Continúa hasta extremos inauditos la inacción de la columna de Campomanes. Madrid ordena que el general Bosch sea relevado por el general Balmes. Cuenta ya la columna con cinco batallones y tres baterías, cuando, a las nueve de la noche, recibe otro refuerzo aún más temible: la columna Buruaga, que había desembarcado en Galicia. Los defensores del único «frente» rebelde que se mantiene con cierta cohesión empiezan a temer el derrumbamiento.
Por su parte, la columna Solchaga prosigue su labor de limpieza en el oriente asturiano y ese día llega a Ribadesella. Allí se presenta el teniente coronel retirado Juan Vigón Suerodíaz que descansaba en Colunga, y queda incorporado a Solchaga como jefe de Estado Mayor. Desde Madrid no pueden preverse los problemas tácticos con el mismo acierto que los estratégicos, y Franco, sin contar con López Ochoa, envía desde Gijón a San Esteban de Pravia, en el Churruca, dos compañías del Batallón 29 ferrolano que había desempeñado tan poco lucido papel en su aventura de Veranes. En Pravia les agrega otra compañía, que llega por mar desde La Coruña, y allí pernoctan para penetrar el día siguiente hacia Grado.
Al terminar el día, se sabe en toda Asturias que los revolucionarios del valle de Turón han fusilado, de madrugada, al ingeniero Rafael del Riego, al presidente local de Acción Popular, César Gómez, y a Cándido del Agua. La noticia causa indignación porque el ingeniero se había distinguido largos años por su eficaz labor social entre los trabajadores. Estas muertes son nuevas pruebas del caos absoluto en el que se encontraba la organización revolucionaria en las cuencas.
Las dificultades encontradas por la columna Ramajos para dominar el barrio de San Lázaro –único que todavía permanece en Oviedo fuera del control del Gobierno– hacen pensar al general en jefe y a Madrid que la eliminación del reducto rebelde -las cuencas mineras– va a ser empresa costosa y difícil. Hay, además, otra causa para explicar la relativa inacción de las tropas del que ya es Cuerpo de Ejército de Operaciones en Asturias, colocado bajo el mando de López Ochoa. Antes de la entrada de éste en Oviedo, se explicaba la falta de coordinación entre sus órdenes y las emanadas del Ministerio, ya que no existía comunicación entre el general y Madrid. Pero el ministro Hidalgo se había entregado por completo al general Franco y las órdenes de Franco se daban con independencia del general en jefe de Oviedo, quien ya podía enlazar con Madrid por medio de las potentes emisoras de la Escuadra. Esta situación, no solucionada más que con buenas palabras por el inexperto Hidalgo, que se mantenía al margen de las fricciones, se agravaba porque el mejor jefe sobre el terreno, Yagüe, manifestaba una clara inclinación a actuar por iniciativa propia o según las directrices de Franco. Todo ello produjo situaciones muy delicadas, ante las que López Ochoa reaccionó duramente.
El día 15, mientras Yagüe frenaba en seco un intento de contraataque rojo sobre el sur y el oeste de Oviedo, López Ochoa recibe un paquete de telegramas atrasados del Ministerio y un plan detallado para ocupar la cuenca. Indignado, pone un radio al ministro en el que exige toda la responsabilidad y toda la iniciativa del mando en campaña. Su tesis parece confirmarse por el fracaso de las compañías gallegas que, siguiendo órdenes de Madrid, se acercan ese día a Grado, pero tienen que replegarse a Pravia. Cuando Franco ordena a Balmes que tome la ofensiva en Vega del Rey, López Ochoa detiene la operación y ruega al Ministerio que de nuevas instrucciones a Balmes. Franco accede y dl nuevo la columna del sur espera tres días –15, 16 y 17– las órdenes del general en jefe mientras rectifica a vanguardia sus líneas y se prepara para el ataque de revés sobre la cuenca minera.
El día 16 continúa la resistencia roja en el sector de San Lázaro y en parte de Villafría. Sale por tercer día consecutivo la columna Ramajos, pero los revolucionarios, bien enlazados con sus bases de la cuenca, mantienen las posiciones esenciales. En vista de ello el propio Yagüe conduce a la columna reforzada en la madrugada del 16 y termina rápidamente con toda la resistencia de San Lázaro. Los mineros se retiran en tren.
El jefe legionario aprovecha su éxito y amaga un ataque el mismo día 16 sobre la cuenca. Las avanzadas rojas ven a los Regulares coronar con su despliegue desordenado e incontrolable los altos de San Esteban de las Cruces. Ahora son las milicianas quienes transmiten la noticia de que los moros están llegando. Empieza a cundir el pánico, pero Yagüe no sigue el avance ese día.
La columna Solchaga prosigue su labor de limpieza en la zona oriental. El día 15 pernocta en Infiesto, donde se le presenta otro refuerzo sumamente valioso: el comandante Camilo Alonso Vega, perfecto conocedor la región, que en calidad de disponible forzoso estaba destinado en la Caja de Recluta. Solchaga recibe la orden de atacar Noreña, llave de la cuenca minera en sus comunicaciones directas con el mar. Tiene que dar un rodeo por Gijón para evitar el choque frontal con el enemigo, y al anochecer ha llegado a tres kilómetros de Noreña.
En la madrugada del día 17, López Ochoa se ha puesto ya de acuerdo con Franco y acepta el plan de éste para el ataque final a la cuenca minera, decidido para el 19. Este día se efectúan tres operaciones previas de importancia capital. Solchaga, con el auxilio oportunísimo de Camilo Alonso Vega –que conoce palmo a palmo pueblo natal de su esposa–, toma Noreña y amenaza por el Sur a la cuenca langreana. A las siete, Yagüe, con las dos columnas, se dirige hacia Trubia, a cuyas inmediaciones llega ya entrada la noche~ la villa comunista oye aterrada los ecos del himno de la Legión, que le llegan de las alturas. Con eso queda eliminada la última posibilidad de aprovisionamiento de municiones para los rojos. Por último, el coronel Aranda, que ha recibido nuevos refuerzos, concentra cuatro columnas en Villablino, San Emiliano, Lillo y Riaflo, dispuestas para descender a los valles. Los hombres de Balmes, aherrojados días y días en el cepo de Vega del Rey-Campomanes, arden por entrar en acción. Las noticias del gran despliegue militar llegan puntualmente a Sama, y Belarmino Tomás habla a su Comité del «círculo perfecto» que les envuelve. El 17 de octubre por la noche, Belarmino Tomás y los demás responsables de sus hombres están ya decididos a la rendición. El único acto de guerra por parte de los revolucionarios durante el día 17 es el desvalijamiento del Banco Herrero, en Pola de Siero: los rojos se apoderan de 128.975 pesetas en billetes, liberan a los prisioneros y huyen al monte.