Nunca pienso en el futuro. Llega enseguida.
Albert Einstein
A buen seguro que un viejo anhelo de la raza humana siempre ha sido el viaje en el tiempo, construir una máquina capaz de transportarnos a otras épocas donde poder cazar dinosaurios, como hacen los protagonistas de El sonido del trueno (A Sound of Thunder, 2005), visitar el viejo oeste americano, como Marty McFly en Regreso al futuro III (Back to the Future, part III, 1990) o estudiar un acontecimiento de la historia en la misma fecha que tuvo lugar y que ahora podemos encontrar en los libros de texto, tal y como les ocurre a los viajeros de Timeline (2003), y tantos otros ejemplos diseminados por decenas de películas y relatos.
Todos estos ejemplos de viajes en el tiempo tienen en común una característica muy particular: siempre abordan el tema del viaje al pasado. Y ahí está el meollo del asunto que quiero tratar en este capítulo. El viaje al pasado presenta una dificultad, digamos «técnica». Se trata de una paradoja causal. La más famosa se conoce como «paradoja del abuelo», aunque también puede recibir otras denominaciones. Consiste en lo siguiente: supón que dispones de una máquina del tiempo, que viajas al pasado y que matas cruelmente a tu abuelo materno (con el paterno también sirve) antes de que conozca a tu abuela materna (si hubiera conocido a la abuela paterna se hubiera generado algo más que una paradoja). La primera consecuencia es que tu santa madre no habrá nacido y tú no existirás. Pero si no existes, ¿cómo es que has viajado al pasado y asesinado a tu abuelo? Más aún, si no te lo has cargado y has sido capaz de salir del vientre de tu mamá, entonces has podido liquidarlo y otra vez volvemos al principio. Se genera así un círculo vicioso enloquecedor denominado paradoja.
Terminator. La película dirigida por James Cameron en 1984, y protagonizada por Arnold Schwarzenegger, aborda el tema del viaje a través del tiempo.
Una de las películas más célebres donde se presenta este argumento es Terminator (The Terminator, 1984). Pero ahora no deseo centrarme en este asunto de las paradojas causales, sino en la siguiente cuestión. No es otra que el problema de la supuesta ausencia de viajeros del tiempo. Si el viaje al pasado fuese posible, ¿no debería estar el futuro ahí afuera, al igual que la verdad del agente Mulder? Es más, si el futuro existe y se han construido o existen las máquinas del tiempo, ¿dónde están los viajeros del tiempo y por qué no tenemos noticias de ellos?
Esta sencilla y, al mismo tiempo, espeluznante pregunta ha preocupado a los científicos desde los albores de la teoría de la relatividad de Einstein, y también ha traído de cabeza, desde los años 80, al mismísimo Stephen Hawking. Unos han utilizado la falta de evidencias como excusa para negar la posibilidad real del viaje al pasado; en cambio, otros han tratado de encontrar respuestas al interrogante. De entre éstas, voy a contaros 5 que aparecen recopiladas por el profesor Jim Al-Khalili en su estupendo libro Black Holes, Wormholes & Time Machines. Son éstas:
El sonido del trueno, película dirigida por Peter Hyams en 2005. Sus protagonistas construyen un artefacto que les permite viajar en el tiempo hasta la época de los dinosaurios.
Existen otras, como la debida al profesor Curt Cutler, quien definió el denominado «horizonte de Cauchy», una región alrededor de la máquina del tiempo donde ésta funcionaría. Fuera de ella, la máquina es inoperante. Podéis vosotros mismos, queridos lectores, contribuir a la lista proponiendo otros motivos o razones para explicar esto. Se aceptan. Voy a detenerme un poco en la última de las enunciadas en el párrafo anterior. Si estuviesen aquí entre vosotros, ¿cómo los podríais reconocer? Resultarían sospechosos, por ejemplo, por la forma de vestir, como le ocurre a Malcolm McDowell en Los pasajeros del tiempo (Time After Time, 1979) quien viaja ataviado con traje de la época victoriana persiguiendo nada menos que a Jack el destripador. Los protagonistas de la trilogía de Terminator eluden este detalle viajando siempre en pelota picada, una solución de lo más válida, aunque no exenta de ciertos riesgos. También se les podría reconocer por el lenguaje con el que se comunicasen, ya que las lenguas evolucionan en el tiempo de forma apreciable. Otra forma de descubrirlos podría ser observando su inoperancia con tecnología obsoleta para ellos. Si procediesen de un futuro muy lejano quizá no supiesen de la existencia o el funcionamiento de un ordenador con Windows, un teléfono móvil, un coche con neumáticos, etc. Se me ocurre en este momento que si tuvieseis que elegir a una persona que conocéis y que pudiese ser un presunto viajero del tiempo ¿a quién escogeríais? Yo lo tengo claro. ¿Recordáis a un muchachito de tez morena y pelo «a lo afro» que solía formar parte de un grupo musical allá por la década de 1970? Poco a poco, la fisonomía de aquel niño encantador fue cambiando y, con el paso de los años, su verdadero aspecto ha ido apareciendo de forma paulatina. Hoy día se oculta tras múltiples adaptaciones metamórficas de su cuerpo; en ocasiones se cubre boca y nariz con una extraña mascarilla, quizá debido al deterioro ocasionado por nuestra atmósfera, como si fuera una especie de Liam Neeson en el papel de Darkman (1990); otras veces se protege con un paraguas de la radiación ultravioleta y se oculta en un rancho, con parque de atracciones incluido, rodeado de niños quién sabe si igualmente cronoviajeros como él mismo. ¿Hacen falta más pruebas?
Los pasajeros del tiempo. En esta película dirigida por Nicholas Meyer en 1979, su actor principal, Malcolm McDowell, persigue en el tiempo a Jack el Destripador.
En el estupendo libro Breaking the Time Barrier de Jenny Randles, se cuentan algunos casos de posibles viajeros del tiempo. De la misma autora, esta vez en edición española, os recomiendo Viajando en el tiempo. En él se relatan experiencias recopiladas por esta mujer sobre lo que, según ella propone, pueden haber sido viajes involuntarios en el tiempo. Leedlo con escepticismo, eso siempre. Ya os he advertido, que conste. Yo, por mi parte, voy a haceros aquí un brevísimo resumen de algunas de las cosas que en la primera de las dos obras mencionadas se pueden encontrar. Añadiré, asimismo, algunos datos actualizados que allí no figuran.
El increíble Nikola Tesla, al que tanto debemos, construyó a finales del siglo XIX, en Colorado Springs, una enorme torre de 70 metros de altura que estaba coronada por una inmensa esfera de cobre donde se generaban hasta 10 millones de voltios. En los alrededores del recinto se observaban toda clase de fenómenos extraños, tales como grifos por los que parecían salir chorros de chispas en lugar de agua, bombillas que resplandecían a 30 metros de distancia (aun a pesar de estar desconectadas), caballos electrocutados por sus herraduras, mariposas envueltas en chisporroteos y muchas cosas más. Por cierto, este ambiente aparece reflejado en la reciente película El truco final (The Prestige, 2006). En cierta ocasión, cuando Tesla estaba llevando a cabo un experimento con 3,5 millones de voltios fue alcanzado en un hombro por una descarga. Dejó por escrito las sensaciones que había experimentado, como una profunda alteración del sentido del tiempo, y utilizó aquello para intentar obtener fondos con el fin de financiar la construcción de una máquina del tiempo (algún ejemplo más reciente de lo mismo puede ser el caso del profesor Ronald Mallett). No se conocen más noticias acerca de Tesla y su posible éxito.
Otro caso célebre fue el de John Lucas, un estudiante de matemáticas durante la década de 1980, quien tuvo la brillante idea (pero se quedó tan sólo en eso, una idea) de abrir una cuenta bancaria en la que la gente iría dejando donativos pequeños con la intención de que, gracias a los intereses, en el futuro alguien dispusiese de los fondos requeridos para llevar a cabo la construcción de una máquina del tiempo y se la enviase de vuelta al pasado al mismo Lucas. ¿Cuándo se dio cuenta este avispado muchacho de que su idea no había funcionado? Pues en el mismo momento en que abría la cuenta. En ese justo instante, la máquina debería de haberse materializado ante sus ojos, ya que habría sido enviada desde un futuro arbitrariamente lejano. Aún sigue esperando…
Todavía más sorprendentes (y a más de uno le podrán parecer hasta graciosas o incluso ridiculas) resultan ser las historias de Steven Gibbs y su «resonador hiperdimensional», vendido por internet al precio absolutamente popular de 360 dólares. Eso sí, el simpático de Steven advertía de la posibilidad de que el artefacto no llegase a funcionar o, peor todavía, que el usuario quedase atrapado irremediablemente en el pasado. Tony Bassett y su «bioenergizer» (esto suena a conejo de Duracell), ofrecido asimismo a 500 «pavos», con garantía de devolución del importe, ya que según afirmaba el inventor, no todas las personas reaccionaban del mismo modo ante la máquina. Pretendía que su invento había sido adquirido por prestigiosos científicos de un hospital en Londres, pero que querían permanecer en el anonimato para salvaguardar su imagen. Dejando a un lado el posible tono humorístico, lo que hace sospechar de estos individuos, aparte del precio, es que si alguien consiguiese construir realmente una máquina del tiempo, entonces mantener el secreto sería prácticamente imposible, pues deberían de aparecer sus versiones del futuro por todos lados en el presente. Por supuesto, siempre que no haya ninguna ley física que lo impida.
Resonador hiperdimensional.
Este artefacto un tanto ridículo, permite por un módico precio de 360 dólares, viajar en el tiempo.
Otros casos no resultan tan simpáticos. Por ejemplo, el 2 de noviembre del año 2000 empezaron a surgir en una página de internet mensajes firmados por un tal John Titor, afirmando ser un viajero llegado del año 2036 que había viajado más rápido que la luz. En 2004, otro individuo que se hacía llamar profesor Opmmur afirmaba provenir de 2039, haber encontrado a Titor en 2034 y que éste había fallecido en 2038 a causa de una gripe. Para demostrar que decía la verdad, Titor incluso se permitió el capricho de efectuar predicciones. Entre ellas, me encanta particularmente la que tiene que ver con que el mundo acabaría siendo gobernado por simios, como en el cine; otras auguraban un conflicto bélico civil en el año 2004 en Estados Unidos (lo siento, fallaste, John) y el final de los Juegos Olímpicos para siempre en el mismo año (ya veremos qué sucede en el futuro), la Tercera Guerra Mundial en 2015, una especie de efecto 2000 (pero en 2038) que sufrirían los ordenadores con sistemas operativos UNIX, lo cual indicaba bien a las claras que no nos extinguíamos del todo 23 años antes, y alguna otra que podéis encontrar por el ancho mundo de la Wikipedia.
Allá por el mes de diciembre de 2005 apareció otro viajero despistado afirmando llamarse Ethan Jensen. Al parecer, después de permanecer con nosotros unos meses, decidió llevarse consigo a su amiguete de nuestra época Erik Hanselmann, el cual regresaría poco después, supuestamente procedente del año 2123, para hacerse acompañar por su novia de toda la vida y no volver jamás. No acaba aquí la historia de los viajeros del tiempo ociosos que gustan de visitar nuestra época, pues en agosto de 2007 nuevos turistas temporales se dejaron caer por los foros de internet. En la actualidad, la bola de nieve se ha hecho tan grande que no se sabe muy bien dónde empieza el mito y dónde acaba la realidad. De hecho, el mismísimo Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) organizó, el 7 de mayo de 2007, una convención para supuestos viajeros del tiempo. En la invitación figuraban todos los detalles precisos para que no se perdieran, indicando exactamente las coordenadas de latitud y longitud donde se celebraba el evento. Desgraciadamente, no acudió nadie que afirmara ser un cronoturista. Lástima…
Continuando con el asunto que nos ocupaba, Vadim Chernobrov, del Instituto de Aviación en Moscú, llegó a asegurar que el mismísimo Albert Einstein formaba parte de los experimentos militares de Estados Unidos y que habían conducido accidentalmente al viaje en el tiempo. Creía que Einstein pudo haber destruido la documentación para evitar el uso de la máquina como arma de guerra. ¿No está nada mal la paranoia mental de este señor, eh? Pero, a ver quién es el guapo que le demuestra lo contrario. Menudo guión que se podría escribir. El mismo Chernobrov afirmaba haber tenido éxito en la construcción de una máquina del tiempo. Al parecer, ésta consistiría en un conjunto de esferas de distintos tamaños, incluidas unas dentro de las otras (al estilo de las famosas muñecas matrioskas rusas), fabricadas con electroimanes superconductores que funcionarían a temperaturas extremadamente bajas. La esfera más interna sería el habitáculo del pasajero, pero era tan pequeña que sólo tenía unos pocos centímetros de diámetro. Inicialmente, fue capaz de conseguir viajes de medio segundo en una hora, es decir, 12 segundos al día. Posteriormente, en los años 90 logró duplicar este lapso temporal. Fue en este momento cuando decidió enviar pasajeros vivos (al principio sólo había probado con relojes atómicos) tales como insectos y ratones que, por supuesto, fallecieron (siempre falla algo, como con los ovnis y los extraterrestres)…, y, aunque no hubiera sido así, ¿qué les iba a preguntar a la vuelta? Menos mal que los técnicos del laboratorio tenían pruebas contundentes del éxito del experimento, como náuseas, mareos o ampollas en la piel. Ya sabéis, cuando vuestra chica esté embarazada y se queme en la playa, preguntadle de qué época viene.
Retomando al amigo Chernobrov… En 1996, éste presentó sus resultados en un congreso en San Petersburgo (siempre es mejor en casa que en una revista de prestigio, por si acaso no te entienden o te tienen manía). Estaba convencido de que conseguir mayores diferencias temporales era tan sólo cuestión de energía y de disponer de la tecnología precisa. En cierta ocasión, durante uno de los experimentos logró una diferencia temporal de 12 minutos (y dale con los múltiplos de 12), pero ni él mismo entendía cómo había sido posible, pues nunca más fue capaz de conseguirlo. Finalmente, en 2003, afirmó haber empleado seres humanos como viajeros. Yo fui uno de ellos y ahora mismo os escribo desde el, para vosotros lejano, año 802701. Aquí todo es perfecto: no existen ordenadores con Windows, Apple aún existe y no tiene competencia (yo mismo os escribo desde uno), las series de TV sólo tienen una temporada y el cambio climático es un cuento…