El Tío Manuel estuvo toda una noche pensando si se estaría ablandando: había permitido que el payo aquel saliese con vida del negocio. Y era la primera vez que alguien que estafaba al hijo de su madre vivía para contarlo —mucho más si se trataba de un payo—. Intentó ponerse en la piel de Matías, su tío, el Tío de todos los gitanos, como rezaba su lápida, y llegó a la conclusión de que, si hubiese dado orden de cargarse al payo, lo hubiese hecho con aquella especie de mala conciencia que le provocaba cargarse a alguien por el simple hecho de que el honor de un gitano es como el azogue y con el aliento se empaña. Bueno, el payo estaba vivo, pero con un recuerdo de los que duran toda su vida. También servía.
Estaba a punto de dormirse cuando escuchó al Buenafuente trastear borracho por las escaleras. El hecho de imaginarse la mancha en sus pantalones le hizo sonreír. ¡Que le diesen por el culo, al payo!