Quinto Suceso

Billy Ray Cunqueiro se había enamorado. Y su amor era uno de esos amores de novela, sincero, apasionado, ilógico, torrencial, insultante en su ardor, incondicional, y como todo amor que se precie de poseer todas esas cualidades era un amor imposible, tan imposible que cada día, cuando se atrevía a verla, los ojos se le llenaban de lágrimas, una opresión dulce le oprimía el pecho y le resultaba costoso levantar la cabeza con orgullo mientras se alejaba.

El objeto de ese amor apasionado de Billy Ray Cunqueiro se llamaba María Bella y era un yate deportivo Princess modelo 420 Fly, elegante con su eslora de trece metros, una manga de 4,17 metros, dos motores Volvo capaces de rendir hasta 272 kilovatios, cuatro lujosos camarotes forrados de madera noble, dos completísimos cuartos de baño, una cocina y un salón que no tenía nada que envidiar en comodidad al de su casa; en el ámbito técnico, no se le podía pedir más a un equipo con los últimos avances en materia de navegación: sistema de radar, GPS, sonda, sonar, plotter y un sofisticado equipo de transmisiones vía satélite. El yate era casi nuevo, se había botado en el año 2002, y la única razón que se le ocurría a Billy Ray para que su dueño se deshiciese de él era la condición de millonario caprichoso que con toda seguridad ostentaba. Claro que el millonario podía ser caprichoso, pero no parecía dispuesto a desprenderse del María Bella por menos de 379 000 euros, lo cual, para Billy Ray, a pesar de no poder quejarse de la marcha de Humphrey y Cunqueiro Asociados, Agencia de Investigación y Soporte a la Empresa, era casi como si le pidiesen que se subiese a una escalera de mano y bajase la luna envuelta en papel de plata para regalo.

Justo en aquel preciso momento Billy Ray miraba embelesado el objeto de su amor. Se imaginaba a bordo, manejando el timón, el aire marino depositando un regusto salado en sus labios, la luz del atardecer rielando sobre las olas, creando reflejos fugaces en el azul del mar, fundiéndose con los últimos brillos de las nubes, la música del viento en sus oídos, las siluetas de las dos putas que le acompañaban desperezándose en la cubierta, señalándole, en ofrecimiento, un whisky servido en vaso largo. Mientras se alejaba muelle abajo caminando sin prisa, Billy Ray Cunqueiro pensó que quizás para un viaje largo llevar tres putas sería mejor que dos.

Quizás convenga aclarar que Billy Ray era un soñador…