La vida es agradable. La muerte es tranquila.
Lo malo es la transición.
Isaac Asimov
El padre de Johnny Blaze se dedica profesionalmente a realizar acrobacias con una motocicleta. Para evitar que le ocurra un grave accidente, Johnny hace un pacto con Mefisto, el demonio más demonio de todos los demonios que habitan en las flamígeras llamas abrasadoras del infierno. Tratándose de quien se trata, la traición y el engaño tenían que llegar antes o después y, efectivamente, Mefisto encuentra la consabida triquiñuela para no cumplir su parte del trato. La labor de Johnny, transformado en esqueleto llameante, consiste en atrapar y/o eliminar demonios revoltosos y rebeldes capitaneados por el hijo de Mefisto, Blackheart, (¿tendrán sexo los ángeles y los demonios?) que se salen un tanto de madre de la disciplina impuesta. Para llevar a cabo esta misión, El Motorista Fantasma, viste traje de cuero negro con una estética un tanto macarra y pilota una espectacular moto, igualmente envuelta en llamas. Resabiado a más no poder, intenta devolverle al malvado Mefisto la traición y emplea sus sobrenaturales poderes para hacer el bien.
A grandes rasgos, éste es el argumento de El motorista fantasma (Ghost Rider, 2007), uno más de los filmes basados en los cómics de Marvel que tanto pululan, y más que pulularán en breve, por las pantallas de nuestros cines. Aunque no se trata estrictamente de una película de lo que yo entiendo por ciencia ficción, la verdad es que me apetece hablar de ella, qué demonios. La película no vale gran cosa, pues a excepción de los espectaculares efectos especiales (muy buenos, realmente), la historia resulta descafeinada y muy poco convincente. La relación de amor entre Johnny y su ex novia, Roxanne, queda muy superficialmente tratada y se diluye en el mar de escenas de acción y pirotecnia que protagoniza el flamígero alter ego de Johnny. Así que, como casi siempre, se trata de un producto dedicado al puro entretenimiento (que no es poco, en los tiempos que corren). Disfrutadlo. De momento, yo me dedicaré a la física de alguna de las habilidades exhibidas por el motorista fantasmón.
El motorista fantasma. En esta película dirigida por Mark S. Johnson en 2007, Nicolas Cage persigue a Mefistófeles. Para ello pilota una moto que le permite desafiar la ley de la gravedad.
Cuando el motorista fantasma recorre las calles de la ciudad en su ardorosa jaca metálica consigue varias cosas que llaman poderosamente la atención: los neumáticos no se queman, el depósito de combustible no estalla por los aires, el traje de cuero y chinchetas se ajusta perfectamente a un tipo que está en los huesos y, por encima de todo, ¿cómo es posible que un tipo tan caliente no tenga sexo en toda la película, ni siquiera con una voluptuosa diablesa de silueta bien torneada? Vale, ya me empieza a patinar la pinza cerebral. Voy al grano. La cuestión que quiero abordar es la capacidad asombrosa que posee nuestro poco nutrido superhéroe para hacer ascender su motocicleta por las fachadas verticales de los rascacielos. Se trata de un problema relativamente sencillo de mecánica newtoniana. Cuando se quiere hacer subir por un plano inclinado un objeto rodante, hay que tener en cuenta que sobre éste actúan su peso, la reacción normal que ejerce el suelo, la fuerza de rozamiento y el «torque» o par de fuerzas aplicado, que obliga al cuerpo a ascender y evita que caiga hacia atrás por el plano. En el caso de un vehículo, como un automóvil o una motocicleta, ese par lo proporciona la potencia del motor y se transmite a los neumáticos.
Si se emplean de forma adecuada las leyes de Newton de la mecánica clásica y se supone que los neumáticos realizan lo que se llama un movimiento de rodadura sin deslizamiento (es decir, que las ruedas no patinan sobre el suelo) se puede encontrar una relación muy simple entre la aceleración del cuerpo (la motocicleta fantasmona), sus dimensiones geométricas (en concreto, las de las ruedas), su peso, el torque (o par proporcionado por el motor) y el ángulo de inclinación de la pendiente por la que sube. Con el fin de que la rueda no patine por la fachada del edificio, debe cumplirse la condición de que la fuerza de rozamiento entre ambos no supere un cierto valor que depende, a su vez, del coeficiente de rozamiento y de la componente del peso en la dirección perpendicular al plano sobre el que se apoya. Esto tiene una consecuencia que todos habréis experimentado alguna vez y que consiste en que cuanto más inclinada sea la pendiente, tanto más difícil es mantenerse pegado al asfalto, pues llega un momento en que la fuerza de rozamiento supera aquel valor límite y la rueda comienza a deslizar (y esto no es muy bueno para ascender y llegar a la azotea del rascacielos, al menos si se quiere mantener el pompis en el asiento). Si se desea que la motocicleta se desplace con una cierta aceleración, la fuerza de rozamiento deberá aumentar en consecuencia y se requerirá un coeficiente de rozamiento tanto mayor. Por lo tanto, el caso más favorable y menos exigente desde el punto de vista físico es aquél en el que la motocicleta viaja a velocidad constante hacia arriba. Pues bien, en este caso, haciendo una simple operación, resulta directo demostrar que el coeficiente de rozamiento que debe existir entre los neumáticos y la fachada del edificio tiene un valor infinito. Dicho en plata, no se puede subir por un plano vertical. Es más, si eligiésemos un valor razonable para el coeficiente de rozamiento entre el neumático y el vidrio del cristal de la fachada de, digamos, 0,7 entonces se obtiene que el ángulo máximo de inclinación permitido no supera los 35 grados, bastante lejos de la verticalidad. A medida que va aumentando el coeficiente de rozamiento, así también va creciendo el ángulo máximo de inclinación. Por ejemplo, valores del primero de 0,8, 0,9, 1, 2, 5, 10, 100 y 500 se corresponden respectivamente con valores del segundo de 39 42 45 64 79 84 89,43 ° y 89,88 Evidentemente, encontrar dos materiales que presenten un coeficiente de rozamiento superior a la unidad es francamente difícil (por ejemplo, entre el cobre y el hierro fundido es de 1,1), con lo cual los últimos cinco casos están totalmente fuera de la realidad y, por tanto, ascender sin hacer patinaje artístico sobre motocicleta por pendientes superiores a 45 grados se convierte en una hazaña sólo al alcance de ciertos tipos capaces de tener oscuros negocios con el mismísimo diablo en persona.
En El motorista fantasma, el guapo protagonista tiene una capacidad asombrosa, entre otras, para ascender con su motocicleta por las fachadas de los rascacielos.
Otro pequeño detalle en el que podría fijarme es en el par que debería proporcionar el motor de la motocicleta para poder llevar a cabo la hazaña anteriormente aludida. Si le otorgamos a la montura del fantasma esquelético una masa de unos 300 kg y le sumamos la propia masa del piloto (os recuerdo que el esqueleto humano solamente pesa el 14 % del total del peso del cuerpo, siendo el 10 % correspondiente al tejido óseo y el 4 % restante la médula) de 8 kg (he supuesto que debido al calor abrasador, la médula se ha volatilizado), el par del motor debería ascender a casi 800 N m, un valor solamente al alcance de los coches de Fórmula 1 o casi, como el SLR McLaren 722 que, con 650 CV de potencia, es capaz de suministrar un par máximo de 820 N m, acelerando de 0 a 100 km/h en algo más de tres segundos y medio o de 0 a 200 km/h en algo más de 10 segundos. Demasiado para la moto de este fantasma. Si el par del motor es menor que el valor determinado un poco más arriba, la rueda asciende por la pared inclinada cada vez con una aceleración menor, hasta que llega un momento en que se detiene. Valores aún menores del par hacen que la rueda comience a descender. Y ya os podéis imaginar lo que pasa cuando uno cae desde 200 metros de altura y no lleva los huesos bien sujetos. Haberlos haylos, quiero decir, motoristas. También fantasmas (como los que salen en las películas de miedo), pero motoristas fantasmas como éste, sólo hay uno y realmente es un fantasma de motorista. ¡Anda, vete al infierno, colega!