INTRODUCCIÓN

Es muy posible que tú, amable lector, que tienes este libro entre las manos, te preguntes, antes de comenzar a leer sus páginas, sobre la oportunidad de su publicación en unos momentos en que los cimientos mismos del mundo occidental en el que vivimos parecen estremecerse. La verdad es que el libro estaba ya escrito antes de ese fatídico 3 de septiembre de 1939, antes de esta fecha que quedará ya para siempre inscrita en los anales de la humanidad. Pero también es cierto que su publicación podría haber esperado unos meses si de lo que se tratara fuera de realizar un simple análisis de la historia de la República española, que nacía el 14 de abril de 1931 y moría el 1 de abril de 1939, con la proclamación del régimen totalitario del general Franco en todo el territorio español.

Pero el propósito de este libro no es el simple análisis político del régimen de un país cercano al nuestro. Se trata de averiguar las causas por las cuales la democracia fracasó en España, y en definitiva las causas por las que la democracia está fracasando, o está a punto de fracasar, en el mundo entero. ¿No es esa justamente la causa por la que estamos luchando, no es la democracia misma lo que está en juego en nuestro país, en nuestro Imperio, y en todos los países de Occidente? Unas semanas antes de que entráramos, una vez más, en guerra con Alemania, el propio lord Baldwin había alzado la voz de alarma en un discurso pronunciado en Nueva York. Decía Baldwin que la democracia solo sobrevivirá en nuestro mundo occidental si somos capaces de dotarla de un carácter constructivo. Un sistema político no es bueno simplemente porque los principios en los que está basado sean buenos, sino en la medida en que se muestre capaz de resolver, de manera rápida y eficaz, los problemas políticos y económicos con los que se enfrenta un país.

¿Acaso no eran buenas personas los políticos que tomaron el poder cuando Alfonso XIII salió de España?

¿Alguien puede poner en duda sus buenas intenciones, su preparación, su inteligencia, su calidad humana?

Estaban todos ellos —o casi todos ellos— imbuidos de las ideas liberales del siglo XIX, dispuestos a que España, por primera vez en su Historia, tuviera un verdadero régimen democrático. Desde el mismo momento en que llegaron al poder, organizaron elecciones, crearon un parlamento representativo, diseñaron una nueva Constitución para el país… ¡Qué duda cabe que aquellos cuatrocientos setenta hombres, a pesar de las diferencias de educación, de clase social y de ideas, supieron trabajar juntos formando —aun con todas las discrepancias que podía haber entre ellos— un solo cuerpo, preparando, en definitiva, el futuro de la nación!

¿Cuál era la tarea fundamental de aquellos hombres, cuál la de la República española? Convertir un país cuya economía y cuyo sistema político respondía todavía a los viejos principios del feudalismo, en un país moderno, progresista, que mirara no hacia el pasado, sino al futuro, abierto a todas las grandes innovaciones y revoluciones de nuestro tiempo: la revolución y mecanización en el campo, la revolución en el transporte, en la industria, en la educación y en la mejora del ser humano.

La democracia no llegó fácilmente a nuestro propio país, y fue Oliver Cromwell el que dio el golpe de muerte al feudalismo. La República francesa de hoy tiene su origen en la Revolución francesa de ayer. Estas democracias, creadas hace siglos, han llegado hasta nuestros días, sí, pero en estado de letargo profundo. Porque si no fuera así, ¿cómo se explica que los demócratas franceses e ingleses no advirtieran a la joven República española de los peligros que corría, de los enemigos que la acechaban? ¿Se puede construir una democracia sin haber destruido antes los cimientos del feudalismo que todavía existen en aquel país?

Y a continuación se precisaba la formación de una clase media, el fomento de la iniciativa privada, la colaboración con el dinero público, la formación de empresas estatales colaborando con la empresa privada.

Ya sé que todo esto requiere tiempo, que sin duda habría producido muchos conflictos y enfrentamientos, pero al menos se habría iniciado el camino que puede conducir a un país desde la era feudal a la moderna, un país que buscará algún día su lugar en la fraternidad de naciones europeas…

Pero no fueron esos los consejos que ingleses y franceses dieron a la joven República española. Los políticos ingleses aconsejaron a los españoles que, aceptado el cambio político, se modificara lo menos posible, es decir, que todo cambiara (antes una monarquía, ahora una república) para que todo permaneciera igual. Porque en el fondo esa es la esencia de la filosofía política que tenemos hoy en día los ingleses: que no ocurra nada y, si algo ocurre, si se produce algún cambio, que sea superficial.

La República española fracasó porque se inspiró en los principios liberales de nuestras viejas democracias sin advertir que estas antiguas democracias liberales estaban cuarteándose y resquebrajándose, tratando de construir un edificio ya caduco sobre unos cimientos claramente reaccionarios.

Año tras año fui observando la construcción de aquel edificio de la democracia española, intuyendo que le faltaba algún elemento esencial, que algo no funcionaba, pero sin poder precisar con exactitud cuál era el error que se estaba cometiendo. Al cabo de esos años, y cuando ya es demasiado tarde, me parece que estoy en situación de poder detectarlo.

¡Qué fácil es, en estos dramáticos momentos de nuestra historia, echarle la culpa al fascismo, echar la culpa al fascismo de lo que ocurrió en España en estos últimos años y de lo que nos está ocurriendo a nosotros ahora! El verdadero enemigo no es el fascismo, sino nuestro propio sistema, nuestra democracia.

Si seguimos pensando que la democracia consiste en seguir las reglas del juego y mantener el statu quo de un país, de una determinada sociedad, de una determinada clase social, es que seguimos viviendo en el siglo pasado, que no somos capaces de responder a los retos del presente. Partiendo de los principios de la democracia, hay que elaborar un nuevo sistema político que nos permita hacer frente a los cambios —científicos, tecnológicos, sociales— que se están produciendo en nuestros días, con tal rapidez y de tal magnitud como jamás antes había conocido la humanidad.

Llegué a España a tiempo de presenciar la caída del general Primo de Rivera, salí de España con los últimos refugiados republicanos que cruzaron la frontera francesa en febrero de 1939. Esta es mi historia de aquellos años, que ha de servir como reflexión, como telón de fondo, para entender los dramáticos acontecimientos que en estos momentos se están produciendo en nuestro país… Tratar de entender los motivos del fracaso de la República española es tratar de entender los motivos de nuestro propio fracaso.

Es buscar soluciones para nuestro propio país, asediado y amenazado de muerte.

Londres, diciembre de 1939