La luz que se filtraba por las cortinas lo despertó y pensó que estaba en Les Diablerets. Repasó la conversación con el investigador de la Interpol, no dejaba de pensar en la pregunta sobre si Irina se dopaba. Apartó ese pensamiento y viajó hasta la noche que pasó con Nicola. Rememoró cada segundo, cada minuto, cada momento que había pasado a su lado. A su mente vinieron las caricias, los susurros velados; aún sentía la forma de su cuerpo entre las manos. Cuando salió de la habitación para darse una ducha, su madre subía por las escaleras. Tenía el aspecto de haberse pasado otra vez con la bebida.
—¿No te da vergüenza dejar a tu madre sola?
Janik no contestó. Se duchó y bajó al comedor. Mientras ponía la mesa, recibió una llamada de Frank en el móvil. Después del Campeonato del Mundo no solo había perdido a Olivier como entrenador sino también un mánager. No le había quedado otra opción que aceptar el ofrecimiento de Frank Stone.
—Por fin das señales de vida, ¿va bien la recuperación?
—Sí, va bien —mintió.
—Me ha dicho Viktor que te pasaste por la residencia el otro día y te marchaste sin decir nada.
—Estoy con mi madre, aquí estoy más tranquilo.
—Claro, lo entiendo. Te llamaba porque tenemos que quedar para hablar de algo importante.
—Me lo puedes contar por teléfono.
—No, es mejor que quedemos para comer. Si te viene bien, claro. Hay un restaurante en las afueras de Zúrich que se llama Brahms —propuso Frank—. ¿Lo conoces?
—No, pero lo buscaré.
—Hecho, nos vemos allí el martes a las doce. —Allí estaré.
Cuando Janik llegó al restaurante, el deportivo de Frank estaba aparcado enfrente del edificio.
—Hola, Janik —lo saludó el mánager, que lo esperaba sentado a la mesa—. Toma asiento, estoy hambriento.
Janik colocó el cojín de la silla torpemente. El camarero se acercó y les entregó la carta.
—Janik, si no te importa, pido por los dos —se ofreció Frank, que parecía ser un cliente habitual—. A menos que sientas predilección por algún plato en concreto.
—No, no tengo nada pensado.
—Entonces, para empezar tomaremos una ensalada de judías verdes con guisantes y después una lubina con cintas de calabacín; de beber, yo voy a tomar una copa de Sauvignon blanco. ¿Tú, qué vas a beber? —preguntó, dirigiéndose a Janik.
—Una coca-cola light, por favor.
El camarero tomó nota y los dejó solos.
—Janik, antes que nada, ¿qué tal va tu lesión?
—Bien, es una pequeña rotura de fibras.
—Eso está bien, aún estamos a tiempo.
—¿A tiempo de qué?
—Sobre eso quería hablarte. Ya sabes que siempre he pensado que tienes calidad suficiente para llegar a ser una estrella. Creo que ahora es el momento para dar el salto. Janik, voy a ser sincero contigo, eso evitará que los dos perdamos el tiempo. Viktor lleva dos años con el doctor Ferraris.
—No sé quién es el doctor Ferraris —lo interrumpió Janik.
—El doctor Ferraris es uno de los mejores médicos deportivos del mundo. Tiene bajo su supervisión a futbolistas, ciclistas, atletas y nadadores de varios países. Lo verdaderamente importante es que cree que ha dado con la poción mágica.
—¿Qué es eso de la poción mágica?
—Bueno, con una de las pociones mágicas —se corrigió Frank—. Este es el segundo año que Viktor y Ferraris están juntos. Si todo sale según lo previsto, Viktor estará entre los mejores mediofondistas de Europa. En este mundo nos conocemos todos. Cuando un atleta mejora sus marcas en tan poco tiempo es por algo, o mejor dicho, por alguien.
A Janik le vino a la cabeza la imagen de Viktor al acabar una de las series. Todo encajaba. No había duda, se estaba dopando.
—Soy de los que piensan que es posible mejorar solo con la alimentación —dijo.
—Janik, entiendo que pienses de esa manera. No tienes que sentirte culpable por tomar hormonas. El deporte profesional exige de métodos profesionales. Hoy día tomar hormonas marca la diferencia entre ser un deportista aficionado y un profesional.
El camarero llegó con los primeros e interrumpió durante unos instantes la conversación.
—Ferraris ha dado con el sistema para que sus deportistas lleguen a las competiciones sin rastro de las sustancias dopantes —prosiguió Frank—. Ese ha sido su mayor logro, pero no es el único que ha dado con la solución.
—Yo creo en los métodos naturales como medio de entrenamiento —afirmó Janik con convencimiento—. En los hidratos de carbono, en las proteínas como recuperadores, en una buena planificación para lograr los objetivos. Y el doctor Hendrik también. No sé qué pensaría si…
—¿Y qué has conseguido? —lo interrumpió Frank—. Una marca aceptable, pero nada más. Ya no has vuelto a mejorarla, ni siquiera estás cerca de igualarla. Janik, no entiendes que a esos niveles se necesita otra clase de combustible. Los romanos ya daban bebidas estimulantes a los caballos de las cuadrigas. En los años setenta, se emplearon esteroides y anabolizantes, en la década de los noventa llegaron la EPO y la GH, la hormona de crecimiento, junto con hematopotenciadores, recuperantes, estimulantes, hormonas sintéticas y, ahora, el dopaje genético.
—A ver si lo he entendido, me estás diciendo claramente que me dope.
—Sí, para que compitas en igualdad de condiciones con los demás. Mira, Janik, yo no soy un político que se hace fotos al lado de los grandes campeones, ni soy el aficionado que se emociona con los éxitos de sus deportistas; solo me aseguro de que los deportistas de mi país estén en igualdad de condiciones cuando compiten. ¿Lo entiendes? No es una cuestión de dinero, es una cuestión de orgullo.
—Ya, pero…
—Nosotros no ponemos las reglas. El cuerpo humano tiene sus límites y te puedo asegurar que ya se han pasado hace años. ¿Qué país no quiere que sus deportistas destaquen?
—Sí, pero es algo que está fuera de la ley. Estás haciendo trampa —respondió Janik.
—No me jodas, qué te piensas que es el deporte profesional. ¿Cuántos años llevas entrenando?
—Más de diez.
—Diez años entrenando a diario. Hasta ahora todo te ha ido bien, pero a partir de ahora te va a resultar muy difícil batir tus propios registros. Incluso igualar tu mejor marca es extremadamente complicado —le recordó Frank—. O te dopas o ya puedes ir pensando en qué vas a hacer para ganarte la vida.
—Ya, pero… —Janik se acordó de la conversación con Hendrik.
—Janik, eres como un niño. Has estado en una burbuja durante todos estos años. Ahora veremos si te conviertes en un hombre. Además, ¡qué narices!, no creas que eres el único de la lista. Te voy a dar el teléfono de un médico que no es Ferraris. Ya le he hablado de ti. Es el mejor, ha conseguido un equilibrio entre lo que tú llamas entrenamiento natural y el entrenamiento artificial de tal manera que se complementan. En eso se diferencia de Ferraris, que basa todo su sistema en sustancias sintéticas. —Frank aproximó su cara a la de Janik—. Mi hombre lleva muchos años trabajando para que deportistas con grandes cualidades den lo mejor de sí mismos. Piénsalo. Además, no tendrás que desplazarte de la residencia para verlo. Tiene su consulta muy cerca.
—Son sustancias prohibidas, ¿no?
—Prohibidas para quién. Mira, te estoy haciendo un favor. Ya te he dicho que hay más atletas en la lista. Tú decides. Si quieres chocar una y otra vez contra el mismo muro, tú verás… Ya eres mayorcito para tomar una decisión.
El camarero interrumpió de nuevo la conversación y trajo los segundos. Janik no tenía apetito y comenzó a morderse compulsivamente las uñas.
De repente, Frank, Viktor, Ethan, estaban dentro de su cerebro, conectados a su vida como el gotero a un enfermo, agrietando una a una las losas que tanto tiempo habían tardado en solidificar.
—¿Y los efectos secundarios? —preguntó.
—Todas las hormonas están probadas, son productos de última generación. Mi hombre trabaja con los productos de Poche, lo mejor de lo mejor.
—Ya, pero ¿qué efectos tienen en el cuerpo?
—Sabe lo que hace —respondió Frank—. Esas sustancias se utilizan para niños con problemas de crecimiento o personas mayores que han perdido masa muscular. Todo depende de la dosis. No tienes de qué preocuparte. Son medicamentos legales, no vienen del mercado negro.
—Puedo continuar entrenando como hasta ahora un año más y ver qué pasa.
—No tienes tiempo. Este año son las Olimpiadas. Que se nos haya adelantado Viktor no es más que la señal para que no perdamos más tiempo.
—De todas maneras, tendré que pensar lo que me has dicho. —Janik estaba tan perplejo que por un momento creyó que era parte de una broma pesada. Pero ese pensamiento desapareció tan pronto como vino, y supo que Frank hablaba en serio. Estaba asustado.
—¡No pongas esa cara, que no es para tanto! —dijo Frank con una sonrisa—. Por cierto, antes de que se me olvide, en cuanto salgamos por la puerta yo he estado aquí para hablar de tus próximos compromisos, ¿está claro?