La contra-revolución en el poder

Derrotados en la Revolución de Octubre de 1934, los revolucionarios demostraron mucha más imaginación que sus enemigos en el planteamiento del futuro inmediato. Los socialistas quedaron abrumados y abochornados durante algunos meses, pero a medida que iba ascendiendo la marea del Frente Popular, en buena parte creada por ellos (Prieto), consideraron a Octubre más como una gloria que como una vergüenza (y había sido realmente una vergüenza) y volvieron a ponerse al frente de la lucha contra las derechas.

Por su parte, los comunistas advirtieron que durante los primeros meses, tras la derrota socialista, los vencidos de Octubre parecían avergonzados de su actitud antidemocrática y entonces decidieron enarbolar las banderas abandonadas de Octubre para encabezar tras ellas una nueva etapa revolucionaria. El Partido Comunista se hizo grande precisamente por haber sabido aprovechar el potencial revolucionario del Octubre vencido pero no aniquilado.

Por el contrario, las derechas no supieron capitalizar su eficaz defensa de la democracia y de la República en octubre de l934; seguramente porque no estimaban excesivamente ni la democracia ni la República. Y trataron de agruparse todas en torno a un ideal negativo, la «contra-revolución». El grito de guerra de Gil Robles y la media España que le seguía se redujo a una expresión negativa: «Contra la Revolución y sus cómplices». Esa actitud suponía colocarse en posición de inferioridad ante el ímpetu positivo y revolucionario de sus enemigos, que muy pronto se rehicieron al calor de otra reclamación universal: la amnistía de los presos de Octubre, que eran varios millares.

No se ha podido encontrar un titulo más positivo para este epígrafe que el de contrarrevolución, porque el historiador no puede ir más allá de lo que intentaron y propusieron los protagonistas. De cara a las elecciones de febrero de 1936, el eslogan doctrinal de las derechas era precisamente «Contra la Revolución y sus cómplices». Después de Octubre, el único programa de la derecha gubernamental –y de la oposicionista– era ése, contrarrevolución, belicoso seudónimo de la reacción pura y simple en lo social y de falta de horizontes en lo político. En las postrimerías de 1934 la derechas entendían por «revolución» la recién conjurada de Octubre; a medida que avanza l935, la «revolución» no es la pasada, sino la que cada día con más vigor vuelven a anunciar los vencidos, que han convertido Octubre de derrota en en bandera. Toda la historia del año derechista por excelencia, 1935, es la historia de ese proceso subconsciente por el que la derecha transmuta su miedo de la revolución pasada en miedo de la revolución futura. En el intermedio caben muy pocos programas de Gobierno, muy pocas salidas en la niebla político-social, cada vez más espesa. 1935 es poco más de eso: el año de la negativa, de la reacción, de la contrarrevolución.

El Gobierno de Octubre, perdido en el laberinto de los indultos y los problemas represivos, va a durar hasta primeros de abril de 1935, aun gravemente tocado por las consecuencias de dos crisis que no pasaron de parciales. Ya hemos hablado de la de noviembre de 1934, cuando ante los cerrados ataques de la extrema derecha, capitaneados por José Calvo Sotelo, tienen que abandonar el Gobierno los ministros Samper e Hidalgo, sustituidos por Juan José Rocha García y el propio presidente del Consejo, respectivamente. La crisis parcial de noviembre resulta explicable como consecuencia directa de Octubre; pero la crisis parcial de 21 de diciembre evidenció la precariedad de la alianza gubernamental y supuso el replanteamiento de la problemática eclesiástica en la política del bienio.

Desde el 28 de abril de 1934, ocupaba la cartera de Instrucción Pública el sucesor de Salvador de Madariaga, Filiberto Villalobos. A pesar de su acrisolada ascendencia castellana, el ministro radical actuaba en su Ministerio de forma muy poco grata a la CEDA. Hemos dicho «actuaba» y es demasiado; en un Ministerio en el que nada pudo hacer un hombre tan superdotado como don Salvador, don Filiberto se limitaba a «dejar hacer» al numeroso núcleo de funcionarios burocráticos y docentes que habían ido recalando en el tortuoso caserón de la calle de Alcalá por las artes directas e indirectas de la Institución Libre de Enseñanza y sus circunstanciales aliados, los intelectuales socialistas. Durante los meses de su mandato, en los que habían ido a caer las épocas de exámenes, Villalobos había alentado a aquéllos de sus funcionarios que reñían en junio y septiembre pequeñas batallas de influencias para impedir unos sospechosos trasiegos de matrículas que favorecían a la enseñanza de la Iglesia,

Eliminados los ministros que, a juicio de la CEDA, se habían manchado con las salpicaduras de Octubre, la contrarrevolución dirige sus dardos contra el ministro Villalobos, quien aparte de los tiquismiquis examinatorios, era una especie de librepensador, ferviente republicano y consecuente con el anticlericalismo que fue bandera de los radicales. Gil Robles, ansioso de preparar a la opinión para la reforma constitucional con pequeñas victorias tácticas del más etimológico cuño reaccionario, consideró que don Filiberto era un obstáculo grave y destacó contra él a uno de los valores jóvenes más prometedores de la CEDA: el diputado Jesús Pabón, buen parlamentario y orador tan incisivo como documentado, quien el 21 de diciembre aniquiló al ministro de Valladolid.

Lerroux tuvo que abandonar a su correligionario, y bajo los fuegos de Pabón pareció que por un momento renacía la conjunción fenecida. Pero ya eran otros tiempos y el radical Villalobos fue sustituido por el radical Dualde que tampoco hizo nada en Instrucción Pública, pero, al menos, no creó problemas al partido vaticanista. Al abandonar el banco azul, Villalobos pronunció unas ominosas palabras que revelaban la contradicción interna de la coalición gubernamental: «Yo he dicho a mi jefe, repetidas veces, que deseaba abandonar el Gobierno, pero él me rogó que continuase aquí. Yo no quiero sufrir una humillación en mi obra y no quiero tampoco seguir aquí ni un minuto más. Quiero decir a SS. SS. que si no entran con lealtad en la República preferible es que hubieran continuado en el campo contrario». (Grandes aplausos en las izquierdas y liberales, demócratas y bastantes radicales. Las derechas protestan).

Es una lástima que el futuro historiador Jesús Pabón no tenga en el escenario de la República más que esta actuación personal, que no refleja todas sus grandes posibilidades políticas.

Consumada la «crisis de los indultos», es decir, de la segunda fase aguda de los indultos de Octubre, el 3 de abril de 1935 Lerroux forma un «Gobierno doméstico», al que se le denominó «de técnicos», sin la participación de la CEDA. El «Gobierno doméstico» estaba formado por amigos de don Niceto y amigos de don Alejandro, algunos de los cuales no contaban con el menor apoyo parlamentario. Entre los ministros procedentes del modificado Gobierno de Octubre se mantenían, además del presidente, los ministros Rocha, Vaquero (traspasado ahora a Trabajo, Sanidad y Asuntos Sociales), Marraco (ahora en Industria y Comercio) y César Jalón. El general Carlos Masquelet Lacaci, pasado por alto cuando en Octubre era nominalmente jefe del Estado Mayor Central, se encargaba de Guerra y el almirante Javier de Salas, de Marina. Los restantes nuevos ministros eran Vicente Cantos Figuerola (Justicia), el hasta ahora gobernador general de Cataluña, Manuel Portela Valladares (Gobernación), Alfredo Zabala y Lafora (Hacienda), Ramón Prieto Bances (Instrucción Pública), el radical Rafael Guerra del Río (Obras Públicas) y el sustituto de Giménez Fernández en Agricultura.

El general Masquelet traía a las alturas del poder unas auras azañistas que no presagiaban nada bueno para Gil Robles y sus amigos. El «Gobierno doméstico» se disuelve en su propio terror el 3 de mayo, cuando su presidente, cierto de que Gil Robles va a someterle a una nueva escena en las Cortes, decide abandonar el campo. Pero don Alejandro había iniciado con anterioridad el acercamiento definitivo a Gil Robles y esta vez la renovada coalición no tenía «Octubres» que temer.

El 6 de mayo, la CEDA, harta ya de demostrar a los radicales quién era el verdadero amo de la situación irrumpe de nuevo en el poder con cinco ministros. Se mantienen del «Gobierno doméstico» el presidente Alejandro Lerroux, bien ignorante de que éste era el último Gobierno que iba a presidir en su vida, además de Rocha, Portela y Marraco. Vuelve Dualde a su breve cartera de Instrucción Pública. El presidente de la República, que ha perdido algunos amigos en el Gobierno. mantiene tres hombres fieles: los, como él, ex ministros de la Monarquía Portela y Chapaprieta y el agrario Nicasio Velayos, que imprime un ritmo negativo a la reforma agraria. El carácter reaccionario del Gobierno se marca, en el terreno de las autonomías regionales, con la presencia del ministro Royo Villanova, campeón del anticatalanismo, hombre de Santiago Alba desde sus años de cátedra en Valladolid y de periodismo en El Norte de Castilla. Pero la noticia más destacada del nuevo Gobierno es la presencia del compacto equipo de la CEDA, encabezado por el propio José María Gil Robles, quien, al fin, consigue su sueño de instalarse en el Ministerio de la Guerra para desbancar desde allí no solamente a los últimos recuerdos de Manuel Azaña, sino, ante todo, a la amenazadora ascensión de José Calvo Sotelo en la estima del Ejército.

En el Ministerio de Justicia instala Gil Robles a su segundo de Acción Popular, Cándido Casanueva, salmantino, notario y antiprogresista. En Comunicaciones coloca a su segundo de la CEDA, Luís Lucia y Lucia, el creador de la Derecha Regional Valenciana. Rafael Aizpún garantiza la continuidad con el primer intento derechista de Octubre. La ausencia más caracterizada es la de Manuel Giménez Fernández, que Gil Robles no consiguió explicar ni entonces ni ahora. La exclusión de Giménez Fernández parece una clara imposición –autoimposición– de los principales apoyos socioeconómicos de la CEDA, anclados en el reaccionarismo, y no fue compensada más que parcialmente por el nuevo ingreso en el Gobierno de su ministro más joven, el brillante catedrático de Burriana, ex director de La Verdad de Murcia, Federico Salmón Amorín, único progresista en tan animosa coalición de viejos y nuevos prohombres del reaccionarismo.

Éste es el «Gobierno largo» del bienio negro; a tal estado había llegado la República que se puede en ella considerar como «largo» un Gobierno que dura seis meses escasos. El 19 de septiembre se produce la crisis por una de las muchas fisuras que amenazaban a la temerosa coalición: los ultras del equipo, Royo Villanova y los agrarios, se declaran incompatibles con la reanudación del traspaso de poderes y funciones a Cataluña. El 25 de septiembre se inicia el trimestre Chapaprieta, con dos Gobiernos. En el primero (un mes), Alejandro Lerroux desciende a Estado y mantienen sus carteras Gil Robles, Salmón, Lucia y el propio Chapaprieta (que conserva Hacienda).

El líder agrario Martínez de Velasco, republicano declarado ya, subsecretario en el último Gobierno de Alfonso XIII, entra en Agricultura, Industria y Comercio y Pedro Rahola (Lliga), en Marina. El número de carteras ha quedado reducido por el plan de estabilización del nuevo presidente del Consejo, que sigue flanqueado por cuatro ministros de la CEDA. El 29 de Octubre se produce la última crisis del período –la crisis del estraperlo–­, solamente destacable porque en ella desaparece de la escena política española Alejandro Lerroux, sustituido en Estado por Martínez de Velasco. El equipo de la CEDA permanece hasta la caída de Chapaprieta, y los nuevos ministros radicales son ahora Joaquín de Pablo-Blanco y Torres (Gobernación), Luis Bardají López (Instrucción Pública) y Juan Usabiaga Lasquíbar (Agricultura). Éste es el Gobierno que clausura el bienio negro y va a dar paso, el 14 de diciembre, al grupo de transición aglutinado por el presidente de la República en tomo a Manuel Portela Valladares.

A despecho de tanta danza de nombres y de carteras, la influencia de Gil Robles, iniciada a raíz del inopinado triunfo de noviembre de 1933 y mantenida más o menos «desde fuera» hasta Octubre, es el rasgo más característico de la etapa gubernamental que se abre el 4 de octubre de 1934 y se cierra entre amenazas el 14 de diciembre de 1935. A José María Gil Robles hay que atribuirle las principales iniciativas, los éxitos y los fracasos, en una palabra la responsabilidad política de todo ese año vital para España. Dura, inmensa responsabilidad la de la dura e inmensa tarea que le caía sobre los hombros y en la que le acompañó la ilusión y la esperanza de media España, tanto como la implacable hostilidad de la otra media, en la que para los peores momentos se incluían muchos de los que aparentemente deberían contarse entre sus amigos.

En apartados especiales discutiremos los principales problemas con que tuvo que enfrentarse la coalición derechista: el eclesiástico, el agrario, el militar y el económico-­social. Pasemos ahora rápida revista a varios aspectos generales y a otros problemas concretos que no conviene queden sumergidos entre los más espectaculares y acuciantes que trataremos de forma específica.