Aunque parezca padre, soy padrastro pues mi papel en este libro es el de editor, ya que la autora no ha querido figurar como tal. Los motivos los desconozco, las relaciones entre un autor y su obra son ambiguas y mágicas, fantasmagóricas. Un día recibí por correo un disquete que contenía el libro, Trece campanadas, con una nota manuscrita firmada con el nombre CELIA en la que la autora me pedía que lo publicase con mi nombre; ella renunciaba a la autoría y a sus derechos, sin embargo quería verlo editado.

Lo hice, acepté ese papel de médium, he aquí este libro extraño. Un libro hecho con el estilo de su narradora y con las mañas de una novelista contemporánea, lo que le permite incorporar materiales diversos para construir una historia. Siendo una obra corriente en su forma, esta historia extraordinaria que la autora localiza en mi ciudad ha calado en mi ánimo y desde que la leí he querido que fuese editada.

Naturalmente que he hecho averiguaciones acerca de la autora. Partiendo de lo que ella cuenta de sí misma hice algunas preguntas y creo saber de quién se trata. Pero prefiero respetar la voluntad de la autora y, por otra parte, este carácter anónimo casa bien con la magia del relato; de todo relato misterioso. Así pues, sólo queda el libro ante quien lo lea. Y acaso debiera hacer así siempre el autor, entregar su historia y desaparecer luego.

Yo no soy quién para afirmar si lo que se cuenta es una pura invención nacida de la imaginación de la autora o si ésta se inspiró en algo que hubiese ocurrido en la ciudad. Lo que sé es que mientras leía su novela me adentré en un mundo misterioso y tétrico, y su relato fue tan vívido que ahora desconfiaré para siempre de lo que guardan las sombras y las piedras de mi ciudad, tan dadas, por cierto, a atraer los temporales.

Y doy paso a esta novela fantasmal que confieso que primero leí llevado por el placer del suspense y que luego releí como si fuese una oración misteriosa. Pues, como toda narración gótica, consigue intrigar y también perturbarnos, ya que la literatura en la que se cuela lo sobrenatural tiene mucho de metafísica. Los libros de misterio tienen algo que ver con el masoquismo, con la búsqueda de conocimiento oscuro a través de una cierta dosis de dolor. Aunque la narradora abre su novela con citas abundantes, quisiera que la piedra liminar a ese ámbito de sombras que aguarda ahí delante a quien lee fuesen unas palabras de María Zambrano en las que me ha parecido ver el espíritu con el que la escritora ha urdido su libro.

El verdadero éxito tiene que buscarse en el escribir sin sombra de temor —ni de esperanza— de que vaya a ser publicado. Y creo que se da en…, estaba a punto de decir —pero ¿y por qué no?— los abismos del tiempo. Del tiempo, que habría que escribir con mayúscula, total; de la inmensidad del tiempo que, paradójicamente, nos prende y limita, del tiempo que no nos deja. […] Nos sostiene, nos envuelve. Y ya que sostiene, el tiempo alza y eleva al ser humano sobre la muerte, que siempre está, ella antes que la nada, ella y no la nada, ahí.