Las víctimas de la revolución

Ocupada la zona rebelde cesan los combates propiamente dichos, aunque los grupos huidos al monte hostilizan a la tropa por medio de operaciones guerrilleras y atentados diversos, cada vez menos frecuentes. El más resonante de estos atentados es la voladura de un camión militar el día 21 de octubre en la carretera Noreña-Sama; mueren un sargento y 24 soldados. El 20 de octubre López Ochoa publica un durísimo bando para facilitar la recogida de armas. Según Aurelio de Llano, hasta el 31 de julio de 1935 iban recogidas en toda Asturias 24.454 armas cortas.

A raíz del avance sobre la zona rebelde las cifras de recogida de armas dadas por el general en jefe no son altas: dos cañones, 24 ametralladoras, 21 fusiles ametralladores y 4.100 armas largas de todos los tipos. Estas cantidades se incrementaron mucho en los meses siguientes, pero aun así quedaron ocultas en los escondites asturianos muchísimas armas que entraron otra vez en acción en los primeros días de la Guerra Civil; no olvidemos que todos los 30.000 combatientes de la revolución estaban armados. Es probable que el número de armas automáticas o semiautomáticas no recuperadas sumase varios centenares; los fusiles y mosquetones ocultos hasta 1936 pasarían sin duda de diez mil. Dejaron incluso de recuperarse varios cañones ligeros. Las cifras que aduce Gil Robles sobre la recogida de armas son mucho más elevadas. Pero como alguna de ellas –la que se refiere a los cañones– es evidentemente falsa, las dejamos en cuarentena hasta que pueda llegarse a resultados más seguros.

El 21 de octubre López Ochoa envía por avión al general Balmes para que se queje oficialmente ante el Gobierno de las intromisiones continuas del mando madrileño en el desarrollo de las operaciones y la pacificación de Asturias. Tal vez ignoraba López Ochoa que el ministro de la Guerra estaba perfectamente de acuerdo con su asesor, Franco; de todas maneras, un mes más tarde, con motivo de la repatriación de las tropas expedicionarias, vuelve a quejarse en el mismo sentido. Siempre se le dan buenas excusas, pero no se le hace demasiado caso.

A partir del día 22 el general en jefe reorganiza el cuerpo del Ejército de Asturias. Todo el dispositivo coopera con la Guardia Civil y la de Asalto en la búsqueda de culpables y en la recuperación de armas. Con tres batallones el coronel Aranda limpia prácticamente de partidas las montañas cantábricas entre los días 20 y 30 de octubre. El día 23 se presenta al general en jefe el comandante de la Guardia Civil, Lisardo Doval, con poderes especiales del Gobierno. Desde este instante López Ochoa se desentiende directamente de la represión, aunque protege con sus tropas la acción del comandante. El día 24 López Ochoa se encuentra en Mieres con una caravana oficial de Madrid en la que viajan a Asturias los ministros Hidalgo, Aizpún y Cid, a los que acompaña el general Franco. Todas las rencillas se borran, al menos por el momento, en el abrazo que funde a los dos artífices de la victoria asturiana.

El número total de bajas durante los días de combate en Asturias es el siguiente, según la estadística que creemos más fidedigna, debida a Aurelio de Llano.

NÚMERO DE BAJAS DE LAS FUERZAS LEALES

Guardia Civil (muertos):

En Oviedo: 1 comandante, 2 sargentos, 1 cabo y 2 guardias.

En Sama: 1 capitán, 1 teniente, 1 subteniente, 1 brigada, 1 cabo y 34 guardias.

En Arriondas: 1 teniente.

En Olloniego: 1 brigada.

En La Rabaldana: 1 sargento primero y 2 guardias.

En Murias: 1 sargento.

En Campomanes: 1 oficial, 1 sargento y 10 guardias.

En El Entrego: 1 sargento y 3 guardias.

En Ciaño: 1 cabo y 3 guardias.

En Sornado: 1 cabo.

En Avilés: 1 guardia.

En Llanera: 4 guardias.

En Laviana: 4 guardias.

En Santullano: 2 guardias.

En Sotrondio: 2 guardias.

En Carbayín: 1 guardia.

Heridos en diferentes puntos: 1 teniente, 1 subteniente, 3 sargentos, 7 cabos y 65 guardias.

De Asalto (muertos y heridos):

La 18 compañía de Oviedo: 27 y 6.

Sección de servicios locales de Oviedo: 10 y 5.

Compañías expedicionarias:

La 18 compañía de Asalto de La Coruña: 5 y 13.

La 21 de Salamanca: 2 y 13.

La 24 de Burgos: 2 y 6.

La 28 de Valladolid: 2 y 7.

La 2 de Especialidades Madrid: 10 y 4.

Resumen (muertos y heridos):

De la Guardia Civil: 86 y 77.

De Asalto: 58 y 54.

De Seguridad: 10 Y 7.

De Carabineros: 12 y 13.

De Vigilancia: 2 y 13.

Del Ejército: 88 y 475.

TOTAL: 256 muertos y 639 heridos.

Número de paisanos muertos:

Incinerados en el crematorio municipal de Oviedo 182.

Se enterraron en los cementerios de Oviedo: 580.

En varios pueblos: 178.

TOTAL: 940 muertos.

Número de paisanos heridos:

En Oviedo: 1.003.

En los pueblos: 446.

TOTAL: 1.449 heridos.

Resulta un número total de 1.196 muertos y 2.068 heridos.

Esta cifra parece bastante aproximada a la verdad. He oído citar cifras mucho mayores a personas que no saben que, en las cuencas mineras, los revolucionarios apenas han tenido bajas. Por ejemplo, en el valle del Nalón tuvieron unos diez muertos. y en los valles de Turón y Aller han tenido menos que en aquél, y lo mismo ocurrió en Mieres. La enorme cifra de muertos y heridos la dieron Oviedo y el valle de Vega del Rey, lugares en donde se libraron tan grandes batallas.[4]

Las estadísticas del Gobierno son menos detalladas y no difieren de las cifras obtenidas unidad tras unidad por el gran analista de las víctimas de la revolución.

A la hora del balance, parece claro que el Gobierno se mantuvo como angustiado espectador durante toda la revuelta, aunque tuvo el acierto de encargar la solución al Ejército, en el que, sin preocuparse de prejuicios, seleccionó a los hombres indudablemente más indicados para el difícil cometido: Franco, López Ochoa, Aranda y Yagüe. La actuación de estos cuatro militares puede calificarse de excelente y los inevitables fallos hay que achacarlos tanto a la improvisación y falta de comunicaciones como a las hondas divergencias de actitud que ya minaban la unidad del Ejército. Franco acreditó su sentido práctico, su dominio de la logística y dejó entrever una vez más su predilección por las tropas de calidad. López Ochoa fue · un gran general sobre el terreno y demostró un valor increíble, junto a una frialdad extraordinaria y una prudencia negociadora muy encomiable en discordias civiles. Yagüe destacó por su valor a la vez que por su capacidad de maniobra y, en no pequeño grado, por su impulsividad y tendencia a la indisciplina. Aranda quedó en la sombra, pero contribuyó en gran manera al planteamiento de las bases del triunfo. La Escuadra actuó en buena coordinación con el Ejército. La Fuerza Aérea explicó una lección muy digna de tenerse en en cuenta para experiencias futuras: su eficacia, no excesiva en el plano real, se acrecentó de tal forma en el psicológico que hace exagerar así a uno de los caudillos rebeldes:

«Bien puede decirse que el 90 por 100 de nuestra derrota ha sido producto de la Aviación. Ha sido ésta la que más ha introducido el pánico y la desmoralización entre los medios revolucionarios, imposibilitados de luchar eficazmente contra ella» (Grossi).

Pero la gran enseñanza de la actuación militar en Asturias es que, por encima de discrepancias, rencillas y hasta torpezas –como el increíble atrapamiento del general Bosch y la no más creíble cobardía de algunos jefes de Oviedo y algunos militares retirados que no se presentaron–, las Fuerzas Armadas actuaron unidas a favor del Gobierno. Frente a un ejército unido nada tenían que hacer unos revolucionarios por numerosos, valerosos y armados que estuviesen. La cifra de desertores es ridícula, lo que evidencia la escasa eficacia de la propaganda antimilitarista y revolucionaria en cuarteles, barcos y aeródromos. Con las Fuerzas Armadas unidas era totalmente inimaginable una victoria duradera de la revolución, a cualquier escala, en la España de los años treinta. Por eso son tan graves los síntomas de desunión y disgregación que, aún sin aflorar en la realidad pública, se notaban ya en el Ejército español de 1934.

La Revolución de Asturias fue, ya lo hemos dicho, una revolución socialista. A pesar de la participación multicolor de los demás partidos obreros en los Comités, el socialismo fue el que desencadenó, dirigió y terminó la revuela. Cuando se trata de iniciar el movimiento, el 4 de octubre a las diez de la noche, el Comité revolucionario dice por boca de uno de sus miembros no socialistas: «Pero antes debe reunirse la AO y consultar a la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista y de la UGT» (Grossi).

La huida de González Peña determina el derrumbamiento más que cualquier decreto de los comités~ La orden de Belarmino Tomás acaba con los tiroteos aislados. La revolución lustral del socialismo a él solo debe atribuirse, y suyo solamente es su fracaso y la responsabilidad por las trágicas consecuencias que desencadenó. No hubo tiempo para que pudiera desarrollarse una actividad revolucionaria de signo positivo en la zona rebelde. Es interesante la opinión del historiador anarquista Juan Gómez Casas: «Durante el breve período revolucionario, los dos conceptos clásicos del socialismo, el autoritario y el libertario, ofrecieron diversa floración, de acuerdo con las zonas de influencia mayoritaria del socialismo o del anarcosindicalismo. El comunismo libertario coexistió en diversos lugares con municipalidades en las que prevalecían las formas del socialismo de Estado»[5].

Estas observaciones parecen demasiado académicas; en la zona rebelde de Octubre se vivía un ambiente de frente único volcado hacia los frentes reales y en el que l autoritarismo socialista había inducido un intento de disciplina militar mientras que el cariz sociopolítico de la retaguardia rebelde era prácticamente anarquista: abolición de moneda, arbitrariedad individual y de grupos, falta de control, etc. Esta concepción se corrobora con la interpretación de Octubre debida a Caballero y De los Ríos y transcrita por Gil Robles[6].

Las izquierdas no aprendieron suficientemente la gran lección política. En efecto, Octubre había demostrado hasta la saciedad la ambición comunista de poder sin atenerse a medios. El PCE, a pesar de su entrada de última hora en la AO, seguía fiel a su táctica de «frente unido por la base», como lo demostró su intento de monopolizar la resistencia mediante las segundas series de comités. En vez de destacar este juego, la derecha, ciega de odio represivo, identificó al comunismo con todo el proceso revolucionario. Con ello hizo la gran propaganda al partido que se iba a apoderar de la herencia de Octubre, hasta del color del símbolo revolucionario; los «rojos» de 1934 rehuirían más tarde. en 1939, ser así llamados, en parte porque desde 1936 los verdaderos «rojos» eran, sin que nadie sepa por qué, los comunistas.

Para cerrar estas consideraciones conviene recordar que en el escenario asturiano de 1934, más aún que en el catalán, aparecen ya numerosas situaciones, numerosos nombres, numerosos lugares que cobrarán una nueva luz trágica en la Guerra Civil. Aunque no todos los casos mantuvieron la continuidad de bando, hemos visto moverse a la luz de los incendios de Octubre a Batet, López Ochoa, Franco, Yagüe, Alonso Vega, Solchaga, Moriones, Aranda, Juan Vigón, Caballero, López Varela, Lizcano de la Rosa, Escofet… y hemos oído a Companys, Belarmino Tomás, González Peña, Durruti, Maurín, Dutor, Pérez Farrás y otros nombres que volverán a aparecer muy pronto. La simple descripción que hemos esbozado nos exime de trazar las semejanzas y las diferencias entre octubre de 1934 y julio de 1936. Son dos procesos totalmente diferentes; Octubre no es un prólogo homogéneo de la Guerra Civil. Pero sí es un obligado y esencial antecedente que justifica la atención que le prestamos.

Un autor sumamente interesante e informativo, que se esconde con el seudónimo «Un testigo imparcial», publica en 1934 un libro (clandestino) en una imprenta carabanchelera que se titula Revolución en Asturias. Relato de la última guerra civil. Se trata de un republicano de la tierra que nos proporciona una excelente clave para adivinar la radicalización creciente y ominosa que se extendía por España como una de las peores consecuencias de Octubre. Después de 1934, hablar en . España de guerra civil era, pues, completamente natural. Para muchos observadores la primera batalla de esa guerra civil ya se había librado en la plaza de San Jaime y en las estrechas cuencas asturianas. Una primera batalla que no era todavía esa guerra y en la que algunos de sus combatientes iban a cambiar de bando. Pero que era ya, sin duda, anuncio inequívoco de la tormenta lejana.