Para casi todos los españoles, la revolución es «Octubre». Para los catalanes, la revolución es «el 6 de octubre», incluso hoy. El ambiente de vísperas revolucionarias se hace tangible en la antevíspera, día 4. Los iniciados están pendientes de dos hombres: Companys y Dencás. Según éste, la Generalidad es la principal responsable del movimiento; de julio a octubre se había desencadenado toda una campaña revolucionaria oficial. Al designársele como consejero de Gobernación, el nombramiento se extendió «con carácter interino y con el encargo concreto de preparar la resistencia armada de Cataluña»[21].
Durante esos tres meses, el comité oficial revolucionario se había reunido constantemente en Gobernación bajo la presidencia de Dencás; formaban parte de él representantes de todos los partidos adictos a la revolución, designados oficialmente.
El contacto con los socialistas lo mantenía Companys sin intervención de Dencás, quien insiste en que Prieto trató de vender a Companys el «Turquesa» con todo su contenido; no se pusieron de acuerdo en el precio. Miquel Badía se encarga de la coordinación revolucionaria. Companys mantiene el entusiasmo de las masas, que en un acto de propaganda –reseñado por L'Humanitat del 18 de septiembre– responden al presidente: «¡No pasarán!»: primera utilización en España del célebre grito histórico de los franceses en la batalla de Verdun.
Hacia el mediodía del 4 de octubre el presidente Companys intenta establecer contacto directo con don Niceto Alcalá Zamora para advertirle de los peligros que supondría la entrada en el Gobierno de ministros cedistas. No consigue el contacto con las garantías de seguridad debidas y entonces le llama por teléfono.
Por razones que no se han explicado, el Presidente de la República no quiere hablar directamente con el presidente de la Generalidad; es el secretario general de la Presidencia, Rafael Sánchez Guerra, quien habla dos veces con Companys y le transmite la respuesta de don Niceto en una tercera conversación telefónica desde su domicilio particular. Aviso y respuesta están llenos de reticencias; en la última conversación, Sánchez Guerra nota a Companys cambiado y decidido. Las conversa:iones son inútiles; al caer la tarde llega a Barcelona la lista del nuevo Gobierno, junto con una inocente salutación de don Alejandro Lerroux.
Manuel Azaña, pocos momentos después de conocer la «provocación» de Madrid, sale del Hotel Colón y cena en casa del conseller Lluhí. A las dos de la madrugada –ya es el 5 de octubre– los dos se dirigen a la Generalidad «en busca de noticias». Todo el mundo comenta el «gravísimo peligro» en que se encuentra la República.
Esa misma tarde los dirigentes de la Alianza Obrera habían hecho un último intento para involucrar a la CNT en sus proyectos de levantamiento inmediato. Los jefes de la FAl, que controlan totalmente a las masas sindicalistas, se niegan a dar el paso. En vista de eso, Joaquín Maurín y sus colaboradores se reúnen de nuevo para ultimar los detalles de la huelga general decretada ya para el siguiente día.
Por su parte, las fuerzas de Orden Público detienen, por orden de Dencás, a varios jefes de la Alianza Obrera ya algunos de la FAI, entre ellos Buenaventura Durruti.
Un grupo de afiliados al Partit Català Proletari, entre los que descuella Jaume Compte, se instala en el Centro Autonomista de Dependientes del Comercio y de la Industria (CADCI), en la Rambla de Santa Mónica. El Partit es uno de los frustrados intentos para dotar de masas proletarias al autonomismo catalán; en realidad se trata de un conjunto de separatistas exaltados con importante participación pequeño-burguesa. Dencás sabe que puede contar con ellos.
La noche del 4 al 5 de octubre fue una noche de vela de armas en Barcelona. He aquí un recuento de los diversos grupos listos para actuar la madrugada siguiente: Empecemos por la parte revolucionaria:
Las «juventudes nacionalistas», ficticio frente único juvenil que, en realidad, estaba constituido por las juventudes de Estat Català; un número indeterminado de muchachos (quizá, dos mil) desentrenados y desarmados, pero inflamados por las consignas de Miquel Badía y por las promesas de suculentos arsenales guardados en la Consejería de Gobernación. En realidad, lo arsenales se reducían a 750 rifles Winchester y unas dos mil carabinas Remington, estas últimas en deficiente estado. Hay informes contradictorios sobre tales arma (Batet afirma en el proceso haber recogido varios camiones) y sobre las municiones (Jaume Miravitlles dice no haber visto más municiones que las necesarias para mantener el fuego diez minutos, mientras que en el proceso de la Generalidad se habló de cuarenta cajas de bombas de mano). Luego veremos que la cantidad de armas almacenadas no tuvo la menor importancia ante la decisión suprema de no utilizarlas para nada.
Las milicias de Alianza Obrera: Miravitlles habla de 800 hombres y un fusil para todos. La exageración es evidente, pero ni en número, ni en armamento, ni en decisión de luchar de veras llegaban las huestes de Maurín ni siquiera al modesto nivel de las huestes de Dencás.
Presuntos milicianos de la Unió de Rabassaires: desunidos y armados con escopetas de caza.
La fuerza más importante con que podrían contar los evolucionados eran, sin duda, los Mozos de Escuadra, mandados por militares profesionales, como el comandante Enrique Pérez Farrás y el capitán Federico Escofet. Eran unos 300, de los que Farrás concentró en el Palacio de la Generalidad unos 130 suficientemente armados, aunque con escasas municiones.
Los que muy pronto iban a ser contendientes sabían bien que la guarnición militar de Barcelona, a pesar de estar mandada por un general catalán y contar con bastantes oficiales y jefes catalanes, se pondría incondicionalmente al lado del Gobierno central. La Cuarta División contaba en Barcelona con las siguientes unidades:
Dos regimientos (números 10 y 34) de la 7ª Brigada de Infantería.
Dos regimientos (uno en Barcelona y otro en Mataró) de la Brigada de Artillería Ligera.
Dos regimientos de Cazadores de Caballería (números 1 Y 10).
Aparte de estas unidades base, había varias unidades secundarias y servicios.
Hay que notar que el despliegue de estas unidades estaba realizado solamente sobre el papel; quedaban sin proveer numerosos destinos de jefes y oficiales, un elevado porcentaje de éstos y de tropa se hallaba de permiso y, en realidad, la guarnición efectiva de Barcelona no debería superar mucho los 2.000 hombres, de los que alrededor de 1.000 se podían considerar listos para el combate. Con los indispensables retenes en cuarteles y centros militares podrían salir a la calle unos 500 y de hecho no salieron más.
La Comandancia de Marina y su dependencia –la Aeronáutica naval, una escuadrilla de hidros– era totalmente afecta al Gobierno de Madrid. Se ha afirmado que la aviación del Prat podía considerarse como dudosa, pero esa aviación contaba solamente con una escuadrilla de reconocimiento y dependía directamente del general Batet, con lo que jamás llegó a plantearse apoyar a los revolucionarios.
La gran incógnita de esta relación de fuerzas era, sin duda, la que plantearon los Institutos Armados, puestos recientemente bajo la obediencia de la Consejería de Gobernación de la Generalidad por el traspaso de funciones gubernamentales. Los dos Tercios de la Guardia Civil y la Comandancia de Asalto habían aceptado a regañadientes la dependencia directa de la Generalidad y, con algunas excepciones, no se pondrían jamás a las órdenes de los sublevados.
El conseller Dencás, fiado de determinados contactos personales, pensaba otra cosa, y tal vez el terrible desengaño que sufrió con «sus» fuerzas de Orden Público lo dejó paralizado ante sus auténticos incondicionales. En 1934, como en 1936, las fuerzas de Orden Público de Barcelona desempeñaron un papel decisivo; en las dos ocasiones se inclinaron inmediatamente por la legalidad gubernamental simbolizada en Madrid.
Con duras frases el periodista Aymamí cree que la divergencia de propósitos en cada grupo revolucionario es la principal causa de la revolución. En cualquier caso parece ya evidente que el impulso revolucionario, ciego e irresponsable, ha de atribuirse a Dencás-Badía; que Lluís Companys temió ser desbordado por la derecha y por la izquierda y quedar ante sus gentes como indigno testamentario del héroe Francisco Maciá; que el recuerdo dorado del 14 de abril hipnotizó hasta lo increíble a todos los que –Companys el primero– pensaron que de nuevo se iba a repetir la fácil y brillante historia.
Tan lejos de la realidad estaban los revolucionarios catalanes cuando, conscientes de que estaban velando las armas, se retiraron a descansar unas. horas en la madrugada del 5 de octubre.
Aunque la rebelión de la Generalidad ha consagrado fecha del 6 de octubre, en realidad el día 5 estaba ya todo prácticamente decidido. El conocido periodista de la Lliga, Felipe Calvet, «Gaziel», ofrecía un dramático ejemplo de esta «Cataluña tan mal informada», de la que bien pronto se iba a lamentar José Pla al denunciar, en un artículo tan sensato como descentrado, la absoluta falta de sincronismo entre el Gobierno de la República (derechas) y el de la Generalidad (izquierdas). Clamaba «Gaziel» en el desierto catalán del 5 de octubre por una «catalanización de España» por los caminos de la civilización política y el federalismo pacífico, excluida toda violencia.
Manuel Azaña, que iba a pasar todo el día recluido en el Hotel Colón, meditaría largamente sobre el rosáceo artículo de «Gaziel»; cuando el doctor Dencás echase un rápido vistazo a La Vanguardia –si es que tuvo un minuto para ello en la noche más larga de su vida– es posible que meditara menos y sonriera más.
Porque en la mañana del 5 de octubre los ecos –todavía inciertos– del zambombazo asturiano estaban afluyendo a Cataluña. Todos los historiadores tratan de interpretar los sucesos de la rebelión catalana en función de las noticias de Madrid. Es un enfoque necesario, pero parcial; tanto o más peso que las informaciones centrales –cuyo clímax se había alcanzado ya en la tarde del 4 ante el anuncio del nuevo Gobierno– iban adquiriendo en Barcelona las alarmantes y alentadoras noticias asturianas. Esto se puntualiza para completar, no para disminuir, el terrible efecto causado en Barcelona por las célebres «notas» publicadas por todos los partidos de izquierda y proletarios en la prensa madrileña del 5 de octubre, en las que declaran, casi con las mismas palabras, salirse de «la legalidad republicana prostituida»
Es muy difícil seguir hora a hora la trayectoria de 1os dos grandes actores revolucionarios del 6 de octubre durante la apretada víspera del 5. Pero conectando cuidadosamente los datos claros que poseemos aparece perfectamente clara la conclusión de que a lo largo de esta jornada del 5 quedó decidida y planteada la rebelión. Una de las mejores pruebas al respecto la suministró, en el gran proceso de 1935, el director de Radio Barcelona, ingeniero Joaquín Sánchez Cordovés, al revelar que un delegado del conseller de Gobernación, con la consiguiente escolta, ocupaba la emisora durante la mañana de ese día. Se conectan directamente con la emisora dos micrófonos en los Palacios de la Generalidad y de Gobernación.
El problema histórico principal acerca del 5 de octubre es determinar la génesis y la responsabilidad de la huelga general que desde el las primeras horas de la mañana paralizó por completo la vida de Barcelona y gran parte de Cataluña. Ya durante la noche anterior los viajeros que llegaban a Barcelona por tren –entre ellos Amadeo Hurtado– encontraron dificultades para completar su viaje. Los cronistas de la derecha atribuyen la responsabilidad de la huelga a la propia Generalidad y, Como «Gaziel», se escandalizan de que por primera vez en la Historia sea el propio Gobierno el organizador de una huelga general. Parece, sin embargo, que la responsabilidad de la huelga no fue de la Generalidad, sino de la decisión de la Alianza Obrera barcelonesa; y la última razón de su fracaso hay que cargarla en la cuenta de la CNT. Inicialmente muchos anarcosindicalistas secundaron la huelga por el magnetismo que Joaquín Maurín ejercía sobre sus antiguos compañeros y porque la AO se presentaba ante ellos no como un partido rival, sino como una agrupación suprapartidista.
Pero la CNT no se había adherido en Cataluña a la AO, Y en cuanto los líderes de la FAI empuñaron otra vez con firmeza los controles un momento relajados, la masa anarquista se inhibió del asunto. Un testigo estimable, el periodista Aymamí, cree que para participar en la huelga la FAI había exigido una manifestación obrera armada contra la Esquerra; al negarse la AO, los anarquistas se convirtieron en espectadores. Es muy posible que los emigrantes andaluces y levantinos, que nutrían las masas rojinegras sintiesen poco entusiasmo a la hora le servir como heraldos del separatismo; y, por supuesto, los altivos jerarcas faístas rechinaron ante la idea de aparecer como comparsas de los renegados del BOC, verdaderos mentores de las inútiles AO de Cataluña, como sabía todo el mundo.
En relación con la huelga, el doctor Dencás actuó, lo mismo que en toda la película revolucionaria, con la más desconcertante de las inconsecuencias. Ya hemos visto cómo el día 4 fueron detenidos por orden de Dencás varios jefes proletarios. Margarita Nelken habla de «una entrevista de Dencás, consejero de Gobernación de la Generalidad, con un delegado de Alianza Obrera…, durante la cual había amenazado a los representantes de los trabajadores con mandarles fusilar si estallaba la revolución».
Hasta ahora todo es lógico; el conseller no quiere que nadie le arrebate la antorcha de la rebelión. Pero en la mañana del 5, según Enrique de Angulo y Gabriel Jackson –fiel recordador el uno y avisado compilador el otro– los «escamots» de Estat Català incitan a los obreros a la huelga. Las noticias de Asturias no son todavía concluyentes; es posible que los muchachos de Dencás hiciesen esa mañana un poco de «agitprop» para proporcionar a su jefe argumentos frescos que acabaran de convencer a Lluís Companys.
Porque, a pesar de la espectacularidad de la huelga, lo más importante del 5 de octubre en Barcelona fueron las reuniones del Consejo de la Generalidad; se celebraron por lo menos dos. La primera hacia el mediodía; asistieron, junto a Companys, los consellers Lluhí, Esteve y Gassol. Se trataba oficialmente de una «conferencia sobre el curso de la crisis», pero algo debió quedar decidido en la «conferencia» cuando a primera hora de la tarde Martí Esteve acude un instante a la reunión convocada por su partido de Acció Catalana para excusarse y salir inmediatamente hacia una segunda reunión del Consejo. Amadeo Hurtado se cruza con Esteve ya de camino a la Generalidad y éste advierte al veterano jurista que, ante las presiones que recibe, el Consejo se verá obligado a proclamar el Estat Català.
Hurtado reprende a su correligionario por no haber tenido informado al partido de decisión tan grave (de ahí que sea lógico pensar que la decisión se tomó en la reunión de mediodía ya citada), pero Esteve se defiende con cierto compromiso de secreto entre los consejeros. El «caucus» de Acció Catalana se limita, pues, a comentar desfavorablemente la alarmante noticia.
La reunión vespertina del Consejo de la Generalidad cuenta ya con noticias asturianas más alentadoras; es muy sintomático que, después de esa reunión, Dencás afirme tajantemente que no se permitirá la manifestación organizada para el atardecer por Alianza Obrera. Sin embargo, a eso de las seis se produce el intento de manifestación prohibida «contra el fascismo» en las Ramblas. Incidentalmente, Dencás acusará durante la crisis a «los fascistas de la FAI».
Por primera vez en España esa palabra se utiliza como insulto. A las 19,30 carga la Guardia de Asalto, que acata las órdenes de Dencás. La algarada dura hasta 1as 20,45; produce solamente unos pocos detenidos y la rotura de pancartas en las que se lee: «Las juventudes comunistas ibéricas (BOC) amenazan con destruir por su cuenta las organizaciones fascistas si el Gobierno no lo hace».
Minutos antes de disolverse los últimos grupos, Dencás, que acababa de celebrar una larga entrevista con el ex jefe de los servicios de Orden Público, Badía, manifiesta a los periodistas: «Estamos en un compás de espera.» ¿Qué esperaba Dencás? Sin duda no era la llamada del buen ministro de la Gobernación, Eloy Vaquero, quien le pide noticias poco antes de las nueve de la noche; Dencás responde «leal y afectuoso» a su colega de Madrid, con lo que inaugura la larga serie de hipocresías telefónicas que bien pronto se pondría de moda en la historia de España. Lo que, sin duda, esperaba Dencás era el resultado de sus gestiones y las de Badía con las fuerzas de Orden Público y, sobre todo, la confirmación de los avances revolucionarios en Asturias. Otras gestiones del impulsivo conseller, realizadas el mismo día5, no encuentran encuadre alguno, lógico o no, en nuestro relato. Parece que celebró una larga conferencia con el secretario de una destacada personalidad de la Lliga, y, según propia confesión, recibió en Gobernación a representantes del partido comunista «ortodoxo» que venían a ofrecerse «ante la inminencia del movimiento».
En ninguno de los dos casos hubo acuerdo. Pero la manifestación de la tarde del 5, aun fallida, proporcionó a a Dencás un nuevo argumento para confirmar la ya casi irrevocable decisión revolucionaria de Companys; la Esquerra podía pasar a segundo término ante la actividad revolucionaria de la Alianza Obrera, que, sin duda, haría intentos más peligrosos en cuanto se confirmase «su» victoria asturiana. Aquella noche debió sentir el presidente de la Generalidad «todo el ímpetu de aquellas exaltaciones irreprimibles que solían dominarlo», como bien refleja Amadeo Hurtado. Otra angustiosa noche en vela, la del 5 al 6 de octubre; feliz por haber decidido ya la rebelión, Dencás se afana en los «últimos detalles» para la defensa de la «frontera catalana» y, sobre todo, para asegurar, al día siguiente, el control de Barcelona, es decir, el de Cataluña.
La noche del 5 al 6 de octubre terminó de madurar la decisión de Lluís Companys. Durante ella se extendían por toda Cataluña rumores sobre los triunfos de los mineros y sobre la trascendencia de las declaraciones izquierdistas de Madrid. Cuando Pla se lamenta de la «Cataluña siempre tan mal informada» se refiere precisamente a que todo el mundo había tomado en serio en Barcelona las gravísimas y acordes palabras de los partidos antigubernamentales y, en consecuencia, todo el mundo pensaba que los ecos de Asturias se iban a convertir en una auténtica revolución lanzada desde Madrid por la revivida Conjunción republicano-socialista.
Si algo demuestra el proceso de la Generalidad es la obsesión de Companys y su gente por identificar las esperanzas del 6 de octubre con las del 14 de abril; pero 1934 iba a ser, en los resultados, un reflejo bastante fiel no precisamente del éxito de 1931, sino del fracaso de 1917.
El caso es que a las nueve de la mañana, temprana hora en aquella España incluso para lanzar una revolución, Lluís Companys visita a Dencás en su Consejería. Le presenta dos proyectos de manifiesto revolucionario. Uno, redactado por Lluhí, se expresaba en términos de ferviente republicanismo. El segundo es el que, con pocas variantes, se proclamaría al anochecer.
Dencás se inclina por este segundo manifiesto, aunque confirma a Companys que para él el ideal sería sencillamente la independencia absoluta de Cataluña. Con unas frases comprensivas, el presidente autoriza a su consejero de Gobernación para movilizar a sus milicias y repartir armas entre ellas. Es la primera vez que un Gobierno reparte en España oficialmente «armas al pueblo», aunque, casi a la vez, el Gobierno de Madrid daba instrucciones a los comandantes militares de Asturias para armar a la población civil de Oviedo y de Gijón. Esta primera –y fundamental– entrevista del 6 de octubre está bien fijada cronológicamente. Para el resto de los acontecimientos del día intentamos sincronizar los casi siempre discordantes relatos de los principales testigos; pero la exactitud cronológica solamente resultará esencial en un par de ocasiones situadas, como veremos, entre las ocho y las diez de la noche.
El sol otoñal y acariciador de Barcelona descubre por toda la ciudad los nuevos pasquines de Alianza Obrera en los que se exige la proclamación de la república catalana. Semejante usurpación de bandera indigna al doctor Dencás, quien, a lo largo de todo el día, pasa francamente al ataque contra los «extremistas obreros». Incluso transmite a sus fuerzas de Orden Público las matrículas de dos automóviles –M 24143 y M 47728– que circulan, según él, con «peligrosos fascistas armados» dentro.
Eran, en realidad, y Dencás lo sabía, los automóviles que usaban en su cruzada revolucionaria Joaquín Maurín y los demás líderes de la AO. Semejante traición a una posible causa revolucionaria común se confirma con el resto de las medidas tomadas por Dencás contra los presuntos revolucionarios obreristas. En efecto, a las 17,30 se inicia en la Rambla de Canaletas una nueva manifestación de la AO al grito de «Visca la república catalana i mori Lerroux«.
Según fuentes de la AO, no confirmadas en otros testimonios, unos representantes obreros visitan a Companys y le advierten que «si los trabajadores comprenden que la revolución está en peligro, la AO proclamará por su cuenta la República catalana». Esta amenaza parece presuponer ciertos tratos entre Companys-Dencás y los dirigentes obreros, cuya confirmación sólo puede sospecharse en las reticencias de la mayoría de las fuentes; cuando Companys, en julio de 1936, confiesa sus errores de apreciación revolucionaria ante los árbitros anarcosindicalistas de la situación, probablemente saliese a relucir el recuerdo de esta entrevista de 1934.
En resumen, parece que la entrevista de los dirigentes obreros con Companys duró como un cuarto de hora y, obedientes a las órdenes del presidente, sus interlocutores disolvieron la no excesivamente nutrida manifestación. Es muy posible que en el trato entrase alguna revelación de los propósitos de la Generalidad, porque inmediatamente después de esta entrevista empieza a anunciarse que la declaración esperada por todo Barcelona sería a las ocho de la tarde. Pero si descartamos este intermedio obrerista, justo es decir que el papel de las AO en el 6 de octubre queda totalmente borrado ante la actuación mucho más destacada de los verdaderos protagonistas.
Lo mismo que en 1917. los revolucionarios profesionales tendrían que buscar consuelo en Asturias tras abandonar a los amateurs el campo de Barcelona. Así debieron de comprenderlo todos cuando un grupo de policías armados, ayudados por milicianos encamisados de Dencás, asaltaron y clausuraron la redacción y los talleres de Solidaridad Obrera.
A las diez de la mañana, Dencás, respaldado como hemos visto por el propio Companys, transmite a Miquel Badía -que, sin embargo, no había sido repuesto en su cargo ni en otro alguno oficial– la órdenes de movilización y reparto de armas. A las once brotan de la Consejería de Gobernación varias órdenes simultáneas. Una va destinada al Comisario General Coll i Llach (antiguo miembro de la UP, a quien inútilmente había tratado Dencás de destituir hasta el mismo 6 de octubre, para que sus 3.200 guardias de Asalto queden situados en lugares estratégicos de la ciudad. El comandante Pérez Farrás debería concentrar a los Mozos de Escuadra en el Palacio de la Generalidad; y los dos mil y pico paisanos mal armados que integran los «escamots» de Badía (a esto se redujeron en realidad los famosos 12.000 milicianos armados hasta los dientes) deberían ocupar también los sitios prefijados en el plan revolucionario tan largamente meditado. Salen de Gobernación emisarios especiales para toda Cataluña con el alerta para los sucesos de la tarde.
Los periodistas, que desde las primeras horas de la mañana vigilan las ideas y venidas, cada vez más frecuentes, de dirigentes y mandados en el Palacio de la Generalidad, registran a las 11.30 la llegada de Dencás. La conferencia entre los dos líderes acaba mal; los criterios eternamente opuestos no se coordinan. Dencás encuentra a Miquel Badía a la salida y los periodistas le oyen dirigirse a él: «Ven conmigo, te necesito». A mediodía suceden ya muchas cosas casi a la vez.
El decretado reparto de armas a las juventudes de Estat Català se realiza en plena calle; las fuerzas de la Comisaría de Orden Público toman militarmente con ametralladoras varios sitios céntricos. Todo ello, como vimos, eran órdenes de Dencás; pero no le obedecían los recalcitrantes de las AO que, a la misma hora, requisan el edificio del Fomento de Trabajo Nacional en la Puerta del Ángel e instalan allí su cuartel general. Dencás reacciona con una bravata, promete a los dirigentes aliancistas que controlará el movimiento y que en el evidente caso de triunfar piensa fusilarlos. Muy poco después de las doce el conseller de Gobernación empuña por primera vez el micrófono instalado en su despacho y que tan tristemente célebre se iba a hacer esa misma noche: dice que al tener noticia de que elementos extremistas tratan de perturbar el orden, el Somatén Republicano de Cataluña tomaría por la tarde los puntos clave de la ciudad. Parece que inmediatamente el propio Companys se dirige a la Gobernación para reducir los entusiasmos radiofónicos de su subordinado. Pero del automóvil del presidente ha desaparecido la bandera republicana.
Poco antes de la una de la tarde el conseller Lluhí visita a Manuel Azaña, que seguía recluido en el Colón. Teme Lluhí –que habla también en nombre de Luis Companys– que los «elementos populares» asalten la Generalidad; anuncia irrevocablemente a Azaña la proclamación inminente del Estat Català en la República Federal Española; insiste iluminado en el mimetismo del nuevo 14 de abril. Azaña reacciona con vivacidad y tristeza y repite al enviado catalán lo mismo que meses más tarde declararía en el proceso; que él no es federalista y que no cree en la menor posibilidad de triunfo para la Generalidad. Al marcharse Lluhí, Azaña convoca inmediatamente a sus correligionarios políticos catalanes.
A las 13.30 es el propio Companys quien salta a la radio: ante los graves acontecimientos de España advierte que en Cataluña solamente el Gobierno de la Generalidad está capacitado para tomar iniciativas.
Iníciase entonces una tarde febril de visitas, reuniones y enorme expectativa. El general jefe de la IV División Orgánica, Domingo Batet, requiere la compañía del delegado del Gobierno en Cataluña, Ramón Carreras Pons, y conferencia en la Generalidad con el presidente Companys poco antes de las 4 de la tarde. En el proceso e la Generalidad afirma el presidente que la entrevista fue muy breve; en cambio, según Pérez Farrás la conversación duró una hora.
El pretexto para la visita fue la orden del Gobierno de restablecer las comunicaciones ferroviarias, postales, telegráficas y telefónicas interrumpidas por la huelga. Companys accede a los deseos de Madrid y encarga c Carreras que visite inmediatamente a Dencás. Pero el general Batet, amigo de Companys y de muchos inminentes revolucionarios, desea en realidad sondear el ambiente. Hablan de Asturias; Batet en contra, Companys decididamente a favor. Advierte el general que una posible declaración del estado de guerra se dirigiría contra una posible revolución extremista, pero de ninguna manera contra Cataluña; los dos protagonistas se despiden con afecto y con reservas. Al poco de terminar esta entrevista llegaban al Hotel Colón Juan Moles, Amadeo Hurtado y Luis Nicoláu d’Olwer, llamados por Azaña, quien en esos momentos terminaba la reunión con los hombres de su partido en Cataluña. Azaña estaba indignado. Sabía desde el mediodía (sin duda por la visita de Lluhí) los propósitos de Companys; se veía cogido en la ratonera; le exasperaba la inconsciencia de los emisarios de la Generalidad, obsesionados con la repetición del 14 de abril.
A las cinco de la tarde el conseller de Cultura, Ventura Gassol, se presenta en Gobernación para buscar a Dencás. El Consejo de la Generalidad iba a reunirse inmediatamente para discutir la situación ante los nuevos datos surgidos de la entrevista Companys-Batet. Dencás, que terminaba una nueva conferencia telefónica con el general jefe de la Guardia Civil en Cataluña –hasta el último momento pensaba en la posibilidad de seguir controlando al Instituto, que como las demás fuerzas de Orden Público estaba nominalmente bajo sus órdenes–, sale para la Plaza de San Jaime con Gassol.
La reunión del Consejo se inicia alrededor de las seis le la tarde y se prolonga durante hora y media, hasta las 19.30 aproximadamente. Companys ha recibido. sin duda, un fuerte aviso de la única persona que podía dárselo: Manuel Azaña. Porque se muestra nervioso v casi descompuesto a la hora de pedir la opinión de sus compañeros de Consejo. Dencás plantea la disyuntiva: o dejarse arrollar por los extremistas o ponerse al frente del movimiento. Salen a relucir las ilusiones del nuevo 14 de abril y Companys cede al fin por enésima vez ante la amenaza de aparecer como poco catalanista y como indigno testamentario de Francesc Macià. El Consejo decide definitivamente la rebelión «contra sí mismo», como bien anota, con serenidad trágica, Amadeu Hurtado.
Los consejeros no están del todo seguros unos de otros y, por iniciativa de Josep Dencás, se redacta un documento-acta. El propio Dencás, apoyado por Lluhí; propone sustituir al sospechoso comisario Coll i Llach por un hombre de confianza, como el ex director general de Seguridad Arturo Menéndez o el jefe de milicias Miquel Badía. Pero Companys, sin demasiada lógica, persiste en su negativa. Al terminar la reunión casi todos los miembros del Consejo permanecen en el edificio, pero Dencás lo abandona para no volver más a él. Este importante dato no lo recogen algunos historiadores que, desorientados por la apresurada información de «Gaziel», incluyen a Dencás en la famosa escena del balcón que a continuación vamos a relatar.