Con motivo de Octubre y sus consecuencias, sucedieron en la sombra algunos hechos muy significativos que solamente se han revelado muchos años más tarde, aunque no faltaron por entonces las sospechas: algunos hechos que tenían como principal protagonista al Ejército español.
Nunca se ha recordado un interesante testimonio de Margarita Nelken sobre la situación del Ejército en Octubre:
«Las traiciones que pudiéramos llamar “indiscutibles”, o sea, defecciones de aquellos militares con cuyo concurso era lícito contar, puesto que lo habían formalmente prometido.
»Hacía varios meses que la propaganda revolucionaría “trabajaba” al Ejército. Las clases se adherían abiertamente a la preparación del movimiento. Había regimientos, principalmente en Madrid, que estaban enteramente comprometidos igual que si fueran organizaciones obreras. Entre los oficiales, el reducido número de los que verdaderamente compartían el ideal de una transformación de la sociedad por medio de la implantación de la dictadura del proletariado hallábanse reforzados por el número bastante considerable de los republicanos asqueados por las vilezas de “la monarquía sin corona”, y que, aún regidos por ideas burguesas, preferían luchar en favor de un régimen socialista, que no seguir sosteniendo los enjuagues lerrouxistas y los privilegios de las antiguas oligarquías. Y había, por fin, el grupo, nada despreciable, de los que, sin matiz político definido, querían, sin embargo, impedir a toda costa, aun a costa de una sociedad sin clases, el avance del fascismo jesuítico, y también el grupo de los que se sentían heridos o despechados por atropellos cometidos en favor de los paniaguados de la situación actual y asociaban su rencilla personal a la sed de justicia de los partidos proletarios. Pero el Ejército no se movió».[13]
De acuerdo con algunas de las apreciaciones básicas de la diputada socialista –que, como hemos insinuado, en Octubre inició un franco viraje hacia la órbita de PCE–, el Ejército de 1934 era fundamentalmente apolítico; estaba escarmentado por las luchas intestinas de 1917, por las rebeliones y represiones de la dictadura por la cirugía de Azaña y por el 10 de agosto. Frente a la gran masa de generales, jefes y oficiales que seguía pensando en España sin intermediarios partidistas, Octubre contribuyó a que se perfilasen más dos minorías, una de derecha y otra de izquierda, dotadas cada vez de mayor agresividad y mayor potencia disgregadora dentro de la gran familia militar. Algunos observadores no militares captaron bien el fenómeno.
En el consejo de guerra contra los sublevados de Barcelona, registraron las actas este trágico diálogo entre el capitán Kunhel y el comandante Pérez Farrás:
K. –«Usted miente.
F. -¡Cobarde!
K. –Eres un traidor al Ejército y a la patria.»
Angel Ossorio y Gallardo apostilla en el proceso de la Generalidad: «El uniforme en España, por desgracia, no distingue la legitimidad de la ilegitimidad».
Ya hemos insinuado suficientemente que algo mucho más grave latía bajo los «piques» y las pequeñas zancadillas de militares «republicanos» (López Ochoa, Balmes) y «africanos» (Yagüe, Franco). La decisión de Hidalgo, pasando por alto al subsecretario del Ministerio y al jefe del Estado Mayor Central, reducidos al papel de simples espectadores, es muy sintomática: los dos generales estuvieron poco después en un campo bien contrario al del joven general de África.
Estos fermentos de división incidían sobre un Ejército tan mal preparado como el de la monarquía; Gil Robles se espanta cuando uno de sus ministros le somete el informe del jefe de la VIII División Orgánica al Ministro de la Guerra. «La descripción del abandono en que estaba el Ejército causaba verdadero espanto», recuerda el propio Gil Robles, quien tampoco comenta aquí la anomalía de que los ministros del Gobierno sometiesen a un particular, por muy jefe de partido que fuese, documentos del más alto secreto. En medio de tanta confusión y abandono destacaba el excelente entrenamiento de las fuerzas de África, que, según el ministro Hidalgo, contaban con efectivos de 12.000 hombres en 1934. y surgía cada vez menos inequívoca la importancia de la figura del joven general Francisco Franco, que mantenía todo su antiguo ascendiente sobre los jefes y oficiales más decididos de esas fuerzas africanas.
En medio del tolle tolle por los indultos de Octubre, Gil Robles confiesa, al cabo de los años, que llegó a planear nada menos que un pronunciamiento militar. La inaudita confesión se contiene en estas palabras: «Necesitaba, ante todo, saber hasta qué punto era posible en última instancia una actitud decidida del elemento militar».
Para averiguarlo, el 18 de noviembre, Cándido Casanueva, vicepresidente de Acción Popular, hace un sondeo entre destacados militares y, por la noche. visita a Gil Robles para comunicarle que los generales Fanjul y Goded deseaban verle con urgencia. Gil Robles da instrucciones a su enlace: «Le expuse claramente el estado del problema político y le encargué que hiciera ver a los generales cómo a nosotros nos era imposible tomar la iniciativa de provocar una situación excepcional, aunque en manera alguna nos opondríamos a que el Ejército hiciera saber al presidente su firme deseo de impedir que vulnerara el código fundamental de la nación, según estaba a punto de hacerlo. «Si yo mantengo la actitud de los ministros de la CEDA –le dije–, no habrá salida para la crisis. El señor Alcalá-Zamora se verá obligado a entregar el poder a un Gobierno de tipo izquierdista y disolverá las Cortes. Será un verdadero golpe de Estado; pero ¿quién lo va a impedir?»[14].
El día 20 de noviembre trae Casanueva la respuesta: «Dos días después volvió a verme Casanueva y me dio cuenta de las conversaciones mantenidas en su domicilio con los generales Goded y Fanjul. Como yo sospechaba, no cabía siquiera el intento de apoyarse en una actuación militar. Después de su primera visita, los propios generales, que habían podido sondear ya la situación de los medios castrenses y el estado de ánimo de las guarniciones, acudieron de nuevo al domicilio de Cándido Casanueva, para pedirle que transigiéramos con el indulto y que de ningún modo abandonáramos el Gobierno. “Aunque haya que indultar a Pérez Farrás, no dimitan ustedes, porque el Ejército no está hoy en condiciones de impedir que el poder caiga en manos de las izquierdas, que en pocos días nos desharían”. Con estas palabras resumieron su posición quienes veinticuatro horas antes planteaban el problema en los siguientes términos: «Sabemos que van ustedes a indultar a ese traidor de Pérez Farrás, y esto es intolerable»[15].
A instancias del jefe de la CEDA, los dos generales habían consultado con sus compañeros de generalato (es decir, con Franco) y con los jefes de la guarnición de Madrid. Estas conversaciones que parecen absolutamente ciertas introducen un nuevo enfoque esencial, para comprender la actitud del Ejército el 18 de julio: una vez más los políticos exigían la intervención política de los militares y se mostraban dispuestos a secundarles. Gil Robles llegaba incluso a animar al Ejército para el pronunciamiento, prometiéndole el apoyo de sus masas. Tantos años más tarde no admite la contradicción entre su «necesitaba saber en última instancia» y su «haremos lo que el Ejército resuelva». Realmente Calvo Sotelo era infinitamente más sincero que el político democrático, quien en nombre de la democracia atacaba a los revolucionarios y exigía el poder mientras se guardaba pretorianamente las espaldas.
Incluso es posible que con estos contactos tratase Gil Robles de impedir que Calvo Sotelo se erigiese como el hombre del Ejército. En el famoso discurso parlamentario del 6 de noviembre de 1934, al que ya nos hemos referido, Calvo Sotelo había trazado las líneas maestras de toda una teoría para cohonestar la intervención política del Ejército. Ataca, sí, a Diego Hidalgo, pero alaba sin reservas al hombre de confianza del ministro, general Franco; por primera vez el Ejército español es designado como «columna vertebral de la patria»; se dibuja incluso una teoría sobre los pronunciamientos.
No solamente las derechas sopesaban la nueva potencialidad política decisiva del Ejército español. Ya hemos transcrito la opinión de la señora Nelken.
Las izquierdas, vencidas, no pudieron olvidar que fue el Ejército el que deshizo en último término su intentona. La propaganda comunista de la Guerra Civil, que trató siempre de enfrentar al Ejército contra el pueblo, evidencia sus falsas raíces ante los desfiles de la Legión por las calles de Oviedo. Nadie pensaba demasiado en que Octubre había acentuado el republicanismo del Ejército: mucha gente había gritado por primera vez «Viva la República» en el curso de esos desfiles. Octubre fue, por el contrario, escenario de una notable confraternización entre el Ejército y el pueblo, si no queremos dar a estas palabras un absurdo sentido restrictivo y partidista que jamás tuvieron.
No consta que la segunda crisis de los indultos, la de primavera, involucrase conversaciones entre la derecha y los militares del tipo de las sostenidas en noviembre. Para entonces la posición de Calvo Sotelo estaba mucho más definida y Gil Robles pretendió adelantarse al jefe monárquico de forma mucho más concluyente: sentándose él mismo en el sillón ministerial de la Guerra. Falló, como vimos, este intento en abril, pero el objetivo seguía en pie.
Para comprender adecuadamente los verdaderos términos del problema histórico de la represión por los sucesos de Octubre, conviene tener en cuenta que tanto la derecha como la izquierda española eran ya en esa fecha depositarias de una tremenda herencia de sangre. Esa herencia era cuantitativamente más importante en la derecha, porque por sí y por sus legítimos antecesores llevaba mucho más tiempo en el poder. En nombre de la ley y el orden se cometieron desde los comienzos de la edad contemporánea –para no remontarnos a etapas históricas que no nos atañen– un ininterrumpido rosario de violencias más o menos legales. Los dos bandos de las guerras carlistas y demás agitaciones decimonónicas cometieron actos reprobables en nombre de bien diversos ideales. La izquierda –en el sentido siglo XX de la palabra– no había llegado al poder hasta 1931, y el confuso humanitarismo que latía en sus diversos credos burgueses y proletarios luchaba hasta 1934 con éxito contra el tremendismo verbal de que hacían gala sus dirigentes, pero los profesionales de la violencia, los anarquistas, formaban sentimentalmente parte de esa izquierda. Hay que tener en cuenta la tradición del empleo de la violencia como instrumento político habitual para comprender la actitud del Gobierno y de la derecha española –profesionalmente católica– en el intento represivo.
El Ejército, por su parte, no era aquí un elemento de atemperación. Todo el mundo recordaba en Asturias el célebre bando «de las alimañas» del general Burguete en 1917 y no faltaron momentos en que una persona tan moderada como López Ochoa llegó a enviar sobre Asturias, desde el aire, la segunda edición corregida del bando de Burguete. Pero a la vez hay que notar que el estado de guerra en octubre de 1934 no fue en Cataluña y Asturias una metáfora jurídica. Allí, sobre todo en Asturias, hubo una guerra, una pequeña guerra civil; la Historia no conoce excepciones en la crueldad de su larga lista de guerras civiles. Excepciones que no se dieron tampoco en España ni antes ni después de octubre de 1934.