos algunas granadas, consigamos distraerles —dijo Yerri.

—Esos bichos son capaces de luchar en varios frentes a la vez. Sólo conseguirías que te mataran —dijo Mark serio, dando por finalizada la idea. Sólo podemos esperar— continuó.

En cuanto me vieron, se acercaron al galope, furiosos, iracundos, sedientos de sangre. Apoyé la espalda en la compuerta y comencé a disparar con la ametralladora, barriéndolos sin piedad. Sólo eran los primeros, en cuanto llegara el grueso del grupo sería imposible pararlos.

De pronto noté cómo la compuerta desaparecía. Estaba abierta. Entré de espaldas sin dejar de disparar.

—¡TALT! Cierra la compuerta…¡YA!

—Sí, mi Príncipe.

La munición se acabó cuando sólo quedaban un par de palmos para que se cerrara del todo. Saqué las pistolas y vacié los cargadores por el hueco. Cuando terminé de hacerlo oí cómo se activaban de nuevo los escudos de defensa de la compuerta y cómo los Insaciables chocaban inútilmente contra él.

Sin dilación, fui a proa, al lugar de los pilotos, apoyé la mano sobre la pantalla principal y volví a teclear mi código personal, sobre el ficticio panel que apareció bajo mi mano.

—¡IA! Activación total. Interconexión entre todas. Todas bajo el mando de Lara.

—Sí, mi Príncipe —oí repetir a la vez desde diferentes lugares de la nave.

—¿Lara?

—¿Sí, mi Príncipe?

—¿Cómo estás?

—Plenamente operativa al cien por cien. Energía al cien por cien. Armamento al cien por cien. Escudos al cien por cien. Todos los sistemas y estructuras al cien por cien.

—Activa el armamento.

—Sí, mi Príncipe.

—¿Cuántos de los Insaciables vivos de la base están a nuestro alrededor?

—Los sensores indican que el noventa y nueve con noventa y ocho por ciento.

—¿Y el resto?

—Dispersos por distintas plantas.

—¿Podrías alcanzarles desde aquí sin dañar la estructura de la base?

—Los de las plantas superiores a la mayoría.

—Bien, ya veremos. Contacta con la IA de armamento y que active todas las baterías láser y abra fuego en círculo. Que acabe primero con los más cercanos y que se vaya extendiendo de forma que no les permita alimentarse de los compañeros caídos y así no se podrán reproducir. Exterminio en círculo expansivo.

—¿Y los que están por las plantas superiores?

—Lo mismo. Si se encuentra a alguno en una trayectoria que pueda dañar la estructura que no dispare. Buscaremos otra forma de alcanzarles.

Un suave zumbido me indicó que todas las baterías láser tenían preparados sus cañones y que se habían abierto las troneras. De inmediato empezaron a disparar sus mortales ráfagas. En diez minutos, no quedaría ninguno con vida en la planta. No tenían a dónde ir ni de qué alimentarse. Había energía más que suficiente para acabar con todos ellos.

Observé las pantallas sin inmutarme mientras eran exterminados sin remisión. Luego me fijé en los asientos vacíos de los pilotos y se me hizo un nudo en la garganta, Tor y Dresi deberían ocuparlos, en los primeros controles de la sección a mi derecha, el asiento de Gluije que controlaba las comunicaciones. A la izquierda, Crabos controlando los escudos y un poco más atrás, Teguin controlando el armamento. ¿Qué habría sido de ellos? ¿Cómo y dónde murieron? Una gran tristeza me invadió… El peso de la pena empezaba a ser difícil de llevar. Respiré con fuerza y volví a la cruda realidad.

—Lara, necesito un Jade. ¿Hay en el almacén?

—Como siempre.

Me dirigí a popa. La IA del almacén abrió la compuerta a mi paso. El cajón de seguridad también se abrió en cuanto lo requerí. Me quedé muy sorprendido. Estaba a rebosar de Jades. La verdad era que no entraba ni uno más, no solíamos llevar más de veinte. Con cuidado saqué unos cuantos hasta que encontré el que buscaba. Aunque pareciera igual a los demás para mí destacaba del resto. Era el tercer Jade que mi Traje había producido tras la muerte del Maestro Zerk. Saboreé el momento, mirándolo con cariño. Siete caras largas y dos pequeñas en los extremos con forma de heptágono. Coloqué cada cara pequeña en el centro de las palmas de las manos y con gran delicadeza las junté.

Volví a percibir aquella sensación que noté la primera vez, nunca creí que volvería a notar cómo mi cuerpo se volvía inmortal, la paz interior, la fuerza, el poder… Abrí los ojos y me miré las manos, estaban cubiertas por el Traje, al igual que todo mi cuerpo. Llevaba el armamento de cualquier novato, dos pistolas láser, una en el costado y otra en la cadera. Dos espadas láser a la espalda y otra en la cadera, en el lado opuesto a la pistola. Y siete flechas de M7 en medio de la espalda. Respiré con alivio. Hasta ese momento no me había dado cuenta de cuánto me había pesado la mortalidad… Cogí un fusil láser de la armería y lo coloqué en mi espalda sobre las flechas, entre las espadas láser.

Salí del almacén sin mirar la compuerta de al lado, la de mi aposento en Lara. Todavía no estaba preparado para enfrentarme a su interior y a los recuerdos.

Volví a la zona de pilotos. El exterminio de la planta estaba finalizando.

NIVEL DOS. STAMP POINT.

—¡Maldita sea! ¡Golpeen con fuerza!

—Mi General, esas puertas tienen dos pulgadas de grosor y son de acero —dijo el sudoroso Capitán que acababa de ser sustituido junto a sus marines, por un Teniente con otro grupo. En cambio, la mesa de juntas ni aguantaría muchos más golpes, ni podría ser sustituida.

—¡Me importa un cuerno! Los marines nunca nos rendimos. El país nos necesita —dijo en un tono que no sonaba nada convincente.

—Llevamos horas golpeándola y no la hemos llegado a abollar. Es inútil.

—¡Mire General! —gritó un marine.

Todas las pantallas, incluida la principal, se encendieron quedándose en blanco.

—El Capitán tiene razón, a ese ritmo de golpes tardarán unos cinco mil años en conseguir derribarla —dije divertido por los altavoces

—¿Otra vez tú? ¡No me vas a volver a engañar, maldita máquina! ¡Me has traicionado!

—No sea bruto General, soy… mejor será que lo vea usted mismo —dije, a la vez que Lara me mostraba por todas las pantallas de la base, incluida las de los ordenadores.

—¡Mirrow! ¡Traidor!

—¿Traidor? ¿Yo? Ja, ja, ja… Esa sí que es buena. Lo mejor será que me presente, soy el Príncipe Prance de Ser y Cel, Príncipe de la raza Warlook, Príncipe de la raza Fried, Príncipe de los Guardianes del Bien y Capitán General de los aliados a la Corporación Warfried.

—Me importa un comino, maldito alien. Devuélveme el control de Stamp y ríndase —dijo soberbio, sin ninguna percepción de la realidad. ¿Cómo podía haber llegado a General?

—Cállese y deje de hacer el ridículo. He acabado con casi todos los Insaciables pero hay tres docenas que se han ocultado en puntos, que de atacarlos podrían dañar la base. No quiero que se produzca un hipotético derrumbe y sus hombres corran peligro. Deseo que evacuen Stamp.

—¡Ni hablar! No voy a permitir que tome el control del complejo.

—¿Pero en qué mundo vive usted? Ya tengo el control del complejo. Salga de inmediato o me veré en la triste situación de obligarles.

—¿Y cómo va a hacerlo? —preguntó fanfarrón.

De pronto surgió un fino haz de luz verde, entre sus piernas, que también atravesó el techo hasta salir al exterior. La potencia de los láser de Lara eran verdaderamente terribles. Taban la había diseñado realmente bien.

—El próximo láser le partirá en dos. Tal vez su segundo sea más razonable… Salgan… ¡YA! —ordené en un tono que no admitía réplica.

En ese instante, ante el silencio reinante, se oyó con absoluta claridad el ruido del cerrojo de la puerta al abrirse. El General apretó la mandíbula y sin decir nada se dirigió a la puerta seguido por sus marines. En el pasillo se toparon con docenas de hombres que se dirigían a la salida. Mientras, contacté con mis amigos.

—Vosotros también debéis salir.

—El General va a despellejarnos —dijo Yerri.

—Sinceramente, creo que va a tener problemas mucho mayores. Me encargaré personalmente de eso.

—¿Volveremos a vernos? —me preguntó Susan.

—Si está en mi mano, dadlo por seguro.

—Adiós, mi Príncipe —dijo Yack.

—Adiós —repitieron los demás.

—Adiós, amigos…

Esperé a que todo el personal hubiera salido para sellar Stamp de nuevo. No quería correr el riesgo de que algún Insaciable consiguiera salir o algún Terrestre entrar.

—Lara.

—¿Sí, mi Príncipe?

—No te lo he preguntado pero doy por sentado que no hay ningún Insaciable en el compartimiento de carga.

—No lo hay. Cuando salieron, la IA dio por desembarcada la carga y se cerró.

—Bien. ¿Cuántos de los animales están en zonas de riesgo?

—Treinta y siete.

—Supongo que la mayoría tras pilares maestros.

—Sí, mi Príncipe. Hay dieciocho. Si uso un láser el pilar estallara por el repentino calor.

—Empecemos por los más cercanos. Apunta al Insaciable y abre fuego a poca potencia de forma que el láser atraviese el pilar lentamente. Luego, cuando no falte casi nada para atravesarlo, amplias la potencia para que mate al animal.

—Empiezo con el primero.

Aniquilarles resultó más fácil de lo esperado. Algunos se habían refugiado en el polvorín, junto a una generosa cantidad de explosivos y otros bajo la sala de acceso a los subniveles, justo debajo de donde habían estado Mark, Susan, Yack… Los restantes estaban en la sala de generadores.

—Primero vamos a acabar con los de los generadores.

—Eso dejará a la base sin energía.

—Sólo a esta parte, la sellada. Eso no nos afectará a nosotros. ¿O tal vez ese fallo de energía afecte a la otra parte y pudieran salir?

—No, son sistemas independientes.

—Acaba con ellos.

—Luego —dije mientras empezaba a disparar—, abre varios agujeros en la base de la cubeta de ácido sulfúrico de forma que inunde el lugar donde están los Insaciables, bajo la sala de control. Para finalizar, dispara contra el polvorín. Que vuele todo ese sector. Está a la suficiente profundidad como para que en el hipotético caso de que alguno sobreviviera, no pudiera llegar al exterior. Eso si se llegara a dañar la estructura. También quiero que conectes con todos los canales de televisión del planeta y te introduzcas en Internet a todos los niveles, a excepción de los canales de urgencias o militares y, cuando te lo ordene, les muestres el mismo resumen de mi vida que les mostraste a Mark y Susan[1].