Capítulo Décimosexto

El miércoles por la mañana fue el día en que Nadia vino a la Agencia. Estaba atento a su llegada y pude oír cómo pedía que anunciasen su visita a Billy Ray; luego la voz de Mercedes, aclarándole que quien la recibiría sería «el señor Humphrey»; de nuevo la voz de Nadia insistiendo en que ella a quien deseaba ver era a Billy Ray.

—Mire, señorita (creí detectar un cierto tono irónico en la voz de Mercedes, al pronunciar la palabra «señorita»), ha sido el propio señor Billy Ray quien me ha dicho que debía usted hablar con el señor Humphrey. Y él la está esperando, y según creo con bastante interés.

A un breve silencio le siguió el repiqueteo de los nudillos de mi secretaria en la puerta de mi despacho y luego la puerta abriéndose.

—Señor Humphrey, una señorita desea verle.

La cara de Nadia, al verme, sólo dejó translucir una ligera sorpresa risueña, aunque su corto titubeo en la puerta del despacho fue de por sí bastante satisfactorio.

—Siéntate, Nadia, te estaba esperando.

—Buenos días… ¿Cómo debo llamarte, Billy Ray, Humphrey, o tal vez tienes alguna sorpresa más que no imagino?

—Llámame cariño, me resultará familiar, aunque la verdad es que me llamo Basilio Céspedes, pero todo el mundo me llama Humphrey.

—No me digas que eres uno de esos horribles hombres cargados de rencor porque una mujer ha sido más lista que ellos…

—No, todo lo contrario, a mí me hace feliz que me tomen el pelo. Y la verdad es que no encuentro demasiadas diferencias en la satisfacción que siento cuando me lo toma una mujer que cuando me lo toma un hombre.

—Veo que estás resentido y, si lo piensas bien, verás que quien debería estar resentida soy yo; al fin y al cabo, eres tú quien tiene mi dinero.

—¿Tu dinero? Y yo que creía que el dinero era mío…

—Claro, Humphrey, tuyos son los doce mil euros que convenimos, pero el resto es mío.

—Tienes razón, lo tenía preparado.

Le tendí el maletín, y fue la primera vez que vi un atisbo de emoción en Nadia; sus manos temblaban, al abrirlo…

Más emociones: su cara sufrió un espasmo que casi consiguió afearla, al ver el contenido del maletín; fue una debilidad momentánea. Sonrió levemente y con lentitud comenzó a depositar sobre mi mesa su contenido; mientras lo hacía, iba enumerándolo:

—Un frasco de perfume Dior, unas lentillas de tono oscuro para unos ojos verdes, una peluca castaña en media melena, mis medias favoritas y una preciosa ropa interior que espero que me veas puesta en el momento que tú desees. ¡Y mira qué sorpresa! Unas esposas y mis pestañas postizas.

—¿Está todo, Nadia?

—Sííí, casi todo, sólo faltan noventa mil dólares, de los que tú puedes descontar quince mil, que si no me equivoco es lo que corresponde al cambio actual entre dólar y euro. La pistola te la regalo, espero que no será necesario que tengamos que enfadarnos y usar esa clase de chismes tan desagradables.

—Gracias, Nadia. Yo, a cambio de tu gentileza, no voy a contarle a la policía tu implicación en ese asunto tan feo que tú y yo conocemos y que acabó con un muerto. Claro que, en el precio por este pequeño favor, van incluidos los setenta y cinco mil dólares.

—A eso en mi país se le llama chantaje, Humphrey. Es Humphrey, ¿verdad?

—Aquí también lo llamamos chantaje, pero no te preocupes por el destino del dinero, mi amor, tengo pensado hacer una obra de caridad con él. Y sí, es Humphrey, una especie de homenaje a Bogart por parte de mis amigos, aunque deba reconocer que no han escogido el sujeto más apropiado para ese tipo de homenaje…

—Humphrey, tú sabes que tengo amigos muy, muy peligrosos. Y, sin embargo, sigues queriendo quedarte con mi dinero. No te entiendo, cielo, de verdad que no te entiendo. ¿No será que te estás arriesgando demasiado llevado por el rencor?

—No, en absoluto. Si te hubieses salido con la tuya, quizás, pero el dinero lo tengo yo. Y, por cierto, de tus amigos no creo que tenga por qué preocuparme.

—Creo que estás deseando contarme la razón por la cual mis amigos han dejado de ser un peligro para tu integridad, si yo les pido que actúen…

—Llevo aproximadamente tres días sin dormir esperando poder contártelo… Verás, el tipo tamaño mamut…

—Fedor. Se llama Fedor.

—Fantástico, tiene un nombre muy literario.

—Pero escribe muy mal. Se le da mejor romper cuellos cuando alguna persona de confianza se lo pide con las suficientes dotes de persuasión.

—Estoy convencido de ello, pero resulta que en el apartamento de Batista Romero la policía ha encontrado tantas huellas suyas que el fiscal casi les ha pedido que por favor no se lo pongan tan fácil… Eso, unido a lo que la hermana de Batista puede contarles acerca de los móviles, lo que pueda contarles Billy Ray y lo que pueda aportar yo mismo, quiere decir que ese tipo tardará tantos años en salir de la cárcel que cuando lo haga posiblemente lo único que le apetezca sea ir a dar de comer a las palomas, ya que la petanca será un ejercicio demasiado violento para su edad…

—Por cierto, y ya que lo nombras, ¿quién es Billy Ray?

—Mi socio y uno de los implicados en la trama de los diamantes; por casualidad, pero implicado en ella y con muchas cosas para contar, si ello es necesario.

—Ya veo. Pues ya tenemos al pobre Fedor en la cárcel por muchos años. Me temo que no voy a añorar su compañía, pero me queda Valeri, que es un hombre que acostumbra a librarse con bastante rapidez de los problemas legales. Y supongo que cuando salga lo hará con deseos de saber quién le ha podido meter en el lío en que se encuentra ahora.

—No, supongo que no nos tendrá demasiada simpatía. Tampoco se la tendrá a quien le haya soplado setenta y cinco mil dólares…

—¿Y quién habrá sido, Humphrey querido?

—Vete a saber, mi querida Nadia, aunque me imagino que quien haya podido ser en este momento debe estar rezando para que Valeri Samchuk tarde mucho tiempo en salir de la cárcel, y más aún para que no se entere de cómo esos dólares han llegado a mis manos. ¿Te imaginas lo que podría pensar si ligase los dólares con el momento de su detención y el lugar donde estaban escondidos, y, más aún, el tiempo por el que se alquiló aquel coche?

—Algo malpensado sí que es, mi adorable Valeri… No vale la pena hacerle pensar mal, ¿verdad, Humphrey?

—Está en tus manos, Nadia.

—Todo tiene un precio, ¿no es cierto?

—Todo, mi amor. Además, hay que saber aceptar los malos tragos con sentido del humor, cuando llegan. Si yo te contase… Hasta encañonado por una mujer con la que había acabado de hacer el amor, me he encontrado yo… Y esposado a la cama por ella… ¿Te imaginas? Desnudo y esposado a la cama de un hotel por una mujer con la que acababa de hacer el amor…

—Jesús, Humphrey, qué gente hay en el mundo… Casi no me lo puedo creer. ¿Y hasta el momento en que fue poseída por el diablo, qué tal se portó esa mujer? —Sonreía, cuando humedeció el dedo medio en su lengua y lo pasó por las piernas, alisando alguna arruga en la media.

Al entrar me había fijado en que no llevaba medias, lo cual aún le concedía más mérito al gesto…

La verdad es que casi me volvió loco de placer. Me hizo sentir que el cielo es un lugar mucho más cercano de lo que la gente va diciendo por ahí.

—¡Qué bonito, Humphrey! Espero que os volváis a encontrar y que no haya noventa mil dólares en juego.

—¿De qué dólares estás hablando?

—No, nada, era algo así como un ejemplo.

—¿Un ejemplo de qué?

—Del mal que puede causar una excesiva confianza en sí mismo, cuando hay dinero de por medio y una mujer dispuesta a conseguirlo.

—Lo tendré en cuenta. Por cierto, aún no me has dejado acabar de hablar de Valeri Samchuk. Yo creía que te interesaba, el tema…

—Y me interesa, cielo, me interesa…

—Verás, esta operación no está comandada por la policía española, es una operación en la que ha intervenido la INTERPOL. Resulta que tu amigo Valeri…

—Simple conocido, Humphrey.

—Bien, resulta, decía, que tu simple conocido Valeri Samchuk ha estado infectando Europa de diamantes falsos. Y resulta también que la Asociación de Mayoristas de Diamantes en Ámsterdam está tan tremendamente preocupada por el daño que esta infección del mercado le puede causar, que ha ofrecido una recompensa de doscientos cincuenta mil euros a quien facilite los datos necesarios para el desmantelamiento de la red de fabricación y distribución de diamantes falsos, lo cual significa que: a) Alguien se puede hacer rico; b) Valeri no puede contar con salir del apuro sólo con los cargos que se le puedan imputar en nuestro país, sino que deberá responder a todos los cargos que presente la INTERPOL. Y eso pueden ser muchos años de cárcel…

—Lo cual quiere decir que, efectivamente, Valeri está en un apuro, y que, más efectivamente aún, alguien se puede hacer rico… —La mirada de Nadia se hizo soñadora—. Me tengo que marchar, Humphrey. Me temo que no puedo aceptar tu invitación a almorzar.

—¿Yo te había invitado a almorzar?

—No, pero lo ibas a hacer. Es lo menos que podía esperar de un caballero como tú. Bien, Humphrey, te aseguro que tendrás noticias mías. Y espero que sea pronto.

Nadia se levantó, rodeó la mesa y se inclinó sobre mí: me besó mientras su mano acariciaba tenuemente mi entrepierna. Cuando me mordió con fuerza el labio inferior, casi me sorprendí; sentí el sabor acre de la sangre. Se separó lo justo para mirarme a los ojos. Vi la punta de su lengua salir entre sus labios y desaparecer de mi campo de visión cuando volvió a inclinarse sobre mí; entonces su lengua se paseó morosamente por mi labio inferior, recogiendo la gota de sangre que acababa de brotar. Luego me volvió a mirar, me dio dos palmadas suaves en la mejilla…, y se largó.

Nada más irse Nadia, Mercedes apareció en mi despacho con una excusa tonta que ni siquiera puedo recordar. Venía a examinar el campo de batalla.

Me señaló con el dedo extendido:

—Le sangra el labio, ¿ya se ha dado cuenta?

Luego una expresión de asombro se pintó en su cara. No dijo nada más. Se marchó. Estaba realmente impresionada.