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La primera vez que Janik vio a Irina fue en el gimnasio que daba a las pistas. Janik hacía una sesión de fuerza con la prensa de piernas y la sentadilla, un aparato para trabajar determinados músculos, cuando Irina apareció por la puerta acompañada de Frank, su mánager. Una descarga eléctrica recorrió su cuerpo desde la cabeza hasta la punta de los dedos de los pies. Se estremeció y, por vergüenza, no se atrevió a levantar la mirada hasta que ella se dirigió a la salida. Había algo en esa chica que le gustaba, su forma de caminar, la manera de levantar la cabeza como si fuera la princesa de un cuento de hadas.

Al cabo de unos meses de verse entre mancuernas, barras de pesas y aparatos de musculación, Olivier, su entrenador en Les Diablerets, sugirió que podían compartir los entrenamientos de U0, los de ritmo más suave. Irina, que estaba acostumbrada a obedecer ciegamente a sus entrenadores, aceptó. Al principio, el silencio se instauró entre ellos y los acompañaba desde que se encontraban en la puerta de la residencia hasta la vuelta. Solo se veía interrumpido por preguntas como ¿te importa que ponga este CD? o ¿te parece bien que vayamos hoy a correr por este camino? Pasadas unas semanas, un día, mientras sonaba lo último de Adele en el reproductor del coche, la curiosidad de Janik pudo más que su discreción y decidió romper el silencio habitual.

—¿Te gusta vivir en Les Diablerets? —preguntó.

—Para mí es como estar en el paraíso —contestó Irina.

Aquella respuesta lo dejó sin habla. ¿Un paraíso? A él le parecía un monasterio de clausura. ¿Qué escondía su pasado para que pensase de esa forma? Janik decidió no hacer más preguntas y viajó con sus pensamientos lejos del coche. Había visto un reportaje sobre los métodos de entrenamiento que utilizaban en Rusia. Era una cadena bien diseñada, con el único objetivo de ganar medallas. Seleccionaban a los deportistas muy jóvenes y los apartaban de sus familias. Desde el día en que un técnico decidía que tenían cualidades, se sometían a unos controles más propios de una pieza de precisión que de seres humanos. Sus vidas giraban en torno a sus entrenamientos y no escatimaban medios para conseguir sus objetivos con duras sesiones de control mental. Quizá Irina estuviera diseñada para no cuestionarse las cosas y, conociendo su carácter, Janik se imaginaba que no iba a ser nada fácil que le confiase sus secretos.

Poco a poco, empezaron a conversar sobre los entrenamientos. De vez en cuando, entre comentarios sobre las pulsaciones de U3 que tenía cada uno, Irina le hacía alguna pregunta interesándose por su vida. Sin embargo, las pocas veces que Janik le preguntaba por la suya, ella lo esquivaba y se escondía de nuevo en el silencio.

Janik se sabía un privilegiado al vivir a mil doscientos metros de altura. El cuerpo generaba más glóbulos rojos, por lo que llegaba más sangre y oxígeno a los músculos. Eso le permitía recuperarse mucho antes de los esfuerzos. Una mañana como tantas otras, se puso la malla larga, una camiseta corta y las zapatillas de entrenamiento mixto con refuerzo lateral para pronadores, y salió de la residencia rumbo a las pistas de Monthey. Hacía un día precioso, el sol brillaba y no había rastros de nubes; se veía a lo lejos el Mont Blanc, que se levantaba majestuoso y destacaba entre las demás cumbres. Antes de entrenar tenía previsto ir al hospital de Chablais para visitar a Ethan. En la última competición, se cayó con tan mala suerte que se rompió la clavícula. Durante el trayecto tuvo un momento de angustia. No le gustaban nada los hospitales. Ese olor que lo impregnaba todo; los pacientes con sus batas gastadas y sus caras de aburrimiento le molestaban. Su cerebro no estaba programado para ver cuerpos inmóviles yaciendo en las camas. Tanta quietud le hacía sentirse incómodo. Sabía que nada más entrar empezaría a contar los minutos que le quedaban para salir de allí y volver a respirar aire puro.

—¿Qué haces, campeón? —preguntó, al entrar en la habitación.

Ethan estaba sentado en la silla con la bandeja de la comida sobre la cama. Acababa de abrir la bolsa del pan.

—¡Janik! Amigo.

—Recuerdos de todos y besos de todas —le dijo Janik para animarlo.

—Lo de todas te lo has inventado —contestó Ethan, a la vez que troceaba el filete de pescado.

Janik le dejó sobre la repisa de la ventana unos cómics que había comprado el día anterior. Vio que había varias revistas de ciclismo. Se sentó en el borde de la cama.

—¿Qué te han dicho los médicos?

—Que todo va bien, pero que se acabó la temporada. Cómo odio esta comida, sabe toda igual —se quejó Ethan.

—¿Qué vas a hacer?

—He hablado con mi antiguo fisioterapeuta de Australia y hará todo lo posible para que esté listo la próxima temporada —contestó, abriendo la botella de agua mineral.

—¿Qué opina tu director?

—Me ha dicho que cuentan conmigo el año que viene. —Ethan dio un trago a la botella y se giró en busca de una servilleta.

—Antes de que se me olvide —dijo Janik—. He estado con Max, el de tu equipo. Pasará a verte mañana.

Ethan dejó el pescado, tomó el cuchillo en una mano y se puso a pelar la manzana.

—Por cierto, ¿has visto a mi masajista?

Janik se quedó observando a su amigo. Le llamó la atención cómo partía la manzana, en trozos pequeños hasta que perdió por completo su forma. Podría haber sido cualquier cosa.

—Sí, lo vi en el comedor del velódromo y parecía muy ocupado.

—Para cobrar no estaba tan ocupado —dijo Ethan mientras masticaba.

—¿Cobrar? ¿Le debes dinero? —preguntó Janik, sorprendido.

—Sí, por la mierda que me vendió. Seguro que la compró por Internet.

—No sé de qué me hablas.

—No tienes por qué hacerte el tonto. No te voy a preguntar cómo te lo montas.

Janik se levantó de la cama y lo miró a los ojos.

—Te digo que no sé de qué me hablas —repitió con un gesto serio.

—Hablo de confianza, de confiar en alguien que te vende la EPO por ganarse unos euros —siguió Ethan, sin dar importancia a lo que acababa de revelar.

Después alcanzó el botellín de agua y dejó la bandeja a un lado de la cama.

—Para, para… Yo no sé nada de ese mundo, ni quiero saber —insistió Janik, confundido—. Y no puedo creer que tú…

—Pero ¿en qué mundo vives? —lo interrumpió su amigo.

—Mira, Ethan, mejor que no me cuentes nada.

—Venga ya. ¿No conoces el cóctel: EPO, hormona de crecimiento y esteroides?

Janik no daba crédito a lo que estaba oyendo. Entendió de inmediato que el extraño comportamiento de su compañero ese último año tenía que ver con las drogas.

—Oye, no tengo ni idea de qué me estás hablando.

Janik abrió la ventana para dejar escapar el efecto de las palabras que resonaban como un eco en la habitación.

—¿Todavía no has pasado por el Scriptorum?

—¿Qué es eso del Scriptorum?

—¿De verdad no te han metido EPO? Entonces, eres mejor atleta de lo que yo creía.

—¡Estás loco! —gritó Janik, y se acercó a la ventana en busca de aire puro—. No necesito esa mierda para mejorar. No todos somos como tú.

—Pues yo quiero acabar lo que he empezado. Son ya muchos años de sacrificios, lejos de mi familia, entrenando duro, como para tirarlo todo por la borda. ¿Piensas acaso que tenía otra elección? Janik, ¿de verdad que tú no te metes nada? —preguntó sorprendido.

—¿Quién te crees que eres? Mira donde te ha llevado hacer trampas. A ti te han lavado el cerebro. —Janik estaba indignado.

Ethan se incorporó y se sentó en el borde de la cama. Janik notó en su cara resignación y abatimiento cuando se dejó caer sobre la colcha con un gesto de dolor.

—Puede que me hayan lavado el cerebro, puede incluso que ya no sea el mismo que antes, pero este deporte es mi vida. Si tengo que hacerme una lobotomía para cumplir mis sueños, no tengo problema en decir que adelante. Cumplir los sueños tiene un precio, pero eso ya lo sabrás cuando tengas que tomar una decisión. Solo es cuestión de dónde pongas el tope. Te conozco bien, Janik. Tú no eres muy diferente a mí.

Janik se apartó de su lado y se dejó caer contra la pared.

—No entiendo cómo has podido hacerlo. ¿Por qué?

—¿Qué harías tú cuando alguien te ofrece una mejora del cinco por ciento de tu fuerza, de tu resistencia o de tu velocidad? —preguntó Ethan, desafiante—. Toma esto y mejorarás en un año lo que de manera natural te cuesta cinco. Puedes recuperarte de un entrenamiento de intensidad alta en dos horas. Y de una competición en tres.

—No me lo creo. Y aunque fuese verdad, mira dónde te ha llevado tu mejora.

Janik salió de la habitación y cerró la puerta sin mirar atrás. Primero pensó que no era posible y que lo habían engañado; luego se dijo que no le importaba, que no era asunto suyo. Finalmente, pensó que Ethan era un tramposo y que se merecía lo que le había pasado.