Carta enviada a Roma desde Venecia, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 22 de marzo de 1551.
Al ilustrísimo y muy honorable señor Giovanni Pietro Carafa.
Señor mío meritísimo:
Los tres meses de estancia en esta enorme y extraña ciudad han sido suficientes para sugerirme la que considero la única estrategia viable contra los judíos. Por consiguiente me apresuro a dar cuenta de ello a Vuestra Señoría, a fin de que pueda expresar el más sabio parecer acerca de ella y concederme el privilegio de seguir sirviendo a los fines comunes.
Los equilibrios de Venecia son tan intrincados y complejos como sus calli y canales. No hay información o suceso más o menos secreto que no se encuentre en su camino los ojos o los oídos de un espía, de un observador extranjero, de un mercenario a sueldo de algún poderoso. Yo mismo, para poder acceder a noticias secretas, he tenido que adoptar el mismo método. A los negocios que a diario se desarrollan de forma incesante a plena luz del día, corresponde un volumen no menor o incluso mayor de tejemanejes, mercadeos y ocultos arreglos que tienen que ver con todos los ámbitos de la vida de la Serenísima. El Sultán tiene a sus espías en Rialto, así como el rey inglés y el emperador Carlos. Gonzaga tenía a sus informadores entre las mismas filas del clero veneciano, como Vuestra Señoría bien sabe. Los grandes mercaderes maniobran en la sombra para no dejar traslucir los acuerdos comerciales y no ver esfumarse las mejores oportunidades de una ganancia. Nadie, ya sea príncipe o mercader, podría sobrevivir en Venecia si no puede valerse de una red de hábiles espías, que puedan referirle rápidamente los juegos de poder internos y externos a la República de San Marcos.
Los judíos no tienen un papel secundario en este tipo de relaciones, o, mejor aún, el hecho de pertenecer tan solo a medias a Venecia, su papel de banqueros y financiadores, la doble religión, hacen de ellos uno de los ejes principales de la vida comercial y política de la ciudad. Su posición, por un lado, les hace parecer intocables, y por otro, nos indica cuál es su punto flaco.
Muchas de las familias judías se han convertido a la fe cristiana para evitar así toda posible traba a sus negocios y defenderse de cualquier ataque. Un disimulo que les puede ser reprochado, y convertirse por sí mismo en el punto de apoyo de una amplia aversión contra ellos. Añádase a esto que en muchos casos el Turco se vale justamente del asesoramiento y de la habilidad de los financieros judíos para representar en Venecia sus propios intereses. Un excelente ejemplo de ello son los Mendesi, antiguos responsables de la difusión de El beneficio de Cristo, que mantienen relaciones comerciales y diplomáticas con el Sultán. Si se consiguiera achacar a las grandes familias judías la red de espías turcos activos en los territorios de la Serenísima, no sería difícil señalarlas ante las autoridades como las responsables de una conjura que amenaza los intereses de Venecia.
Dado que los judíos son sobremanera expertos en hacer creer que su ruina supondría la ruina de todos, conviene que todo el mundo comprenda cuál sería la ventaja de una amplia operación en contra de ellos. Atribuyendo todas las intrigas a los judíos, cada uno podría llevar a cabo las suyas propias con una mayor tranquilidad. A nadie se le escaparía la utilidad de una estrategia semejante.
La acusación de falsa conversión permitiría a los venecianos incautar las riquezas de los judíos, engrosando las arcas del Estado; la de conspirar con el Sultán, excluiría la eventual intervención en favor suyo por parte de las potencias cristianas.
Aguardo con confianza el parecer de V. S., encomendándome a su benevolencia.
De Venecia, en el día 22 de marzo de 1551,
el fiel observador de V. S.,
Q.