Las fuerzas de África penetran en Oviedo

A la semana justa del estallido revolucionario, durante la noche y la madrugada del 12 de octubre, se produce en toda Asturias la desbandada general de los comités revolucionarios, que siguen el ejemplo del Central de Mieres. A las cero horas de ese mismo día, el Comité Central toma, en ausencia de algunos de sus miembros más destacados (que ya habían huido), el acuerdo de dispersarse. Dos horas más tarde, salen todos los dirigentes en un coche hacia las montañas de Quirós. Para atender las «necesidades más perentorias», los escapados han desvalijado el Banco Herrero (92.053 pesetas) y el Banco Asturiano (86.274 pesetas). En toda Asturias los comunistas creen llegada la hora de apoderarse de una revolución que ya empieza a ser mito y forman nuevos comité controlados por ellos. Se enteran los comunistas disidentes y otros miembros que ya estaban casi en franquía y vuelven indignados a Mieres para impedir la maniobra del comunismo oficial. Es la una de la tarde cuando Manuel Grossi regresa a Mieres y se incorpora de nuevo al «segundo comité» comunista; Lo mismo hacen otros miembros del antiguo, con lo que se forma un tercer comité dominado por los comunistas ortodoxos[1]. A las cuatro de la tarde ha quedado constituido el nuevo comité comunista de Oviedo. La hegemonía de Mieres se diluye: los socialistas que no habían seguido a González Peña en la desbandada se concentran en Sama, donde forman un comité con ciertas pretensiones centralistas, en el que también los comunistas tienen mayor importancia que antes. Pero la jefatura política y militar de la revuelta pasa, con todo, al líder langreano Belarmino Tomás.

Una reunión bien diferente se celebra a las seis de la mañana del mismo día 12 de octubre en el cuarto del cuartel de Pelayo. López Ochoa, tras el merecido descanso de la noche, abronca con inusitada dureza a los jefes de la defensa, que aguantan en silencio tan justísimos reproches. Para demostrar experimentalmente la razón que le asiste, el general ordena que las hasta ahora medrosas compañías del regimiento ovetense número 3 tomen las dos manzanas contiguas al cuartel que tanto les habían preocupado la semana anterior; y les da un cuarto de hora para hacerlo. La orden se cumple. A las ocho de la mañana se levanta la niebla y ente los últimos cendales caen sobre Oviedo las octavillas que arrojan cinco aparatos de reconocimiento escoltados nada menos que por cincuenta cazas.

«España entera con todas sus fuerzas va contra vosotros».

«Si antes de ponerse el sol no habéis depuesto la rebelión y entregado las armas…».

«Después iremos contra vosotros hasta destruiros sin tregua ni perdón».

El duro lenguaje, unido al mazazo moral que ha supuesto la entrada en el Pelayo de la columna liberadora; impresiona por momentos a los rebeldes, cuyos ánimos están por los suelos y se hunden del todo al conocer la noticia de que los jerarcas rojos han huido con todo el dinero. En este día de la Raza se pasan de corazón al Partido Comunista, único que sigue en la brecha, un número incalculable de trabajadores asturianos. El alarde de resistencia ordenado por el PCE no ha podido ser más inteligente ni oportuno, no de cara a un presente perdido, pero sí con vistas a un futuro muy probable.

El desfonde moral de los sitiadores se hace palpable para la defensa del sector central. El comandante Caballero, que todavía ignora la entrada de López Ochoa, reconquista la Telefónica con sus propios medios.

Hacia el mediodía López Ochoa observa que los Regulares aparecen por los altos del manicomio. Es el primer contacto –siquiera visual– del general en jefe con los representantes de la España leal; estaba aislado y sin comunicaciones desde el 8 de octubre. Por medio de un oficial de Regulares, que había liberado, ordena a Yagüe que no se dirija al cuartel, sino que envuelva Oviedo por el SE y ataque desde allí la fábrica de armas. Mientras tanto, dos compañías del bizarro batallón del Regimiento 12. una del 3 y la de Zapadores atacarían 1 por el oeste. Yagüe, que había recibido pocos momentos antes a la segunda expedición africana, había emprendido la marcha al filo del mediodía desde la Corredoria sobre Oviedo; planeó el avance con tres fuertes columnas. Cuenta en total con casi tres mil hombres, todos soldados profesionales y perfectamente entrenados. Ha tenido que esperar al mediodía para poder incorporar a los últimos refuerzos, y porque la niebla se pegaba más al terreno en las faldas del Naranco que lo separaban del objetivo. Recibe las órdenes de López Ochoa en el manicomio, y las cumplimenta inmediatamente. A las cinco de la tarde se ha establecido el enlace entre el cuartel de Pelayo y el sector del Gobierno Civil; al mismo tiempo cae la fábrica de armas, embestida por los dos lados previstos. Muere en el asalto el jefe del Tabor, comandante Ruiz Marcel. El cuartel de Pelayo tenía sobre sus paredes 228 impactos de cañón.

Minutos después, a las cinco y media de la tarde, el general en jefe llega al Gobierno Civil. El pueblo se entera y emerge de los sótanos y las ruinas para aclamarle. López Ochoa tiene que salir al balcón. A las seis de la tarde se celebra una borrascosa entrevista entre López Ochoa y Yagüe, que insiste en recibir órdenes de Madrid, es decir, de Franco. López Ochoa consigue imponerse, aunque algún testigo cree recordar que el impulsivo jefe legionario llegó a acariciar la pistola. Sea cual sea la situación interior de ambos contendientes, la disciplina se impone, y Yagüe colaborará lealmente con el general en jefe de Asturias.

En Gijón la normalidad es casi absoluta. A las 8 de la mañana, el Cervantes había desembarcado en El Musel a la Quinta Bandera de la Legión y al Tabor de Ceuta, a los que hemos visto ya incorporados poco antes del mediodía a la columna Yagüe en la Corredoria. El gene11 Caridad Pita suspende al alcalde y a los concejales de Gijón. Las emisoras de la Escuadra son la comunicación más segura con Madrid; por ellas sabe el Gobierno que López Ochoa tiene ya el control de Oviedo, y Lerroux se apresura a difundir alborozado la noticia. A las tres de la tarde el ministro de la Guerra comunica que en este día se han celebrado en Gijón treinta consejos de guerra sumarísimos.

Por el valle del Lena el general Bosch sigue poco activo. Conquista, sin demasiadas dificultades, la ermita de Santa Cristina, pesadilla de toda la semana anterior. Escarmentado de su estancia en Vega del Rey, traslada su cuartel general a Campomanes, es decir, a retaguardia. En los combates del día muere el líder revolucionario Óscar Duarte, súbdito de los Estados Unidos de América.

Liberado de su principal preocupación –la salvación de Oviedo– y del indudable peligro de hecatombe que se cernía sobre las tropas y el pueblo de la capital asturiana, el general Franco se mueve con agilidad sobre el mapa de operaciones y sobre las líneas de refuerzo y de suministros. Por orden suya se constituye en Bilbao una columna -la quinta columna de Asturias se la llama en los partes– al mando del coronel Solchaga. Son dos batallones de Infantería con ametralladoras, un escuadrón de sables y una batería de montaña. La columna Solchaga sale inmediatamente de Bilbao y pernocta en Santoña, donde se prepara para entrar en Asturias por la ruta oriental. A las diez y media de la mañana del mismo día sale por mar de Ceuta una nueva columna al mando del teniente coronel Sáenz de Buruaga: su base es el tercer Tabor de Regulares de Tetuán y otra bandera del Tercio.

Pero tal vez el movimiento táctico más importante del día es el que Franco ordena ejecutar al coronel Antonio Aranda, perfecto conocedor de Asturias, sus hombres y sus tierras. Al frente de cuatro batallones, desplegados en puestos provistos de ametralladoras y protegidos por una reserva de columnas móviles, Aranda, el brillante táctico igualmente digno de confianza para los republicanos (cuyas ideas políticas compartía) que para los los africanistas, cubre con sus fuerzas un enorme frente de 150 kilómetros en el que controla los puertos de Leitariegos, Somiedo, Ventana, La Cubilla, Pajares, La Coriza, Piedrafita, Vegarada, San Isidro, Tarna, Ventaniella y El Pontón. La red o cordón sanitario del coronel resulta impenetrable. En las alturas, las tropas de Aranda forman además una excelente reserva para las que operarán muy pronto en los valles interiores.

Frente a los acontecimientos del día, poco tienen que hacer ya los decepcionados milicianos rojos. A las seis y media de la mañana intentan rociar de gasolina varias casas de Buenavista para incendiar el barrio. La apariencia numantina es obra clásica de los comunistas, que ya no se preocupan más que de conseguir algún final heroico o, por lo menos, utilizable para la futura propaganda. Unos incontrolados sacan del Hospital de Oviedo al padre Eufrasio, carmelita gravemente herido, a quien fusilan a la salida.

Desde la madrugada del 13 de octubre nuevos incendios surgen en Oviedo. Los revolucionarios, despechados, cada vez menos controlados por los escasos jefes le van quedando, creen así expresar su venganza. Arden los Almacenes Simeón, de cuyo edificio tienen . que huir numerosos refugiados, entre ellos el diputado José María Fernández Ladreda y el escultor Sebastián Miranda. A las once y media de la mañana los rojos incendian la Universidad, que se destruye por completo. oco antes ardían también las casas de la calle de San Francisco. Es gravísima la pérdida de la biblioteca universitaria, la mejor de una ciudad de excelentes bibliotecas, Teodomiro Menéndez, uno de los pocos jefes socialistas importantes que aún permanecen en la ciudad, ordena clasificar a los ciento y pico prisioneros custodiados aún en el Instituto. Son liberados los soldados y varios paisanos.

Dejan encerrados a unos sesenta y -contra la voluntad de Menéndez- incendian el edificio y lo vuelan. Son las dos y media, pero los detenidos consiguieron huir momentos antes de forma que ni ellos mismos saben explicar.

Mientras el enemigo se entrega a tan inútiles desahogos, López Ochoa decide que las tropas de África ejecuten un movimiento envolvente sobre toda la ciudad para atrapar a los aún numerosos restos del ejército rojo. Dos columnas parten a las seis de la mañana del Pelayo: Alcubilla por la derecha con su bandera, dos grupos de Regulares y una sección de ametralladoras; Ramajos por la izquierda con la Quinta Bandera, un grupo de Regulares y una sección de ametralladoras. La caballería actúa como protección de las dos columnas. Yagüe, jefe de toda la operación, marcha tras los Regulares que forman la vanguardia de la columna Alcubilla. Llega muy pronto a la Cárcel Modelo, donde libera a los hombres del teniente Martínez Marina, que se han defendido heroicamente; el director del establecimiento, Ángel Llenín, mantuvo con inaudita habilidad el orden entre los reclusos. Ordena Yagüe desde la cárcel la toma de la estación. Alcubilla ejecuta la orden, y la estación cae en poder de la sección legionaria del teniente Dimitri Ivan Ivanof. Reaccionan violentamente los defensores de la iglesia de San Pedro de los Arcos, entre los que destaca una hermosa muchacha vestida de rojo, Aida (o Nini) Lafuente, hija de un oficial comunista de correos. Aida Lafuente cae acribillada junto a los defensores de la iglesia e inmediatamente se convertirá en un mito comunista.

A las tres de la tarde los revolucionarios se retiran del barrio de Buenavista por el mismo sitio por el que habían entrado la semana anterior. Yagüe baja con su columna por la calle de Uría. La Legión marca su ritmo con inimitable zancada. Los vecinos de la zona más batida de Oviedo se echan a la calle y abrazan a la tropa.

La columna Ramajos se enfrentó con una resistencia mucho más dura; su valeroso comandante no poseía la descollante habilidad maniobrera del teniente coronel Yagüe. Sin completar el cerco previsto, tuvo que replegarse al cuartel con 32 bajas al caer la noche. Al conquistar su objetivo último, el hospital, Yagüe se detiene y conduce al cuartel de Pelayo cerca de sesenta prisioneros, de los que la mitad eran «damas rojas» que, en ocasiones, habían empuñado el fusil. Todas ellas, junto con bastantes presos, son puestas en libertad al día siguiente.

Las noticias del implacable avance de las tropas de África llegan a Mieres de donde, incluso antes de que se iniciase la operación, a eso de las cuatro de la mañana del día 13, había ya huido el tercer Comité. Queda en la ex capital roja Manuel Grossi, como jefe único, y designa un cuarto Comité, cuya primera tarea consiste en la captura de los jerarcas huidos. A las dieciséis horas están casi todos recuperados y, tras una breve detención, se les incorpora de nuevo a sus puestos, con lo que se forma el Comité número 5. Al reunirse, los comunistas oficiales» –que estaban entre los que acababan de huir– acusan a Grossi y le detienen. Sus amigos lo liberan, pero con tanto ajetreo interno pocas actividades puede desplegar la junta rebelde.

En Sama había tenido lugar un rigodón parecido de jerarcas. Por la tarde se convoca una especie de pleno para reorganizar el fenecido Comité Provincial de la rebelión. Se forma un nuevo Comité con socialistas y comunistas, porque los anarquistas se niegan a entrar en él, aunque prometen su acatamiento. El nuevo Comité Central pone su sede en Sama y acepta las directrices de Belarmino Tomás.

A las diez de la mañana, un nuevo refuerzo llega a Campomanes: un batallón de infantería del Regimiento 32. Pero el general Bosch se limita a rectificar posiciones. Tanto las fuerzas de Campomanes como las que ya dominan la situación en Oviedo son considerables: en la capital, López Ochoa cuenta con casi ocho batallones de infantería, dos escuadrones y una batería de montaña, aparte las fuerzas de Asalto y Guardia Civil. Con ellas se dispone a expulsar definitivamente al enemigo.

Mientras tanto, la columna oriental del coronel Solchaga a la bellísima ciudad costera de Llanes; ya está en Asturias. El teniente de la Guardia Civil Martínez García, verdadero héroe de la contrarrevolución, tiende una emboscada al mayor grupo rojo de la zona oriental cerca de Infiesto; obtiene un éxito tan señalado que consigue apoderarse de la importante villa antes de que efectúen su entrada en ella las fuerzas de Solchaga. Martínez García recupera Nava y todos los puestos de su línea.