Dadme un punto de apoyo y moveré la Tierra.
Arquímedes
Nuestro planeta se encuentra de nuevo en peligro, al borde de un cataclismo global. Decenas de personas mueren sin aparente explicación y de forma repentina. El doctor en geofísica, Josh Keyes, apenas en un parpadeo, se da cuenta de que todas ellas tenían en común el llevar implantado un marcapasos. Las palomas vuelan desorientadas y se dan de mamporros contra los automóviles en Trafalgar Square. Tremebundas tormentas eléctricas caen por doquier, mostrando un desaforado apetito preferencial por los grandes monumentos de interés histórico. Un instante después, el mismo doctor Keyes deduce que el núcleo terrestre se ha detenido y está causando toda una serie de anomalías magnéticas que provocan y provocarán enormes desastres que conducirán, finalmente, a la desaparición de la vida sobre nuestro planeta. La solución para evitarlo es tan simple como original: viajar hasta el centro de la Tierra y detonar cinco artefactos de 200 megatones cada uno para reactivar el movimiento rotatorio del núcleo. Éste es, muy sucintamente, el argumento de la película estrenada en 2003 y dirigida por Jon Amiel, El núcleo (The Core). Si consultáis la página web de Insultingly Stupid Movie Physics (se puede traducir, más o menos libremente, por «la física insultantemente estúpida en las películas») podréis comprobar que le dedican un apartado especial donde la califican como «la peor película jamás rodada». Allí se analizan una serie de fallos, de inconsistencias del guión, de conceptos físicos erróneos, etc. He descubierto, asimismo, que en el blog de Alf, Malaciencia (véanse las referencias, al final del libro), se analizan y discuten algunos de esos mismos errores y otros muchos. Por ejemplo, citaré que resulta del todo imposible que la desaparición del campo magnético de la Tierra provoque que la radiación de microondas procedente del Sol nos vaya a carbonizar o producir grandes quemaduras. Sí que es cierto que si el núcleo de nuestro planeta dejase de girar, el campo magnético terrestre desaparecería, pero el hecho de que este campo magnético esté o no presente no afecta en absoluto a una radiación electromagnética como son las microondas. Un experimento muy sencillo que podéis llevar a cabo para corroborar este hecho puede consistir en intentar desviar un haz de luz procedente de una linterna o una bombilla utilizando un imán para ello. Vuestro chasco será histórico, os lo puedo asegurar. Es más, la cantidad de radiación que recibimos en forma de microondas procedente del Sol es muy pequeña en comparación con la que nos llega en forma visible, por ejemplo. La ley de Wien permite determinar que nuestra estrella favorita emite energía electromagnética como si fuera un cuerpo negro que se encontrase a una temperatura cercana a los 6.000 °C y, en consecuencia, la longitud de onda a la que se produce la máxima emisión de energía radiante cae alrededor de los 475 nanómetros, correspondiente a un tono de color verde (nosotros vemos el Sol de color amarillo debido a los efectos de dispersión de la atmósfera terrestre).
El núcleo, dirigida por Jon Amiel en 2003. Esta película, llena de inconsistentes conceptos físicos, versa sobre un viaje al centro de la Tierra para conseguir reactivar el movimiento rotatorio del núcleo.
Aunque la película constituye un impresionante compendio de conceptos científicos incorrectos y podría llevarme unas cuantas páginas comentarlos todos, creo que es más recomendable aconsejaros que los leáis en el blog de Alf que mencionaba un poco más arriba. Allí encontraréis la discusión sobre el inobtenio (unobtanium) con el que está fabricada la nave Virgilio, que llevará a los terranautas en su viaje desesperado al núcleo de la Tierra, o la imposibilidad absoluta de comunicación por radio desde el interior de la nave con el puesto de mando exterior, ubicado en la superficie del planeta. Lo que no se comenta en Malaciencia es que, en el caso de que decidiesen comunicarse de una forma un poco más plausible, es decir, mediante ondas acústicas, habría que tener en cuenta el retraso en la propagación de las mismas. Esto es debido a que el sonido viaja a una velocidad finita en los medios materiales. Si el núcleo terrestre está constituido por hierro y níquel y la velocidad de propagación del sonido en el hierro es, aproximadamente, de unos 5 km/s, no hay que ser un doctor Zimsky para caer en la cuenta de que nuestra voz tardaría aproximadamente 10 minutos en llegar a la superficie y luego deberíamos aguardar otros 10 minutos hasta recibir la respuesta. Demasiado tiempo para un desarrollo ágil del guión y para el mantenimiento de la atmósfera de tensión requerida. También podéis leer en Malaciencia que la destrucción del puente Golden Gate que se muestra en la película debería suceder justamente al contrario; si se corta el cable que sujeta las torres, éstas deberían doblarse hacia fuera, hacia donde están tirando los otros cables.
Como la página de Insultingly Stupid Movie Physics está escrita en inglés y puede que alguno de vosotros no conozca los secretos de la lengua de Shakespeare, os comentaré unas pocas cosas de las que allí se dicen (no todas, que sería un tanto demasiado largo) sobre determinadas escenas de la película. Una de ellas tiene que ver con la geoda gigante que se encuentran nuestros héroes durante su periplo por el mundo interior. Quizá convenga decir algo acerca de la presión que deberíamos soportar si nos adentrásemos en las secretas intimidades profundas del planeta que habitamos. Se estima que la presión en el centro de nuestro mundo debe ascender a unos 300.000 millones de pascales, o sea, una magnitud 3 millones de veces superior a la que soportamos a nivel del mar. Pues bien, para que la geoda hallada por los intrépidos terranautas no colapse de la misma manera que lo haría un globo hinchado si lo aplastásemos, el aire (o cualquier otro gas) que se encuentra en su interior debe ejercer una presión sobre las paredes de aquélla que tiene que ser forzosamente mayor a la existente en el exterior de la misma. Y aquí radica precisamente el problema, ya que un gas sometido a semejante presión difícilmente se mantendrá (valga la redundancia) en estado gaseoso, sino que más bien debería tener la consistencia de un líquido. ¿Cómo pueden, entonces, los protagonistas bajarse de la Virgilio y pasear como si estuvieran sobre la superficie de la Tierra? ¿Cómo es posible que sus trajes, diseñados para resistir temperaturas de 5.000 °C, no se fundan a temperaturas por encima de los 9.000 °C? ¿Tienen un margen de fiabilidad de 4.000 °C? Y lo mejor llega ahora. Encuentran diamantes gigantes en el interior de la geoda. Un cristal atasca la nave y para liberarla no se les ocurre otra cosa que utilizar el oxígeno de un tanque de respiración. ¿Qué pasaría si un niño que viese la película intentase algo parecido en su casa o en el laboratorio de química del colegio? Para liberar oxígeno de una botella en un ambiente donde la presión es de cientos de miles de atmósferas y la temperatura de miles de grados, hay que ser más osado y temerario que El Coyote usando artilugios marca ACME.
A pesar de todos los análisis anteriores, en ninguno de los dos sitios de internet anteriores se hace alusión a lo que yo considero el meollo del asunto, es decir, a la forma en la que nuestros científicos, militares y políticos, todos juntitos, han decidido salvar la vida en el planeta. Como ya os he comentado anteriormente, la solución es de lo más original en las películas de ciencia ficción, y no consiste en otra cosa que hacer detonar cinco cabezas nucleares con un poder total de 1.000 megatones. Bien, supongo que casi todos conoceréis (véase el Capítulo 14) que el interior de la Tierra está formado, básicamente, por tres capas bien diferenciadas: la corteza, el manto y el núcleo. Este último suele considerarse dividido en un núcleo externo, de unos 3.500 km de radio, y consistente en una mezcla fluida en estado líquido de hierro y níquel. Por debajo del mismo se encuentra un núcleo interno con 1.200 km de radio y en estado sólido. Aunque el asunto no está aún demasiado bien comprendido, el núcleo terrestre parece girar con una velocidad de rotación que es prácticamente igual a la velocidad de rotación de la Tierra. Es este movimiento el que parece ser responsable del campo magnético que presenta nuestro planeta. En fin, voy al grano. Imaginaos que estáis en un parque de atracciones y que deseáis (cual supervillanos de cómic) fastidiar a los niños que se encuentran subidos en el tiovivo, deteniéndolo. Pero queréis hacerlo a lo bruto, sin desconectar la fuente de alimentación del carrusel, con vuestras propias manos. ¿Cómo debéis proceder? Ante todo, la fuerza que tenéis que aplicar debe ser tangencial, es decir, ha de llevar una dirección perpendicular al radio del tiovivo. Lo siento, pero esa es la forma de detener un movimiento rotatorio. No hay forma de hacerlo, por ejemplo, atando una cuerda y tirando hacia afuera según un diámetro; solamente puede conseguirse si atáis la cuerda a la periferia del tiovivo y tiráis en el sentido opuesto al giro. En segundo lugar, y no menos importante, está la cuestión de la energía que hay que gastar para llevar a cabo la faena. Es necesario poner en juego tanta energía como la que tiene el cuerpo que se desea detener. En este caso, dicha energía se llama energía cinética de rotación y tiene un valor que depende de la densidad del cuerpo y de sus dimensiones geométricas a través de una cantidad denominada momento de inercia y, además, también de la velocidad con la que gire el objeto. Apliquemos esto mismo a la película y supongamos que los niños somos todos los habitantes de la Tierra y el tiovivo no es otra cosa que el núcleo externo terrestre. Debo confesar, aunque me duela en lo más profundo de mi orgullo, que no se me ocurre cómo poder hacer para que la onda expansiva de las detonaciones aplique la fuerza necesaria y en la dirección correcta como para ser capaz de anular la rotación. Pero, en fin, confiaré ciegamente en la capacidad intelectual de los científicos sabihondos que aparecen en la pantalla. Sin embargo, la segunda pega no es tan fácil de evitar. Como se conocen las dimensiones del núcleo terrestre, su densidad y la velocidad con la que está rotando, resulta elemental obtener la energía necesaria para detenerlo. Y esta resulta ser de unos 5 billones de megatones. Moraleja: los guionistas se han quedado cortos, ya que harían falta unas 5.000 millones de bombas más. Y es que la Tierra es, en realidad, un planeta mucho más grande que una casa y, por desgracia, no hay sólo uno sino muchos, quizá demasiados faroleros. Preguntadle si no al Principito…