Carta enviada a Bolonia desde la ciudad de Viterbo, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 20 de septiembre de 1547.

Al ilustrísimo y reverendísimo Giovanni Pietro Carafa.

Muy honorable señor mío:

La noticia del asesinato del hijo del Papa, Pier Luigi, duque de Parma y Piacenza, ha llegado hasta aquí, despertando en el servidor de Vuestra Señoría todo tipo de tristes presagios.

Creo, en efecto, que son fundados los rumores que atribuyen a Gonzaga dicho crimen. Por lo demás no es difícil incluir este homicidio en el complejo cuadro de acontecimientos que van tomando forma; si se piensa que Ferrante Gonzaga gobierna Milán en nombre del Emperador y que desde hace tiempo tiene miras expansionistas sobre Piacenza, no es difícil colegir qué sucio cambalache ha tenido lugar: la eliminación de Pier Luigi Farnesio favorece a Gonzaga tanto como a Carlos V, puesto que ello supone una intimidación gravísima a Su Santidad Paulo III.

Creo que se trata de la advertencia imperial en respuesta a las débiles señales de alianza que Su Santidad ha lanzado al nuevo rey francés.

Pero Carlos no tiene ninguna intención de dejar pasar la ocasión favorable que el destino le brinda: en un solo año han muerto dos de sus más antiguos adversarios, el cismático Enrique VIII de Inglaterra y el belicoso Francisco I de Francia. A esto se añade la victoria obtenida por el ejército imperial sobre la Liga de Smalkalda en Mühlberg: los príncipes protestantes han acusado el duro golpe y esto viene a reforzar no poco al Emperador.

Así pues, no hay que asombrarse de que también en Italia el Habsburgo vuelva al ataque. Lo que no pudo mediante la diplomacia en el Concilio de Trento, podría obtenerlo colocando en el solio pontificio a su candidato papal, a ese Reginaldo Polo al que Vuestra Señoría prefiere ver apartado de Italia de una vez por todas.

Hoy más que nunca es preciso actuar con la debida cautela, a fin de evitar que el daño se vuelva irreparable.

Y ahora voy a referir, en efecto, los más recientes avances relativos a la tarea que V. S. me asignara.

Gracias a las referencias proporcionadas por Vuestra Señoría estoy en contacto epistolar con las autoridades policiales y los inquisidores de algunas grandes ciudades de la península. Por lo que he podido comprobar, el radio de acción de los distribuidores de El beneficio de Cristo está ampliándose: hace diez días fueron encontrados doscientos ejemplares del libelo en Nápoles. Este es el más importante de los seis secuestros que han tenido lugar hasta ahora. En dos de ellos, con objeto de encubrir el transporte de los libros, se aparentaba estar haciendo negocios de la rica familia sefardita de los Mendesi, de cuya implicación en la operación podemos ahora estar más que seguros.

He obtenido de las autoridades locales una primera lista de nombres de personas que creo que es mejor vigilar a distancia.

Simone Infante, en el reino de Nápoles; Alfredo Bonatti, para los ducados de Mantua, Módena y Parma; Pietro Perna, en el ducado de Milán; Nicolò Brandani, en Toscana; Francesco Strozzi y Girolamo Donzellini en Venecia.

Se trata de un proveedor de la corte de Nápoles, de un cortesano que goza del favor del duque de Mantua, de un vendedor ambulante que intercambia libros con los exiliados basilenses, de un miembro del gremio de la lana de Florencia y de dos literatos escapados de Roma.

Estas personas nos revelan mucho acerca de la aceptación que puede tener en Italia El beneficio. Se trata de personajes cultos, próximos a las cortes de sus señores y susceptibles de servir de vehículo de ideas entre la nobleza y los miembros de las clases mercantil y artesanal. Peces chicos que, sin embargo, pueden volverse peligrosos con el paso del tiempo.

Mi consejo es que, si no es posible procesar a los poderosos Mendesi, podría ser conveniente comenzar por los últimos eslabones de la cadena para hacer sentir en el cogote de los sefarditas el aliento del Santo Oficio.

No me queda sino decir que espero órdenes de Vuestra Señoría, encomendándome a vuestra gracia.

De Viterbo, el día 20 de septiembre de 1547,

el fiel observador de Vuestra Señoría,

Q.