Carta enviada a Venecia desde la ciudad imperial de Augsburgo, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 1 de octubre de 1529.

Al eminentísimo señor mío Giovanni Pietro Carafa, en Venecia.

Mi muy honorable señor, el ánimo de este siervo se llena de gratitud y de emoción por la posibilidad que se le ofrece de comparecer ante vuestra presencia. No tengáis ninguna duda de que pueda faltar a la cita: la paz ha vuelto los caminos de Lombardía más seguros y este hecho, unido a la urgencia que tengo de ver a mi señor, me hará quemar las etapas hasta Bolonia. Siento de todo corazón que el santo padre Clemente haya tenido que aceptar una tan vil componenda con Carlos, concediéndole esta coronación oficial en Bolonia; la victoria sobre los franceses en Italia y ahora este reconocimiento pontificio enaltecerán a Carlos V al rango de los más grandes césares de la Antigüedad, sin que él posea ni una gota de sus virtudes ni de su rectitud. Mandará en Italia con arreglo a su voluntad, y mi parecer es que este congreso tendrá a los estados italianos, y al pontificio por encima de todos, como espectadores impotentes de las decisiones del Emperador. Pero ya basta: vae victis, no más por ahora, en la esperanza de que Dios misericordioso conceda a los ánimos devotísimos como el de Vuestra Señoría la gracia de saber poner coto a la arrogancia de este nuevo César.

Precisamente a dicho respecto me permitiré seguir haciendo uso de la franqueza a la que Vuestra Señoría tan magnánimamente ha querido acostumbrarme, dado que el libre divagar del pensamiento, tan desprejuiciado como seguro de provocar la sabia sonrisa de mi señor, me lleva a decir que actualmente los enemigos de Carlos son tres: el rey de Francia, católico; los príncipes germanos, de fe luterana; y el turco Solimán, infiel; y que si aquellos fueran capaces de hacer prevalecer su común interés antiimperial sobre la diversidad de creencias, golpeando al Imperio a la vez y de común acuerdo, entonces no cabría duda de que aquel vacilaría como una tienda sacudida por un vendaval, y con ella también el trono de Carlos. Pero estos ojos han recibido la orden ya de dedicar sus observaciones a los asuntos de Alemania y no al mundo entero, de ahí la necesidad de callar, en la espera impaciente de reunirme con Vuestra Señoría en Bolonia, y poder hablarle personalmente de la situación alemana y en particular de la de los herejes anabaptistas a los que V. S. recordará haberme oído hacer mención ya varias veces con anterioridad.

En la esperanza de no retrasarme un solo día a la cita, beso las manos de Vuestra Señoría y me encomiendo a su gracia.

De Augsburgo, el día primero de octubre de 1529,

el fiel observador de V. S.,

Q.