La realidad tiene límites; la estupidez no.
Napoleón Bonaparte
Si alguna vez nos preguntasen cuál es la imagen que asociamos con la ciencia ficción, puede que una gran parte contestásemos que la silueta de un platillo volante surcando el cielo o las profundidades del espacio interestelar. Incluso fuera del mundo del celuloide o de la literatura sobre el tema, existen miles de personas que juran y perjuran, sin ningún género de duda, haber visto y/o subido a bordo de estas naves de supuesto origen extraterrestre. En la mayoría de los avistamientos, los testigos afirman que los platillos volantes cambian el sentido de su movimiento de forma repentina y a unas velocidades muy superiores a las de un avión. También suelen coincidir en señalar la total ausencia de ruido de su sistema de propulsión.
La expresión «platillo volante» nació el 24 de junio de 1947, cuando el piloto estadounidense Kenneth Arnold afirmó haber avistado nueve objetos volantes mientras sobrevolaba el monte Rainier, en el estado norteamericano de Washington. Arnold afirmó que se encontraban a unos 3.000 metros de altura y se desplazaban a la increíble velocidad de 2.000 kilómetros por hora. La paranoia que surgió aquella tarde de verano aún se deja sentir en nuestros días, 60 años después.
En los años cincuenta del siglo xx, durante la guerra fría, se asociaron los platillos volantes con vehículos procedentes del espacio exterior tripulados por seres de otros planetas. Y, claro, el cine no se pudo resistir a la tentación de aprovechar la ocasión. Ya figuran entre los clásicos de las ensaladeras voladoras películas como Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 1951), Regreso a la Tierra (This Island Earth, 1955), La Tierra contra los platillos volantes (Earth vs. the Flying Saucers, 1956), Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, 1977) o E.T., el extraterrestre (E.T., the Extraterrestrial, 1982). ¿De dónde vienen? ¿Qué quieren? ¿Son pacíficos o belicosos? Éstas y otras preguntas similares aparecen continuamente en la prensa cuando se hace eco de algún «contacto» o más comúnmente «encuentro». Los encuentros suelen agruparse en tres categorías diferenciadas, aunque existen otras clasificaciones. Los llamados encuentros en la «primera fase» se dan cuando hay un avistamiento del ovni (objeto volador no identificado); los encuentros en la «segunda fase» son aquellos de los que existen evidencias reales, como pueden ser huellas, fotografías, películas, etc.; por último, los encuentros en la «tercera fase» se dan cuando hay un contacto directo con los alienígenas. Como parece ser que no existen demasiadas evidencias de los dos últimos, voy a detenerme un poco en los encuentros en la primera fase. Una gran parte de los testigos de avistamientos de ovnis suele coincidir en que los platillos volantes no emiten prácticamente sonido alguno cuando se desplazan a grandes velocidades (una escena que muestra este hecho se puede encontrar en los primeros minutos de Ultimátum a la Tierra). Bien, tengo que decir que por muy extraterrestres o extragalácticos que sean estos seres, así como las misteriosas naves que tripulan, cuando un objeto se desplaza en el aire a una velocidad superior a la del sonido (más o menos, unos 1.200 km/h) se debe producir lo que se denomina un «boom sónico», algo parecido a una tremenda explosión que se genera debido precisamente a que dicho objeto volador se desplaza más rápido que el sonido que él mismo genera.
Avión supersónico superando la barrera del sonido. El aire que fluye alrededor de la superficie del avión cambia y se convierte en fluido compresible.
Otro fenómeno curioso que se puede contemplar en las películas con platillos volantes consiste en que éstos, en muchas ocasiones, parecen rotar alrededor de un eje perpendicular al plano del disco de la nave —la secuencia de los títulos de crédito iniciales de Mars Attacks (Mars Attacks!, 1996) ilustra esto a la perfección—. Una vez que las naves aterrizan, los alienígenas salen en posición erguida paralela al eje de rotación anteriormente aludido. Y esto es lo extraño, ya que la fuerza centrífuga debería hacerles estar literalmente pegados a las paredes laterales de la nave mientras ésta viaja por el espacio sideral. Un tratamiento más correcto de este fenómeno se puede observar en la película 2001, una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), concretamente en la famosa escena en la que uno de los tripulantes de la inmensa nave de forma toroidal hace footing por el interior de la misma aprovechando la pseudogravedad generada por la rotación.
Centrifugadora donde se entrenan los pilotos, sometidos a tuerzas de hasta 8 g’s (8 veces la fuerza de gravedad).
Finalmente, y quizá lo más importante, es el asunto de la aceleración. Los testigos de los encuentros en la primera fase suelen afirmar que los platillos volantes describen cambios repentinos de dirección a velocidades vertiginosas. Hacer esto requiere unas aceleraciones tremendas que vamos a comentar a continuación. Pongamos el ejemplo de un coche de Fórmula 1. Si éste parte del reposo y acelera de 0 a 100 km/h en algo menos de tres segundos, la aceleración media que experimenta el piloto es de aproximadamente 10 metros por segundo cada segundo. Esto equivale a una aceleración idéntica a la de la gravedad en la superficie de nuestro planeta, es decir, la aceleración con la que se precipita un cuerpo que dejemos caer libremente cerca de la superficie terrestre. Comúnmente, a esta aceleración se la denomina g. Así, 20 metros por segundo cada segundo suele decirse 2 g’s; 30 metros por segundo cada segundo 3 g’s, y así sucesivamente. Pero dejemos que nuestro automóvil de Fórmula 1 describa una curva de 100 metros de radio a 250 km/h. La aceleración que siente el piloto, en este caso, es de 5 g’s. Es como si el cuerpo del piloto pesase 5 veces más de lo normal. De ahí que los pilotos coloquen en sus habitáculos un apoyacabezas para estar más cómodos al describir curvas cerradas y que, por ello, necesiten ejercitar mucho los músculos del cuello, que son los que más sufren (tened en cuenta que una cabeza humana ronda los 8 kilogramos de peso). Pero sigamos con las cifras. Si un vehículo que se desplaza a 65 km/h sufre una colisión y se detiene en una décima de segundo, la desaceleración que sufre es de 18 g’s. Un platillo volante desplazándose a algo más de 1.000 km/h y que girase repentinamente hacia un lado en ángulo recto a la misma velocidad en una décima de segundo sufriría una aceleración de 300 g’s. Los pilotos de combate, que son, probablemente, las personas que experimentan las mayores aceleraciones en este mundo, raramente superan las 10 g’s, lo cual significa que si pretenden describir un ángulo recto, como el platillo volante anterior, emplearían 3 segundos. Para poder soportar estas tremendas aceleraciones, los pilotos permanecen embutidos en unos trajes especiales que obligan a la sangre a no acumularse en las extremidades y a fluir a la cabeza de forma que no pierdan el conocimiento. El récord de aceleración para un ser humano parece estar en unas 17 g’s durante unos 4 minutos, aproximadamente, y para ello fue necesario emplear una enorme centrifugadora. Los mismos astronautas parten de cero hasta alcanzar casi los 40.000 km/h y emplean unos 15 minutos haciendo uso de las distintas fases del cohete, con lo que las aceleraciones experimentadas difícilmente superan las 4 o 5 g’s.
Las fuerzas involucradas en estos cambios de velocidad tan grandes en tan cortos lapsos de tiempo son de tal magnitud que pueden llegar incluso a destruir los vehículos, sobre todo los aviones de combate. Fijaos en la escena de Superman returns (El regreso), de 2006, en la que nuestro héroe detiene en pleno vuelo el avión en el que viaja Lois Lane… En las imágenes se pueden apreciar unas ondas que se propagan por el fuselaje, al mismo tiempo que éste se deforma apreciablemente.
Decididamente, si de verdad proceden de otras galaxias, los platillos volantes deben atravesar distancias tan grandes que para poder realizar el periplo en un tiempo razonable deberían poder propulsarse a velocidades comparables a la de la luz en el vacío. Pero esto vuelve a requerir aceleraciones espeluznantes (a no ser que su tecnología alienígena haya desarrollado un sistema desconocido por nosotros, terrícolas atrasados). Acelerar hasta el 10 por ciento de la velocidad de la luz en unos 50 minutos supondría sufrir 1.000 g’s. Si no quisiesen perder tiempo en acelerar y lo consiguiesen en 30 segundos serían 100.000 g’s. En cambio, si no dispusiesen de una tecnología y unos materiales capaces de soportar estas tensiones y quisiesen mantener una aceleración similar a la que disfrutamos aquí en la Tierra, necesitarían algo menos de 35 días. Y eso solamente para alcanzar una velocidad equivalente a la décima parte de la velocidad de la luz. En el hipotético caso de que un objeto pudiera alcanzar tal velocidad (semejante hazaña viene prohibida por la teoría especial de la relatividad), sería necesario casi un año de aceleración y otro más para detenerse. Por cierto, este hecho se refleja en la famosa novela de Pierre Boulle, llevada al cine por Franklin J. Schaffner, en 1968, y por Tim Burton, en 2001, respectivamente: El planeta de los simios (Planet of the Apes).