Lo importante es no cesar de hacerse preguntas.
Albert Einstein
Una vez descartadas las opciones tanto de atrapar las antipartículas procedentes de las ardorosas llamas solares como de darse un garbeo por las cercanías del centro galáctico, donde quizá la proximidad de un agujero negro podría abastecernos del anticombustible necesario para nuestro periplo interestelar, no nos queda otra opción que generarlo por nuestros propios medios y, como os decía anteriormente, eso tiene que hacerse necesariamente en las grandes instalaciones como el CERN o el Fermilab. Por descontado, olvido citar adrede una tercera posibilidad, a saber, el abastecimiento a partir de un hipotético universo de antimateria, como puede ser el mundo de Qward, donde fue desterrado uno de los supervillanos más célebres del universo DC, Siniestro, enemigo mortal de los llamados Linterna Verde[2]. Incluso se nos podría ocurrir una hipotética posibilidad referente a la obtención de positrones mediante aprovechamiento de la desintegración de los isótopos del carbono (C11) o del flúor (F18). Sin embargo, tampoco parece demasiado afortunada, ya que, en primer lugar, es necesario producir estos isótopos (no se encuentran de forma natural) y, en segundo lugar, la cantidad de antipartículas de la que podríamos disponer sería ridiculamente pequeña (de ahí que únicamente se utilicen en aplicaciones con fines médicos, como puede ser la técnica de tomografía por emisión de positrones).
Linterna Verde. Así son llamados algunos superhéroes de DC Comics, creados por Martin Nodell y Bill Finger en el año 1940.
Siguiendo con el asunto que me ocupa, ya os había comentado que son varios obstáculos los que se tienen que superar si se pretende diseñar una nave útil y práctica. Si no menciono de momento la cuestión que tiene que ver con la generación de antipartículas, que trataré a continuación, y me centro únicamente en el asunto del confinamiento, tendré que decir que éste tampoco resulta sencillo, ya que las trampas de Penning tienen dos serios inconvenientes: su enorme tamaño y su peso. Para que os hagáis una idea, una de estas trampas, la Mark I, que se encuentra en la universidad estadounidense de Penn State posee un peso aproximado de 100 kilogramos y es capaz de almacenar unos 10.000 millones de antiprotones por un tiempo no superior a una semana. Muy cortito se nos iba a hacer el viaje, pues al cabo de ese tiempo, nuestro maravilloso anticombustible se autodestruiría, obsequiándonos con una vivificante ducha de fotones de radiación gamma deliciosamente penetrantes y altamente cancerígenos (siempre que no reaccionásemos de alguna fosforescente forma, como Bruce «Hulk» Banner). Actualmente, se trabaja con denuedo para intentar conseguir reducir el volumen de las trampas de Penning, así como para prolongar el plazo de confinamiento. Tened fe, queridos y apasionados lectores. Esta batalla la ganaremos.
El segundo obstáculo, desafortunadamente, es mucho más difícil de superar. Con toda la tristeza de mi apesadumbrado corazón, tengo que deciros que producir antimateria en los grandes aceleradores, aunque no resulta excesivamente complicado con nuestro nivel tecnológico actual, resulta ser un mal negocio, pues la rentabilidad del proceso es bajísima. Con esto quiero decir que la energía que se gasta para producirla no es muy inferior a la que se podría obtener de ella. Y, como cuando las cosas pueden ir a peor, efectivamente lo hacen, aquí va otro contratiempo de lo peorcito. Hoy en día, la producción de antiprotones en el CERN no supera los 10 millones por segundo. Estaréis tentados, a buen seguro, de afirmar que esta cantidad es impresionante. Sin embargo, si os detenéis por un instante a reflexionar y hacéis unas cuentas, enseguida llegaréis a la conclusión de que la producción anual de antiprotones ronda, aproximadamente, el medio nanogramo. Si aun así no os queda claro, lo diré de otra manera: para llegar a disponer de un triste gramo de antimateria necesitaríamos 2.000 millones de años, y para fabricar tan sólo 7 gramos de antiprotones, la edad del universo. Más aún, la energía que podríamos sacar de ese medio nanogramo anual daría únicamente para mantener encendida una bombilla de 100 watts durante 7 minutos y medio. Como suele decirse, «apaga y vámonos…». ¡Menudo chasco!
Parece, entonces, que todos nuestros intentos, una vez más, serán baldíos. ¿Cómo superar los inconvenientes anteriores? ¿Hay esperanzas para un futuro no demasiado lejano o debemos desistir? Afortunadamente, el espíritu humano persevera y no son pocas las ideas y los diseños que se han propuesto y se propondrán en los años venideros. Tal y como cuenta Paul Gilster en su estupendo libro Centauri Dreams, un equipo de científicos de la universidad de Penn State (una de las instituciones punteras en este campo, de ahí que aparezca continuamente en los trabajos sobre antimateria) formado por Gerald A. Smith, Steven D. Howe, Raymond A. Lewis y Kirby Meyer ha participado en el diseño de la AIMStar (Nave Estelar propulsada por Microfusión Iniciada por Antimateria). Como su propio nombre indica, no se trata de una nave propulsada por antimateria propiamente dicha, sino que ésta solamente induce una reacción de fusión nuclear, que es la que realmente propulsa el ingenio espacial, con lo cual se requieren cantidades muy pequeñas de antipartículas. El objetivo de la AIMStar consistiría en enviar una sonda de unos 100 kilogramos hasta la nube de Oort, una región en los confines de nuestro sistema solar (la distancia estimada es de unas 10.000 UA), donde al parecer se forman los cometas que nos visitan de cuando en cuando. Con una cantidad de antimateria de unas pocas decenas de miligramos (recordad que aún estamos muy lejos de este logro), la AIMStar podría ser capaz de expulsar por las toberas el propelente a una velocidad aproximada equivalente a la tercera parte de la velocidad de la luz. Con ello, la nave se desplazaría a una velocidad de crucero de algo menos de 1.000 km/s, alcanzando su destino en 50 años. Vamos mejorando…
Asimismo, existen otros diseños que podrían ser utilizados como paso previo a sistemas como la AIMStar. Entre ellos, destaca el ICAN-II, que haría uso de unos 200.000 perdigones compuestos por uranio e hidrógeno líquido, de 170 gramos cada uno. Empleando antiprotones para provocar una reacción nuclear, sería posible detonar los perdigones a un ritmo aproximado de uno cada segundo, lo cual haría posible que la nave pudiese tener un peso de hasta 800 toneladas y transportar una enorme cantidad de instrumental científico, además de una numerosa tripulación.
ICAN II. Esquema que muestra el funcionamiento de los propulsores de esta nave estelar.
No quiero finalizar este capítulo sin dejaros un resquicio para vuestra esperanza de conquista del universo. Las andanzas de la raza humana por el sendero de la antimateria no han hecho más que comenzar. Tened en cuenta que la primera vez que se produjeron antiátomos en el CERN (de antihidrógeno, para ser precisos) fue en 1996. Y que en 2007, once años después, se consiguió fabricar una molécula (el dipositronio) formada por materia y antimateria, simultáneamente. Quién sabe si, en un futuro, estas moléculas nos podrían proporcionar un combustible bueno, bonito y barato. Como afirma el profesor Lawrence M. Krauss en su libro Beyond Star Trek, quizá la idea de los ingenieros diseñadores de la Enterprise de utilizar antimateria para alcanzar las «velocidades warp» en forma de antiátomos de deuterio (eléctricamente neutros) en lugar de antipartículas cargadas eléctricamente (como antiprotones, por ejemplo) no resulte demasiado descabellada, ya que parece la forma más adecuada e inteligente de almacenar grandes cantidades, en caso de que fuesen precisas. De no ser así, es casi seguro que el exceso de cargas eléctricas generaría una fuerza de repulsión insostenible entre las mismas. Para demostrar esta afirmación, el doctor Krauss ha estimado que si la Tierra contuviese un solo electrón en exceso por cada 5.000 millones de toneladas de materia, la fuerza eléctrica de repulsión sobre ese electrón situado sobre la superficie terrestre equilibraría justamente la fuerza gravitatoria. Una proporción ligeramente mayor haría, nada menos, que se desintegrase nuestro planeta. ¿No sentís una escalofriante sensación de vacío ante semejante casualidad? ¿Por qué la razón entre electrones y materia es la que es y no otra? ¿No será todo ello una prueba de la existencia de una Inteligencia sobrenatural que ha puesto esa proporción tan precisa en nuestro miserable universo de materia? Quién sabe…