20 DE SEPTIEMBRE. 4. PM.
POBLACIÓN: OLD GUN. DESIERTO DE CALIFORNIA. EEUU.
Hacía mucho calor y las moscas eran insoportables. Tenía que ser ahí, lo presentía. El pueblo no era muy grande, pero más valía asegurarse. Debía tener mucho cuidado, si era una trampa…pero no tenía opción. Si era cierto…no.
Entró en el que parecía el único bar del lugar. Era un sitio limpio. A su derecha tres ancianos jugaban a las cartas y en la barra, dos corpulentos hombres que por su aspecto parecían camioneros, bebían cerveza. Hablaban de trabajo. Me acerqué a la barra con naturalidad.
—¿Qué es lo que quiere tomar? —me preguntó el camarero, un hombre enjuto y de aspecto enfermizo que contrastaba con su alegre actitud.
—La bebida nacional.
—¿Whisky? —preguntó indeciso.
—Coca Cola.
—Ja, ja, ja…Muy bueno, ese no me lo sabía. ¿La quiere con hielo? —preguntó amable.
—Si no es molestia, con este calor…
—No se ven a muchos turistas por aquí —dijo a la vez que la servía en la inmaculada barra.
—Estoy de paso, he venido a ver a unos amigos…
—¿Qué amigos? —preguntó a mi espalda una gruesa voz, desde la puerta.
Al girarme, vi al típico sheriff de pueblo, con los brazos puestos en jarras. A su lado, un ayudante con cara de tonto. El policía, a pesar de su orondez, era peligroso; no se le podría engañar con facilidad y ocultaba algo, algún secreto. Debía intentar no mentirle.
—Ese es el problema, que no sé dónde se alojan.
—Eso no es muy normal —dijo avanzando mientras apoyaba la mano sobre la culata de la pistola, que aún permanecía en la cartuchera, pero que no lo haría por mucho tiempo, si mis explicaciones no le satisfacían.
—No me he expresado bien sheriff, sé que están alojados en el Saint James, lo que no sé es dónde está.
—¿Y sus amigos tienen nombre? —preguntó suspicaz, no iba a soltar la presa tan fácilmente.
—¿Conoce a Mark Temple o a su esposa, la Doctora Susan Sen?
—¿Es amigo de Mark y Susan? —preguntó cambiando radicalmente su actitud, demostrando gran interés.
—Desde hace mucho. Les dije que un día de estos me pasaría por aquí y finalmente me he decidido a darles una sorpresa.
—Si es amigo de ellos, lo es mío. Permítame indicarle dónde están los apartamentos, pero antes tómese algo conmigo.
—Será un placer, sheriff —dije pensando que lo que buscaba en realidad era más información.
El lugar parecía despejado. ¿Pero quién podría saberlo? Podrían haber estado escondidos a tres metros de mí y no me habría dado cuenta. Si yo fuera ellos, me alojaría en el mismo apartamento, el número doce, aunque claro, ese era el mejor sitio para una trampa.
—¡Mark! ¿Te importaría guardar las tazas de café en la alacena? —preguntó desde la cocina.
—¿Seguro que tu profesión frustrada no es la de Sargento? —bromeó mientras las llevaba. Abrió la alacena a la vez que escuchaba cómo ella lavaba los platos de la comida. Era una cabezota, se negaba a permitirle comprar un lavavajillas.
Cuando terminó, se acercó sigiloso y la rodeó por detrás besándola en el cuello.
—¿Quién será el apuesto caballero que me besa a traición? —preguntó coqueta.
—Y un poco cascado. Me hago viejo a toda velocidad.
—¿Viejo tú? Pero si no paras…
—¿Lo dices por lo de anoche? —preguntó pícaro.
—¡Mark! —exclamó divertida.
—Voy… —comenzó a decir interrumpiéndose al oír el timbre.
—¿Esperas a alguien? —preguntó Susan extrañada. Eran las tres y, con ese calor, nadie del pueblo salía.
Mark fue hasta la puerta y la abrió. Miró al visitante y se quedó de piedra. No podía creerlo. Fue tal la impresión que empezó a retroceder lentamente, sin poder dejar de mirarle, parándose delante de la puerta de la cocina. Susan comprendió que algo ocurría y se asomó. El hombre avanzó hasta ellos, serio y sin dejar de mirarles. No era muy alto, y el pelo empezaba a escasearle. Rondaría los cuarenta y cinco pero no había lugar para la duda, era ÉL.
—Eeeeh…yo…digo, nosotros…
—Si esto es una trampa, no pienso permitir que su raza me coja vivo. Conozco demasiados secretos y ya se matan suficientemente rápido entre ellos como para que les ayude con mi sabiduría.
—No es una trampa, mi Príncipe.
—¿Príncipe? Mi raza exterminada, mis hombres asesinados, mi pueblo aniquilado…me temo que ya no soy Príncipe de nada. Si he venido aquí es para asegurarme de que lo que ha contado en el libro es mentira y que los Insaciables no están en Pangea, porque si es cierto, todo está perdido y su raza desaparecerá como si nunca hubiera existido.
En ese instante, aparecieron un par de hombres en la puerta y les encañonaron con dos pistolas de nueve milímetros, ambas llevaban incorporados silenciadores.
—No se muevan ni un pelo —dijo el que estaba más adelantado.
—¡Pol! ¡Pol Svenson de la CIA! —exclamó Mark sorprendido.
—¡Te lo dije! Te dije Stark, que estos dos no tramaban nada bueno.
—No lo entienden… —comenzó a decir el Príncipe que no dejaba de mirar los ojos de Pol…
—Si mueves un solo dedo, puto alienígena, te vuelo la tapa de los sesos —amenazó Pol con miedo.
—Ha venido a ayudarnos —dijo con voz temblorosa Susan.
—¿Dónde están los refuerzos? ¡Malditos inútiles! —juró Pol.
—No van a venir —respondió escueto Stark, a la vez que dejaba de apuntar al Príncipe y lo hacía a la cabeza de Pol. Acto seguido apretó el gatillo, sonando el amortiguado ruido del disparo. La bala penetró por la sien saliendo por el otro lado, salpicando la pared de sangre. Susan a duras penas pudo ahogar el grito por el susto y la impresión. Mark se quedó de piedra ante el giro de acontecimientos. Todo iba demasiado deprisa.
Aunque el cuerpo de Pol ya había caído al suelo, Stark seguía con el brazo levantado en la misma posición, sin moverse. Parecía congelado, triste, muy triste. El Príncipe se acercó y con cuidado le quitó el arma, cosa que pareció devolverle a la realidad. Le sobrepasó y cerró la puerta, siendo seguido por la mirada de los tres. Luego se dirigió a Stark.
—No debe tener remordimientos. No era un hombre bueno. No había más que mirar su aura —dijo.
—Lo sé. Desde que me contó que les mantenía bajo vigilancia, he sabido que tendría que hacerlo, pero, aunque pertenezca a la CIA, nunca me ha gustado matar a nadie a sangre fría —dijo mirando con cierto reproche a Mark.
—¿Cómo es que estás aquí? —le preguntó Susan.
—Svenson estaba obsesionado con ambos desde que leyó el libro y os hacía vigilar a todas horas. Tenía la absurda teoría de que vos…¿Debo llamarle Príncipe? Bueno, es igual, que en realidad todo era un truco para apoderarse del planeta. Una estupidez. Con una nave como Lara, ese hipotético enemigo ya nos habría conquistado si quisiera. Era un maldito paranoico y hablo literalmente. En cuanto el sheriff ha informado de que teníais un visitante, ha querido venir personalmente. Por suerte, me ha pedido que le acompañara y me ha dado tiempo de anular la operación de captura. Nadie sabe que está usted aquí.
—¿Entonces es cierto? ¿Tienen a Lara? —preguntó el Príncipe con un deje de…¿Tal vez esperanza?
—Sí, mi Príncipe —respondió Susan conmovida.
—Espero que lo de los Insaciables sea…mentira. Un truco para que viniera.
—Me temo que también es cierto —añadió Stark.
—¡Por la Galaxia de Andrómeda! ¿Cómo demonios han podido tener la suerte de acertar la clave de acceso? ¿Saben cuántas combinaciones hay sin una orden verbal?
—Millones o más bien, miles de millones —dijo Mark escueto. Pero no la averiguamos, la convencí para que lo hiciera.
—¡Por todos los potos de la Galaxia! ¿En qué estaba pensando? —preguntó indignado.
—Quería convencer a Lara de mi buena voluntad y urdí una estratagema, muy de su estilo, mi Príncipe, para que la compuerta me obedeciera.
—Así que eso también es cierto. Lo diré claramente…Se acabó, vivan lo mejor que puedan mientras estén encerrados porque en cuanto salgan…bueno, ya lo vieron —sentenció el Príncipe pesimista.
—Tal vez no —intervino Mark.
—¿Acaso su raza tiene un arma como el Jarkon? —preguntó irónico el Príncipe.
—En la Luna, Lain Sen como usted la llama, hay cañones Jarkamte, si apuntamos uno hacia la base… —comenzó a decir Mark
—No es mala idea. Acláreme unas dudas en su infalible plan.
—No le entiendo…
—Imaginemos que Lain Sen esté todavía operativa. ¿Dónde se coge el autobús para allí? ¡Ah, no! Hay que ir en una nave espacial…y he dicho nave, no esas chatarras que ustedes tienen —apuntó mordaz.
—Tal vez si negociamos con el gobierno… —dijo Mark tímidamente.
—Ya, imaginemos que todo el mundo se vuelve bueno y que este gobierno decide.
—Bien…
—¿Cómo lo hacemos? —preguntó dejándoles de piedra.
—¿No lo sabe usted? —preguntó Mark extrañado.
—Prestarnos toda su ayuda, sin pedir nada a cambio y que cogemos una de esas naves, no estalla por el camino y aterrizamos en Lain Sen. La última vez que vi Lain Sen, hace más de tres mil millones de años, su superficie era lisa, sin los millones de impactos (cráteres) actuales y eran las IA las que activaban las entradas a las lunas escudo. Pero supongamos que casualmente donde aterricemos lo hagamos junto a una entrada. O mejor, ya estamos dentro. ¿Quién va a hacer funcionar los cañones?
—¿Usted, mi Príncipe, no sabe manejarlos? —preguntó sorprendida Susan.
—¿Cómo no voy a saber si yo diseñé el Jarkon? El problema es que para manejar un cañón Jarkamte hacen falta dos mujeres gemelas Warlook. Es más, para que puedan manejarlo y coordinarse con el arma, deber portar el Traje y no sólo eso, sino que además sus auras han de ser más elevadas que la media y no todas las gemelas tienen ese nivel y aún hay más, han de estar alineadas con el cañón y para eso hace falta una IA de alto rango. Ni siquiera Lara está capacitada para hacerlo. Sin hablar de los sistemas defensivos interiores, exteriores…etc, etc. de la propia luna. ¿Sigo?
—Mi plan al garete —asumió Mark cabizbajo.
—Y se olvida que el disparo desencadenaría el Big One a plena potencia. ¿Sabe cuánta gente moriría…por todo el planeta? Porque se desencadenarían maremotos, huracanes…
—Tal vez el mío sea más factible —aseveró Stark.
—Le escucho —dijo interesado, pero con pocas esperanzas.
—Ante la amenaza de los Insaciables, el Pentágono ha destinado una ingente cantidad de dinero y recursos para solucionar la crisis de Stamp. Han puesto al mando del proyecto a Yack Trhuman.
—¿A Yack?
—No le interrumpa —ordenó el Príncipe, al que se le empezaban a iluminar los ojos, al intuir un plan realizable.
—El objetivo es acabar con los malditos Insaciables y claro, finalmente poder entrar en Lara y todo eso.
—Siga.
—Adivinen qué General sigue al mando…
21 DE SEPTIEMBRE.
BASE STAMP POINT.
DESIERTO DE CALIFORNIA. EEUU.
Yack estaba desesperado. Había probado todo lo que se le había ocurrido. Esas malditas cosas eran inextinguibles, sobrevivían a todo. El estúpido General acabaría saliéndose con la suya y mandaría a una terrible muerte a cientos de marines.
—Señor Truman. El General Bart Kalajan por la línea prioritaria —dijo la áspera voz de Angelina.
—¡Mierda! ¿No sabrá qué demonios quiere? —inquirió hastiado.
—Supongo que se habrá enterado de los resultados de la última prueba.
—Gracias, Angelina. Pásame con él.
Tras un par de segundos oyó su pomposa voz.
—¡Truman!
—Buenos días, General. ¿En qué puedo ayudarle? —preguntó resignado.
—Ha vuelto a fracasar —dijo, como si se alegrara.
—Eso parece. El nuevo gas nervioso, rediseñado a partir de las inestables muestras genéticas de esos animales, ha fallado. No parece afectarles lo más mínimo —dijo pesaroso, sabía cual iba a ser la réplica.
—¡La única forma de acabar con esos bichos es enviando un buen escuadrón de marines! ¡Auténticos marines! Veremos quién tiene más arrestos.
—Eso sería una locura. Mandaría a sus hombres a la muerte.
—¿Qué sabrá usted? Sólo es un civil —añadió despectivo. Escúcheme, acabo de hablar con el nuevo Gobernador de California, Albany Density, y le ha dado sólo seis meses más. ¿Me ha oído? ¡SEIS MESES!
—Oiga, no puedo…
—Si no acaba con ellos, se hará a mi manera —aseveró colgando, sin opción a réplica.
—Gracias, «señor» —respondió irónico.
Era un maldito imbécil, pero qué podía hacer. Si por lo menos hubiera una salida…
—Señor Truman, tiene otra llamada —dijo interrumpiéndole de nuevo Angelina.
—Alégreme el día y dígame que es de hacienda que quiere inspeccionarme —ironizó otra vez.
—Sólo me ha dado su apellido, Temple.
—Pásemelo de inmediato —dijo animándose.
—¿Yack?
—Mark, viejo pirata. ¿Qué tal? ¿Cómo estás? ¿Cuándo has vuelto? Te creía en Europa.
—Llevamos unos meses aquí.
—¿Y no me has llamado? Eso te va a costar muy caro —bromeó.
—Mea culpa. Estamos viviendo en un pueblecito llamado Old Gun, creo que no está muy lejos de…Stamp.
—«Sin comentarios» —respondió alegre.
—Vale, pagaré mi afrenta. Te invitamos a cenar a casa y prometo que no será una trampa para presentarte a alguna chica tan desesperada como para salir con un científico loco como tú.
—Sin mirar la agenda ya sé que mañana estoy libre. ¿Os viene bien?
—Perfecto.
—Dame la dirección.
—Estamos en los apartamentos Saint James. En el número doce.
—Ve preparando el Whisky.
—Tengo aguardándote una botella «gran reserva», comprada personalmente en una de mejores bodegas de Escocia.
—Estoy deseando veros. Hasta mañana. Adiós —se despidió. Mark Temple…Tanto tiempo sin saber de él…¿Qué querrá?
—Lo siento, señor Truman. Ha debido colgar y no he podido localizar la llamada —dijo Angelina por el intercomunicador, sobresaltándole.
—¿Colgar?
—Sí, el hombre que decía llamarse Temple. Cuando he ido a pasarle la llamada, había colgado. Ha debido llamar de un móvil protegido porque no ha habido forma de localizarle.
—Pero si yo…
—¿Sí?
—No…Nada, Angelina. Gracias. Supongo que si es importante volverá a llamar… Miró los registros de comunicación y seguridad extrañado. Nada. No había habido conversación. ¿Un fallo en seguridad? ¿Acaso Mark había encontrado un nuevo método de ocultación telefónica? No, eso no era posible. ¿Qué estaba pasando? Era imposible que no apareciera registrada la conversación en algún sitio. Eso es algo que Mark tendría que explicarle, seguro que tenía que ver con ello.
22 DE SEPTIEMBRE.
APARTAMENTOS SAINT JAMES.
OLD GUN. DESIERTO DE CALIFORNIA. EEUU.
La verja necesitaba una buena lijada y dos manos de pintura. Esperaba que por lo menos el timbre funcionara. Pero, no. Así que llamó con los nudillos.
Oyó cómo alguien se acercaba. ¡Dios! ¡Qué tío más gordo y sucio! —pensó.
—¿Qué quiere?
—Hola. Mi nombre es Yack Truman y estoy buscando al señor Mark Temple. Creo que se aloja en el apartamento número doce.
—Así es, le están esperando —dijo, haciendo un amago de irse.
—Espere, lo que pasa es que como no están numerados, no sé cuál es.
—¿Qué no están numerados? ¿No ha visto y contado los pájaros? —preguntó socarrón.
—¿Perdone? —replicó pensando que estaba borracho ya que apestaba a cerveza.
—Los pájaros, los que están en los tejados. ¡De mentira, hombre! —dijo soltando una simplona carcajada.
—No me había fijado. Muy original —mintió.
—Fue una idea de mi mujer. Los pusimos hace unos meses.
—Tenga la certeza de que se lo comentaré a mis amigos.
—Vale. Adiós —añadió, cerrando la puerta.
Pensó que cada día el planeta estaba más lleno de locos y con resignación, se puso a contar pájaros. Vio que la más cercana tenía cuatro y, por lo que le alcanzaba la vista, la siguiente tenía cinco, así que la que buscaba debía estar en la tercera hilera y, efectivamente, ahí estaba.
—Bueno, por lo menos voy bien de hora. ¡Y tiene timbre! ¿Funcionará? ¿Qué demonios hace Mark en este lugar? —masculló entre dientes.
—¿Hay alguien en casa? —preguntó en voz alta, tras pulsar el botón.
Ya no podía tardar…
—Tan sólo faltan unos segundos para las cinco. Cariño, si no llega a en punto, me como el sombrero.
—No seas exagerado. Yack no es así.
—¿Te juegas veinte dólares? —replicó socarrón.
—Prefiero que nos apostemos quién lava los platos esta noche.
—¡Hecho!
—¿Hay alguien en casa? —se oyó fuera tras la timbrada.
—¿Qué te decía? Las cinco en punto. Ven.
Al abrir la puerta, su viejo amigo y compañero, apareció plantado en medio, sonriendo de oreja a oreja.
—Ja, ja, ja…Un abrazo, «pirata» —dijo alegre.
—Ja, ja, ja…Nunca podrás olvidar mi época de hacker… en la prehistoria.
—Hola, Susan. Dame un beso y pongámosle celoso.
—Veo que no has cambiado y que sigues siendo un conquistador —dijo Susan, a la vez que le daba un beso en la mejilla.
—Sí que lo soy. Y un soltero empedernido, un mujeriego y lo que tú quieras, preciosa, mientras me sigas sonriendo de esa manera…
—Deja de acosar a mi mujer y entremos —ordenó Mark sonriente.
Cuando cerró la puerta le miró serio.
—¿Ocurre algo? —preguntó extrañado.
—¿Te importa que vayamos al baño y te dé ropa nueva?
—¿Quééé… ¿Acaso huelo mal? —bromeó desconcertado.
—Espero que sea de tu talla. Quiero tener la certeza de que no llevas ningún micro, localizador, rastreador o algo parecido.
—¿A qué viene todo esto? —preguntó alarmado.
—Te lo explicaré cuando te hayas cambiado.
Yack le miraba descolocado poniéndose los nuevos vaqueros y la camisa, mientras, cogía toda su ropa y objetos personales, incluida la ropa interior, y los introducía en un cubo especial que les había proporcionado Stark. El cubo o mejor dicho caja, estaba diseñado para anular cualquier sistema de comunicación que permaneciera en su interior y además detectaba cualquier señal por débil que fuera, indicando de qué tipo era.
—El móvil…
—Lo siento, también. Luego podrás recuperar tus cosas —dijo, cerrando la tapa.
Cinco minutos después, la única señal que emitían sus pertenencias era la normal del móvil pero todo el mundo sabe que esa señal también es rastreable, así que no podían estar seguros al cien por cien. Si le vigilaban vendrían al punto donde había desaparecido la señal.
—Salgamos.
—¿Bien? —preguntó Susan en cuanto los vio.
—Está limpio.
—¿Me vais a decir a qué viene todo esto? —preguntó, empezando a enfadarse.
—¿Crees que tardarán mucho? —preguntó Susan, ignorando la pregunta de su amigo.
—No vendrán hasta que no estén absolutamente seguros, así que tranquila.
—¿Quiénes no vendrán?
—Un amigo y «ÉL».
—¿«ÉL»?
—Paciencia, Yack, paciencia.
Todas las precauciones parecían pocas. Desde la lejanía, en la pequeña colina que estaba frente al complejo de apartamentos, todo parecía tranquilo. Stark inspeccionaba cualquier cosa con minuciosidad, usando unos prismáticos electrónicos tan grandes que los sujetaba con un trípode.
—El coche —dije escueto.
—Ese puede ser nuestro caballo de Troya, mi Príncipe.
—Puede. Pero mi instinto me dice que no hay peligro.
—No quiero faltarle al respeto pero prefiero asegurarme, a no ser…
—¿A no ser?
—Que usted me ordene lo contrario.
—Stark, este es su juego. Estoy a su disposición.
Cuando terminamos de revisar el coche de Yack, usando media docena de aparatos que trajo Stark, nos dirigimos al apartamento. A nuestro encuentro surgió un hombre gordo, en camiseta, que apestaba a alcohol y bastante sucio. Ignorando a Stark se me acercó.
—Perdone. ¿Está buscando a alguien? —me preguntó en un tono muy amable.
—Sí, gracias. Tal vez pueda ayudarnos —dije sin necesidad, ya que no necesitábamos ayuda. Stark me miraba sin entender a qué venía mi amabilidad.
—En lo que quiera —respondió sonriendo tanto que pude verle todos los dientes que no se había limpiado por lo menos en un mes. Entonces lo entendí. Aunque no podía saber quién era yo, lo intuía. No era normal, era un «simple». Su coeficiente no sería muy alto pero tampoco tan bajo como para considerarlo retrasado.
—¿Conoce este sitio? —pregunté apoyando mi mano sobre su hombro, cosa que pareció honrarle muchísimo.
—¡Claro! ¡Es mío! Soy… el casero —afirmó orgulloso.
—Es un complejo muy bonito. Sería tan amable de indicarnos cual es el apartamento número doce, el de Mark Temple.
—Haré algo más, les acompañaré personalmente.
Cuando llegamos ante la puerta de Mark, se quedó mirándome embelesado.
—¿Ocurre algo? —pregunté amable.
—Eeeh, sí. Antes, otro tipo me ha preguntado por este apartamento aunque seguro que usted ya lo sabía. ¿Verdad?
—Sí, tiene razón —respondí, haciendo que sonriera de oreja a oreja por su acierto.
—¿Necesita algo más? Lo que quiera. Lo digo en serio —se apresuró a decir.
Miré a Stark, que no salía de su asombro.
—¿Suelen venir muchos extraños por aquí? —le pregunté con suavidad.
—¿En esta época? Casi ninguno, de vez en cuando alguna parejita y en fin de semana.
—¿Si viera algún desconocido, a alguien que haga cosas o preguntas raras, vendrá a avisarme?
—No lo dude. Estaré atento.
—Gracias. Antes de irme pasaré a despedirme.
—Le tendré una cerveza bien fría esperándole. No, mejor que no venga. Mi mujer…no es…buena —dijo triste.
—Lo entiendo. Le llevaré en mis pensamientos.
Antes de que pudiera evitarlo me cogió la mano y la besó fervientemente, yéndose acto seguido, volviendo la cabeza de vez en cuando según se alejaba.
—¿Qué demonios…
—Es un «simple», ha captado toda mi esencia. Para él soy… el Bien. Aunque no lo crea, se dejará matar antes que revelar mi presencia.
—Empieza a impresionarme de veras, mi Príncipe.
Sonó el timbre de la puerta y Mark se apresuró a abrir. Yack permanecía sentado en el sofá de la salita acompañado por Susan, saboreando el prometido whisky.
—¿Está todo bien? —oyó cómo preguntaba su amigo.
—Sí —respondió una familiar voz.
Cuando un minuto después, vio aparecer a Mark seguido por Stark, se puso en pie extrañado y nervioso, dejando el vaso sobre la mesita del centro de la habitación. Luego apareció otro hombre que le miraba fijamente, estudiándolo. Parecía que pudiera leer su alma. Le impresionó tanto que se olvidó de Stark.
—Más vale, amigos, que me expliquéis qué está pasando, porque vais a conseguir que me dé un infarto.
El extraño se acercó sin dejar de mirarle.
—¿Está seguro de que no sabe quién soy? —le soltó a bocajarro.
—No puede ser…«ÉL» —contestó dudoso.
—Entonces está hablando con un fantasma —apostilló irónico.
—¿Qué es lo que queréis de mí? —preguntó mirando de reojo a Stark.
—Tranquilo Yack, está con nosotros —dijo Mark, reconciliador.
—La CIA no está con nadie —replicó desconfiado.
—Eso pregúntaselo al cadáver de Svenson —le respondió Stark con dureza.
—Basta —ordenó el Príncipe sin elevar la voz, de una forma más imperativa que si hubiera pegado un tiro al aire. Necesito llegar hasta Lara— continuó.
—Eso es imposible —sentenció escueto.
—Si hay algo que he aprendido en mi larga vida es que no hay nada imposible. Menos, si ponemos todas nuestras mentes, junto a la de Lara, en la búsqueda de una solución.
—Lara permanece muda desde que habló con Mark —le informó Yack.
—¿Aparece registrada la llamada que te hice? —preguntó irónico su amigo.
—¡Dios! ¡Ya habéis hablado con ella!
—Sí.
—¿Bueno, y a qué esperáis? Si tu libro no miente, esa nave lleva armamento suficiente para acabar con todos los Insaciables, ahora que todavía no se pueden reproducir porque no tienen alimento.
—Tiene razón, pero hay un problema, está desconectada —dijo el Príncipe.
—Ordénele que se conecte y que les ataque —continuó Yack en sus trece.
—No me entiende. Los sistemas, todos los sistemas, están desconectados. No obedecen a Lara ya que no pueden comunicarse con ella.
—Pero la compuerta de carga lo hizo con Mark —razonó.
—Claro, la activaron al abrir el panel de seguridad.
—¿Y cómo Lara permitió que se abriera?
—Sigue sin escucharme. Lara no puede hablar con las otras IA. Sólo lo hace usando canales de emisión como la red de Internet. La IA de la compuerta no se conecta con esos canales a no ser que se lo ordenen. ¿Alguien lo hizo? No. Los demás sistemas ni siquiera están activos.
—¿Por qué está desconectada? ¿Lo ordenó usted? —preguntó Yack.
—No. Lo ordenó Dama.
—¿Por qué? —preguntó sorprendido.
—No tiene sentido. Fue una orden directa y muy explícita la que recibió. Aterrizar en una zona segura y desconexión total.
—¿Sin explicaciones?
—¿Entre IA? La de menor rango obedece a la de mayor y si la orden proviene de Dama, acatamiento inmediato. No hay más. No son humanas. Inteligentes sí, humanas no.
—Esto es una locura…
—Estoy de acuerdo, así que cuanto antes planeemos algo, mejor —propuso el Príncipe.
—¿Por qué no activa su Traje y usa el Jarkon? —preguntó.
—Sería la solución perfecta, si no fuera porque ya no tengo ni el Traje ni, por tanto, el Jarkon. Además ahora soy mortal, envejezco, como su raza e igual de rápido. Supongo que eso es porque el Sol ahora es amarillo y cuando yo nací era blanco, la radiación es distinta y debe afectar a mi sistema de genes. Pero de eso ya hablaremos más adelante, vayamos a lo que importa, salvar a Pangea.