Carta enviada a Roma desde la ciudad sajona de Wittenberg, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 27 de octubre de 1521.

Al ilustrísimo y reverendísimo amo y señor, el muy honorable Giovanni Pietro Carafa, en Roma.

Ilustrísimo y reverendísimo amo y señor mío muy honorable:

Escribo a Vuestra Señoría para informarlo de que no existe ya ninguna duda acerca de la responsabilidad del príncipe Federico en el secuestro de Lutero. Aquí, en Wittenberg, los rumores se refieren a una prisión voluntaria del monje en uno de los castillos del Elector, al norte de Turingia. Por si los rumores que día tras día se van sumando para confirmar esta verdad no fueran suficientes, bastaría para ahuyentar cualquier posible fingimiento con leer en el semblante sereno del doctísimo y afeminado Melanchthon, o bien en el plácido transcurrir diario, sin la menor angustia, de las actividades docentes y la formación de los discípulos, o más aún en el frenesí del rector Karlstadt. Así pues, Lutero no fue raptado, sino más bien puesto a salvo por su protector.

Pero voy a responder inmediatamente a la cuestión que Vuestra Señoría planteaba en su última misiva. No es menos cierto también que ahora la atención y las fuerzas del Emperador están dirigidas a la guerra contra Francia y para el partido de los seguidores de Lutero este podría ser el momento propicio para darse a conocer. Yo no creo, sin embargo, que ello se produzca a corto plazo. Si estos ojos sirven para algo, puedo afirmar que el príncipe Federico y sus aliados tratan de ganar tiempo. Él no tiene ningún interés en fomentar la rebelión contra el Papa, porque sabe que podría perder el control de la misma y ser derrotado. El Emperador, en efecto, acudiría en defensa de la Catolicidad, y es demasiado fuerte aún para ser desafiado en campo abierto.

Pero existe otra razón para la prudencia del Elector de Sajonia. La pequeña nobleza sin tierra se ha reunido en torno a dos nobles venidos a menos, simpatizantes de Lutero, un tal Hutten y otro de nombre Sickingen, quienes en los próximos años podrían intentar una insurrección. Por tanto, creo que los príncipes, con Federico a la cabeza de todos ellos, no querrán dejar abierto ningún resquicio a estos tumultuosos subalternos y que estarán unidos a la hora de abatirlos, a fin de mantener ellos solos el control de cualquier reforma.

Pero otra razón empuja al Elector a tomarse su tiempo. Aquello sobre lo cual no he hablado a V. S. es el humor popular que se capta en el ambiente de unos meses a esta parte. Muy en especial son los acontecimientos de Wittenberg, en ausencia de Lutero, los que más apremian al Elector. El rector de la universidad, Andreas Karlstadt, encabeza en efecto una reforma que encuentra un amplio seguimiento entre la población. Él fue quien abolió el voto monástico y el celibato para los hombres de iglesia. La confesión auricular, el canon de la misa y las imágenes sagradas han sufrido igual suerte. Ha desencadenado la ferocidad popular contra las imágenes de los santos, y se han producido episodios de violencia que han llevado al deterioro de iglesias y capillas. Él mismo se ha apresurado a contraer matrimonio con una joven de apenas quince años. Viste de arpillera y predica en alemán por las calles, hablando de humildad y de la abolición de todos los privilegios eclesiásticos. No tiene el menor rebozo en sostener que las Escrituras deben ser dejadas al pueblo, libre de hacerlas suyas y de interpretarlas como mejor le parezca. Ni tan siquiera Lutero habríase atrevido a tanto. Respecto a la administración cívica, además, Karlstadt ha instaurado un Consejo municipal electivo que gobierna la ciudad en régimen de paridad con el Príncipe, cosa que espanta no poco a Federico. Lo que en realidad él pensaba que se volvería en favor suyo corre el riesgo de volverse en su contra: la reforma de la Iglesia y la independencia de Roma podrían trocarse en reforma de la autoridad e independencia de los Príncipes.

Por todo lo cual creo que el Elector no tardará en hacer salir a Lutero del escondrijo en el que lo tiene metido, a fin de que ahuyente al tal Karlstadt. Puedo asegurar además a Vuestra Señoría que si Lutero tuviera que volver a Wittenberg, Karlstadt se vería obligado a irse de allí. Pues, efectivamente, no está en condiciones de sostener el enfrentamiento con el profeta de la reforma alemana; al fin y al cabo sigue siendo un pequeño rector de universidad, mientras que Lutero, tras lo acontecido en Worms, es para todos los alemanes el Hércules germánico. Pues bien, mi señor, tengo el convencimiento de que este Hércules dejará caer su clava sobre Karlstadt y sobre todo el que amenace con hacer sombra a su fama, con solo que el Elector se lo permita. Por su parte, Federico sabe perfectamente que solo Lutero está en condiciones de encabezar la reforma en la dirección que más útil le sea; se necesitan el uno al otro como el piloto y el remero para gobernar una nave. Estoy seguro de que Lutero no tardará mucho en volver a Wittenberg, y limpiará el campo de cuantos traten de usurpar su sitial.

Así pues, por todas estas razones el príncipe Federico y sus aliados no se han enfrentado aún abiertamente a la Iglesia y al Emperador.

Ahora bien, si alguna vez le fuese concedido a un siervo el dar consejos a su propio señor, estoy seguro de que le hablaría del siguiente modo: «Para golpear a un tiempo al Elector y a todos los príncipes cuya intención no es otra que rebelarse contra la autoridad de la Iglesia romana, es menester golpear precisamente al Hércules germánico en quien aquellos se escudan. El pueblo, los villanos y los campesinos, están descontentos y alborotados, quisieran reformas mucho más atrevidas que las que el príncipe Federico y acaso el propio Lutero están dispuestos a conceder. Verdad es que el portal que Lutero ha abierto, ahora se querría que estuviera bien cerrado. Ahora bien, el tal Karlstadt no vale gran cosa, no durará mucho. Mas el hecho de que tantas personas aquí en Wittenberg lo hayan seguido es una clara señal del sentimiento que anima al pueblo. Por tanto, si de las olas de este proceloso océano alemán emergiese otro Lutero, más demonio que el mismo demoníaco fraile, alguien que hiciera sombra a su fama e hiciera de portavoz de las demandas del vulgo… alguien que sometiera a hierro y fuego a Alemania con sus palabras obligando a Federico y a todos los príncipes a la guerra, obligándolos a solicitar el apoyo del Emperador y de Roma para apaciguar la rebelión… Alguien, mi señor, que empuñara el martillo y golpeara a Alemania con tal fuerza como para hacerla temblar desde los Alpes hasta el mar del Norte… Si un hombre de tal género existiera en alguna parte, debería tenérsele en más aprecio que al mismo oro, puesto que sería el arma más poderosa contra Federico de Sajonia y Martín Lutero».

Si Dios, en Su infinita providencia nos enviase un profeta como este, no sería sino para recordarnos que Sus caminos son infinitos, como infinita es Su gloria, para la cual estos humildes ojos se emplean y continuarán sirviendo siempre a Vuestra Señoría, a cuya bondad me encomiendo al tiempo que le beso las manos.

De Wittenberg, a 27 de octubre de 1521,

el fiel observador de Vuestra Señoría,

Q.