Capítulo 36
Costa de las Romañas, 5 de febrero de 1551

—¡En Dalmacia ha sido un éxito, compadres! —Perna hace rebotar una piedra sobre la superficie del agua—. Gente que no sabe comer, ¿entendido?, pero que sí sabe elegir con acierto sus lecturas. Si seguimos a este paso corremos el riesgo de hacernos famosos como los distribuidores del libro más difundido después de la Biblia.

Un viento gélido que sabe a noche, a mar y a resina. En la playa, con Pietro Perna y João Miquez, un encuentro para intercambiarse noticias y proyectar el futuro inmediato. Encuentro de corsarios, como en otros tiempos en las costas holandesas. La mano se hunde lentamente en la fría arena, el sol hace otro tanto tras la pineda.

Entramos en la cabaña de pescadores. Dentro, el fuego está ya encendido. Las redes cuelgan del techo para secarse.

Busco la mirada de João:

—¿Sabes algo de Demetra?

Se vuelve asintiendo:

—Esa señora está volviéndote rico. La última vez que me pasé por el Tonel, no había una mesa libre. Me parece que está bien, no sé de nadie que la haya molestado.

—¿Y aquí en las Romañas? —Perna me sacude por un brazo—. Espero que no te hayas perdido el extraordinario Sangiovese Sangre de Toro. Dicen que hace soñar, ¿entendido?

Saco la botella de la alforja y se la destapo en sus mismas barbas:

—Estás invitado.

Perna pega unos ávidos sorbos:

—Tenía que venir a verte aquí para que tuvieras que invitarme a un buen vino. ¿Qué más hay de bueno en medio de estas marismas?

—La gente de esta tierra odia al clero desde lo profundo de sus entrañas. He conocido a las personas más distintas, bautizado a campesinos y a pescadores, a mercaderes y a borrachos: todos igual de testarudos, todos con el mismo fuego en la sangre. Agitar los ánimos, por estos pagos, no parece una empresa difícil.

João:

—¿El beneficio?

—Las cargas han llegado con regularidad. Los he vendido bien. Trafico con los contrabandistas del lugar. Gente tosca, de feroz aspecto y una jerga que aún me cuesta entender, pero astuta y próxima al pueblo. Ninguno que sepa leer o escribir, pero enseguida se dieron cuenta de la conveniencia del negocio.

João silba dentro de una caracola y sacude la cabeza:

—Mejor así. Creo que conviene que sigas viajando por ahí durante un tiempo todavía.

Mi mirada pide una explicación.

—Las autoridades se han olido algo del concilio de los anabaptistas. Aunque no ha habido arrestos, están todos en guardia. Venecia está llena de esbirros, espías, delatores, no hay de quién fiarse. Desde que se promulgó el Índice, sobre todo los impresores están en el punto de mira, los libros no circulan ya con igual facilidad. Y además, hay una novedad: algunos judíos conversos, amigos nuestros, personas que conocemos bien, han sido detenidos bajo la acusación de prácticas judaizantes. Se anuncian los primeros procesos, por ahora marginales, sin gran ruido, pero son cosas que ya conozco de otras veces. El primer nubarrón negro que anuncia la tormenta, el sello indeleble de la Inquisición, como en España, como en Portugal.

Perna:

—Tu gran amigo, el Papa de las lecturas inconvenientes, no me parece que tenga mucha intención de mantener a raya a esos malditos perros del Santo Oficio. Está a punto de estallar un gran desorden, ¿entendido? Hay que procurar que no nos jodan.

Miquez:

—Estoy empleando toda la diplomacia de que soy capaz para tantear el humor de los mercaderes que tienen negocios con nosotros. Trato de insinuar una preocupación muy concreta por las nefastas consecuencias de una eventual incriminación contra nosotros. No creo que baste. La diplomacia y la corrupción son artes indispensables en el momento presente, pero no siempre son suficientes. Es mejor estar preparados para cualquier eventualidad. De todas formas, en vista de los vientos que corren, es mejor que sigas lejos de Venecia.

—De acuerdo, pero no por mucho tiempo más. Empiezo a estar hasta los cojones de hacer de profeta a mis años. La siembra de Tiziano ha terminado ya. El concilio anabaptista ha sancionado la unión de las comunidades que disienten de la Iglesia. Círculos frecuentados por figuras destacadas en cualquier estado de la península presionan a los gobernantes. Un gran pintor, al que he tenido la suerte de frecuentar, Jacopo da Pontormo, está haciendo un fresco sobre El beneficio de Cristo en la capilla donde se dará sepultura a Cosme de Médicis. Una obra maravillosa, he visto el proyecto y parte de los frescos ya realizados, que lleva en gran secreto. Todas las comunidades están en activo: la piedra ha sido lanzada, las consecuencias ya se verán. Mientras tanto es menester que me tengáis informado de lo que acontezca en Venecia. También los detalles son importantes.

Nos quedamos en silencio. La resaca mece las adormecidas preocupaciones, la cabeza está pesada. Nuestras sombras se deslizan larguísimas a lo largo de las paredes hasta el techo.

Perna endereza la cabeza, como despertado por un ruido repentino, los ojos diminutos y enrojecidos de cansancio:

—¿Podría tomar un poco más de ese néctar?