Carta enviada a Roma desde la ciudad pontificia de Viterbo, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 18 de noviembre de 1541.
Al reverendísimo y meritísimo señor mío Giovanni Pietro Carafa, en Roma.
Muy honorable señor mío:
Me entero con satisfacción del fracaso de la iniciativa llevada a cabo por el cardenal Contarini en Ratisbona. Tal como había previsto, los luteranos se han mostrado inamovibles con respecto a la doctrina de la justificación por la fe y, a pesar de la condescendencia de Contarini, la hábil diplomacia de Vuestra Señoría ha sabido prevenir y rechazar el fatal acuerdo que parecía a punto de ser sancionado.
Es una desilusión amarga para los miembros del círculo de Reginaldo Polo, en cuyos rostros sombríos leo hoy la derrota.
A pesar de ello, no conviene envainar la espada, pues el peligro representado por estas mentes está todo menos vencido. Y justamente es de una nueva amenaza de la que me apresuro a dar minuciosa cuenta, a fin de que Vuestra Señoría sepa aconsejar a Su servidor acerca de las medidas que considere oportuno tomar.
Las conversaciones de Ratisbona han supuesto el peligro de que la doctrina de la Santa Iglesia Romana sobre la salvación se viera contaminada por la de los herejes luteranos.
Como V. S. sabe, los teólogos protestantes, haciéndose fuertes en determinados pasajes paulinos mal interpretados (Mt 25, 34; Rm 8, 28-30; Ef 1, 4-6), afirman que aquellos a quienes Dios ha elegido como sus santos desde los orígenes del mundo, y solamente estos, se salvarían en el Último Día. La realización de buenas obras como prenda de salvación eterna sería, pues, una pura ilusión. La salvación estaría garantizada para los elegidos, no por las acciones meritorias, sino más bien por el don divino de la fe y por nada más. En consecuencia, ninguna buena obra que el cristiano lleve a cabo puede intervenir para cambiar este don originario recibido por algunos hombres, los elegidos, los predestinados a la salvación en los designios de Dios.
No es preciso recordar lo peligrosa que esta doctrina es para el buen orden cristiano, que debe afirmarse por el contrario justamente sobre la base de la libre elección de la fe o de su rechazo por parte de los hombres. Por lo demás, no dudo en afirmar que precisamente la doctrina conocida como justificación por la fe es el pilar que sustenta todos los actos nefandos llevados a cabo por los luteranos en veinticinco años. Ella es el pilar de su teología invertida, además de aquello que les confiere la fuerza necesaria para enfrentarse a la Santa Sede sin la menor humildad, para poner en entredicho la jerarquía de la Santa Iglesia Romana, y todo ello en nombre de la inutilidad de un juez para las acciones humanas y de una autoridad eclesiástica que administre la regla y juzgue precisamente quién es digno de entrar en el Reino de Dios y quién no. V. S. recordará sin duda que una de las primeras osadías de Lutero fue precisamente la de no reconocerle al Santo Padre la autoridad de la excomunión.
Pues bien, lo que el cardenal Contarini no pudo, a saber, el desvirtuar y atentar contra la doctrina católica de la salvación por medio de las obras, lo podría hoy el cada vez menos restringido círculo de acólitos del cardenal Polo.
Ya en el pasado tuve que referir a Vuestra Señoría la fascinación peligrosa que ejercían sobre los espíritus sin preparación los escritos de aquel joven ginebrino que parecía haber recogido el testigo de Lutero a la hora de sembrar la herejía. Me refiero a ese Juan Calvino, autor de una mefítica obra, la Institución de la religión cristiana, en la que se confirman y refuerzan muchas de las ideas alumbradas por la mente herética del monje Lutero, en primer lugar la conocida como justificación por la fe.
Precisamente, dicha obra ha inspirado la que considero la publicación más peligrosa para estas tierras italianas desde los pérfidos sermones de Savonarola y que debemos al genio extraviado de las mentes viterbesas, entre las cuales me encuentro.
Me refiero a un breve tratado cuya peligrosidad supera con creces su volumen, ya que hay expuesta lisa y llanamente, en un lenguaje perfectamente comprensible para cualquiera, la doctrina protestante de la justificación por la fe como si ella no contradijera en absoluto la doctrina de la Iglesia.
No cabe duda de que se trata del intento de este círculo de literatos y clérigos de introducir en la base doctrinal elementos que favorezcan el acercamiento entre católicos y luteranos, aceptando en su totalidad la doctrina de la salvación defendida por estos últimos.
El autor del texto en cuestión es un fraile benedictino, un tal Benedetto Fontanini de Mantua, en la actualidad residente en el monasterio de San Nicolò l’Arena, en las laderas del monte Etna. Pero las manos que han trabajado en la redacción del texto, introduciendo en él traducciones casi literales de la Institución de Calvino, son las de Reginaldo Polo y de Marco Antonio Flaminio.
Las indagaciones llevadas a cabo con extrema cautela me han llevado a descubrir que el cardenal Polo tuvo ocasión de conocer a fray Benedetto ya en 1534, cuando, huyendo de Inglaterra, acertó a pasar por el monasterio de la isla de San Giorgio Maggiore de Venecia. En esa época, en efecto, Fontanini residía allí. Debe saber V. S. que el abad del convento de San Giorgio Maggiore a la sazón no era otro que Gregorio Cortese, que hoy es un ferviente defensor de los espirituales en la Curia.
A este precedente añádese el hecho de que dos años después, en el 36, también Marco Antonio Flaminio se dirigió a aquel convento, llamado precisamente por Cortese con el pretexto de que se hiciera cargo de la impresión de la paráfrasis latina del Libro XII de la Metafísica de Aristóteles.
Así pues, el cardenal Polo, Cortese y Flaminio. Todos ellos amigos, todos muy próximos a la política conciliadora del cardenal Contarini de Bolonia. He aquí las mentes que han alumbrado esta obra terrible. Si fray Benedetto de Mantua amasó la arcilla, el círculo de los espirituales la modeló y transformó en un vaso lleno de herejía.
El título del tratado habla por sí solo, ya que retoma literalmente una expresión empleada en numerosas ocasiones por Melanchthon en sus Lugares comunes.
El beneficio de Cristo, o Tratado utilísimo para los cristianos del beneficio de Jesucristo crucificado. Este es el título de la obra cuya redacción es ultimada en estos días por Flaminio, y en el que se afirma claramente que:
Bastará la justicia de Cristo para hacernos justos e hijos amados sin necesidad de nuestras buenas obras, las cuales no pueden ser buenas, si, antes de que las hagamos, no somos nosotros buenos y justos por la fe.
Puede perfectamente Vuestra Señoría juzgar la amenaza que la difusión de este tipo de ideas puede representar para la Cristiandad y muy en particular para la Santa Sede, en el caso de que ganaran aceptación. Si luego el librito encontrase el aplauso entre los notables de la Iglesia, podría estallar una epidemia de consenso para los protestantes en el seno de la Iglesia de Roma. No me atrevo a pensar qué odiosas consecuencias podría ello tener en la política de la Santa Sede en relación con Carlos V.
Estoy listo, pues, para recibir nuevas directrices de vuestro ingenio, convencido como estoy de que sabréis aconsejar una vez más del mejor modo a este celoso siervo vuestro.
Poniendo toda mi confianza en Vuestra Señoría, beso sus manos.
De Viterbo, 18 de noviembre de 1541,
el fiel observador de Vuestra Señoría,
Q.