La liquidación de Octubre no se produjo

No vamos a tratar ahora de las «consecuencias» de Octubre, sino más modestamente de «liquidación». Porque todo lo que sucede en España después de Octubre es consecuencia, más o menos directa, de la Revolución, empezando, claro está, por la misma contrarrevolución. En este sentido, todo lo que resta para terminar esta serie de Episodios sobre la República se puede considerar como la consecuencia de Octubre. Por eso en este epígrafe nos limitamos a analizar las derivaciones más explícitas del movimiento revolucionario: la hipoteca que pesó sobre toda la actuación del Gobierno desde el mismo instante en que cesan los tiroteos; las corrientes subterráneas y desbordadas de las propagandas que tratan de convertir el movimiento rojo y la contrarrevolución en bandera partidista. A la vez que tratamos de encontrar un poco de luz y una base fáctica en tan complicado panorama, estudiaremos con toda la detención que se merece un problema que todavía se sigue tratando de forma polémica e irascible: el de la represión gubernamental después de la Revolución. Este propósito es imprescindible por difícil que parezca; porque, como inmediatamente veremos, la liquidación de Octubre está todavía sin formular.

La República desembocó en el 18 de julio sin haber podido realizar, pese a varios intentos frustrados, esa liquidación que por unos y otros se exigía. Al emprender tan ardua tarea, debemos extremar más que nunca la serenidad y el equilibrio. Octubre envenenó a España; casi todos los acontecimientos de la República, incluido el propio 14 de abril, fueron simplemente presenciados por amplios sectores de la población española, que se limitaba a comentar desde fuera el juego de los políticos; lo mismo sucedía, ya lo sabemos, con casi todos los acontecimientos del último reinado. Pero en Octubre hay un momento en que se acaban las abstenciones. Toda España toma partido, pro o en contra de la Revolución. Todo el mundo se cree en la obligación de alinearse, incluso los que expresamente se negaron a participa activamente en los sucesos revolucionarios, como las masas anarquistas fuera de Asturias.

La alineación, que no por consumarse después de los hechos dejaba de ser menos real y peligrosa, se debe en gran parte a la extensión y virulencia de la propaganda basada pro o contra Octubre.

Es muy curioso que los auténticos autores de la Revolución, socialistas por una parte y extremistas totalitarios de la Esquerra por otra, quedasen relativamente al margen de la propaganda desencadenada tras Octubre. Esto puede ser una prueba de que uno y otro partido tomaron conciencia de que habían ido demasiado lejos y de que sus actos de rebeldía estaban siendo aprovechados por agrupaciones ajenas al primer plano de los hechos revolucionarios. Además, Octubre fue en definitiva un fracaso y la primera consecuencia fatal de los fracasos es provocar la desunión.

Catalanistas y socialistas vieron aún más agudizadas tras Octubre las divisiones internas que en parte les condujeron al estallido. Los sectores opuestos al movimiento parecieron cargarse de razón tras el fracaso y no es extraño que ni unos ni otros se inclinasen a jactarse de lo sucedido. La propaganda de Octubre la alimentan otros partidos que desean aprovechar para su expansión la bandera de unidad roja y antiderechista que se había agitado en la Revolución; y desde el frente opuesto los atacados de Octubre, las derechas, atizan una propaganda de signo contrario aunque, justo es decirlo, sea preferentemente negativista. «Contra la Revolución y sus cómplices» será, desde octubre de 1934 a julio de 1936, el eslogan de la CEDA, compartido por el resto de la derecha española.

El anarcosindicalismo tampoco se preocupó demasiado de montar su propaganda sobre Octubre. Sus jefes eran plenamente conscientes de que por su inhibición fueron causa principal en el fracaso del movimiento. La participación de la Regional astur-leonesa-palentina, además de poco lucida sobre el terreno, supuso un acto de rebeldía contra las superiores instancias del anarcosindicalismo. De todas maneras, esa participación fue un hecho y no es extraño que algún que otro anarquista, preferentemente norteño, se uniese al coro de los ditirambos.