Recuerdo que cuando yo era niño recibíamos en nuestra casa de Madrid las visitas, bastante asiduas, de un joven inglés de melena rubia y aspecto algo desgarbado que asediaba a mi padre con su bloc de notas en la mano y un verdadero arsenal de preguntas siempre dispuestas en la punta de la lengua. Por aquel entonces, palabras como «Brunete» o «Miaja», «Teruel» o «Pasionaria» significaban muy poco para mí.
El jovencito en cuestión se llamaba Hugh Thomas y entonces empezaba a elaborar lo que acabaría siendo el libro más emblemático sobre la guerra española. Sin apenas darme cuenta de ello, estaba presenciando, en aquellos encuentros en casa, la verdadera lanzadera de la Historia: el testigo de unos acontecimientos históricos estaba siendo interrogado, muchos años después, por una persona que no los había vivido pero cuya misión era justamente la de configurarlos, la de ponerlos en orden, la de darles un sentido y una dirección. La Historia no era más que eso, la lanzadera que iba y venía de la primera persona de mi padre a la tercera persona de Thomas, de la expresión de la verdad de una persona a la configuración de una realidad colectiva.
Es justamente esa primera persona narrativa —«yo vi… hablé con… interrogué… pensé… sentí… amé… odié…»— la que he pretendido subrayar en esta traducción al español del libro que escribió mi padre. Es un libro donde el «yo» aparece en todo momento y constituye, mas aún que los acontecimientos que describe, el verdadero hilo conductor del relato. He aquí la Historia, pero la Historia en vivo y en directo, con todas las limitaciones que esto supone —se trata, al fin y al cabo, solamente de las vivencias de una persona—, pero también con todas sus ventajas, con el calor humano que desprende cada una de sus páginas. Y, sin embargo, el libro de mi padre no transmite solo la inmediatez de los acontecimientos, sino que es también una reflexión personal sobre los sucesos que estaban ocurriendo en España. Téngase en cuenta que mi padre lo escribió cuando la contienda española ya había concluido pero el conflicto mundial todavía no había estallado.
Aquellos escasos meses que separaron las dos guerras fueron un verdadero trampolín de la Historia, es decir, un lugar privilegiado desde donde otear el horizonte, mirando hacia delante y hacia atrás, una verdadera «palanca» desde la que uno podía «saltar» en el tiempo, estableciendo los vínculos entre lo que ya había ocurrido y lo que estaba a punto de acaecer. La democracia había fracasado en España y, por razones muy similares, estaba ahora a punto de fracasar en todo el mundo occidental. Los líderes británicos y la opinión pública inglesa ya no podían «desvincularse» de los sucesos de España —como hasta entonces habían hecho— por la sencilla razón de que la República española estaba a punto de arrastrar en su caída a todas las democracias occidentales.
Por eso no estamos solo ante unas memorias personales o un libro de Historia. El libro que escribió mi padre era un alegato contra sus propios paisanos, contra el pueblo inglés que había vuelto la espalda a España y que entonces, en ese año de 1939, con el aliento de Hitler en el cogote, ya no podía ignorar por más tiempo. Las noticias y las reflexiones sobre España eran el espejo mismo en el que los ingleses debían contemplarse si pretendían enderezar el torcido rumbo de su propia Historia.
Como en su redacción mi padre dirigió su escrito a un público inglés, al realizar la traducción me he visto obligado a suprimir algunos detalles sobre los políticos y la política inglesa de la época que, me imagino, tendrían escaso interés para el lector español de hoy. También me ha parecido oportuno aligerar algunas alusiones a la composición de ciertos gobiernos de la República y a la distribución de las carteras ministeriales, pensando que se trata de hechos históricos suficientemente conocidos por el público español en general. Mi intención ha sido subrayar el ritmo narrativo que tiene el libro, la viveza y la espontaneidad misma de la narración, que constituyen, a mi modo de ver, su mayor virtud.
Finalmente, me parece importante precisar que la palabra «república» tiene distintos y diversos significados en el libro de mi padre. Puede significar: a) una forma de Estado, un determinado régimen político; b) una parte del territorio español, diferente a la zona ocupada por las tropas del general Franco; c) una quimera, una utopía, una entelequia, un ideal de convivencia, una forma de ser y de estar, un paraíso perdido antes, casi, de haberlo podido disfrutar.
RAMÓN BUCKLEY