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Desde que fue a visitar a Blanc en busca de respuestas, no había noche que no se despertase con el cuerpo pegado a las sábanas por el sudor. Se preguntaba si debía llamar a ese poli de la Interpol para contarle sus sospechas sobre Frank Stone. Pero le retenían sus ansias de ganar, ahora que había probado los efectos del cóctel. Además, Irina estaba muerta y Frank tenía muchos contactos. Janik se convenció de que lo mejor que podía hacer era cumplir el deseo de Irina, ganar una medalla en los próximos Juegos Olímpicos. Pensó en Nicola. La relación se había enfriado. Se comunicaban a través del WhatsApp, pero los enamorados necesitan tocarse. La vida de Janik era lo más parecida a la de un monje de clausura. La triple sesión de entrenamiento, las competiciones, los test, las visitas al laboratorio, los masajes y el tiempo que pasaba en la cámara hipobárica le ocupaban casi todo el día. Nicola lo visitaba un fin de semana al mes. Se encerraban en un pequeño hotel del pueblo de Les Diablerets del que apenas salían. Desde la última vez, habían pasado dos meses y decidió visitarla.

Estaba muy guapa. No sabría decir qué clase de maquillaje se había puesto, pero sus ojos brillaban y sus labios parecían estar recubiertos de azúcar.

—Tenemos el piso para nosotros solos. Mis compañeras no tardaron en organizar un viaje cuando se enteraron de que venías —le dijo.

—Vaya —respondió Janik con un tono de decepción en la voz.

—¡Qué pasa! ¿No te hace ilusión? —le preguntó ella al ver su reacción.

Había quedado el domingo por la mañana en las pistas de Monthey para hacer unas series de ochocientos metros, pero no era el momento de contárselo.

—Claro que me hace ilusión —rectificó enseguida—. ¡Espera! Tengo algo para ti.

Le había comprado su colonia preferida. Al verla, Nicola le dio un abrazo y le llenó la cara de besos.

—Estuve a punto de regalarte la mía —le dijo—. Así podrías olerla todos los días.

—¡Vaya con este chico, si es un poeta! —exclamó ella con sorna—. ¿Qué te parece si vamos a mi piso y me rocías con tu colonia todo lo que quieras?

Cuando dos personas que se aman se ven después de un tiempo, se desbordan los sentimientos, se tapan los defectos y se ensalzan las virtudes. Palabras que parecen salidas de los versos de Neruda o Shelley salen a flote. Las palabras son un paréntesis entre los besos y las caricias, que ese sábado ocuparon buena parte del tiempo. Nada más llegar al apartamento se desnudaron y se tumbaron en el sofá del salón tan juntos, que no cabía entre los dos una hoja de papel. Cuando el deseo les dio un descanso pararon a comer.

—Cada vez estás más delgado. Un día de estos me vas a clavar una costilla —dijo Nicola con tono de cachondeo.

—Que sepas que eso es un piropo para un atleta.

—Con unos kilos de más estarías aún más guapo.

—Ya puedes acostumbrarte, por lo menos durante unos años.

—Janik, ¿te parezco…? —le preguntó mientras señalaba su trasero.

—Tienes un culo precioso. Creo que ya te lo he dicho hoy unas cuantas veces.

—Últimamente paso mucho tiempo sentada. Tendré que empezar a hacer algo de ejercicio o se me va a poner tan blando como la plastilina.

Mens sana in corpore sano.

—Yo soy la mente y tú el músculo. Hacemos una buena pareja.

—¿Me estás llamando bobo?

—Tengo una sorpresa para ti, bobo. Te he preparado un pequeño tour por los alrededores y he reservado un jacuzzi al aire libre.

Janik se sentó con las piernas cruzadas y la miró con cara de haberla traicionado.

—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? —preguntó Nicola.

Janik desvió su mirada. Se levantó y le dio la espalda. El estado de alegría dio paso a un estado de angustia.

—Mañana he quedado a las doce para entrenar —confesó.

Nicola se levantó y se sentó en el sofá dejando caer la manta.

—Llevamos casi dos meses sin vernos y ¿me dices ahora que mañana a las doce tienes que ir a entrenar?

—Mi deporte no entiende de fiestas o de compromisos. Ya lo sabías cuando nos conocimos.

—Si me hubieras contado que iba a verte tan poco, me hubiera pensado salir contigo —aseguró Nicola enfadada. Se reclinó en el sofá y apartó su mirada de Janik.

—No es justo. Tú tienes tu beca. Si tuvieses que ir al extranjero por una temporada, yo lo entendería —se justificó él.

—¡No! Si me hubiese ido al extranjero no hubiera salido contigo.

—Cómo sois los científicos, actuáis como economistas…

—Vaya tontería acabas de decir —se enfadó Nicola—. No se te ocurre nada mejor para justificar que eres un cretino. Quizá sea verdad que eres bobo.

—Eso no es propio de ti —le dijo Janik.

—Ya te has olvidado de cuando empezamos…

—Estaba lesionado y tenía todo el tiempo del mundo para verte —la interrumpió.

—Janik, ahora mismo me siento utilizada.

Nicola se tapó con la manta sin mirarlo. Janik tuvo la impresión de que estaba confeccionando una lista mental de los pros y contras de su relación.

—Será mejor que te vayas —le dijo con semblante serio.

Janik sintió un malestar repentino. Una tristeza conocida. Le dieron ganas de abrazarla. La miró. Su cuerpo se mostraba tan a la defensiva que solo fue capaz de preguntarle qué estaba pensando.

—No lo sé, Janik. Me has hecho daño y no puedo tomar una decisión si estás aquí. Necesito que te vayas.

Janik se acercó y le rodeó la cara con las manos.

—Te quiero, Nicola.

—No me basta. Si ahora que estamos empezando me haces esto… Yo valgo más que tus carreras. Ahora, por favor, recoge tus cosas. Ya hablaremos por teléfono.

De camino a la residencia, Janik hizo una parada y la llamó, pero Nicola no respondió al teléfono. Se acordó de lo que le repetía Ethan de vez en cuando, eso de que los atletas de élite solo pueden salir con atletas. Seguro que Irina lo hubiera entendido.

Pasaron los meses. A veces se acordaba de días más alegres cuando no estaba solo y Nicola permanecía a su lado, cuando las yemas de los dedos buscaban su piel. Ahora cualquier parte de su cuerpo le hubiera bastado, un brazo, el surco de la nuca; ansiaba su calor.