Primer Suceso

Como cualquier guardabosques sabe, las malas noticias huelen a humo. Sin embargo, la que aquella madrugada bajó rebotando por todas y cada una de las piedras del barrio olía a canela, romero y manzanilla; también se mezclaba en ella cierto hedor a rancio, a canallada asumida como modo de vida.

Las putas viejas se persignaban a modo de conjuro —al diablo no hay que mentarle ni muerto—, al pasar el murmullo de uno a otro oído. Los camellos rezumaban dudas mientras cerraban las últimas operaciones de la noche. Todo aquel que viviese de la violencia, de la extorsión, de la propiedad ajena, del chantaje y del arbitrio de la vida del prójimo, sabía que se había quedado sin su director de operaciones, sin su mentor, sin el amo de su suerte: el Tío Matías, el patriarca gitano del barrio, había muerto.

Y no había sido una cuchillada malintencionada, la que había acabado con su vida… El Tío Matías había exhalado su último suspiro vencido por un mal de payo rico: el estrés de las responsabilidades de su pequeño reino resultó más fuerte que su ya viejo corazón.

En la enorme casona apoyada en las últimas estribaciones de la montaña de Montjuïc, resonaban los ayes, en esta ocasión sin música de guitarra ni palmas que les acompañasen. Descanse en paz, el Tío.