Y súbitamente ella lo vio salir de su despacho. Aquel hombre traía cara de haber visto algo terrible, algo que lo había asombrado como sombra que oscurece. Era alguien tocado por el horror. No la desgracia que nos deja desolados, sino el horror ante alguna cosa abrumadora e inhumana que sobreviene y nos deja inermes y vencidos. Incluso ella comprendió que no era decente dirigirse a él, nadie se debería acercar a alguien en aquel estado. El sentido de la vergüenza le decía que no lo debía mirar a la cara para no atisbar en esas zonas de nosotros, cuando uno está vencido como un niño que llora, esos lugares que no queremos mostrar a los demás. No debía aprovecharse de uno de esos momentos que rompen la máscara de nuestra identidad, cuando los demás deben saber si les corresponde abrazarte o, por pudor, apartar la vista. Más tarde ella, recordando todos los hechos, pensaría que fue en aquel momento precisamente cuando traspasó la frágil barrera de la identidad de él, cuando quedó establecido un lazo íntimo entre ellos dos. Cuando ella se anudó a su destino.
Sin embargo, en aquel momento no fue capaz de contener la rabia acumulada durante meses, años; enfado que en aquel rato que llevaba aguardando sentada humillantemente como un perro en la puerta de su despacho se había ido tensando como un resorte. Ella se interpuso en su camino, lo detuvo y dijo:
—Vosotros, los de las productoras, vivís de nosotros, de nuestro talento y de nuestro trabajo. Ya podíais escuchar al menos nuestros proyectos, ya podíais respetar a quienes escribimos la materia prima de las series que producís. —Lo dijo con rabia, como no recordaba haberle hablado a nadie que hubiese tenido poder sobre ella.
Y los ojos de él, abiertos de par en par, la observaban sorprendidos mas no veían lo que tenía delante, y tampoco escuchaba ni entendía sus palabras, sólo la contemplaba con una mirada vacía, lleno todo él de su horror privado. Ella vio que él no entendía y quiso explicarse, bajó el tono de voz.
—Llevo semanas esperando que me recibas, es por el argumento de la película, es un buen argumento. Distingo perfectamente cuándo tengo un buen argumento. Llevo trabajando en esto años, y ésta es una buena historia. He trabajado bastante para vosotros, para esta empresa, tengo derecho a que me recibas y me escuches…
Él se amedrentó y aunque era más alto que ella hizo como un niño que se encogiese de miedo ante su maestra.
—Disculpa, disculpa… no sé de qué me hablas… Disculpa… —Y se dirigió a la secretaria que miraba sorprendida hacia él. Ella negaba confusa sin atreverse a decir nada tampoco.
—Un dossier que entregué hace casi dos meses… Se titula El Insomne…
—… Disculpa, no sé. Quizá. Perdona, dale el dossier a mi secretaria, ya me lo pasará ella después. ¿«Lobishome[1]»?
—No. El Insomne, el que no duerme. Es una historia gótica, de miedo…, para un largometraje. De una especie de vampiro… Ya lo tenéis aquí, ya os lo he entregado, hace meses.
—Ahora mismo se lo busco… —masculló la secretaria abriendo un cajón de su mesa.
—Disculpa… —Volvió la vista temeroso a su despacho y después quiso huir.
Ella estaba sorprendida y avergonzada, y únicamente fue capaz de hacerse a un lado y dejar marchar con paso vacilante a aquel hombre que ella había imaginado odioso y veía ahora abatido. Él se fue por el pasillo y se oyeron sus pisadas bajando las escaleras, llevando con él aquella desgracia que ella aún no conocía y dejando aquel despacho desolado. Más tarde, reconstruyendo aquella escena que había sido el comienzo de todo, ella caviló en cómo la desgracia nos hace adultos, y también mejores. Cómo, en cierta manera, la desgracia podía ser un despertar a la vida.
Inmediatamente se dirigió a aquella mujer para pedirle explicaciones, pero a ella parecía preocuparle más lo que le sucediera a Xacobe que haber quedado en evidencia delante de los dos por no haberle entregado el dossier. Realmente apenas la miró, una mirada breve y resentida y un comentario.
—Mañana mismo tendrá su dossier encima de la mesa. Y a continuación salió por una puerta lateral a otro despacho contiguo.
Ella se quedó allí, desconcertada y confusa por dentro, no le restaba más que marcharse, pero aún no había conseguido asimilar todo lo que acababa de ocurrir tan rápidamente.
Del despacho de al lado llegaba la voz amortiguada de la secretaria, seguramente hablando por teléfono. Quizás informando a alguien.
Ella estaba como prendida aún a aquel momento, aquel suceso abrupto la había dejado enredada. De alguna manera siempre había sido lenta, un poco torpe y de reacciones tardías, de manera que no se sentía en disposición de marcharse todavía, como si aquel momento aún no hubiera acabado para ella, como un espectador que recorre el escenario del teatro después de que se han marchado los actores y el resto del público, como un acorde que resuena en la sala del concierto. Se asomó al despacho que había abandonado Xacobe dejando la puerta entreabierta.
La pantalla de su monitor seguía encendida. Papeles aquí y allá. Justo delante de su lugar en la mesa un sobre de color oscuro abierto. No se atrevió a sacar la hoja que había dentro, la tocó únicamente con la punta de un dedo, que se encogió instantáneamente, como si algo lo quemara. El sobre tenía un grabado que no distinguió bien, una especie de serpiente que componía un círculo abierto. Al oír el sonido de un teléfono que colgaban en la pieza contigua, salió del despacho con miedo a ser descubierta. El hechizo del momento había concluido.
Estimados hermanos cofrades de la Cofradía del Santo Sepulcro:
Me gustaría que esto fuese una Confesión, como la de san Agustín, pero no estoy iluminado por el Espíritu Santo, como lo estuvo él sin duda, y en mi confesión ante todos vosotros no voy a poder desnudar mi alma. Aun así, quisiera que vieseis que he intentado con toda humildad exponer mi verdad sobre los hechos que originaron mi expulsión de esta Santa Cofradía. Y si no llego a tanta confesión como el santo de Cartago, que incluso relata cómo robaba peras en el huerto de un vecino y pan en la despensa familiar, pues es porque mi alma pecadora no está tan plena de Gracia como la de él. Tampoco he hurtado nada ni dañado a esta Cofradía, como comprenderéis en cuanto leáis o escuchéis lo que tengo que decir.