Carta enviada a Roma desde la ciudad imperial de Augsburgo, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 10 de junio de 1527.
Al muy honorable señor mío, Giovanni Pietro Carafa, felizmente librado de las inmundas filas de los herejes bárbaros.
La noticia de saber que Vuestra Señoría está sana y salva llena mi corazón de contento y alivia finalmente el pesar que en estos terribles días me ha quitado el sueño. El solo hecho de pensar en el solio de San Pedro devastado por los nuevos vándalos me hiela la sangre en las venas. No me atrevo a imaginar qué tremendas visiones y qué pensamientos de muerte deben de haber asaltado a V. S. Eminentísima en tales momentos. Nadie mejor que este devoto siervo puede conocer la brutalidad y la impiedad de los alemanes, soldadotes inmundos atiborrados de cerveza e irrespetuosos con toda autoridad, con todo lugar santo. Bien sé que mancillar las iglesias, decapitar las efigies sagradas de los santos y de la Virgen es considerado por ellos como un mérito de fe, aparte de como un verdadero solaz.
Pero tal como V. S. afirma en su misiva, el escándalo no podrá quedar impune; si Dios omnipotente ha sabido castigar la arrogancia de estas bestias desencadenando sobre ellas la peste, no dejará de castigar a quien les ha abierto la jaula, dejando que se esparcieran por Italia: si no ante el Santo Padre, el Emperador deberá responder de ello en presencia de Dios.
El Habsburgo finge, en efecto, no saber que en su ejército y en el de sus príncipes anida toda una milicia de herejes: luteranos que no tienen ningún respeto por nada ni por nadie. No me faltan, efectivamente, razones para creer que no ha sido una mera casualidad que el mando de la campaña de Italia le fuera confiado a Georg Frundsberg y a sus lansquenetes. Estos son conocidos aquí por su inhumana crueldad e impiedad, aparte de por la simpatía que sienten por Lutero. No me extrañaría en absoluto si lo que hoy parece el resultado indeseado de una correría de bárbaros mercaderes, mañana se revelase el fruto de una decisión militar e interesada del Emperador. El saco de Roma debilita al Santo Padre y lo deja inerme en manos del Habsburgo. Este último ha encontrado así la manera de ser a un tiempo paladín de la fe cristiana y valedor de la Santa Sede.
No puedo, por tanto, sino compartir las durísimas palabras de condena y de desprecio de Vuestra Señoría, cuando afirma que Carlos amenaza cada vez más de cerca y sin ningún pudor la autonomía de la Iglesia y que deberá pagar por esta inaudita afrenta.
Ruego, pues, al Altísimo para que quiera asistirnos en el gran misterio de la iniquidad que nos rodea y conceda a Vuestra Señoría resistir contra quien se dice defensor de la Santa Iglesia de Roma, cuando no tiene ningún escrúpulo en permitir a su inmunda soldadesca el devastarla.
Sinceramente fiel me encomiendo a V. S. besando sus manos,
De Augsburgo, el día 10 de junio del año 1527,
el fiel observador de Vuestra Señoría,
Q.