Yo no estuve ahí ni tampoco hice eso.
Bart Simpson
Recuerdo que hace muchos años, cuando era un niño y me portaba bien, mi madre me daba unas pesetas (sí, aquellas monedas antiguas con la cara impresa de aquel señor tan serio) con las que me podía comprar unos sobrecitos de papel de estraza maravillosamente decorados y coloreados en cuyo interior venían pequeñas piezas de plástico que servían para montar una maqueta del submarino Seaview, una nave para viajar por las profundidades marinas dotada de la más moderna tecnología y con unas cristaleras panorámicas situadas en la proa que hacían las delicias de la tripulación mientras mostraban espectaculares paisajes nunca vistos antes por el ser humano. Todo ello formaba parte de la mercadotecnia asociada a una serie de TV producida por el prolífico Irwin Allen, responsable de una buena cantidad de series que ahora algunos recordamos con nostalgia (Tierra de gigantes, Perdidos en el espacio, El túnel del tiempo, etc). Este serial, que se emitió a lo largo de cuatro temporadas en los años 60 bajo el título de Viaje al fondo del mar (Voyage to the bottom of the sea), surgió como una secuela del largometraje homónimo realizado en el año 1961. La trama de éste era de lo más enloquecida que se puede encontrar en el mundo de la ciencia ficción. Debido al inoportuno paso de un cometa por las inmediaciones de la Tierra, los cinturones de radiación de Van Alien se incendian y nuestro planeta comienza a sufrir un calentamiento repentino y feroz (sí, mis queridos lectores, a achicharrarse se ha dicho…). La estrambótica y estrafalaria solución que se le ocurre al iluminado capitán del submarino Seaview (lo último y megamodemo en submarinos atómicos) es lanzar al espacio un ingenio nuclear (y dale con las bombitas para arreglar las cosas…) desde un lugar situado en el círculo polar antártico. ¿A nadie se le podría haber ocurrido una idea algo más original? ¿Qué tienen que ver los cinturones de radiación de Van Alien con un calentamiento global de la Tierra? Y, sobre todo, ¿cómo demonios se pueden inflamar? ¿No os parece que ya es hora de dar una explicación?
Viaje al fondo del mar (1961), producida por Irwin Allen. El submarino Seaview, propiedad del Gobierno de Estados Unidos, investiga fántasticos abismos en la profundidad de los océanos.
Vamos a ver. Los cinturones de radiación de Van Alien o, simplemente, cinturones de Van Alien son nada más y nada menos que una región del espacio donde quedan atrapadas, debido a su interacción con el campo magnético terrestre, las partículas cargadas eléctricamente que provienen tanto de los rayos cósmicos como del viento solar. Reciben su nombre del físico estadounidense James Alfred Van Alien (fallecido en agosto de 2006). Se les llama «cinturones», en plural, porque son dos. El llamado cinturón interior se extiende desde una distancia de unos cuantos cientos de kilómetros sobre la superficie terrestre hasta unos cuantos miles de kilómetros; en él quedan atrapados, fundamentalmente, describiendo órbitas helicoidales protones de altas energías. Éstos son altamente peligrosos tanto para las naves espaciales como para los propios astronautas, debido a su alto poder de penetración, por lo que siempre se suelen evitar. Asimismo, cuando estas partículas cargadas se encuentran en las cercanías de los polos magnéticos de la Tierra, donde el campo magnético tiene una mayor intensidad, interaccionan con las capas altas de nuestra atmósfera y dan lugar a las impresionantes auroras boreales. El denominado cinturón exterior se extiende hasta varias decenas de miles de kilómetros más allá de la superficie de nuestro planeta y en él se pueden encontrar mayoritariamente electrones.
Después de esta aclaración, me imagino que a ninguno de vosotros le quedará la más mínima duda acerca de la absurdidad del guión de la película en cuestión (y pensar que cuando era niño me encantaba toda aquella parafernalia). ¿Cómo se va a incendiar una región del espacio vacío? ¿Cómo se va a sofocar un incendio con una bomba atómica? En fin, ellos sabrán.
Fotograma de El túnel del tiempo, serie televisiva producida también por Irwin Allen en los años 60.
De todas formas, el propósito de este capítulo no es analizar la viabilidad de las premisas en las que se basa el argumento, sino que lo he utilizado simple y llanamente para rellenar unas cuantas líneas y párrafos más y que el capítulo no quede tan cortito. En lo que me gustaría centrarme es en otra cuestión un poco (sólo un poco) más sutil. Veréis. En un determinado instante de la acción, nuestro infatigable submarino tiene que sumergirse a toda velocidad debido al ataque furibundo de nada menos que ¡pedazos de iceberg! Y eso no es todo. Ahora viene lo mejor, algo que suele ocurrir cuando los guionistas nos deleitan con datos numéricos para hacer más real la escena, aunque casi siempre patinen sin remedio. Pues bien, mientras observa por las maravillosas cristaleras del Seaview cómo caen los trozos de hielo, uno de los tripulantes va pregonando en voz alta la profundidad a la que se encuentran: «400 pies, 450, 500, 600 pies…». ¡Ya está liada! Ahora ya no hay vuelta atrás. Es el turno de la física.
La cuestión que se plantea aquí es la siguiente: ¿hasta qué profundidad puede llegar un objeto que dejamos caer por encima de la superficie del agua? Y la respuesta no es complicada, aunque para ello haya de realizarse un cálculo no del todo elemental. Intentaré explicarlo de la forma más sencilla posible. Para no complicar innecesariamente el asunto, voy a suponer que el objeto que se deja caer es de forma esférica, aunque las conclusiones que se obtienen son del todo aplicables para otras formas geométricas diferentes. Un cuerpo esférico que se precipita desde una cierta altura en el aire (no tengo en cuenta el rozamiento con este medio) y llega a la superficie del agua se encuentra con tres fuerzas distintas: su propio peso que le empuja hacia abajo, el empuje de Arquímedes y el rozamiento viscoso con el agua; y éstas dos últimas fuerzas actúan oponiéndose al hundimiento del objeto, pues tienen direcciones verticales dirigidas hacia arriba. La primera de estas fuerzas, el peso, depende de la densidad del objeto que se trate; la segunda, de la densidad del agua; y la tercera es función tanto de la densidad del agua como de la velocidad con la que se desplaza la esfera en el seno de la misma. Aplicando la segunda ley de Newton, y con ayuda del cálculo integral, se encuentra que la profundidad de descenso depende en forma logarítmica de la altura desde la que se deja caer el cuerpo en el aire y de la diferencia entre las densidades del cuerpo y el agua. Y ésta es la clave del asunto. Nuestro objeto en cuestión es un iceberg, cuya densidad es sólo ligeramente inferior a la del agua (un 8 %, aproximadamente). Según esto, hacer que el hielo se hunda a una gran profundidad es tarea para un superhéroe. Para verlo más claro, os daré unas cifras. Si dejamos caer desde 10 metros de altura un bloque esférico de hielo de 2 metros de radio, la profundidad a la que llegaría al sumergirse sería de tan sólo unos 18 metros. Para alcanzar los 600 pies, que son unos 200 metros en números redondos (como se afirma en la película), el bloque debería precipitarse desde una altura de unos cien mil millones de kilómetros. ¡Prácticamente 20 veces la distancia de la Tierra a Neptuno!