VII

Llovió durante toda la mañana en la que preparaban la fiesta en Baltimore. Stagg y Calthorp se sentaron bajo un entoldado bebiendo rayo con hielo. Stagg permaneció en silencio durante mucho tiempo y Calthorp, contrariamente a lo habitual, no hizo ningún intento por animarle.

Finalmente, Stagg dijo: —¿Sabes, Doc? Han pasado diez días desde que dejamos Fair Grace. Diez días y diez ciudades. Deberíamos haber elaborado ya un plan de huida. De hecho, si fuéramos los mismos que antes éramos, estaríamos ya muy lejos. Pero el único momento que tengo para pensar es por la mañana, y entonces estoy demasiado exhausto y magullado como para hacer nada constructivo. Por la noche no soy dueño de mí mismo. ¡Me gusta ser como soy!

—Y yo no he hecho mucho por ayudarte, ¿verdad? —dijo Calthorp—. Me emborracho tanto como tú y por la mañana me encuentro terriblemente mal.

—¿Qué diablos está pasando? —exclamó Stagg—. ¿Te das cuenta de que incluso ignoro a dónde voy o qué es lo que me va a pasar cuando llego a algún sitio? ¡Realmente ignoro incluso lo que es un Héroe Solar!

—En gran parte es culpa mía —dijo Calthorp. Hizo un gesto y tomó otro sorbo de su bebida—. No puedo ordenar mis ideas.

Stagg miró a uno de sus guardianes, que se encontraba a la entrada de una tienda cercana. —¿Supones que si le amenazo con cortarle el cuello me dirá todo lo que quiero saber?

—Puedes intentarlo.

Stagg se levantó de su asiento.

—Dame aquel poncho, ¿quieres? No creo que pongan ninguna objeción a que lo lleve mientras está lloviendo.

Se estaba refiriendo a un incidente sucedido el día anterior, cuando se puso un faldellín para ir a hablar con la chica de la jaula. Unas personas que lo vieron quedaron perplejas y luego avisaron a los guardianes. Estos rodearon a Stagg y antes de que pudiera darse cuenta de lo que intentaban, un hombre que se encontraba tras él le arrebató el faldellín.

Luego el hombre corrió, perdiéndose entre los bosques.

No volvió a aparecer en todo el día, temiendo, al parecer, la ira de Stagg, pero la lección había sido aprendida. El Héroe Solar había de mostrar su desnuda gloria a sus adoradores.

Stagg deslizó el poncho por su cuello y caminó con los pies desnudos sobre la hierba mojada. Los guardianes salieron de sus tiendas y le siguieron, pero no se le acercaron.

Stagg se detuvo ante la jaula. La joven, que estaba sentada, le miró y luego volvió la cabeza hacia otro lado.

—Ahora no tienes por qué avergonzarte de mirarme —dijo—. Estoy tapado. Hubo un silencio. Después, Stagg dijo: —¡En nombre del cielo, habíame! ¡Yo también soy un prisionero, y tú lo sabes! De hecho, me encuentro como si estuviera en una jaula igual que tú.

La joven le miró con sus ojos oscuros. Se aproximó a los barrotes y pegó su rostro contra ellos.

—Has dicho «en nombre del cielo». ¿Qué significa eso? ¿Que eres de Caseyland, como yo? ¡No puede ser! No hablas como mis compatriotas. Aunque tampoco hablas como los de Deecee… o al menos nunca he oído hablar a ninguno de ellos como lo haces tú. Dime, ¿eres un fiel de Columbia?

—Si dejas de hablar por un momento, te lo explicaré —dijo Stagg—. Gracias a Dios que te has decidido a prestarme atención.

—Lo has vuelto a decir —dijo ella—. No es posible que seas uno de los adoradores de esa repulsiva diosa pagana. Pero si no lo eres, ¿por qué te has convertido en un Rey Astado?

—Esperaba que tú pudieras decírmelo. Pero si no puedes, al menos me dirás algunas otras cosas que quiero saber. Le pasó la botella. —¿Quieres beber?

—Me gustaría, sí; pero no quiero aceptar nada de un enemigo. Y no estoy segura de que no lo seas.

Stagg apenas la comprendía. Utilizaba unas palabras similares a las de los de Deecee, pero no podía captar el sentido global de sus frases. Pero encontraba ciertas diferencias en su pronunciación, y el tono no era el de los de Deecee.

—¿Puedes hablar en el idioma de Deecee? —dijo—. No puedo entenderte si hablas la lengua de Caseyland.

—Hablo el idioma de Deecee correctamente —dijo ella—. ¿Cuál es tu lengua natal?

—Americano del siglo XXI.

La joven dio un respingo e hizo un gesto de asombro. —¿Cómo es eso?

—Yo nací en el siglo xxi. Para ser exactos, el 30 de junio de 2030. Eso hace… espera…

—No necesitas decírmelo —le contestó ella en su lengua de origen—. Significaría que… huy… eso es: el año 1 Después de la Desolación es el 2100, de modo que, según el cómputo de los años a la manera de Deecee, has nacido en el año 70 Antes de la Desolación. Antes de la Desolación. Pero, ¿qué importa? Los de Caseyland utilizamos la forma antigua de contar los años.

De pronto, Stagg casi se puso bizco y exclamó: —¡Tú hablas americano del siglo XXI!

—Sí. Normalmente solo pueden hablarlo los sacerdotes. Pero mi padre es un hombre rico. Me envió a la Universidad de Boston y allí aprendí americano de Iglesia. —¿Quieres decir que se ha convertido en un lenguaje litúrgico?

—Sí. El latín se perdió durante la Desolación.

—Creo que necesito un trago —dijo Stagg—. ¿Tú primero? Ella sonrió y dijo:

—No he comprendido la mayor parte de lo que has dicho, pero tomaré un trago. Stagg le pasó la botella a través de los barrotes y dijo:

—Al menos conozco tu nombre. Es Mary Voy-con-destino-al-Paraíso-de-Little Casey.

Pero es todo lo que he podido sonsacarles a mis guardianes.

Mary le devolvió la botella. —¡Maravilloso! Has hecho un buen deletreo. Peso has hablado de guardianes. ¿Para qué necesitas un guardián? Creí que todos los Héroes Solares eran voluntarios.

Stagg le contó lo que le había sucedido. No tuvo tiempo de entrar en detalles, y además adivinaba por la expresión del rostro de Mary que ésta no había comprendido más que la mitad de lo que la estaba contando. Algunas veces, incluso, tuvo que esforzarse en decir algunas cosas en lenguaje de Deecee porque era evidente que Mary, aunque había estudiado Americano de Iglesia en la Universidad, no lo dominaba.

—De modo que ya ves —concluyó— que yo soy víctima de esos cuernos. No soy responsable de lo que hago. Mary enrojeció.

—No deseo hablar de eso. Me enferma el alma.

—A mí también —dijo Stagg—. Por la mañana, todo va bien. Pero después… —¿No podrías escaparte?

—Seguro. Pero siempre regresaré por la noche. —¡Oh, estos malditos deecéeanos! ¡Deben de haberte embrujado! Han debido introducirte un demonio que te posee hasta impedirte ser dueño de ti mismo. Si pudiéramos huir a Caseyland, un sacerdote podría exorcizarte.

Stagg miró tras de sí.

—Comienzan a levantar el campamento —dijo—. Nos pondremos en marcha en un minuto. Después, Baltimore. ¡Escucha! Te he contado muchas cosas de mí mismo, pero aún no conozco nada acerca de ti, ni de dónde vienes, ni cómo fue que te hicieron prisionera. Y, además, hay cosas que tú puedes aclarar de mí mismo, hablarme de lo que es un Héroe Solar.

—Pero no entiendo por qué Cal… Ella se llevó una mano a la boca. —¡Cal! ¡Te refieres a Calthorp! ¿Qué tiene que ver él con esto? ¡No me digas que ha estado hablando contigo! ¡Me dijo que no sabía nada de este asunto!

—El ha estado hablando conmigo. Creí que te lo habría dicho.

—¡No me ha dicho una sola palabra! —rugió Stagg—. Por el contrario, me aseguró que no sabía de todo este asunto más que yo mismo. ¿Cómo es que ese…?

No pudo seguir hablando. Se dio la vuelta y echó a correr.

A medida que corría por el campo iba recobrando el. habla; comenzó a gritar el nombre del pequeño antropólogo.

La gente se apartaba a su paso, creyendo que el Gran Ciervo había enloquecido de nuevo. Calthorp salió de la tienda. Al ver que Stagg corría hacia él, echó a correr a su vez hacia la carretera. Se encontró con una pequeña valla de piedra que le interceptaba el paso, pero la atravesó de un salto. Una vez estuvo al otro lado corrió tan rápido como sus cortas piernas le permitían a través del campo, dando un rodeo a una granja que se hallaba en aquel lugar.

Detrás de él, Stagg gritaba: —¡Si te agarro, Calthorp, voy a triturarte todos los huesos del cuerpo! ¿Cómo has podido hacerme esto a mi?

Se detuvo un momento, paralizado por su propia rabia. Luego se dio la vuelta, murmurando para sí: —¿Por qué? ¿Por qué?

En aquel momento dejó de llover. Unos pocos minutos más tarde las nubes se disiparon y la luz de la luna iluminó el paisaje.

Stagg se quitó el poncho y lo arrojó contra el suelo. —¡Al diablo con Calthorp! ¡No le necesito, y nunca le he necesitado! ¡Traidor! ¡Que se vaya al diablo!

Llamó a Sylvia, una de sus asistentes, encargada de proporcionarle la comida y la bebida. Comió y bebió como siempre lo hacía por las noches, y cuando hubo terminado, lanzó una mirada salvaje a su alrededor. Las astas, hasta aquel momento nacidas y desmayadas, se irguieron y endurecieron.

—¿Cuántos kilómetros hay hasta Baltimore? —preguntó hoscamente.

—Dos kilómetros y medio, Señor —dijo Sylvia—. ¿Debo llamar a tu carruaje? —¡Al diablo con el carruaje! ¡No quiero ir tan lento como él me lleva! ¡Iré corriendo hasta allí! ¡Voy a tomar la ciudad por sorpresa! ¡Estaré allí antes de que se den cuenta de ello! ¡Van a creer que el Abuelo de todos los Ciervos les está atacando! ¡Voy a causarles verdaderos estragos, voy a envilecerlos a todos! ¡Esta vez no me conformaré con las mascotas que me ofrezcan! ¡No me voy a limitar a lo que me pongan al alcance de la mano! ¡No quiero solo Miss Américas para mí! ¡Esta noche quiero a toda la ciudad!

Sylvia estaba horrorizada.

—Pero, Señor, las cosas no… ¡no han de hacerse así! Desde tiempo inmemorial…

—Yo soy un Héroe Solar, ¿no? El Rey Astado, ¿verdad? ¡Pues entonces haré lo que me plazca!

Tomó una botella de la bandeja que la joven sostenía en sus manos y comenzó a correr por la carretera.

Al principio se mantuvo sobre el cemento. Pero aunque las plantas de sus pies se habían hecho duras como el acero, encontró demasiado áspero el pavimento y pasó a correr sobre la suave hierba junto a la carretera.

—Es mejor así —se dijo—. Cuanto más cerca me encuentre de la Tierra Madre, mejor para mí y para lo que yo deseo. Puede que sea una absurda superstición eso de que el hombre se vivifica mediante el contacto directo con la Tierra. Pero me inclino a creer en los de Deecee. Puedo sentir la corriente que mana del corazón de la Madre Tierra, como una corriente eléctrica que recargara mi cuerpo. Y puedo sentir llegar la corriente con tal poder, con un poder tan arrollador que mi cuerpo no es lo suficientemente grande para darle cabida. Y el sobrante brota a chorros desde mi corazón, lanzándose hacia el cielo como una llamarada. Lo siento perfectamente.

Detuvo un momento su carrera para abrir la botella y echar un trago. Se dio cuenta de que los guardianes corrían tras él, pero les llevaba por lo menos unos doscientos metros de ventaja. No poseían su velocidad y su potencia. Además de su fuerza natural poseía la que le añadían las astas. Pensó que él era, probablemente, el ser humano más fuerte que jamás había existido.

Tomó otro sorbo. Los guardianes se aproximaban, pero estaban agotándose; su ritmo era cada vez más lento. Llevaban los arcos preparados, pero no esperaba que los disparasen mientras él se mantuviera sobre la carretera de Baltimore. Y no tenía la intención de abandonarla. Lo único que deseaba era correr sobre el curvado pecho de la Tierra y sentir la fuerza que emanaba de ella circular por su cuerpo, y sentir el éxtasis de sus pensamientos.

Comenzó a correr de nuevo dando grandes saltos en el aire y lanzando extraños gritos.

Eran gritos de puro placer, de exuberancia, de anhelos sin nombre. Hablaban el mismo lenguaje de los primeros hombres sobre la Tierra, el discurso entrecortado, caótico y compulsivo que los monos superiores debían haber formado con sus torpes lenguas cuando intentaban dar un nombre a las cosas que les rodeaban. Stagg no pretendía dar nombre a cosas. Pretendía dar nombre a sentimientos. Y estaba obteniendo un éxito tan pequeño como sus antepasados de hacía cien mil años.

Pero, como ellos, se divertía en el esfuerzo. Y tenía conciencia de algo nunca antes experimentado, algo nuevo para él y posiblemente para todos los seres del mundo.

Corrió hacia una mujer que iba con un hombre y un niño, caminando por la carretera.

Se detuvieron al verle y cuando le reconocieron se pusieron de rodillas. Stagg no se detuvo y comenzó a gritar: —Parece que estoy solo, pero no es así. La Tierra viene conmigo, que es vuestra Madre y la mía. Es mi Prometida, y viene conmigo a donde yo voy. No puedo separarme de Ella. Incluso cuando viajaba a través del espacio rumbo a lugares lejanísimos, tan lejanos que se necesitaban años-luz para llegar a ellos, ella estaba conmigo. ¡Y la prueba es que he regresado para cumplir la promesa que le hice hace ochocientos años de casarme con Ella!

Cuando acabó de hablar estaba ya lejos del grupo, pero no se preocupó de si le habían escuchado o no. Todo lo que deseaba era hablar, hablar, hablar; Y gritar, gritar y gritar.

Reventar los pulmones si era preciso, pero no dejar de gritar la verdad.

Súbitamente se detuvo. Un gran ciervo rojo que pastaba en el prado tras una valla captó su atención. Era el único macho de todo un rebaño de ciervas, y como todos los ciervos criados para carne y leche, poseía una cualidad claramente bovina. Era corpulento, de piernas cortas, cuello poderoso, y ojos estúpidos y lujuriosos.

Probablemente era un purasangre, muy apreciado como semental.

Stagg saltó la valla, pese a tener metro y medio de alto y estar hecha de piedras llenas de aristas que le habrían herido de haber fallado el salto. Cayó de pie y echó a correr hacia el ciervo. Este lanzó un bramido y pateó el suelo. Las ciervas corrieron hacia un rincón del campo y desde allí se dispusieron a presenciar lo que iba a pasar. Estaban tan asustadas que ladraban como perros, levantando tal clamor que el dueño acudió corriendo desde la granja cercana.

Stagg corrió hacia el enorme macho. La bestia esperó hasta que el hombre estuvo a unos veinte metros. Luego bajó las astas, lanzó un bramido de amenaza y embistió.

Stagg soltó una alegre carcajada y siguió acercándose. Midiendo con exactitud sus pasos saltó en el preciso instante en que los cuernos atacaban hacia el lugar que él acababa de ocupar. Dobló las rodillas para eludir los cuernos del animal y luego extendió las piernas de forma que sus pies aterrizaron en la base de las astas y en la parte de atrás de cuello. Una décima de segundo después el ciervo levantaba la cabeza con la intención de coger al hombre con los cuernos y lanzarlo al aire. Lo único que logró fue impulsar al hombre a lo largo de su espalda. Se detuvo en el lomo del animal. Allí, en vez de saltar al suelo, deshizo su camino con la intención de llegar al cuello del ciervo. Sin embargo, sus pies resbalaron y cayó al suelo junto a la bestia.

El ciervo lanzó otro bramido amenazador y bajó las astas para embestir de nuevo. Pero Stagg estaba ya de pie. Al tiempo que el animal atacaba, él saltó hacia un lado, cogió con su mano una de las enormes orejas del ciervo y se le subió de nuevo a la espalda.

El perplejo granjero vio durante los siguientes cinco minutos cómo un hombre desnudo cabalgaba sobra un semental que echaba marcha atrás, daba vueltas, resoplaba y bramaba, manteniéndose sobre su lomo pese a sus furiosas maniobras. Bruscamente, el ciervo se detuvo. Tenía los ojos desorbitados, le chorreaba saliva de su boca abierta y respiraba cansado, agitando angustiosamente sus costados en busca de más aire.

—¡Abre la puerta! —le gritó Stagg al granjero—. ¡Voy a montar a esta bestia hasta Baltimore como corresponde a un Rey Astado!

El granjero abrió la puerta sin decir palabra. No iba a poner ninguna objeción a que el Héroe Solar se apropiara de su costoso ciervo. Tampoco hubiera objetado nada si el Héroe Solar hubiera querido su casa, su mujer, su hija o su propia vida.

Stagg avanzó hacia la carretera en dirección a Baltimore. A lo lejos divisó un carruaje que se dirigía hacia la ciudad. Incluso a aquella distancia pudo percibir que se trataba de Sylvia, que se había adelantado para advertir al pueblo de Baltimore de que el Rey Astado llegaba antes de lo previsto… y sin duda para transmitir la bravata del Rey Astado de que iba a arrasar toda la ciudad.

Stagg hubiera querido correr tras ella. Pero el ciervo respiraba aún pesadamente y tuvo que permitirle ir al paso hasta que recobrara el aliento.

A medio kilómetro de Baltimore, Stagg golpeó al animal en los flancos con sus talones desnudos y gritó en sus orejas. Pareció comprenderle, porque comenzó a trotar y, más tarde, ante la insistencia de su jinete, a galopar. Pasó entre dos bajas colinas y súbitamente se encontró en la calle principal de Baltimore. Habría doce manzanas hasta llegar a la plaza principal donde se había congregado una gran multitud. En cuanto Stagg cruzó los límites de la ciudad, una banda de música entonó el Columbio, Gema del Océano, y un grupo de sacerdotisas se dirigió hacia el Héroe Solar.

Junto a ellas, las mascotas que habían tenido la suficiente fortuna de ser elegidas novias del Héroe Solar se agruparon compactamente. Estaban muy bellas porque llevaban sus blancas faldas acampanadas, blancos velos de encaje y sus pechos estaban bordeados de encaje blanco. Cada una de ellas portaba un ramo de rosas blancas.

Stagg obligó al ciervo a aminorar su carrera y a ponerse al trote para que pudiera reservar su potencia para el esfuerzo final. Se inclinó y saludó con la mano a los hombres y mujeres que llenaban la calle y gritaban fervorosamente. Se dirigió a las jóvenes que se alineaban junto a sus padres, las chicas que no habían conseguido el primer lugar en la competición para Miss América. —¡No gritéis! ¡No voy a despreciaros esta noche!

Luego el gritar de las trompetas, el tronar de los tambores y el aullar de las flautas inundó la calle. Las sacerdotisas caminaban hacia él. Llevaban túnicas de un azul brillante, el color reservado a la diosa Mary, patrona de Maryland. Según el mito, Mary era la nieta de Columbia y la hija de Virginia. Les había tomado afecto a los nativos de aquella región y les había tomado bajo su protección.

Las sacerdotisas, unas cincuenta, caminaban alrededor de Stagg. Cantaban y arrojaban claveles delante de él, y de vez en cuando lanzaban inesperados y prolongados gritos.

Stagg esperó hasta estar a unos cincuenta metros de ellas. Entonces golpeó al animal en los flancos con fuerza, al tiempo que le daba puñetazos en la cabeza. El ciervo bramó y luego comenzó a galopar hacia el grupo de sacerdotisas. Estas dejaron de cantar y permanecieron, atónitas, en silencio. Entonces se dieron cuenta de que el Héroe Solar no tenía la intención de detener su cabalgadura, sino que, por el contrario, aumentaba su velocidad. Entonces comenzaron a gritar y a intentar apartarse lo más rápido posible.

Pero la masa compacta de la multitud se lo impedía. Y cuando intentaron huir por otro lado, adelantándose a la llegada del animal, comenzaron a entrechocar entre sí, tropezando unas con otras.

Solo una de las sacerdotisas no huyó. Se trataba de la Suma Sacerdotisa, una mujer de unos cincuenta años que había mantenido su virginidad en honor a su diosa patrona.

Estaba allí, parada, como si su coraje la hubiera pegado al suelo. Tenía una mano levantada en actitud de bendecir a Stagg, que es lo que hubiera hecho si éste hubiese llegado normalmente. Le arrojó su ramo de claveles y con la otra mano, en la que sostenía una hoz dorada, describió un símbolo religioso.

Los claveles quedaron pisoteados bajo los cascos del ciervo. La sacerdotisa fue arrollada y cayó al suelo con la cabeza abierta.

El choque con el cuerpo de la sacerdotisa apenas inmutó al ciervo, que pesaba como mínimo una tonelada. Hundió su cabeza en una multitud sólidamente compacta de mujeres que pugnaban por salvar su vida.

Bruscamente, el animal se detuvo como si tuviera ante él un muro de piedra; pero Stagg continuó.

Pasó por encuna del cuello y las astas del ciervo y flotó en el aire. Por un momento pareció que quedaba suspendido. Debajo de él había un grupo de sacerdotisas, tratando de salir huyendo en todas direcciones para evitar ser aplastadas por el enorme cuerpo suspendido sobre sus cabezas. Encima de él giraba una cabeza seccionada del cuerpo de su dueña; le había entrado un cuerno por la barbilla y había sido lanzada por los aires.

Había pasado aquella ruina de color azul y estaba descendiendo sobre un campo de velos blancos, de bocas rojas tras esos velos, de blancas faldas acampanadas y desnudos pechos virginales.

Luego cayó en aquella trampa de puntillas y carne y desapareció de la vista.