La teoría es asesinada, tarde o temprano, por la experiencia.
Albert Einstein
Uno de los sueños del ser humano ha sido, desde siempre, la capacidad para ver sin ser visto, es decir, la invisibilidad. Cerrad los ojos por un momento y pensad en lo que haríais si fueseis completamente invisibles. Estoy seguro de que a más de uno se le pasaría por la mente alguna idea no demasiado «honrada»; en cambio, otros utilizarían el don para conseguir fines altruistas. De todos modos, no os preocupéis demasiado por el asunto, pues la ciencia actual aún se encuentra demasiado lejos de conseguir un hombre invisible, al menos tal y como se refleja en el cine y en la literatura de ciencia ficción.
Probablemente el primer hombre invisible de la historia haya sido el doctor Griffin, personaje creado por el prolífico H. G. Wells allá por el año 1896. Desde entonces, se ha llevado al cine el personaje en multitud de ocasiones. Podemos citar el clásico de James Whale El hombre invisible (The Invisible Man, 1933), al que seguirían una larga serie de secuelas, unas mejor que otras, pero que nunca dejaron la huella de la primera. Más recientemente, el personaje ha vuelto a ser revisado por Paul Verhoeven en su película El hombre sin sombra (The Hollow Man, 2000) y hasta el mismísimo agente 007 utiliza un coche invisible en su película Muere otro día (Die Another Day, 2002). En el mundo del cómic, también ha hecho acto de presencia nuestro querido amigo invisible. Así, podemos encontrar a la mujer invisible de Los Cuatro Fantásticos (Fantastic 4, 2005) o su versión infantil, Los increíbles (The Incredibles, 2004) y también en La liga de los hombres extraordinarios (The League of Extraordinary Gentlemen, 2003). Pero, una vez más, vayamos al fundamento científico de la invisibilidad. ¿De qué manera puede volverse invisible un objeto?
El hombre invisible. Fotograma de la película dirigida por James Whale en 1933, cuyo protagonista tiene el don de la invisibilidad.
Para responder esta cuestión es preciso conocer un poco el comportamiento de la luz, pues es ella, con su presencia o ausencia, la responsable de que seamos capaces de ver o de no ver el mundo que nos rodea. Cuando la luz, que es una onda electromagnética, llega a la superficie de separación entre dos medios materiales diferentes, experimenta principalmente dos fenómenos denominados reflexión y refracción. El primero de ellos tiene lugar cuando parte de la luz que incide en el cuerpo sale rebotada hacia el medio del que provenía originalmente; el segundo ocurre cuando el resto de la luz se transmite al interior del segundo medio. Si la luz reflejada por el segundo medio llega a nuestros ojos, lo que hacemos es «ver el objeto» del que proviene la luz. Ahora bien, para que estos dos fenómenos de la reflexión y la refracción ocurran, los medios materiales deben estar caracterizados por índices de refracción diferentes (el índice de refracción es un parámetro característico de cada material y se define como el cociente entre la velocidad de la luz en el vacío y en el propio medio). El índice de refracción es una cantidad siempre mayor que la unidad, ya que la luz siempre se propaga con mayor velocidad en el vacío que en cualquier otra sustancia. Pues bien, lo que hay que conseguir es que el objeto que deseamos hacer invisible no refleje ni refracte la luz que le llega y esto se puede conseguir provocando que su índice de refracción sea idéntico al del medio que le rodea. Lo anterior puede comprobarse con un sencillo experimento que podéis hacer en casa. Coged un vaso lleno de agua e introducid en él un trozo de vidrio incoloro. Como los índices de refracción del agua y el del vidrio son muy parecidos, os parecerá que el vidrio desaparece de vuestra vista, haciéndose literalmente invisible. Sin embargo, hacer lo mismo con un cuerpo cualquiera o, más aún, con un ser humano, parece estar más allá de nuestro alcance científico actual. ¿Cómo hacer que todos los órganos de un mismo cuerpo se comporten de la misma manera desde un punto de vista óptico? ¿Cómo se puede conseguir que la sangre, el estómago, el hígado, el pelo, la piel, tengan todos un índice de refracción igual al del aire, si todos ellos son materiales con diferentes propiedades ópticas? Es más, a fuerza de ser riguroso, el índice de refracción de un medio depende de la longitud de onda de la luz que incide sobre el mismo (la longitud de onda es el parámetro físico que da cuenta del color de la luz); esto significa que el color azul se desvía respecto de su dirección original de forma diferente a como lo hace el color rojo. En la novela de Wells, el protagonista conseguía su objetivo con ayuda de una fórmula química secreta, algo que hoy en día nos resulta de una inocencia casi cómica. En la película de Verhoeven, la invisibilidad también se alcanza gracias a un suero maravilloso de un color amarillo fosforescente que recuerda al líquido reanimador de cadáveres de Re-Animator (Re-Animator, 1985), la simpática película basada en un relato breve de H. P. Lovecraft titulado «Herbert West, reanimador». Pero estoy empezando a irme por las ramas. Volvamos a lo nuestro. Ignoremos por un momento las dificultades extremas para conseguir que la luz no se refleje ni se refracte y supongamos que lo hemos hecho posible. Ahora, todo nuestro cuerpo presenta un índice de refracción constante e igual al del aire (si queremos ser invisibles en el agua o en cualquier otro medio, deberemos tomar la pócima del frasco correspondiente; leed atentamente las etiquetas). Pero esto incluye a nuestros ojos, los órganos con los que somos capaces de ver. La luz, cuando llega al ojo humano, se refracta en la córnea y en el cristalino, convergiendo sobre la retina, donde se forma la imagen y ésta se transmite mediante el nervio óptico hasta el cerebro. Ahora bien, si la córnea y el cristalino tienen el mismo índice de refracción que el aire, la luz que llega a ellos no podrá refractarse y la imagen no se formará sobre la retina, con lo cual nunca podrá transmitirse hasta el cerebro y, por tanto, éste nunca será capaz de interpretarla. En dos palabras: seremos ciegos.
No sé si después de leer las líneas anteriores estaréis demasiado decepcionados como para continuar. Aunque el precio de la invisibilidad completa es alto, siempre hay algún resquicio para la esperanza. Así, investigadores de la universidad de Pennsylvania han desarrollado un recubrimiento que puede hacer prácticamente invisibles los objetos. Este recubrimiento tiene la propiedad de transportar unas ondas llamadas plasmones, las cuales son capaces de canalizar la luz incidente sobre el objeto y volver a reemitirla posteriormente, de forma que todo sucede como si la luz hubiese atravesado el objeto y los cuerpos que estuviesen situados detrás del mismo aparecen frente a él, haciéndole parecer transparente o, lo que es lo mismo, invisible a todos los efectos. Sin embargo, hay una pega. La longitud de onda utilizada debe ser de un tamaño similar al objeto que queremos hacer invisible. Debido a la pequeña longitud de onda de la luz visible, los objetos impregnados con el don de la invisibilidad han de ser extraordinariamente pequeños. ¿A quién le amarga un nanorobot invisible? Más recientemente, se han empleado unos materiales ópticos especialmente diseñados denominados «metamateriales», entre cuyas ventajas se encuentra la capacidad para desviar la radiación electromagnética (como la luz, por ejemplo) y hacer que los objetos parezcan invisibles. Según afirman sus inventores, un grupo del departamento de física del laboratorio Blackett, en Londres, junto con otros de la universidad de Duke, en Durham, se puede conseguir ocultar objetos de tamaños mucho mayores que la longitud de onda empleada, subsanando de esta forma las dificultades de los trabajos previos. Otra forma no menos espectacular de conseguir la invisibilidad es mediante un truco. El grupo de trabajo dirigido por el profesor Susumu Tachi, del laboratorio Tachi, en la universidad de Tokio, ha implementado un dispositivo consistente en una cámara instalada en la espalda que graba la imagen que tenemos detrás de nosotros. Mediante un sistema electrónico, la imagen captada se lleva a un proyector instalado en el pecho, donde es proyectada. De esta manera, lo que tenemos detrás aparece delante y damos la sensación de ser transparentes. Algo es algo. Se piensa que una técnica como ésta podría tener aplicaciones muy importantes, por ejemplo, en cirujía, ya que el médico podría ver el interior del cuerpo humano del paciente a través de sus manos. Igualmente, en el terreno militar, permitiría a los pilotos de los aviones de combate ver a través del fuselaje, al estilo de lo que observa Ellie Arroway mientras viaja hasta la estrella Vega a bordo de una nave «agujero de gusano» en la película Contact (Contact, 1997).
Depredador, dirigida por John McTiernan en 1987. La criatura alienígena de esta película goza de la capacidad de volverse invisible. Para localizarla, es preciso utilizar un sistema de visión térmico o infrarrojo.
Una última cosa. Todas las afirmaciones y comentarios anteriores se refieren a la denominada luz visible, pero ésta solamente constituye una parte muy pequeña del espectro electromagnético, es decir, del rango de todas las longitudes de onda que puede tener una onda electromagnética como es la luz. Así, podemos encontrar los rayos gamma, los rayos X, los rayos ultravioleta o los rayos infrarrojos, las ondas de radio, etc. Todos ellos forman parte del espectro electromagnético, aunque nuestros ojos no sean sensibles a esas longitudes de onda. No todos los cuerpos dejan pasar radiación de todas las longitudes de onda, lo cual significa que podríamos tener un cuerpo invisible en el ultravioleta pero no necesariamente en el infrarrojo. Y ahora que digo esto se me viene a la cabeza la película Depredador (Predator, 1987), donde la criatura alienígena (que, por cierto, tiene la capacidad de volverse invisible a voluntad) persigue por la jungla a uno de nuestros héroes favoritos, Dutch Schaefer (Arnold Schwarzenegger), utilizando para localizarle un sistema de visión térmico o infrarrojo. Sin embargo, éste deja de ser efectivo cuando la acosada presa (dotada de una cierta inteligencia) decide embadurnar su generosa anatomía con lodo bien fresquito, lo que le provoca una sensible disminución de la temperatura. Según la denominada ley de Wien, cualquier objeto, por el simple hecho de encontrarse a una determinada temperatura, emite radiación electromagnética de una cierta longitud de onda que varía justamente en relación inversa con aquélla. Esto tiene como consecuencia que el cuerpo humano (o el de los animales) emita radiación, preferentemente, en el rango infrarrojo, es decir, que el calor que irradia nuestro cuerpo es prácticamente radiación infrarroja. Y esto es un problema añadido si quisiéramos ser invisibles porque, aunque apareciésemos transparentes en el rango visible del espectro, siempre nos podrían detectar con un visor térmico de radiación infrarroja, como de hecho se hace en la película de Verhoeven.