Tercer Suceso

Batista Romero no descansaba en Tierra Santa. Sus restos ocupaban el espacio de una pequeña urna sellada que guardaba Anastasia; al lado de la urna, en una pequeña caja de cristal transparente, un diamante precioso —de ínfimo valor— que ella había guardado le recordaba todas y cada una de las vicisitudes de aquella estúpida aventura que, sin embargo, le había solucionado un incierto porvenir. Recordaba con mucha frecuencia a Batista y le añoraba, pero su viaje por la vida aún tenía que conocer muchas estaciones.