Viterbo, 4 de mayo de 1548
Fray Michele de Este, prior del convento de San Buenaventura, en Rovigo, interrogado por los inquisidores de la Serenísima con fecha del 12 de marzo de 1548, en relación a la actividad de un tal fray Álamo, sospechoso de herejía.
Un nombre y un apellido: Adalberto Rizzi, franciscano del convento de San Buenaventura, desaparecido a finales de enero de 1547, juntamente con un huésped alemán, un peregrino que dijo llamarse Tiziano, quien lo habría rebautizado con el agua de un charco.
Otras noticias llegadas a los inquisidores venecianos
—Vicenza, 17 de marzo de 1548: arrestados un carpintero y un tabernero, sorprendidos ladrando durante un bautismo. Interrogados sobre quién los había convencido de que «bautizar a los recién nacidos es como lavar a los perros», respondieron: «Uno que profesa la fe de Alemania, y lo hace con autoridad, porque es alemán».
—Padua, 6 de abril de 1548: el estudiante Luca Benetti sostiene públicamente que «el bautismo es inútil para las mentes que no pueden conocer los misterios de la fe, y especialmente el del beneficio de Cristo hacia toda la humanidad».
Tras oírle en relación con sus afirmaciones, sostiene que le fueron sugeridas por un literato alemán de nombre Tiziano.
Elementos del cuadro
Rovigo. Bassano. Vicenza. Padua.
Un recorrido, un camino. ¿Un viaje? O bien un semicírculo, cuyo centro es indudablemente Venecia.
Un alemán. Un alemán, cuya presencia quizá explica el origen de la idea del segundo bautismo.
(¿Un anabaptista?).
Un alemán que dice llamarse Tiziano. Regala ejemplares de El beneficio de Cristo y rebautiza a los lugareños.
Tiziano el Alemán.
El Fondaco dei Tedeschi en Venecia. Los frescos pintados por Giorgione y por su alumno Tiziano en las fachadas del Fondaco.
Nuestro anabaptista es un alemán que vive en Venecia.
Que es como decir una aguja en un pajar.
5 de mayo de 1548
Hay un tiempo y un lugar en el que cada cosa tiene un principio y un fin. Y luego hay cosas que en cambio retornan. Reaparecen de entre los recovecos del alma cual pedazos de corcho en la superficie de un lago. Poco menos que amenazas oscuras, o razones para vivir, venganzas, fragmentos, briznas.
Hay un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz. Hay un tiempo en el que cada cosa puede ser hecha y aquello para lo que no hay elección, porque de repente el coraje y el entusiasmo de veinte años desaparecen bajo las arrugas del rostro.
Y comienzas a temer la llegada de un mensajero. ¿Cuál será el próximo encargo? Temo el desagrado que recorre el estrecho camino que va del estómago a la mente. Algo que hay que ocultar detrás de la autoridad de las misiones cumplidas, detrás de la experiencia, y que sin embargo no puede desaparecer, es más, se torna cada día que pasa más fuerte, por cuanto querrías mandarlo al fondo, incapaz de encontrar una razón, el pretexto de mil rostros, de hombres y de mujeres mandados al infierno.
Luego, un buen día, te ves diciendo que no fuiste tú. Que no empuñaste la espada. Y entonces comprendes que estás acabado.