—Me han llamado los del estudio genealógico —le conté a Alain por teléfono—. Parece ser que han encontrado algo interesante sobre Sarah Bauer…
—Entro en una clase ahora, pero podemos vernos allí a la una, ¿te parece?
El investigador genealógico era un hombre de edad indefinida, repeinado y relamido, que vestía pantalones de franela gris, jersey de pico granate y corbata negra, y que probablemente no se había cambiado la montura de las gafas desde los años setenta.
Nos hizo pasar a un despacho no menos relamido y alcanforado que él y nos mostró con prosopopeya un documento.
—Nos ha llegado esta mañana. Hicimos una consulta a las veinte mairies de París que, por fin, ha dado sus resultados. Se trata de un certificado de defunción.
Con sus dedos huesudos, terminados en unas uñas demasiado largas para ser de hombre, nos hizo un recorrido por el papel.
—Defunción de Eve Marie Bauer. El dieciséis de julio de mil novecientos cuarenta y cuatro, a las tres horas, ha fallecido Eve Marie Bauer, domiciliada en París Île-de-France, nacida en París Île-de-France el veinticinco de octubre de mil novecientos cuarenta y tres, hija de (espacio en blanco. Anotación al margen: padre desconocido) y Sarah Bauer. Registrado el tres de marzo de…
Dejé de escuchar la voz atiplada del genealogista. No necesitaba saber más. Sarah Bauer había tenido una hija, y la había tenido en París.
—Sí, pero la niña murió a los pocos meses de haber nacido, así que volvemos a perder el rastro de Sarah —me hizo notar Alain a la salida de la oficina del genealogista—. Y lo que resulta más curioso, la declaración del fallecimiento no la hace ella, que después de todo es su madre, sino un tío de la pequeña.
—¿Habría muerto ella también?
—Podría ser, pero es extraño haber encontrado el acta de defunción de su hija antes que la suya. Además, sabiendo como sabemos que los hermanos de Sarah también habían muerto, ¿cómo pudo un tío de la niña inscribir la defunción?
Me encogí de hombros. Lo que a mí me había parecido simple y revelador sólo nos estaba planteando más y más incógnitas.
—¿Un hermano del padre?
—¿Del padre desconocido? —Alain torció el gesto—. No parece muy probable… Lo más seguro es que el padre fuera un alemán. Muchos de ellos vinieron a Francia, dejaron embarazadas a las mujeres francesas y se volvieron a su país sin reconocer a los niños.
—¡Ya estamos otra vez en las mismas! —bufé enojada—. Cada vez que parece que nos acercamos a algo, el camino se abre en mil direcciones. ¡Es desesperante!
Antes de ponerse el casco para la moto, Alain volvió a infundir optimismo en nuestras vidas.
—Bueno, ahora sabemos que Sarah Bauer seguía en París el 25 de octubre de 1943. Vamos avanzando.