UN RUIDO EN LA NOCHE
Tim fue el primero en advertir que había alguien en las cercanías, y levantó las orejas para escuchar. Jorge lo notó en el acto.
—¿Qué sucede, Tim. No será que se acerca alguien, ¿verdad?
Tim emitió un gruñido ahogado. Parecía no estar completamente seguro de sí mismo. Luego dio un salto, moviendo la cola, y salió de la mina.
—¿Adónde irá? —preguntó Jorge sorprendida—. Mirad, ya vuelve.
En efecto, volvía. Y con él llegaba un extraño chuchito. ¡Era Liz! No estaba segura de ser bien recibida. Se acercó a los niños arrastrándose. Nunca se había parecido tanto a un trocito de alfombra.
Tim saltaba alegremente a su alrededor. El instinto le decía que iban a ser buenos amigos.
Jorge acarició a la graciosa perrita y Julián quedó pensativo.
—¿Querrá esto decir que estamos cerca del campamento de los gitanos? —preguntó—. A lo mejor, estas vías terminan cerca de allí. Me parece que estoy desorientado.
—Quiera Dios que no estemos cerca de esa gente —exclamó Ana, inquieta—. Los enemigos de los Bartle debieron de acampar cerca de aquí antes de lanzarse al ataque. Si estos gitanos están cerca también, tal vez tengan la intención de…
—¿Qué importa que estén cerca? —dijo Dick—. ¿Les tenéis miedo? ¡Pues yo no!
Todos callaron, pensativos, mientras Liz lamía la mano de Ana. De pronto, un ruido que todos conocían rompió el silencio. Era el que hacía el Husmeador al sorber el aire por la nariz.
—¡Husmeador! —le llamó Jorge—. Sal de donde estés escondido. Te acabo de oír.
Un par de piernas surgieron de un gran brezo que se alzaba en el borde de la mina. Luego apareció el enjuto cuerpecillo del Husmeador, que se deslizó por la arena hasta las proximidades del grupo. Allí permaneció inmóvil, mirándolos. No se atrevía a acercarse más: temía no ser bien recibido.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Dick—. Supongo que no estarías espiándonos.
—Nada de eso —repuso el Husmeador—. Nuestro campamento está cerca de aquí. Liz debió de oírles, pues echó a correr hacia aquí. Yo he venido siguiéndola.
—¡Qué contrariedad! —dijo Jorge—. Creíamos que no habría nadie cerca. ¿Sabe alguien del campamento que estamos aquí nosotros?
—Todavía no —repuso el Husmeador—, pero lo sabrán. Siempre descubren a los que se acercan. Lo que les puedo asegurar es que yo no lo diré.
Dick le dio una galleta.
—Harás bien en no abrir la boca —le dijo—. Nosotros no nos metemos con nadie y no queremos que nadie se meta con nosotros, ¿comprendes?
El Husmeador asintió con un movimiento de cabeza. Luego se llevó la mano al bolsillo y sacó el pañuelito blanco y rojo que Jorge le había regalado. Estaba todavía limpio y cuidadosamente doblado.
—Aún no lo he ensuciado —dijo a la niña.
—Mal hecho —dijo Jorge—. Es para tu nariz. ¡No, no te limpies con la manga!
El Husmeador no podía comprender por qué había de utilizar un precioso pañuelo limpio cuando disponía de una manga, y volvió a guardárselo cuidadosamente en el bolsillo.
Liz corrió hacia él moviendo la cola, y el Husmeador acarició a su perrita. Luego se acercó Tim, y el gitanillo se puso a jugar con los dos perros.
Los cuatro terminaron de merendar, dieron una última galleta al Husmeador y empezaron a recoger y guardar sus cosas. Sabiendo por el Husmeador que el campamento de los gitanos estaba cerca, no creían prudente dejar nada a la vista.
—Ahora vete, Husmeador —le dijo Julián—. Y acuérdate de que no queremos que nos espíes. Tim te descubrirá inmediatamente y te perseguirá si te acercas con esa intención. Si quieres vernos, silba cuando estés llegando, pero nada de venir a escondidas. ¿Comprendido?
—Comprendido —dijo el Husmeador poniéndose en pie.
Volvió a sacar el pañuelo del bolsillo, saludó a Jorge agitándolo en el aire y se alejó llevando a Liz pegada a sus talones.
—Voy a ver a qué distancia estamos del campamento de los gitanos —dijo Julián, saliendo de la mina.
Una vez en el páramo, miró en la dirección que había seguido el Husmeador. Al punto distinguió el cerro a cuyo pie habían acampado los gitanos. No estaban a más de cuatrocientos metros de distancia, pero esto era suficiente para que sólo por casualidad pudieran descubrirlos.
«O si el Husmeador les dice que estamos aquí —pensó Julián—. Bueno, de todos modos podemos pasar la noche aquí y marcharnos mañana por la mañana a otro sitio que nos parezca mejor».
Como tenían ganas de saltar y correr, se pusieron a jugar a la pelota en el arenal. Tim participó en el juego con entusiasmo, pero, al ver que siempre era el primero en alcanzar la pelota, los niños se vieron obligados a atarlo para poder jugar ellos. El perro les volvió la espalda, ofendido y malhumorado.
—Ahora se parece a ti, Jorge —bromeó Dick. Y recibió en respuesta un pelotazo en la cabeza que le lanzó la indignada Jorge.
Nadie tenía apetito. Así que renunciaron a la cena. Julián sacó un vaso de aluminio y fue a llenarlo a la fuentecilla una vez para cada uno. Era un agua verdaderamente deliciosa.
—¿Qué hará en este momento Enriqueta? —preguntó Ana—. Sus tías no cesarán de mimarla. Tenía un aspecto muy raro tan emperifollada. Hasta sombrero se puso.
—¡Qué lástima que no sea un chico! —comentó Dick—. Lo mismo que tú, Jorge —se apresuró a añadir—. Las dos sois muy buenas compañeras, y tan valientes como el primero.
—¿Cómo sabes que Enriqueta es valiente? —preguntó Jorge en tono despectivo—. Sólo por sus estúpidas historias. Estoy segura de que todo lo que cuenta son exageraciones o invenciones suyas.
Julián cambió de tema.
—¿Creéis que necesitaremos las alfombras esta noche? —preguntó.
—¡Claro que las necesitaremos! —repuso Ana—. Ahora hace calor y la arena está caldeada por el sol, pero ya veréis cuando anochezca. Verdad es que si tenemos frío, podemos refugiarnos en esas cómodas cuevas. Están tan calentitas como las tostadas. Lo sé porque he entrado en una.
No tardaron en irse a dormir. Los chicos se instalaron a un lado del profundo cono y las chicas en otro. Tim, como de costumbre, se echó a los pies de Jorge, lo que fue una verdadera molestia para Ana.
—Lo siento encima de mis pies —protestó—. Es tan largo que ocupa las piernas de las dos. Dile que se retire, Jorge.
Jorge lo hizo, pero apenas se durmieron las niñas, Tim volvió a tenderse cómodamente sobre las piernas de las dos. Se quedó dormido, pero con los oídos abiertos.
Oyó el paso furtivo de un erizo, luego a los conejos que salían de sus madrigueras y correteaban en la oscuridad de la noche. Oyó croar a las ranas en una charca, a lo lejos, e incluso llegó a percibir, gracias a su extraordinario oído, el tintineo del agua que fluía de la fuentecilla.
En la mina reinaban una quietud y un silencio absolutos. Había luna, pero ya tan menguada, que las estrellas que tachonaban el cielo daban más luz que ella.
De pronto, Tim levantó una oreja; luego, la otra. Estaba dormido todavía, pero su oído funcionaba a la perfección.
En el silencio de la noche se oyó un zumbido que aumentaba gradualmente, mientras se iba acercando. Tim se despertó del todo y prestó atención con los ojos ya completamente abiertos.
El ruido se oía cada vez más claramente. Dick se despertó también. ¿Qué sería aquello? ¿Un avión? Si lo era, volaba a muy poca altura. ¿Pretendería aterrizar en el páramo en medio de la oscuridad? No era probable.
Dick despertó a Julián y los dos salieron de la mina.
—Desde luego, es un avión —dijo Dick en voz baja—. ¿Qué estará haciendo? No parece que quiera aterrizar. Ha pasado ya dos o tres veces a escasa altura, describiendo círculos.
—A lo mejor, tiene alguna avería —dijo Julián—. Mira, ya se acerca otra vez.
—¿Qué será aquella luz? —preguntó repentinamente Dick, señalando hacia el Este—. ¿No la ves? Es una especie de resplandor. No está muy lejos del campamento de los gitanos.
—Pues no sé lo que será —repuso Julián, perplejo—. No es una hoguera, porque no se ven llamas ni el brillo del fuego.
—Debe de ser alguna señal para el avión —dijo Dick—. El aparato no cesa de describir círculos sobre la extraña luz. Vigilemos.
Continuaron su atenta observación. El avión siguió describiendo círculos sobre aquel resplandor, o lo que fuera; luego, repentinamente, se elevó, dio una vuelta más y se dirigió hacia el Este.
—¡Viene hacia aquí! —exclamó Dick, forzando la vista—. No puedo distinguir qué clase de avión es, pero sí que es muy pequeño.
—¿A qué habrá venido? —preguntó Julián—. Creía que esa luz tendría por objeto guiarlo y facilitarle el aterrizaje. Aunque no sé cómo puede aterrizar aquí un avión. Pero no ha intentado descender: ha dado unas vueltas y se ha alejado.
—¿De dónde habrá venido? —preguntó Dick—. A mí me parece que de la costa, después de un viaje sobre el mar. ¿No lo crees tú también?
—Francamente, no lo sé —respondió Julián—. Este vuelo ha despertado mi curiosidad. ¿Qué relación pueden tener los gitanos con los aviones?
—Es que no estamos seguros de que tengan nada que ver con este avión —dijo Dick—. Lo único que sabemos es que hemos visto una luz… ¡Mira! ¡Ahora se vuelve a ver!
Mientras la miraban, la luz se apagó y el páramo volvió a quedar sumido en la oscuridad.
—¡Qué raro es todo esto! —exclamó Julián—. Sin duda, los gitanos vienen aquí por algún motivo que procuran ocultar. Y es evidente que no les haría ninguna gracia saber que estamos cerca de ellos.
—A mí me parece —dijo Dick— que debemos empezar por averiguar el porqué de esa extraña luz. Podríamos acercarnos mañana al campamento. Tal vez nos aclarase el misterio el Husmeador.
—Tal vez —convino Julián—. Se lo preguntaremos. Ahora volvamos a la mina. Empiezo a sentir frío.
Cuando entraron en la mina, su temperatura les pareció deliciosa. Las niñas estaban profundamente dormidas. Tim no las había despertado al irse con los chicos. También a él le había llamado la atención aquella avioneta que volaba tan bajo, pero no había ladrado. Esta prudencia había parecido muy bien a Julián, ya que los ladridos de Tim habrían llegado al campamento de los gitanos, revelándoles que alguien acampaba en las cercanías.
Los dos hermanos se volvieron a tapar con la manta, muy juntos el uno al otro para comunicarse su calor. Pero pronto les pasó el frío y Dick apartó la manta. Minutos después, los dos dormían profundamente.
Tim fue el primero en despertar, al sentir el calor del sol de la mañana. Se desperezó, y Ana se incorporó dando un grito.
—¡Aparta, Tim! ¡Buen susto me has dado! Si quieres desperezarte encima de alguien, ahí tienes a Jorge.
Los chicos se despertaron y se fueron a la fuente, donde se lavaron y llenaron una cantimplora de agua para beber. Cuando volvieron, Ana preparó el desayuno, y mientras lo tomaban, Julián y Dick explicaron a las chicas la visita nocturna del avión.
—Desde luego, es muy sospechoso —dijo Ana—. Estoy segura de que la luz que visteis era una señal para el avión. Vayamos al sitio de donde decís que salía el resplandor. Desde luego, algo ardía.
—De acuerdo —aprobó Dick—. Yo opino que debemos ir esta misma mañana, llevándonos a Tim por si nos tropezamos con los gitanos.