V

Peter Stagg se despertó. Se hallaba tendido sobre algo mullido y encima de él se proyectaban las ramas de un grueso roble. A través de las ramas podía ver un cielo luminoso y despejado. En las ramas del árbol había pájaros: un gorrión, un tordo… y un enorme arrendajo, que estaba sentado columpiando sus piernas desnudas y humanas.

Las piernas eran morenas, delgadas y bellamente curvadas. El resto del cuerpo estaba cubierto con las plumas de un arrendajo gigante. Pero poco después de que Stagg abriera los ojos, el arrendajo se quitó la máscara y apareció el bello rostro de una joven morena que le miraba con sus grandes ojos. Echó las manos hacia atrás y se quitó de la espalda una trompeta que le colgaba sujeta por una cuerda. Antes de que Stagg pudiera impedírselo, ella sopló produciendo un sonido ondulante que no era otra cosa más que una llamada convenida.

Inmediatamente, escuchó tras él un gran alboroto.

Stagg se sentó y volvió la cabeza en dirección a donde procedía el ruido. Procedía de una multitud de gente que se concentraba al otro lado de la carretera. La carretera era una ancha vía de cemento que atravesaba campos de labranza. Stagg se encontraba a unos pocos metros del borde, sobre un montón de mantas sobre las que alguien le había depositado.

No tenía la menor idea de cuándo o cómo había sido llevado a aquel lugar ni dónde se encontraba. Solo recordaba, y muy vividamente, los acontecimientos anteriores a las cuatro de la madrugada; después, nada. La posición del sol indicaba que deberían ser aproximadamente las once de la mañana.

La joven arrendajo descendió de la rama donde estaba situada; se colgó de ella durante un momento y luego saltó el par de metros que la separaban del suelo. Se incorporó y dijo:

—Buenos días, Noble Ciervo. ¿Cómo te encuentras? Stagg gruñó y dijo:

—Tengo todos los músculos de mi cuerpo ateridos y doloridos. Y además, un espantoso dolor de cabeza.

—Te encontrarás bien en cuanto hayas desayunado. ¿Puedo añadir que te portaste magníficamente anoche? Nunca vi un Héroe Solar como tú. Bueno, ahora debo irme. Tu amigo, Calthorp, dijo que cuando despertaras desearías estar a solas con él durante un tiempo.

—¡Calthorp! —exclamó Stagg. Luego gruñó de nuevo—. Es la última persona a quien desearía ver —pero la joven había cruzado ya corriendo la carretera, uniéndose al grupo de gente que estaba al otro lado.

La blanca cabeza de Calthorp apareció tras un árbol, llevando en sus manos una gran bandeja cubierta. Sonreía, pero era obvio que trataba desesperadamente de ocultar su inquietud.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.

Stagg le preguntó lo mismo que a la joven arrendajo: —¿Dónde estamos?

—Yo diría que en el lugar que llamábamos ruta nacional U.S. 1 y que ahora llaman la Carretera de Mary. Nos encontramos a unos quince kilómetros de los actuales límites de Washington. A tres kilómetros de aquí, siguiendo la carretera hay pequeño pueblo llamado Fair Grace. Normalmente, su población es de dos mil personas, pero ahora hay unas quince mil. Las campesinas y las hijas de las campesinas de varios kilómetros a la redonda se han concentrado allí y todas están ansiosas, esperándote. Pero tú no has de hacer caso a sus llamadas. Tu eres el Héroe Solar y puedes seguir descansando o hacer lo que te plazca, Al menos, hasta la puesta del sol. Entonces habrás de hacer lo mismo que hiciste la noche pasada.

Stagg bajó la vista y por primera vez se dio cuenta de que estaba desnudo.

—¿Tú me viste anoche? —miró como excusándose a su compañero.

Fue entonces Calthorp el que bajó la vista al suelo. Luego dijo:

—En asiento de preferencia… pero solo durante un momento. Luego me escabullí entre la multitud y me metí en una casa. Una vez allí, contemplé la orgía desde un balcón.

—¿Es que no tienes decencia? —dijo Stagg amargamente—. Ya fue suficientemente horrible que no pudiera ser dueño de mí mismo. No hacía falta que fueras testigo de mi humillación. —¡Humillación! Sí, te vi. Soy antropólogo y ha sido la primera vez que he tenido la oportunidad de presenciar un rito de la fertilidad. Como amigo, me preocupaba por ti. Pero era innecesario; tú te cuidabas de ti mismo, y los demás también.

Stagg le miró. —¿Te estás burlando de mí?

—¡No lo quiera Dios! Desde luego que no. No es humor, sino asombro. Y quizás algo de envidia. Desde luego, son las astas las que te han proporcionado el impulso y la capacidad que mostraste. Me quedaría maravillado si a mí me proporcionaran una pequeña parte de lo que esas astas producen.

Calthorp depositó la bandeja de Stagg y le quitó la tapa que la cubría.

—He aquí un desayuno como jamás tuviste. Stagg apartó la cabeza.

—Llévatelo. Me siento enfermo. Enfermo de cuerpo y alma por lo que hice anoche.

—Parecía que te divertías —dijo Calthorp. Stagg lanzó un furioso gruñido y Calthorp hizo un gesto de defensa con la mano.

—No, no he querido ofenderte. Es lo que vi, y no puedo contenerme. Anda, hombre, come. ¡Mira lo que te hemos preparado! Pan reciente, mantequilla fresca y mermelada.

Miel, huevos, bacon, jamón, trucha, venado… y un tanque de cerveza helada. Y puedes repetir de todo ello, o pedir otra cosa, si lo deseas. —¡Te digo que me encuentro enfermo! No podría comer nada.

Stagg se sentó en silencio durante unos minutos, mirando hacia el otro lado de la carretera a las tiendas multicolores y a la gente que pululaba en torno a ellas. Calthorp se sentó junto a él y comenzó a fumar un gran cigarro verde.

Repentinamente, Stagg tomó la gran jarra de cerveza y bebió un largo trago. Luego puso la jarra en el suelo, se limpió los labios de espuma con el dorso de la mano, se inclinó y tomó un tenedor y un cuchillo.

Comenzó a comer como si fuera la primera vez que lo hacía en su vida… o la última.

—Tengo que comer —exclamó entre bocado y bocado—. Me siento débil como un polluelo recién nacido. Mira cómo me tiemblan las manos.

—Has de ingerir comida como para veinte hombres —dijo Calthorp—. Al fin y al cabo, te portaste como veinte hombres juntos.

Stagg se llevó una mano a las astas. —¡Todavía están ahí! Pero ya no están tiesas y duras como anoche. ¡Están débiles! A lo mejor se arrugan y se secan.

Calthorp movió la cabeza.

—No. Cuando recobres la fuerza y aumente tu presión sanguínea volverán a estar erguidas. No son verdaderas astas. Las de los ciervos son de hueso, sin cubierta de queratina. Las tuyas parecen ser de hueso en la base, pero la parte superior es un cartílago rodeado de piel y venas.

»No es extraño que se haya reblandecido, pues. Lo extraño es que no te hayas roto ninguna vena. O cualquier otra cosa.

—Sean lo que sean los cuernos que me han metido en la cabeza —dijo Stagg— han de desaparecer. Aparte de sentirme débil y lacerado, me noto normal. ¡Si pudiera librarme de estos cuernos! Doc, ¿no puedes tú cortármelos?

Calthorp agitó negativamente la cabeza, apenado.

Stagg palideció.

—Entonces, ¿volveré a hacerlo otra vez?

—Me temo que sí, muchacho. —¿Esta noche, en Fair Grace? ¿Y la noche siguiente en cualquier otra ciudad? Y eso… ¿Hasta cuándo?

—Peter, lo siento. No tengo manera de saber hasta cuándo.

Repentinamente, Calthorp aulló de dolor cuando una mano fuerte como una garra comenzó a aplastar los huesos de su muñeca.

Stagg le soltó.

—Lo siento, Doc. Estoy muy nervioso.

—Bueno, sin embargo —dijo Calthorp, acariciándose tiernamente su muñeca— existe una posibilidad. Supongo que si todo este asunto ha comenzado en el solsticio de invierno, acabará en el solsticio de verano. Esto es, el 21 o 22 de junio. Tú eres el símbolo del sol. De hecho, esta gente debe considerarte como el mismísimo sol… especialmente teniendo en cuenta que apareciste un día en el cielo como una bola de fuego.

Stagg hundió la cabeza entre las manos. Le corrían lágrimas entre los dedos y sus hombros desnudos se estremecían. Calthorp le acarició la dorada cabeza, al tiempo que las lágrimas asomaban también a sus ojos. Sabía lo terriblemente afectado que había de estar su capitán, que llegaba hasta el punto de echarse a llorar rompiendo la armadura de sus inhibiciones.

Finalmente, Stagg se levantó y comenzó a caminar en dirección a un riachuelo cercano.

—Voy a tomar un baño —murmuró—. Estoy lleno de inmundicia. Si he de ser un Héroe Solar, al menos seré uno limpio.

—Ahí vienen —dijo Calthorp, señalando al numeroso grupo de gente que había estado esperando algunos metros más allá—. Tus devotos adoradores y guardianes.

Stagg hizo un gesto.

—Ahora me detesto. Pero anoche me gustaba lo que estaba haciendo. No tenía inhibiciones. Me encontraba viviendo el sueño secreto de todo hombre: la oportunidad ilimitada y la potencia inagotable. ¡Yo era un dios!

Se detuvo y tomó de nuevo a Calthorp por las muñecas. —¡Regresa a la nave! Si logras entrar sin que te vean los guardianes toma un arma.

Regresa y dispárame en la cabeza. ¡Es la única forma de librarme de hacerlo de nuevo!

—Lo siento. En primer lugar, no sabría donde hallar la pistola. Tom Tabaco me dijo que habían sacado todas las armas de la nave y que las habían guardado en un lugar secreto.

En segundo lugar, no puedo matarte. Mientras hay vida, hay esperanza. Lograremos salir de este lío.

—Ya me dirás cómo —dijo Stagg.

No tuvieron tiempo de seguir con la conversación, porque la multitud había llegado junto a ellos y los rodeaba. Se hace difícil mantener una conversación cuando trompetas y tambores atruenan en los oídos, las flautas aúllan, hombres y mujeres gritan con todas sus fuerzas y un grupo de bellas jóvenes insisten en bañarle a uno, secarle y perfumarle.

En poco tiempo, la multitud logró separarles.

Las hábiles manos de las jóvenes habían logrado, mediante masajes, desentumecer sus miembros, y al mismo tiempo que el sol se dirigía hacia su cénit, Stagg recobraba sus fuerzas. Hacia las dos había recobrado su vitalidad. Deseaba hacer algo.

Desafortunadamente, era la hora de la siesta. La multitud comenzó a dispersarse buscando una sombra bajo la cual tumbarse.

Unos pocos adoradores permanecieron junto a Stagg, pero, por su expresión somnolienta, Stagg se dio cuenta de que también ellos deseaban echar su siesta. Pero no podían. Eran su guardia. Eran hombres delgados y fuertes, armados de flechas y cuchillos. Unos metros más allá había algunos arqueros. Llevaban unas extrañas flechas.

En vez de fuertes y anchas puntas de acero, los dardos acababan en largas agujas. No cabía la menor duda de que las puntas contenían una droga con el poder de paralizar temporalmente a cualquier Héroe Solar que pretendiera darse a la fuga.

Stagg pensó que era una insensatez por su parte colocar una guardia. Ahora que se sentía mejor no tenía el menor deseo de escapar. Sin embargo, se preguntaba por qué hacía escasamente una hora había podido tener tan estúpida idea. ¿Por qué habría deseado correr y arriesgarse a ser muerto… cuando allí se le ofrecían tantas cosas para hacer?

Comenzó a caminar por el campo, con su guardia siguiéndole a una respetuosa distancia. Había unas cuarenta tiendas levantadas sobre una pradera y mas de cien personas dormían por allí. Por el momento, Stagg no estaba interesado en ellos.

Quería hablar con la chica encerrada en la jaula. Desde que había sido llevado a la Casa Blanca había estado preguntando quién era y por qué la tenían prisionera. Sus preguntas habían sido invariablemente contestadas con aquel irritante Lo que ha de ser será. Recordaba haberla visto mientras se aproximaba a Virginia, la Gran Sacerdotisa.

Aquel recuerdo le hizo sentir una punzada de vergüenza, la que había sentido poco antes.

Pero desapareció rápidamente.

La jaula, montada sobre unas ruedas, estaba a la sombra de un plátano, y por allí cerca pastaba el ciervo que la arrastraba. No había guardias que pudieran oírles.

La joven estaba sentada en un taburete en uno de los rincones de la jaula. Llevaba la misma gorra de jockey de la noche anterior, amplia camisa y calcetines. Tenía la cabeza baja, como si estuviera dormitando o pensando, de forma que Stagg pudo observar la jaula a su gusto.

Había una hamaca que pendía del techo, una escoba en un rincón, y en el extremo opuesto un armario clavado en el suelo. Debía contener artículos de aseo, porque en uno de los lados había un lavabo y toallas; junto a él, un orinal.

Stagg dedujo por su aspecto limpio y bien alimentado que no tenía necesidades físicas.

Pero debía estar sufriendo mentalmente por estar expuesta a la mirada pública en todos y cada uno de los detalles de su vida.

Volvió a leer el letrero que había sobre la jaula. «Mascota, capturada en una incursión en Caseyland». ¿Qué significaba aquello?

Sabía que «mascota» era la palabra con que los habitantes de Deecee designaban a las vírgenes. El término «virgen» estaba reservado a las diosas doncellas. Pero había muchas cosas que no comprendía.

—Hola —le dijo.

La joven abrió los ojos como si hubiera despertado en aquel momento. Alzó la cabeza y le miró. Tenía unos grandes ojos negros. Su piel era blanca, y se hizo todavía más blanca cuando le vio.

Inmediatamente volvió la cabeza.

—Hola —repitió Stagg—. ¿Puedo hablar contigo? No deseo hacerte daño.

—Yo no quiero hablar contigo, animal —le replicó con voz trémula—. Vete. —¡Animal! ¿Yo qué te he hecho?

Había dado unos pasos hacia la jaula, pero se detuvo.

No había la menor duda de que ella había sido uno de los testigos de la noche, anterior. Pero aunque mantenía la cabeza vuelta y los ojos bajos, aquello no podía impedir que le escuchara. Y la curiosidad haría que, inevitablemente, abriera los ojos, al menos durante breves instantes.

—No soy culpable de lo que sucedió —dijo Stagg—. Los culpables son ellos, no yo —dijo tocándose las astas—. Ellos hacen de alguna forma que yo no sea consciente de lo que hago ni pueda dominarme.

—Vete —dijo ella—. No quiero hablar contigo. Eres un demonio.

—¿Lo dices porque no estoy vestido? —preguntó—. Pues me pondré una falda. —¡Vete!

Uno de los guardianes se dirigió hacia él.

—Gran Ciervo, ¿deseas a esa mujer? La tendrás, no lo dudes. Pero no ahora. No antes de que finalice el viaje. Después la Gran Madre Blanca te la entregará.

—Solo quiero hablar con ella.

El guardia sonrió.

—Un poco de fuego aplicado a su lindo rostro podría hacerla hablar. Pero, desafortunadamente, no se nos permite torturarla… todavía.

Stagg se volvió.

—Ya encontraré yo la forma de hacerla hablar. Pero más tarde. Ahora quiero más cerveza helada.

—Enseguida, Señor.

El guardián, sin preocuparse de que iba a despertar a todo el campamento, sopló insistentemente su silbato. Una joven salió corriendo hacia ellos desde una de las tiendas.

—¡Cerveza fría! —gritó el guardia.

La joven corrió de nuevo hacia la tienda y regresó rápidamente con una bandeja en la que había una inmensa jarra de cerveza, empañada por lo frío de su contenido.

Stagg cogió la jarra sin darle las gracias a la joven y se la llevó a la boca. No la bajó hasta que estuvo vacía.

—¡Ahhhh! Estaba buena —dijo roncamente—. Pero la cerveza le hincha a uno el estómago. ¿No tienes un poco de rayo con hielo?

—Por supuesto, Señor.

La muchacha volvió de la tienda con una copa de plata llena de trozos de hielo y otra con un claro whisky. Vertió el rayo en la copa de los hielos y luego se la ofreció a Stagg.

Este bebió la mitad de su contenido antes de depositar la copa de nuevo sobre la bandeja.

El guardián comenzó a alarmarse. —¡Gran Ciervo, si continúas así tendremos que llevarte a Fair Grace!

—Un Héroe Solar puede beber como diez hombres juntos —dijo la muchacha— y, sin que ello sea impedimento, satisfacer a diez mascotas en una noche.

Stagg soltó una sonora carcajada.

—Pues claro, mortal, ¿no sabías eso? Además, ¿de qué me sirve ser el Gran Ciervo si no puedo hacer exactamente lo que quiero?

—Perdóname, Señor —suplicó el guardián—. Lo dije solo porque sé lo ansioso que está el pueblo de Fair Grace de recibirte. El año anterior, como ya sabes, el Héroe Solar era un Macho Cabrío. Este tomó otra carretera que partía de Washington. La gente de Fair Grace no pudo acudir a las ceremonias. Por ello, se sentirían muy mal si no aparecieras por alguna razón, por allí.

—No seas loco —dijo la joven—. No deberías hablarle así al Héroe Solar, ¿Y si enloquece y decide matarte? Ya sabes que eso ha pasado antes.

El guardián palideció.

—Con tu permiso, Señor, voy a regresar junto a mis compañeros.

—¡Anda, ve! —dijo Stagg soltando una carcajada. El guardián se dirigió a buen paso hacia un grupo que se encontraba unos metros más allá.

—Me siento de nuevo hambriento —dijo Stagg—. Tráeme comida. Mucha comida.

—Sí, Señor.

Stagg se sentía travieso. Comenzó a dar vueltas por el campamento. Entonces se encontró con un hombre grueso de pelo gris, roncando en una hamaca tendida entre dos trípodes. Stagg le dio la vuelta a la hamaca y el hombre gordo fue a parar con todo su volumen al suelo. Rugiendo de risa, comenzó a recorrer a grandes zancadas el campamento, gritando en los oídos de todos los durmientes con que topaba a su paso.

Todos ellos se incorporaron con los ojos desorbitados y el corazón latiéndoles aceleradamente por el susto. Riendo a mandíbula batiente, Stagg agarró la. pierna de una joven y comenzó a hacerle cosquillas en la planta del pie. Esta comenzó a lanzar risotadas y a llorar al mismo tiempo, rogándole que la dejara. Su novio se hallaba junto a ella, pero no hizo nada por ayudarla. Obviamente hubiera deseado hacer algo, porque sus puños estaban crispados. Pero hubiera sido una blasfemia interferir con el Héroe Solar.

Stagg levantó la vista y le vio. Frunció el ceño, dejó a la muchacha y se puso de pie. En aquel momento, la joven a la que había enviado a buscarle más comida llegó con la bandeja. Sobre ella había dos jarras de cerveza. Stagg tomó una de ellas y la vació tranquilamente sobre la cabeza del muchacho. Las dos chicas se echaron a reír, lo cual pareció constituir una señal para todo el campamento. Todo el mundo comenzó a gritar.

La muchacha que había traído la bandeja tomó la otra jarra y la derramó sobre el hombre gordo que poco antes había sido arrojado de su hamaca. El frío líquido le chorreó hasta los pies. Corrió hacia su tienda y regresó con un pequeño barrilito de cerveza. Lo levantó y roció a la joven con su contenido.

La fiesta del baño de cerveza se extendió por todo el campamento. No había una sola persona en la pradera que no estuviera empapada de cerveza o de whisky, a excepción de la mujer de la jaula. Incluso el propio Héroe Solar estaba mojado. Se rió cuando sintió el frío líquido por su cuerpo y corrió para buscar más. Pero mientras lo hacía se le ocurrió una nueva idea. Comenzó a derribar las tiendas de forma que caían aprisionando a sus ocupantes. Gritos de angustia surgieron del interior de las tiendas derribadas. Los demás comenzaron a imitar a Stagg, y en poco tiempo no quedó una sola tienda en pie en toda la pradera.

Stagg miró a la joven que le servía y a la que había hecho cosquillas.

—Vosotras habéis de ser mascotas —dijo—, de lo contrario no iríais semidesnudas. ¿Cómo es que no os hice caso anoche?

—No éramos lo suficientemente bellas para la primera noche —dijo una de ellas.

—Los jueces deben estar ciegos —gruñó Stagg—. ¡Pienso que sois las mujeres más bellas y deseables que jamás haya visto!

—Agradecemos tus palabras —dijo la otra—. Pero no solo es la belleza lo que permite a una mujer ser elegida como novia del Héroe Solar, Señor. Temo decir esto por miedo a lo que puede suceder si una sacerdotisa llega a oírme, pero la verdad es que si tu padre es rico y bien relacionado, las oportunidades de ser escogida son mucho mayores.

—Entonces, ¿por qué habéis sido elegidas para estar a mi alrededor?

—Somos las segundas ganadoras, Señor. Estar cerca de ti ahora no es un honor tan grande como estarlo la primera noche en Washington. Sin embargo, es un gran honor.

Tenemos la esperanza de que esta noche, en Fair Grace… Ambas le miraron con los ojos muy abiertos. Los fuertes latidos de su corazón habían hecho enrojecer sus mejillas.

—¿Por qué esperar hasta la noche? —preguntó Stagg.

—La costumbre es no hacer nada hasta que comienzan los ritos, Señor. Por otra parte, la mayoría de los Héroes Solares no se recobran de la noche anterior hasta el siguiente atardecer…

Stagg tomó otro trago. Luego tiró la jarra vacía al aire, tan alto como pudo, y se echó a reír. —¡Yo soy un Héroe Solar como nunca habéis tenido! ¡Soy un auténtico Stagg!

Tomó a ambas jóvenes por la cintura y, una en cada brazo, las llevó al interior de la tienda.