Capítulo Primero

A mí la noticia no me gustó. Y no era porque el Tío Matías fuese persona de mi agrado, pero recordaba perfectamente sus palabras, aquel día en que me «contrató» para que descubriese al asesino de su sobrina y yo me atreví a no estar demasiado de acuerdo con sus apreciaciones: «Payo, me estoy haciendo viejo. Fíjate que si un día me entero de que te han matado, me dolerá. Y si la orden para que te rajen la he dado yo, aún me dolerá más».

Eso viene a cuento porque, en el peor de los casos, el Tío Matías se lo pensaría dos veces antes de hacer que me asesinasen. Acerca de Manuel, no estaba tan seguro. Según su código gitano del honor, tenía tantos motivos para acuchillarme en un callejón oscuro como para considerarme un hermano —bien pensado, en el mejor de los casos, un hermano bastardo—. Pero estoy hablando de los tiempos en que el Tío Matías era el jefe y Manuel sólo su sobrino, su favorito y lugarteniente. Ahora Manuel era el nuevo Tío, lo cual me daba la casi total seguridad de que no me mataría; en todo caso, me haría matar. Como consuelo no era precisamente una gran ayuda, pero de momento no tenía otro.

Por cierto, me llamo Basilio Céspedes, aunque aquí, en el barrio barcelonés del Poble-sec, todo el mundo me conoce como Humphrey. Soy detective privado, y si me preguntasen la razón de por qué soy detective privado y no agricultor, por ejemplo, les contestaría que no me considero capaz de hacer crecer hierbajos en un solar abandonado, ni siento la menor tentación de probarlo; y así, más o menos, con el resto del montón de ocupaciones que en su momento conformaban las alternativas que debían regir mi economía. Soy el copropietario de una agencia que se llama Humphrey y Cunqueiro Asociados, Agencia de Investigación y Soporte a la Empresa. Este largo etcétera a nuestros nombres deben considerarlo como una de las paridas de mi socio Billy Ray Cunqueiro, un tipo al que incorporé a la empresa como la única forma viable de que saldase una deuda que había contraído conmigo, al tener que resarcir al tío Matías de un dinero que mi entonces sólo amigo y compañero de juergas Billy Ray le debía. Posteriormente resultó que lo que en mis manos era una cochambrosa y honorable agencia de detectives, se convirtió en una más o menos próspera y relativamente honorable agencia de soporte a la empresa de la mano de Billy Ray, lo cual me hizo tomar la decisión de convertir al gallego americanizado que es Billy Ray en mi socio.

La Agencia la formamos yo mismo, Billy Ray y un policía retirado que atiende por sargento García, un tipo duro, violento, eficiente hasta la exageración y poco sociable, que en una ocasión me salvó la vida y cuya máxima ilusión, según sus propias palabras, sería «enchironar a Billy Ray por chorizo y marrullero», aunque en el fondo creo que se jugaría la piel por librarle de cualquier peligro. Finalmente tenemos con nosotros a Mercedes, una secretaria en la mejor línea de las secretarias hollywoodienses que se pasan la película reposando en las piernas del afortunado detective privado, más listo que nadie, más guapo que la mayoría y más valiente que los malos. Posiblemente esas sean las razones por las que Mercedes no ve con buenos ojos sentarse en mis piernas para aliviar a mi angustiada libido… En su caso, Mercedes le añade emoción a la cosa amenazándome, con cierta regularidad, con denunciarme a Comisiones Obreras por acoso sexual, aunque últimamente también añade algo que se llama mobbing y que ni ella ni yo tenemos demasiado claro en qué consiste, aunque parece ser que es algo que está de moda hacer con las secretarias de aspecto sexualmente peligroso como ella.

Creo que eso es todo, de momento. El resto se lo iré contando de la forma como lo recuerdo, lo cual no garantiza que sea exacto, pero sí más o menos cierto.

Salí de casa con un sol radiante, y en el escaso medio kilómetro que la separa de la Agencia tuve tiempo de ver cómo el cielo se encapotaba, se ponía a llover a mares, me empapaba en escasos segundos y me estropeaba unos zapatos Yanko acabados de estrenar, que un tipo que trabaja en el puerto me había vendido a precio de zuecos chinos. Cosas de la primavera y de la facilidad que tienen las calles del Poble-sec para encharcarse…

Entré en la Agencia sacudiéndome como un foxterrier recién bañado, pero satisfecho de encontrarme en un ambiente familiar. Mercedes había conseguido, una vez más, introducir su sinuoso cuerpo de forma milagrosa en un vestido de punto dos tallas más pequeño que el conjunto de sus encantos, y se dedicaba a ordenar delicadamente un conjunto de clips encima de su mesa.

—Disculpe, señor Humphrey, ¿no cree que antes de usar el truco de la camisa empapada ciñéndose al cuerpo debería pasar una temporadita en el gimnasio?

Apoyaba uno de los clips en el labio inferior y me miraba como si acabase de descubrir la razón por la que los niños no deben desnudarse en el vestuario de señoritas.

Dejé pasar por alto la observación, más que nada por el asunto del mobbing, no fuese a resultar que tuviese algo que ver con una conversación de ese tipo, precisamente…

—Mercedes, si entras en mi despacho sin avisar, como es tu costumbre, y ves mi ropa desparramada por el suelo, no sigas mirando: al final estaré yo, desnudo hasta que se seque toda mi vestimenta.

—No sufra, señor Humphrey, precisamente eso es lo último que desearía ver hoy.

El clip apretado entre los labios de mi secretaria se movía como si tuviese algo que decir él también.

—¿Qué te ha pasado, rapaz, has venido nadando?

Billy Ray me miraba con cara de lástima, aunque parecía más preocupado por sí mismo que por mí.

—Nada, hombre, eso se arregla con quince días en las Bahamas… ¿Te has enterado ya de la noticia?

—¿Y por qué te crees que tengo esta cara, my friend? ¡Estoy que no me llega la camisa al cuerpo, carallo!

—Oye, ¿qué me has llamado?

—¡My friend, hostias, my friend! ¿Eres o no eres mi amigo?

—En orensano clásico, sí; en inglés y como lo pronuncias tú, tengo mis dudas.

—¡Anda y que te jodan las meigas! ¿Qué crees que pasará conmigo, ahora que Manuel es el capo?

—Yo creo que Manuel ni siquiera se acuerda de ti. Y, aunque así fuese, pagaste la deuda. Hicimos un trato con el Tío Matías, él te quitó la marca, quedaste fuera de peligro y así sigues ahora; no deberías preocuparte.

—¿No sería mejor que fueses a hablar con él?

—¿Con quién, con Manuel? A mí tampoco me tiene demasiado aprecio, Billy Ray… Créeme, lo mejor es no menearlo.

I hope you were right, Humphrey.

—Eso lo serás tú, socio. Por cierto, si hablas con ese amigo tuyo que trabaja en el puerto, pregúntale si se ha encontrado otro par de zapatos Yanko del número cuarenta y uno; me parece que estos que llevo puestos los voy a tener que tirar…

—Hecho, rapaz, hecho.

Mi socio se alejó moviendo la cabeza, no demasiado convencida de que su seguridad fuese mayor que la de un funámbulo ebrio.