Capítulo 20:
Aprender a centrarse en un ilusionante futuro

En una ocasión, cuando tenía unos 25 años, conocí a una persona en el gimnasio al que iba. Era una chica más o menos de mi edad y charlábamos en los descansos de los ejercicios. Yo le dije que acababa de finalizar mis estudios de Psicología y ella aprovechó para hacerme la siguiente pregunta:

—Oye, ¿tú qué opinas sobre lo siguiente?: me da la impresión de que cuando dejas la juventud, como hemos hecho nosotros, la vida deja de ser interesante. ¿No es verdad? Ya no es tan fácil descubrir cosas nuevas y todo se vuelve más rutinario. Te confieso que yo a veces me deprimo un poco pensando en ello.

Recuerdo que Laia, que así se llamaba, era guapa e inteligente. Tenía un cabello lacio precioso y una expresión muy dulce. Además, se dedicaba al arte y lo hacía muy bien. Tenía un estudio de pintura y no le faltaba trabajo. Sin embargo, nunca parecía muy contenta.

En ese momento, no supe qué contestarle. Lo cierto es que pensé que quizá tenía razón. Hoy, con un poco de retraso, casi veinte años más tarde, le hago llegar mi respuesta en este capítulo.

Felicidad, bizcochos y guindas

No hace mucho, vino a verme a la consulta una paciente de unos 65 años, que me decía:

—Hace muchos años que no soy feliz. Sin embargo, recuerdo un período muy bonito cuando estaba embarazada de mi hija y luego cuando nació… Era un bebé muy hermoso. Si pudiese quedarme embarazada sería tan feliz…

Me dijo esto y se echó a llorar. Su mente buscaba sin cesar una salida a su amargura y sólo la encontraba en una idea imposible. ¿Estaba atrapada en un mundo que ya no le ofrecía ninguna motivación para la felicidad? En ese momento sí: mucha gente así lo cree y así lo vive. Pero, como veremos a continuación, ése no tiene por qué ser nuestro caso, ni el caso de nadie, si abrimos la mente a la solución real a este tipo de bloqueos.

Uno de los principales errores mentales que cometemos los seres humanos se produce cuando buscamos las fuentes de nuestra felicidad. Esto es, hay ocasiones en que no estamos bien y nos preguntamos: «¿Qué es lo que necesito para ser feliz?», «¿Qué podría hacer para estar más contento?». Entonces, para responder a estas preguntas, hacemos una investigación dentro de nosotros mismos para encontrar las fuentes del bienestar emocional.

—Hum, vamos a ver, ¿cuándo he sido feliz en el pasado? Ya sé, ¡cuando estaba en la universidad! Entonces tenía muchos amigos, me dedicaba al estudio, no tenía responsabilidades y salía con Paola, tan guapa y cariñosa.

Primero recordamos aquel tiempo pasado tan hermoso y, luego, analizamos lo que hacíamos, las personas que nos rodeaban…, intentamos aclarar qué definía aquel período feliz. Y, por último, concluimos que necesitamos todo aquello para volver a estar bien.

—Si pudiese estar de nuevo con Paola seguramente volvería a ser feliz —pensamos.

O quizá:

—Si volviese a la universidad, qué bien me encontraría.

O aún peor:

—Si recuperase la juventud, me sentiría a tope.

En fin, creemos erróneamente que aquellas circunstancias fueron los determinantes de nuestra felicidad y que, recuperándolas, volverá la dicha a nuestras vidas.

¡Ahí está el error!

Si analizas un poco más, verás que tú ya eras feliz antes de:

Tú ya estabas en plena forma mental y aquello que hiciste entonces fueron lo que yo llamo las guindas del pastel, hechos que te dieron un plus de felicidad en una mente que ya se encontraba satisfecha.

Y es que para encontrarte bien a nivel emocional, lo único que necesitas es tener una mente sana. Simplemente eso. Podemos ser felices prácticamente en cualquier circunstancia. No necesitamos salir con Paola, ir a la universidad o ser jóvenes.

Cuando recordamos paraísos personales del pasado, a menudo asociamos el bienestar de aquella época a los hechos más destacados que vivimos entonces —el inicio de una relación, tener un hijo…— y llegamos a la conclusión de que esos hechos fueron los que nos dieron la felicidad, pero no es cierto. Entonces, erróneamente, intentamos repetir aquello, pero vemos que no funciona.

¿Solución?: darse cuenta de que aquellos sucesos no nos dieron la felicidad. El bienestar lo llevábamos nosotros dentro. Ahora, lo que tenemos que hacer es recuperar ese bienestar básico, que habita en nuestra mente. ¿Cómo? Entrenándonos para ver las cosas con positividad, sin terribilizar y disfrutando de cada posibilidad que nos ofrezca nuestra vida actual.

En ese sentido, el bienestar emocional es el bizcocho, la parte sustanciosa del pastel. Y lo que podamos hacer o tener, lograr o acumular… son sólo las guindas de esa tarta. No tienen demasiada importancia. ¡Olvidémonos de ellas!

La mente del mono loco

En los círculos budistas se suele decir que la persona neurótica tiene la mente del mono loco. Como un chimpancé chalado, va corriendo y saltando de rama en rama para no llegar a ningún sitio ni acertar a conseguir nada.

El mono loco está desesperado porque cree que le persiguen fantasmas para hacerle daño. Del mismo modo, cuando sufrimos psicológicamente no cesamos de buscar la solución a nuestra infelicidad aquí y allá, y no la encontramos en ningún sitio.

La verdadera solución es detenerse para darse cuenta de que ya lo tenemos todo. No hay que buscar más, ni en el presente, ni —mucho menos— en ningún lugar del pasado.

En ese sentido, cualquier tiempo pasado no fue mejor, eso es sólo una ficción. Nuestro presente ya basta para disfrutar plenamente de la vida, y el futuro podría ser tan bueno o mejor si nos amueblamos bien la mente, si dejamos de quejarnos y nos ponemos a valorar positivamente lo que poseemos.

Yo les recomiendo a mis pacientes que, tengan la edad que tengan, adopten el siguiente lema: «Los próximos diez años van a ser los mejores de mi vida». De esa forma, tienen que visualizarse haciendo cosas emocionantes, disfrutando de la existencia, apreciando lo que tienen. En cada momento de nuestras vidas encontraremos nuevos objetivos, nuevas posibilidades. No hay que mirar atrás, quejarse de las habilidades perdidas.

Está claro que todos nos hacemos mayores y vamos perdiendo facultades. ¿Y qué? ¡No las necesitamos! Lo increíblemente cierto es que para ser felices no necesitamos casi nada.

No busques más, ya lo tienes todo

Sari era un buen hombre con aspiraciones espirituales sinceras y se había propuesto llevar a cabo una larga peregrinación a Benarés para bañarse en el Ganges. Antes de partir, se encontró con un maestro que le preguntó:

—¿Para qué quiere ir allí?

—Para ponerme en contacto con Dios —repuso.

El maestro le ordenó:

—Dame ahora mismo todo el dinero que llevas para el viaje.

Sari le entregó el dinero, el maestro se lo guardó en el bolsillo, y dijo:

—Sé que habrías acudido a Benarés y te hubieses lavado en el Ganges. Pues bien, en lugar de eso, lávate con el agua que llevo en mi cantimplora.

Sari tomó el agua y se lavó la cara y las orejas. El maestro, satisfecho, declaró a continuación:

—Ahora ya has conseguido lo que te proponías. Ya puedes regresar a tu casa con el alma serena, aunque antes quiero decirte algo más. Desde que fue construido Benarés, Dios no ha morado allí ni un solo minuto. Pero desde que fue creado el corazón del hombre, Dios no ha dejado de habitar en él ni un solo instante. Ve a tu casa y medita. Y, siempre que lo necesites, viaja a tu propio corazón.

Este antiguo cuento hindú transmite la misma idea: que la fuente de la felicidad se halla dentro de nosotros, en nuestra mente, y podemos acceder a ella siempre que lo deseemos. ¡Qué curioso que el hombre caiga en la misma trampa mental pese al paso de los siglos! El bienestar emocional no se halla en logros externos, pero muchas veces caemos en ese error porque confundimos… ¡el bizcocho con las guindas!

Estar bien en Barcelona

Yo tengo mi consulta en Barcelona, cerca de la calle Enrique Granados, una de las zonas más hermosas del Eixample. Cuando por las mañanas llegó allí con mi bicicleta y contemplo los enormes árboles plataneros que adornan las calles, me lleno de alegría. Me gusta mi ciudad. Pero no siempre ha sido así.

Recuerdo una época, hace muchos años, en que me quejaba de vivir en Barcelona. Acababa de volver de cursar estudios en una universidad británica, en el precioso campus de la Universidad de Reading. Allí vivía en una residencia universitaria que era una antigua mansión, rodeada de campos verdes y grandes lagos. Todo estaba limpio y apenas pasaban coches por la calle. Era un auténtico paraíso, tranquilo y hermoso, que además gozaba de la animación de las fiestas universitarias y otras movidas estudiantiles.

A mi regreso a Barcelona, veía las calles de mi ciudad sucias, ruidosas, llenas de cacas de perro y me ponía de mal humor. Recuerdo que solía comentarlo en las conversaciones entre amigos: «¡No me gusta nada Barcelona! ¡Es un asco! ¡Debería irme a vivir a un lugar civilizado como Inglaterra!».

Así estuve muchos años hasta que decidí cambiar el chip. Ahora puedo decir que adoro mi ciudad. Es verdad que tiene sus defectos, pero también tiene cosas maravillosas: el clima es simplemente fantástico, su arquitectura es muy bella, tenemos el mar aquí mismo, las montañas muy cerca…

Desde hace un tiempo, he decidido prepararme para estar bien en cualquier lugar del mundo. Me imagino en Alaska y pienso que, de vivir allí, aprovecharía cada una de las cosas buenas de aquel lugar. Por supuesto, aprendería a esquiar bien, quizá cazaría en las montañas, pescaría en sus ríos… Si habitase en China, investigaría sobre las oportunidades que se dan allí y me centraría en ellas. Donde sea, en cualquier sitio, cada lugar tiene una magia propia, una poesía autóctona que podemos apreciar. Como siempre, para sentirnos bien, ¡tenemos que fijarnos en lo que poseemos y no en lo que nos falta! Así podremos estar bien allí donde nos encontremos.

Campos de Soria

Antonio Machado fue uno de los grandes representantes de los escritores de la Generación del 98. Una de las principales características de estos artistas es que, en contra de lo que era habitual en la época, empezaron a dedicar poemas a Castilla, una zona de España con mala prensa, empobrecida, atrasada y no muy hermosa según el canon imperante. El éxito de esos escritores, sin embargo, despertó el orgullo por la tierra a varias generaciones de españoles que vinieron después. Quizá lo más interesante de los Machado, Azorín o Unamuno fue demostrarnos que podemos apreciarlo todo si abrimos el ojo de la poesía. Ahí van unos fragmentos de «Campos de Soria» para ilustrarlo:

Es la tierra de Soria árida y fría.

Por las colinas y las sierras calvas,

verdes pradillos, cerros cenicientos,

la primavera pasa

dejando entre las hierbas olorosas

sus diminutas margaritas blancas.

[…]

¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria, obscuros encinares,

ariscos pedregales, calvas sierras,

caminos blancos y álamos del río,

tardes de Soria, mística y guerrera,

hoy siento por vosotros, en el fondo

del corazón, tristeza,

tristeza que es amor! ¡Campos de Soria

donde parece que las rocas sueñan,

conmigo vais! ¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas!…

(Extraído de Poesías Completas de Antonio Machado; Espasa Calpe, 1980)


En este capítulo hemos aprendido que:

  1. La felicidad no depende de logros o situaciones ideales, sino de nuestra salud mental.
  2. Hay que dejar de mirar al pasado con nostalgia. Aquel tiempo pasado no fue mejor, es una ficción de nuestra mente. La única diferencia es que en «aquel pasado» no mirábamos al «pasado».
  3. Tenemos una gran capacidad para apreciar la belleza de cualquier cosa y de cualquier lugar. Valoremos lo que tenemos cerca: es más fácil y ecológico que ansiar paraísos lejanos.