Capítulo Décimocuarto

Nosotros, lógicamente, no pudimos ver la cara de Eusebio Tolosa cuando recibió la nota que según García iba a desencadenar un infierno. La recibió a través de un mensajero —no un profesional, sino un crío que pasaba por la calle con cara de querer ganar veinte euros—. La nota se la dio Mercedes y el chaval tenía instrucciones claras acerca de entregar la nota a la secretaria del señor Tolosa, no a este. Si se le preguntaba quién se la había entregado, debía contestar que había sido una mujer, sin especificar apariencia o edad. Si lo hicimos así fue básicamente para atenernos a la más pura ortodoxia de la literatura de género.

La nota decía:

Yo también quiero mi parte en el negocio. Estoy estudiando la mejor manera para hacer que puedas entregármela personalmente.

Afectuosamente,

Rick

La segunda nota decía lo mismo. La enviamos de la misma manera y quien la recibió fue Blas Recarte.

Lógicamente, de lo que se trataba era de provocar una serie de reacciones que llevasen a los receptores de las notas a crear las condiciones necesarias para demostrar su implicación en el asesinato de Rick, siempre partiendo de la base de que nuestras elucubraciones fuesen acertadas. García vigilaría a Blas Recarte; yo haría lo mismo con Eusebio Tolosa.

El plan estaba bien estructurado, ya que la parte más complicada de todo el asunto corría a cargo de ellos; si fracasaba, no se nos podría culpar.

Esto sucedía a las once y media de la mañana de un lunes.

A las cinco de la tarde del mismo lunes una rubia espectacular entraba en la Agencia de Investigación y Soporte a la Empresa, Humphrey y Cunqueiro Asociados, y preguntaba por Billy Ray Cunqueiro a nuestra secretaria, quien no pudo hacerla pasar a mi despacho, ya que yo, al igual que García, estaba ausente. Mercedes se dio perfecta cuenta de que aquella era precisamente la rubia que debía desviar a mi despacho sin avisar a Billy Ray; por tanto, le dijo que el señor Cunqueiro estaba ausente. La rubia de ojos verdes le dejó un número de teléfono móvil y le pidió que el señor Cunqueiro se pusiese en contacto con Nadia para tratar un asunto de forma personal. Luego se despidió.

Cuando la rubia de ojos verdes se marchó, si alguien hubiese estado a la distancia adecuada, hubiese podido oír como Mercedes murmuraba:

—Bueno, si le gustan del tipo basto, quizás sí.

A continuación se levantó, fue al cuarto de aseo y se pasó un rato apreciable mirándose en el espejo.