Capítulo XV

UNA NOCHE AGITADA

En todo el día, ningún gitano se acercó a la mina, ni siquiera el Husmeador. El atardecer fue tan apacible y casi tan caluroso como había sido el resto de la jornada.

—¡Es un tiempo extraordinario! —exclamó Dick—. ¡Hace un calor impropio del mes de abril! Las campanillas florecerán si el sol sigue siendo tan fuerte.

Los cuatro niños estaban tendidos en la arena de la cavidad, contemplando la estrella vespertina. Parecía mayor que nunca. Era brillante y redonda.

Tim seguía excavando en la arena.

—Tiene la pata mucho mejor —dijo Jorge—. Pero a veces la levanta como si le doliera.

—Sólo lo hace —explicó Dick— cuando quiere que le digas: «¡Pobrecito Tim. ¿Te duele mucho?». Es como un niño: le gusta que lo mimen.

Estuvieron charlando un rato más. De pronto, dijo Ana, bostezando:

—Ya sé que todavía es muy temprano, pero me voy a dormir.

Acto seguido, empezó una carrera general hacia la fuente. Todos se lavaron con agua fresca. No había más que una toalla, pero fue suficiente. Luego se echaron en sus lechos de arena, una arena tan deliciosamente caldeada, que nadie utilizó las lonas impermeabilizadas. No podía quedar ni rastro de humedad en la mina, después de haber recibido el fuerte calor del sol durante todo el día.

—Confío en que nos despertaremos cuando venga el avión…, si viene —dijo Julián a Dick, mientras se tendían en el blando lecho de arena—. ¡Qué suelo tan caliente! No me extraña que Tim esté jadeando.

No tardaron en dormirse; pero Dick se despertó de pronto, a causa del calor. ¡Vaya nochecita! Estuvo un rato contemplando las brillantes estrellas y cerró nuevamente los ojos. Pero fue inútil: no podía volver a conciliar el sueño.

Se incorporó con precaución para no despertar a Julián.

«Voy a ver si está encendido el proyector, como la noche pasada», se dijo.

Subió al borde de la mina, miró hacia el campamento de los gitanos y lanzó una exclamación.

«¡Está encendido! El proyector no se ve, pero no cabe duda de que su luz es muy potente, ya que distingo desde aquí su resplandor. Desde arriba debe de verse muy bien. Seguramente vendrá el avión. Por algo han encendido la luz».

Prestó atención y oyó un ruido sordo, una especie de zumbido que llegaba del Este. ¿Sería el avión? Acaso aterrizara. ¿Quién viajaría en él?

Dick corrió a despertar a Julián y a las niñas. Tim se despertó también y al punto empezó a mover la cola. Siempre estaba dispuesto para todo, aunque fuera a medianoche.

Ana y Jorge se levantaron. Ana exclamó:

—¿De modo que se ha vuelto a encender el foco? Se oye perfectamente el ruido del avión. ¡Esto es emocionante! Oye, Jorge, supongo que no se le ocurrirá a Tim ponerse a ladrar. ¡Nos descubriría!

—No. Ya le he dicho que se calle… ¡Mirad! ¡El avión se acerca!

El zumbido se percibía ya tan claramente, que se podía localizar al avión en el cielo. Julián tocó a su hermano con el codo.

—Mira, ahora puedes verlo. Está exactamente sobre el campamento de los gitanos.

Dick consiguió verlo.

—Es muy pequeño —dijo—. Todavía más pequeño de lo que me pareció la noche pasada… Ahora va bajando.

Pero no aterrizaba. Se limitaba a volar muy bajo, describiendo círculos, como la noche anterior. Luego se remontó y volvió a bajar hasta casi tocar las cabezas de los muchachos.

Entonces sucedió algo inesperado: un objeto cayó cerca de Julián, un objeto que rebotó y volvió a caer y entonces quedó inmóvil. El ruido que hizo al chocar con el suelo, sobresaltó a los cuatro. Y también a Tim, que lanzó un débil gemido.

¡Bum! Algo más cayó. ¡Bum, bum, bum! Ana gritó:

—¿Nos están bombardeando? ¿Qué hacen, Julián?

¡Bum! ¡Bum! Julián se agachó, tan cerca se oyeron los últimos ruidos, asió el brazo de Ana y la condujo a la mina, a la vez que llamaba a Dick y a Jorge.

—¡Venid! ¡Pronto! ¡Y todos a las cuevas! Esas cosas que tiran nos pueden hacer daño.

Todos corrieron a la mina mientras el avión describía un nuevo círculo, arrojando aquellos paquetes que chocaban ruidosamente con la tierra. Algunos cayeron en el interior de la mina. Tim recibió el mayor susto de su vida al sentir que un objeto caía sobre su hocico. Lanzó un aullido y corrió hacia Jorge.

Pronto estuvieron todos guarecidos en las cuevas de la mina. El avión dio una vuelta más y de nuevo se oyó el ruido de los objetos que caían. Los cuatro advirtieron que también esta vez cayeron algunos paquetes en el interior de la mina, y se alegraron de estar en abrigos seguros.

—Desde luego, no es nada explosivo —dijo Dick en tono de satisfacción—. Pero ¿qué será lo que arroja ese aeroplano? ¿Y por qué? Ésta es la aventura más extraña que hemos tenido.

—Seguramente, estamos soñando —dijo Julián en broma—. Pero no, ni siquiera un sueño puede ser tan disparatado. Nos hallamos en una cueva de una mina de arena del Páramo Misterioso, mientras un avión arroja objetos a nuestro alrededor en plena noche. Esto es verdaderamente increíble.

—Me parece que ya se aleja el avión —dijo Dick—. Ha dado otra vuelta sin tirar nada y se va remontando. Sí, se aleja. Hace un momento, cuando estábamos en el borde de la mina, volaba a tan poca altura, que he temido por nuestras cabezas.

—También yo he tenido ese temor —dijo Ana, alegrándose de que el avión no diera más vueltas ni arrojara más objetos misteriosos—. ¿Podemos salir ya?

—Sí —repuso Julián, levantándose y sacudiéndose la arena de la ropa—. Venid. Si el avión vuelve, lo oiremos en seguida. Estoy deseando ver qué es lo que ha tirado.

Todos echaron a correr en busca de los paquetes. El resplandor de las estrellas en la noche despejada alumbraba lo bastante para que no fuera preciso encender antorchas ni linternas.

Julián fue el primero en encontrar lo que buscaban. Era un paquete delgado y apretado, muy bien envuelto y cosido en un trozo de lona.

—No hay nombre ni señal alguna —dijo—. Es un detalle interesante. A ver quién adivina lo que hay dentro.

—Yo creo que habrá jamón para el desayuno —dijo al punto Ana.

—¡No seas tonta! —exclamó Julián, sacando un cortaplumas para cortar el hilo con que estaba cosida la lona—. Sin duda son cosas de contrabando. A esto se dedica el avión. Ha traído contrabando de Francia y lo ha dejado caer en un lugar convenido de antemano. Los gitanos deben de recogerlo y llevarlo, escondido en sus carromatos, al punto de destino. Resulta muy ingenioso, ¿verdad?

—¿Estás seguro de eso, Julián? ¿Qué habrá en los paquetes? ¿Cigarrillos?

—No; si hubiera cigarrillos, no pesarían tanto. Bueno, ya está cortado el hilo.

Todos se apiñaron alrededor de Julián con ávida curiosidad. Jorge sacó del bolsillo su linterna eléctrica y la encendió para que todos pudieran ver mejor el contenido del paquete.

Julián quitó la lona. Entonces apareció un papel recio de color castaño. Lo quitó también y quedó al descubierto un abultado sobre atado con un hilo fuerte. Después de cortar el hilo y arrojarlo al suelo, Julián abrió el sobre y exclamó:

—¡Mirad! El sobre estaba lleno de estas hojas de papel atadas en fajas. ¡Acerca la linterna, Jorge.

Los cuatro miraron atentamente y en silencio lo que Julián tenía en las manos.

—¡Diantre! —exclamó Julián, sobrecogido—. ¡Es dinero americano! ¡Dólares! ¡Billetes de cien dólares! ¡Y sólo en este sobre hay una serie de fajos de veinte de estos billetes!

Los cuatro se miraban asombrados mientras Julián seguía vaciando el sobre.

—¡Mirad lo que hay en un solo paquete! —continuó Julián—. Y pensad que han tirado varías docenas de paquetes como éste. ¿Sabéis lo que esto significa?

—Sí —respondió Jorge—: que hay muchos miles de dólares a nuestro alrededor, no sólo en la mina, sino también fuera de ella. Yo creo que estamos soñando.

—Pues es un sueño muy extraño —dijo Dick—. Soñar que se tienen muchos miles de dólares no es cosa corriente. ¿No te parece, Ju, que debemos recoger todos los paquetes que ha tirado el avión?

—Sí —repuso Julián—. Ahora empiezo a comprenderlo todo. Los contrabandistas vienen en avión desde Francia y dejan caer estos paquetes en un lugar solitario y convenido de antemano, del páramo. Los gitanos, que están en complicidad con ellos, les hacen señales con el proyector y recogen los paquetes.

—Comprendido —dijo Dick—: recogen los paquetes, los cargan en sus carromatos, emprenden la marcha a través del páramo y van a entregarlos a alguien que, sin duda, los remunera espléndidamente.

—Sí —dijo Julián—, pero no me explico que traigan los dólares de contrabando, pudiendo entrarlos libremente, sin necesidad de esconderlos.

—Tal vez sea dinero robado —sugirió Jorge—. En fin, lo cierto es que ahora comprendo por qué les hizo tan poca gracia a los gitanos vernos por aquí.

—Lo mejor que podemos hacer es recoger todos los paquetes y volver al picadero sin pérdida de tiempo —dijo Julián recogiendo un nuevo envoltorio que tenía a su alcance—. No me cabe duda de que los gitanos vendrán por todo esto. Debemos irnos antes de que lleguen.

Los cuatro se dedicaron afanosamente a recoger paquetes. Reunieron unos sesenta. Todos juntos tenían un peso considerable.

—Creo que debemos poner estos billetes en lugar seguro —dijo Julián—. ¿Y si los escondiéramos en una de las cuevas de la mina? Porque no veo el modo de que, nos los llevemos.

—Podríamos envolverlos en las alfombras, atar al envoltorio las puntas y llevarlos así —propuso Jorge—. A mi juicio, sería una torpeza esconderlos en la mina. Es el primer sitio donde los gitanos los buscarían.

—Aceptada tu proposición —dijo Julián—. Creo que ya hemos recogido todos los paquetes. Traed las alfombras.

La idea de Jorge resultó un acierto. La mitad de los paquetes se colocó en una alfombra y en la otra la otra mitad. Luego ataron los extremos de las dos.

—Esto ha quedado muy bien. Las alfombras son grandes y fuertes —dijo Dick, atando firmemente la suya—. Pero es un poco difícil llevarlas a la espalda. ¿La puedes llevar bien tú, Ju?

—Sí. ¡Hala, vámonos! Seguidnos, Ana y Jorge. Vamos hacia las vías. Dejemos aquí todo lo demás. Ya volveremos a recogerlo. Tenemos que irnos antes de que lleguen los gitanos.

De pronto, Tim empezó a ladrar.

—Esos ladridos significan que los gitanos se acercan —dijo Dick—. Démonos prisa. Sí, se acercan: ya oigo sus voces. ¡Corramos!